El 1 de julio se conmemora la independencia de Somalia, un país que hace más de 20 años dejó de existir.
África es el gran fracaso de Europa, de todo Occidente en general. El continente es un moridero de infrahumanos, un polvorín rebosante de armas, un vertedero de residuos tóxicos del mundo desarrollado, una zona de guerra eterna, de crisis constante, de corrupción creciente. Es un violento vestigio de la colonización, y de esa era del imperialismo en que todo el planeta fue el botín que se repartieron Europa y Estados Unidos.
No importa cuánto nos dediquemos a fingir con inversiones, programas de ayuda o mundiales de fútbol. Hablamos de un continente en pedazos que fue el sustento de la revolución industrial del siglo XIX, y que en su formato de estados independientes, libres y soberanos, sigue siendo pieza clave del nuevo tipo de colonialismo e imperialismo del siglo XXI. África es el lado oscuro y oculto del desarrollo capitalista occidental, el daño colateral del progreso… y es, ante todo, una bomba de tiempo.
Cada país del continente africano es un ejemplo perfecto de dicha realidad. Podemos hablar de la masacre nunca terminada de Ruanda y Burundi, de las eternas guerras civiles del Congo, todas alimentadas por el mundo civilizado, de la esclavitud infantil en África occidental, o de los grupos yihadistas que dominan todo el norte del continente. Pero ya que es el mes en que Somalia, de seguir existiendo, conmemoraría su independencia, tomaremos el ejemplo de ese estado inventado, fragmentado, destruido, y absolutamente fallido, para mostrar uno de los lados más negros del llamado continente negro.
El 1 de julio se conmemora la independencia de Somalia, un país que hace más de 20 años dejó de existir, aunque el mundo de la sociedad del simulacro se niegue a ver la realidad. Es el Irak de África, una construcción de Occidente, una mala idea llevada a cabo de muy mala manera.
Somalia no existe, pero aquellos que la inventaron no pueden asumir esa realidad, Somalia es solo una muestra de algo que no es muy diferente en los otros 53 países africanos: fronteras trazadas arbitrariamente desde un escritorio europeo, límites que encierran odio, fanatismo e intolerancia; países ficticios donde blancos, negros, árabes, cristianos, animistas, musulmanes tratan de sobrevivir en el caos que la descolonización creó en el continente que es cuna de nuestra especie. Un caos que comenzó con la ambición desmedida de la revolución industrial.
Revolución industrial: riqueza europea, miseria africana
La revolución industrial dio origen a una etapa terrible de la historia conocida como la era del imperialismo, cuando las potencias europeas, necesitadas de recursos y mercados para alimentar los engranes de su industria, se dieron a la tarea de conquistar toda África y gran parte de Asia. El desarrollo europeo se sustentó en el subdesarrollo del resto del mundo, una riqueza mal habida producto del saqueo de las colonias, colonias que al dejar de ser sustentables en dicho formato, se convirtieron en estados independientes… y el saqueo continuó en ese nuevo formato.
A lo largo del siglo XIX, menos de 10 países europeos conquistaron la totalidad de África, de hecho se reunieron en 1885 en Berlín para acordar un reparto que evitara la guerra entre los poderosos. Todo el continente fue repartido, y aun así eventualmente el mundo fue poco para Europa, y la guerra por la propiedad de absolutamente todo comenzó; le llamamos Guerra Mundial, y mucha gente sigue pensando que todo comenzó por el asesinato de un archiduque de Austria, pero era la guerra por el dominio de todos los recursos. Justo como las guerras de hoy.
Tras las guerras mundiales, y en medio de la devastación y la incapacidad económica, Europa dejó sus colonias y comenzó a inventar países. A ese proceso de descolonización los europeos le llaman independencias, pero en realidad fue más bien un proceso de abandono donde las metrópolis que saquearon regiones por años o siglos, un buen día las dejaron a su suerte; recién nacidas, empobrecidas, y sumergidas en conflictos que siguen hasta el día de hoy y que siempre han sido negocio para Occidente.
Desde la Paz de Versalles, en 1919, se tomó el compromiso de la descolonización, con el discurso de la libre autodeterminación de los pueblos, pero no fue hasta después de la Segunda Guerra cuando el discurso se convirtió en realidad de forma muy conveniente para Europa y del todo desfavorable para los nuevos países; un esquema donde las nacientes naciones, con fronteras y sistemas político-económicos diseñados por los europeos, seguían siendo fuente de materias primas y mercado de productos terminados, países que nacieron sin dinero y endeudados con la Europa que los despojó por décadas.
Otro factor vital es recordar y entender que la descolonización tuvo lugar en el ámbito internacional de la Guerra Fría. Debido a los esfuerzos que la URSS llevaba a cabo para promulgar su ideología comunista, las potencias europeas temían que sus colonias se volvieran hacia el comunismo como una forma radical de obtener la independencia.
Es decir que, más allá de los demás factores, como lo incosteable de mantener las colonias, la crisis tras la guerra e, incluso, el ansia de libertad de los pueblos, lo cierto es que más valía descolonizar e inventar países diseñados a modo, con gobiernos cómplices, antes de que la Unión Soviética promoviera guerrillas de independencia, y esos países, que tarde o temprano nacerían, fueran comunistas.
Aun así, todo el proceso de descolonización fue producto de la Guerra Fría, y todos los países nacidos en ese contexto sabían que solo había dos opciones: aliados de los rusos o aliados de los estadounidenses. Recién nacidos como estaban, ya tenían que tomar parte en la carrera armamentista para defender los intereses de otros: comprar armas occidentales con créditos occidentales para responder a necesidades occidentales.
Pero lo más importante es comprender cómo quedó establecido el nuevo sistema; igual de injusto y empobrecedor para las nuevas naciones, pero con más ventajas y menos obligaciones para los otrora dueños.
En la era del imperialismo una metrópoli extraía los recursos de sus colonias, y los transformaba en productos que tenían cabida en esas mismas colonias; una receta para la pobreza eterna; pero al mismo tiempo tenía la obligación de administrar, mantener y gobernar dichas colonias. Tras la descolonización, Europa sigue extrayendo esos recursos, ahora comprados a precios normalmente abusivos; pero esos países siguen dependiendo de comprar los productos que el mundo industrializado genera con sus recursos… la misma receta de pobreza eterna, pero ahora no hay ninguna obligación que Europa tenga de regreso con aquellos países.
Al otorgar las independencias africanas, lo que Europa logró fue abaratar los recursos, conceder créditos, generar gobiernos cómplices, aprisionar economías, dividir para vencer, y dejar conflictos que serían luchados con armas europeas. Perder África fue una de las grandes ganancias europeas; pero el lado oscuro de toda esa podredumbre es lo que hoy domina al continente negro, un lado oscuro convertido en genocidios, fanatismo islamista, nacionalismos importados, guerras santas y piratería… que empezaron a preocupar a la sociedad del simulacro únicamente cuando el conflicto comenzó a desbordarse más allá de la propia África, hacia Europa evidentemente.
El caso Somalia
El mundo se despide de Brasil, el brazuca dejará de rodar, pero Somalia seguirá su propio rol de juegos y mantendrá sus enfrentamientos contra Inglaterra, Francia y otros tantos países. Su área de juego no será precisamente el césped del estadio sino el mar, los disparos no serán a la portería sino a los barcos, y desde luego que lo que saldrá a 100 kilómetros por hora no será un balón, sino un misil. Una guerra no declarada pero muy real: Europa contra los piratas de Somalia; una más de las historias africanas que, a fuerza de no verlas, no existen.
Pero hay que comenzar a hacer precisiones, los piratas somalíes no son de Somalia, y es que aunque el mundo se empeñe en negarlo, y la ONU, la Unión Africana y otros organismos tapen el sol con un dedo, la realidad es que hace 20 años que Somalia no existe, aunque la diplomacia mundial siga poniendo dicho “país” en el mapa.
En 1991 comenzó en Somalia una guerra civil, y la verdad es que no hay gobierno desde entonces; este conflicto fue ignorado mientras respetó sus fronteras, pero el mundo comenzó a fingir preocupación ahora que la insoportable situación somalí ha arrojado a guerrilleros desesperados al mar, convertidos en modernos piratas que toman por asalto los barcos de las grandes potencias que, tras pasar el Canal de Suez, salen del Mar Rojo justo frente a las costas de lo que fue Somalia.
Como en casi todos los problemas de África, la culpa es de Francia e Inglaterra, y de su patético y amañado proceso de descolonización, a través del cual formaron nuevos países “independientes” que siguieran dependiendo económicamente de sus antiguas metrópolis. Las naciones africanas no fueron trazadas según grupos étnicos, culturales o religiosos, sino según intereses de recursos para Occidente. Así fue como la Somalia italiana y la británica, con población árabe, negra y blanca, con mayoría musulmana pero con grupos cristianos, pasaron a formar un solo país. El mismo caso de Sudán, Chad, Congo y otros tantos.
Desde su independencia, en 1960, Somalia vivió el caos de golpes militares, dictaduras personales, grupos guerrilleros, intervención soviética y una guerra constante con Etiopía: dos muertos de hambre matándose entre sí. Ante el desastre, un grupo armado tomó el control del norte del país en 1987 y más de medio territorio en 1991; ahí fue cuando Somalia dejó de existir aunque aún no se admita.
Pero este grupo armado se dividió, comenzó la matanza entre ellos y la guerra civil continuó. El Movimiento Patriótico Somalí tomó el sur, el Movimiento Nacional Somalí tomó el norte, y el Congreso Unido Somalí conservó la capital del país, desde donde gobernaban menos del 30 por ciento del territorio. Los separatistas del norte declararon su independencia y proclamaron la existencia de un nuevo país, Somalilandia, que existe de facto desde 1991, aunque nadie en el mundo lo reconoce. Cabe señalar que Somalilandia tiene un gobierno y una moneda estable, y mucho más orden y progreso que la Somalia que no reconoce su independencia.
Ante el éxito de Somalilandia, en 1998 las provincias del territorio del “Cuerno de África” proclamaron su independencia bajo el nombre de Puntland, que tampoco tiene reconocimiento alguno aunque su gobierno también funciona desde entonces mejor que el de la extinta Somalia. Algunos movimientos nacionalistas de Puntland han manifestado su interés en no disgregar el país, sino formar un nuevo Estado Federado.
Pero la realidad es que todo el sur del país está bajo el poder de tribunales islámicos extremistas cuyo proyecto es establecer un estado islámico basado en Sharia o ley islámica, claro, en su versión radical, y no reconocen ni a la antigua Somalia, ni a Somalilandia o a Puntland, y desestiman cualquier tipo de federación o democracia. Todos gobernados bajo la interpretación más tiránica de Alá.
En medio de este caos hay un pequeño territorio en torno a la “capital” Mogadiscio, donde existe un gobierno y una presidencia que pretende que gobierna un país que hace dos décadas dejó de existir. Su principal empeño es mantener el control de la capital y territorios vecinos, y defenderlos de los ejércitos de los tribunales islámicos, que son la verdadera amenaza de toda la región.
La Unión de Cortes Islámicas es lo más parecido a un gobierno desde 1991, en que de facto fueron tomando el control en medio de la guerra civil. Los jueces de la Sharia o ley islámica fueron tomando el control de todo el sistema judicial, y en vista del caos, poco a poco fueron aumentando sus funciones para abarcar la educación y la salud, prohibir el alcohol y la pornografía, y en general un control de la sociedad apegado a los dictámenes del Corán. En principio los tribunales tuvieron un gran apoyo popular que veía en ellos el regreso al orden.
Varias cortes fueron surgiendo a lo largo del territorio, hasta que en el año 2000 se agruparon en la Unión de Cortes Islámicas, organismo que comenzó a ostentar un poder ejecutivo, legislativo y judicial, así como a organizar milicias que pusieran orden, y sometieran a los Señores de la Guerra que comenzaron a surgir desde el colapso del país en 1991. Las cortes islámicas y los Señores de la Guerra comenzaron a luchar por el territorio y el control de todo el sur del país, hasta que el 5 de junio de 2005 los islamistas anunciaron que tenían control total de Mogadiscio.
A partir de ese momento, la guerra civil por el control del país continúa; las cortes islámicas buscan imponer la visión religiosa en todo el país bajo un gobierno centralizado, mientras que los Señores de la Guerra fueron lentamente transformándose en un gobierno de transición, con ideas laicas y federales, como único recurso de reincorporar a las regiones separatistas del norte.
Los conflictos pudieron terminar en 2006, cuando los tribunales islámicos comenzaron a reconquistar el país; pero en medio del miedo que Europa y Estados Unidos tienen ante la expansión de la ideología islamista, este último país decidió apoyar al gobierno federal de transición; los que antes eran los Señores de la Guerra. No basta con que Somalia subsista, debe subsistir con las ideas más convenientes para Occidente… así es que la guerra continúa.
Los “no países” de Somalia
Desde el 2006 dos facciones luchan por Somalia, con Etiopía en medio de la línea de fuego: los islamistas de las cortes, y los federalistas, con el apoyo del mundo a estos últimos, tras aceptar que solo un formato federal puede mantener unido a un país que no tiene una sola razón para estarlo. Somalia no existía antes de 1960, no existía esa identidad ni ese pueblo, y ni siquiera era colonia de un solo país, lo cual podría generar cierta idea de pertenencia.
Somalia es una invención, una imposición, una necia visión de los colonos italianos e ingleses de formar uno de los países más arbitrarios del mundo. Aceptar la división de Somalia, su desaparición, y reconocer las independencias de esos países que surgieron tras la descomposición, y que son más estables, sería lo más sensato, pero obligaría a Europa y a la ONU a aceptar sus culpas y errores.
Caso similar tuvieron los europeos en su propia tierra, cuando la misma obstinación los hacía negar la realidad sobre ese terrible invento llamado Yugoslavia. Tuvieron que pasar años de guerras, masacres y genocidios para que los amos del mundo aceptaran la partición de un país partido… tal parece que lo mismo habrá que esperar en Somalia, donde la guerra lleva ya más de 20 años, pero apenas ahora desborda sus fronteras y amenaza a los poderosos, que quizás ahora le dejen de vender armas a los bandos en conflicto.
Resultado de todo este galimatías hoy tenemos una Somalia en pedazos, y dos países autoproclamados y no reconocidos, Somalilandia y Puntland, que han logrado más estabilidad, paz y desarrollo que la propia Somalia, a la que la ONU los obligará a pertenecer. Somalilandia quedó separada del resto del territorio por Etiopia y aspira a mantener su independencia de facto, mientras que Puntland solo se proclamó autónomo, dispuesto a reincorporarse a una Somalia pacificada que adopte un sistema federal.
Los piratas somalíes tienen su base en las costas bajo dominio de los tribunales islámicos y desde ahí lanzan sus ataques contra las embarcaciones de las potencias occidentales. Estos piratas, pues, son finalmente un tipo de guerrilla, y como en toda guerrilla, sus líderes solo consiguen obtener reclutas a causa de la miseria, el desconsuelo y la desesperanza de la población, que preferiría vivir en paz.
¿Quién ayuda a Somalia? Nadie. ¿Por qué? Porque a nadie le importa un país sin recursos hasta que su violencia se desborda. La sociedad del simulacro solo pretende escandalizarse de las injusticias cuando hay recursos valiosos o cuando el conflicto rebasa fronteras. A nadie le importa Somalia porque no tiene recursos estratégicos, pero ahora que sus piratas amenazan los mares el mundo no tiene más opción que voltear a ver, y fingir que su interés es humanitario y en aras de la justicia.
Somalilandia mientras tanto vive mejor, mucho mejor que Somalia, pero el mundo dice que no existe, y hasta hará esfuerzos por obligarlos a ser parte de un país que nunca ha logrado consolidarse.
El resultado del caos somalí es una población que, en un 80 por ciento, vive con un dólar al día, y una élite millonaria cuya riqueza se sustenta en la piratería, que a veces es tolerada porque finalmente esos piratas venden cosas que Occidente quiere… y más importante aún, luchan con armas que Occidente les vende.
El 94 por ciento de la población de ese rincón del mundo es analfabeta, campo fértil para conseguir reclutas en barcos piratas, que es de hecho, para muchos jóvenes, la única opción de sobrevivir. Las mujeres siguen teniendo un promedio de siete hijos, cuya opción será la piratería; la ausencia de un verdadero gobierno hace que nadie combata la hambruna y las pestes, y que ese pueblo no tenga representación ante la ONU, mucho menos ante la FIFA, dos de los pilares de la sociedad del simulacro.
Juan Miguel Zunzunegui es licenciado en comunicación y maestro en humanidades por la Universidad Anáhuac, especialista en filosofía por la Iberoamericana, máster en materialismo histórico y teoría crítica por la Complutense de Madrid, especialista en religiones por la Hebrea de Jerusalén y doctor en humanidades por la Universidad Latinoamericana. Ha publicado cuatro novelas y varios libros de historia; lo pueden seguir en @JMZunzu y en su página www.lacavernadezunzu.com