Cada noche, la mayoría de nosotros voluntaria y ansiosamente nos perdemos en un estado cercano a la muerte. Está bien, llamémosle dormir. Pero solo porque suceda todo el tiempo, no significa que no sea extraño, incluso peligroso. Parece un pésimo diseño evolucionario el tener que quedar indefenso una buena porción de la vida, pero por lo general la evolución no hace mal las cosas.
Sabemos que dormir es importante: los delfines han desarrollado un sistema en el que solo la mitad de sus cerebros duerme en un momento determinado para asegurar tanto la seguridad como suficiente sueño; pero no sabemos por qué. Por años, investigadores y filósofos han luchado con esta cuestión, planteando teorías que van desde la adaptación (dormimos para que los tigres dientes de sable no nos coman mientras damos tumbos a ciegas en la noche) hasta la restauración (dormimos para que nuestros cuerpos puedan reponer todo lo que usaron durante el día). Vamos, estas ideas, aunque persuasivas, no cuadran con lo que sucede en el cerebro mientras dormimos.
El misterio tal vez se haya resuelto. Un estudio reciente finalmente revela la ciencia detrás del porqué dormimos, y tiene a expertos desempolvando palabras como “hito” y “revolucionario”.
La historia comienza en el día. Sus experiencias diarias —vivir, básicamente— ponen a su cerebro bajo un estrés enorme. Debe absorber, interpretar, analizar, pormenorizar, concretizar y procesar toda la información con la que lo aporrea. Un trabajo duro. Un gran trabajo. Un trabajo importante. Y ya que toda esa información debe catalogarse, el cerebro necesita de una manera de conservar las partes importantes y deshacerse de lo innecesario. Investigadores del Centro Médico de la Universidad de Rochester sugieren que dormir bien podría tener esa función.
Encabezado por la Dra. Lulu Xie, miembro postdoctoral del CMUR, el equipo de investigación inyectó tinte en el fluido cerebroespinal (FCE) de ratas de laboratorio, para ver con qué rapidez se movía el tinte a través del fluido cuando las ratas estaban en estados conscientes e inconscientes. Los resultados fueron asombrosos. La actividad cerebral en las ratas dormidas disminuyó (nada sorprendente), pero también lo hizo la transportación del tinte a través del FCE. El tinte tuvo más dificultad para pasar por el fluido de las ratas inconscientes que a través del de las ratas despiertas, cuyo FCE ofrecía una vía clara alrededor del tejido cerebral.
Por supuesto, los humanos no tenemos tintes fluyendo por nuestros cerebros. Tenemos una sustancia mucho más siniestra: placas amiloideas, proteínas que se acumulan con el tiempo y que, por años, han sido el principal sospechoso de lo que causa el Alzheimer. Las placas de beta-amiloides deben ser removidas del cerebro, u obstruyen gradualmente las vías sanas, degradando las conexiones neurales dentro del cerebro y colapsando el sistema de transporte de las neuronas. Los científicos ahora creen que dormir es la única manera de combatir adecuadamente la acumulación de beta-amiloides.
“Cuando está despierto, es como si todas las calles de Manhattan estuviesen obstruidas por vehículos, como lo están durante el día”, dice el Dr. Charles Czeisler, director de la División de Medicina del Sueño en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard. “Los camiones de basura no pueden limpiar la basura de manera eficiente. Y lo que han mostrado en este estudio es que esos ‘camiones de basura’ solo pueden limpiar alrededor del 5 por ciento con la misma eficiencia con que pueden limpiar durante el sueño”.
En otras palabras, dormir es cuando su cerebro saca la basura.
“El cerebro tiene una energía limitada a su disposición, y parece que debe elegir entre dos estados funcionales diferentes: despierto y consciente, o dormido y limpiando”, dijo en una declaración la Dra. Maiken Nedergaard, principal autora del estudio. “Podríamos pensarlo como tener una fiesta en casa. O uno entretiene a los invitados, o limpia la casa, pero en realidad no se puede hacer ambas cosas al mismo tiempo”.
Al contrario del resto del cuerpo, que usa el sistema linfático para ayudarse a recoger y deshacerse de varios fluidos y ácidos grasos de los órganos y las áreas del sistema digestivo, el cerebro tiene su propio ecosistema. Los científicos lo llaman el sistema glinfático, y depende de que unas células cerebrales, llamadas glía, disminuyan su tamaño para permitir que el FCE pase con mayor facilidad a través de él. En la metáfora de Czeisler, el sistema glinfático es lo que permite que se disperse el tráfico, abriéndole camino a los camiones de basura para que se muevan por el resto del cuerpo, así que se monta a caballito de los vasos sanguíneos que lo rodean y circula a través del cuerpo, finalmente hallando su camino hasta el hígado, donde será removido como desperdicio.
Esto resume el papel básico del sueño, pero también ilumina una cuestión más apremiante, específicamente: ¿dormir menos aumenta el riesgo de una persona de sufrir disminución cognitiva?
Czeisler dice que así es: “Sabemos que estos subproductos, como muchos subproductos metabólicos de la quema de energía, son tóxicos. Los subproductos producidos cuando las neuronas queman energía son tóxicos para esas neuronas y tienen que ser limpiados, y son limpiados con 20 veces mayor eficiencia durante el sueño. Desde hace años sabemos que los pacientes con la enfermedad de Alzheimer tienen trastornos de sueño. Y este artículo, por primera vez, sugiere que esto podría ser parte de la vía causal”.
Muchos expertos ya han declarado este hallazgo como transformador, y podría ser el comienzo de una revolución en la ciencia cerebral. “Cuando digo ‘hito’,” dice Czeisler sobre la investigación, “estoy suponiendo que es repetido, y no solo repetible en una rata. Si resulta ser cierto en todas las especies animales, entonces habrá revelado las funciones fundamentales del sueño”.