Sin embargo, la falta de recursos económicos no es el único factor que condena a los jóvenes a no estudiar. En los años recientes la juventud ha abandonado su educación escolar también por ocio, problemas sociales, falta de atención en el ámbito familiar, incompetencia con el estudio o, increíblemente, por maternidad precoz.
Ana María C. tiene 20 años, vive en el oriente de la capital mexicana y se considera a sí misma una “nini”. “Terminé el bachillerato con bajas calificaciones y no pude entrar a la universidad. Luego trabajé de cajera en un restaurante, pero me salí porque tenía que entrar muy temprano, y como iba a fiestas me desvelaba y siempre llegaba tarde”, revela.
Ana María explica que despertar a las cinco de la mañana para ir a trabajar siempre implicó un gran esfuerzo, por lo que decidió buscar un nuevo empleo, tarea infructuosa durante casi dos años. “Mi papá siempre me dice que debo trabajar, que qué va a ser de mi vida si ya no estudio ni tampoco trabajo. Y de verdad que sí quiero un empleo, pero no he encontrado uno que pague más o menos bien y que me permita hacer otras cosas, como salir con mis amigos a fiestas”.
A este segmento de la juventud, generalmente de entre 15 y 24 años, que ni estudia ni trabaja, se le conoce hoy en día como “nini”. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en América Latina el 25 por ciento de los jóvenes no pertenece a ninguna institución educativa, ni está inserto en algún ambiente laboral, es decir, uno de cada cuatro jóvenes de la región es “nini”.
El reto social
Que exista este fenómeno significa todo un reto para las sociedades en diversos aspectos. En los últimos años, una gran porción de los ninis, que en sustancia es una población muy vulnerable, ha sido captada por la delincuencia organizada, la cual los convierte en sicarios luego de brindarles ciertas oportunidades que su entorno no podría ofrecerles por carecer de estudios.
Además, cuando la juventud adolece de la disciplina y responsabilidad que implica tener un trabajo o atender los estudios, muchas veces tiende a concluir en la vagancia, la cual trae consigo graves consecuencias, como el consumo de drogas, la delincuencia y el robo.
Ana María despierta alrededor de las 10 de la mañana, un lujo que no podía darse cuando estudiaba. A esa hora su madre ya ha salido a su empleo, y ella tiene el resto de la mañana para realizar algunas de las múltiples actividades caseras, como hacer limpieza y preparar comida. Su padre, divorciado de su madre hace varios años, la visita de tanto en tanto y le da algún dinero.
“Mi papá me deja un poco de dinero cuando me visita. No me alcanza para mucho, solo para comprar cosas personales. Él siempre me dice que haga algo, que intente estudiar y que él me apoyaría, pero como que la escuela no me gusta mucho, no se me da eso de estudiar. La preparatoria la terminé en cuatro años en lugar de tres, tardé un año más porque debía muchas materias”.
En la otra cara de la moneda existen aquellos jóvenes que de algún modo pretenden deslindarse de su condición de nini. Son muchachos que con ahínco buscan un trabajo, escuelas para continuar sus estudios, están atentos a los anuncios clasificados de los periódicos con la idea de cazar una buena oportunidad laboral, acuden a exámenes, pruebas y entrevistas, pero al final obtienen solo negativas.
Rebeca Grynspan, administradora asociada del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, hace un mes manifestó que “el crimen organizado y el narcotráfico son un fenómeno que tiene una dinámica y origen propio, pero sin duda se nutren de una oferta de mano de obra de la juventud excluida”.
Rumbo a la generación perdida
El desempleo juvenil en la región es de una gravedad muy seria. Según estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) para América Latina y el Caribe, unos 7 millones de jóvenes carecen de trabajo, además de que otros 27 millones lidian con empleos informales, bajos salarios y la falta de seguridad social y de derechos.
La OIT calcula también que la tasa de desempleo urbano de este sector llega a 14.6 por ciento, más del doble de la tasa general ( 6.7 por ciento) y el triple que la tasa de los adultos mayores de 25 años ( 5.3 por ciento). Estas proporciones, a la luz de los 106 millones de jóvenes que hay en la región, desde luego resultan muy elevadas. Según se manifestó en la Conferencia Internacional del Trabajo realizada en Ginebra, Suiza, en junio pasado, “si no se adoptan medidas inmediatas y enérgicas, la comunidad mundial se enfrentará al triste legado de una generación perdida”.
En el tratamiento de este fenómeno es imposible desligar la actuación de los gobiernos, sobre todo porque los recursos que invierten en el sector juvenil son insuficientes. Mientras la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) —conocida como el “club de los países ricos”— invierte montos similares en la población menor de 30, y en la mayor a esa edad. En la región solo el 20 por ciento de los recursos se destina a los menores de 30 años, cuya mayor parte se canaliza a jóvenes integrados en escuelas públicas, a donde asisten mayormente estudiantes de clase media y alta.
Ana María explica que hallar un empleo no es una tarea fácil, no obstante, tampoco es una prioridad en su vida. “Sí me gustaría trabajar para ganar dinero y comprarme muchas cosas, pero a veces pienso que si trabajo ya no tendría tiempo para ver a mis amigos y salir con mi novio. Él tiene 23 años y es mecánico, y me ha dicho que pronto nos vamos a casar y que le gustaría que tuviéramos tres hijos, por eso no le gustaría que yo trabajara”.
Derechos incumplidos
El abandono de los estudios es otra de las urticarias que causa mucho escozor en la delicada piel de la región. La Organización de Estados Iberoamericanos considera que, pese a que nueve de cada 10 niños latinoamericanos tienen acceso a la educación primaria, un muy alto porcentaje de los adolescentes que transitan del ciclo básico al medio desertan de este antes de completarlo, sin haber alcanzado el capital educacional mínimo y las destrezas requeridas para mantenerse fuera de la pobreza durante la vida activa, incumpliéndose así los derechos a la educación consagrados en las declaraciones internacionales pertinentes.
Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) considera que en la mayoría de los países latinoamericanos se han logrado grandes avances en el acceso a la enseñanza secundaria. En la tercera parte de los países de la región se alcanza el 80 por ciento de acceso a la educación secundaria en el grupo más joven, sin embargo, al igual que en la enseñanza primaria, los países que tienen tasas bajas son aquellos que afrontan más demandas sociales resultantes del crecimiento demográfico y los niveles de dependencia, además de una alta proporción de población rural y niveles relativamente bajos de desarrollo humano y económico.
La Unesco asimismo diagnostica que las tasas de conclusión de la enseñanza secundaria demuestran que aún queda mucho por hacer para promover este nivel educativo, ya que, en promedio, solo un poco más de la mitad de la generación más joven (entre 20 y 24 años de edad) completa la enseñanza secundaria. En los grupos de mayor edad, estas tasas son todavía más bajas. Además, existen grandes diferencias entre los países respecto al acceso y la conclusión de la educación secundaria. Mientras, las tasas de acceso a la educación postsecundaria aún son bajas en casi todos los países de la región, aunque se nota una mejora en términos de acceso a este nivel educativo.
Motivación Intrínseca y extrínseca
De acuerdo con la Mtra. Katia Villafuerte Cardona, directora de la Licenciatura en Psicología Organizacional del Tecnológico de Monterrey Campus Santa Fe, un sector de los ninis sí desea incluirse en alguna escuela o trabajo, “pero no tienen oportunidades ni educativas ni laborales, pues no existen las reformas necesarias que estén generando espacios para los jóvenes”.
En entrevista con Newsweek en Español, Villafuerte Cardona añade que el otro sector lo conforman jóvenes que están muy a gusto con su condición de nini: “Son los que de verdad no quieren hacer nada, son “ninis” por elección. Es decir, los primeros lo son un poco de forma obligada, pues la estructura social no les ofrece nada, y en los segundos tenemos a quienes lo están siendo
por elección”.
¿Entonces qué es lo que está sucediendo?, se pregunta la especialista, y ella misma se responde: “Con lo que nos estamos encontrando es una cuestión que tiene que ver más con educación y con motivación al logro. En cuanto a su comportamiento, los seres humanos tienen motivación de forma natural, esta motivación los expertos la han llamado intrínseca y extrínseca. Estos jóvenes tienen una falta de esa motivación al logro, están acostumbrados a tener padres sobreprotectores que se hacen cargo de todo, entonces ellos no tienen ninguna motivación para alcanzar algo”.
La docente del Tecnológico de Monterrey explica que la motivación intrínseca es aquella que el joven activa por sí mismo para alcanzar metas que le brinden satisfacciones personales, “por ejemplo, como quienes corren un maratón; probablemente no obtengan el primer lugar, pero lo que buscan o lo que consiguen es esa satisfacción interna que les brinda el concluir una meta, alcanzar el objetivo, sentirse capaces de que pueden lograrlo”.
Por su parte, la motivación extrínseca también es activante y reguladora del comportamiento, pero con el añadido de que existe una recompensa exterior. “Dinero, premios, cualquier otra recompensa física externa que podamos obtener. Hay gente que puede tener una conjunción de ambas, en algunos puede predominar la intrínseca, en otros, la extrínseca, pero estas son las que activan y mantienen el comportamiento dirigido hacia algún propósito”.
Son generación Y
Respecto a la proliferación de los ninis, Katia Villafuerte expresa que este es un fenómeno que está presentándose en varios lugares del planeta. “Aquí interviene algo muy particular, las cuestiones generacionales, todas las generaciones tienen una identidad. De acuerdo a las circunstancias sociales, económicas, políticas, etcétera, generan de alguna manera una identidad o biografía común, tienen su propia personalidad, estamos hablando de rangos de aproximadamente 20 años.
“Entonces, una propuesta podría ser investigar si se trata de un fenómeno relacionado con las generaciones, en este caso nos estamos enfrentando a la generación Y, los jóvenes adolescentes y adultos que tienen en común muchas creencias y características como sentirse especiales, diferentes, tratados de forma muy protegida o sobreprotegida”.
Los ninis de la generación Y se consideran a sí mismos especiales porque sus padres “vienen de generaciones X o baby boomer, son papás que también rechazan a la autoridad o se rebelan ante ella y buscan no imponer una autoridad totalitaria sobre sus hijos, por lo que han sido sumamente permisivos. Entonces, los hijos de hoy sienten que pueden hacer todo lo que quieran porque se lo merecen, sienten que todo estará bien, que siempre van a tener la vida resuelta, que no pasa nada”.
Sin embargo, al mismo tiempo es una generación que está muy presionada por alcanzar metas. “Hay ciertos factores generacionales que están influyendo en que este fenómeno se presente a nivel mundial, pero, particularmente en los países subdesarrollados, una circunstancia que tiene mucho que ver en
el desarrollo de este grupo poblacional es la falta de oportunidades”.
Las personas de menores recursos, justamente ante la falta de oportunidades, “no pueden acceder por ejemplo a la escuela, y al no acceder a la educación tampoco pueden ingresar al mercado laboral porque no tienen la experiencia ni la formación, entonces son normalmente los que salen perdiendo en esta situación”.
El dilema cultural
Por ello, el fenómeno nini representa una serie de dilemas en el desarrollo de las sociedades. “Esos jóvenes de plano no hacen nada y siguen, al mismo tiempo, consumiendo o sangrando a sus familias, a sus papás, que tienen que mantenerlos, cuidarlos, protegerlos, seguir haciéndose cargo de ellos. Así podemos hablar de que eso puede ser un factor que promueva que ese sector de la juventud busque oportunidades en lados no necesariamente ideales para la sociedad”.
Maestra Villafuerte, ¿de qué modo los jóvenes y sus familias pueden contribuir al destierro del fenómeno nini?
“Es muy importante tratar de mantener a los jóvenes en la escuela lo más posible. Desafortunadamente decirlo es muy sencillo, pero muchas veces en la práctica no es igual. Y sí no, tratar de que contribuyan al ingreso familiar, que trabajen y que hagan un espacio para poder estudiar, aun cuando vayan más despacio, aunque cursen menos materias por ciclo escolar.
“También podrían buscar opciones de créditos educativos para que la familia no tenga que gastar mucho o que no represente un gasto tan fuerte el mantener a un hijo en la escuela. Hay becas en muchísimas instituciones, muchas organizaciones ya buscan seguir fomentando la educación a través de estas, que los propios alumnos pueden solicitar y ganar. Hay algunas becas que inclusive pueden generar, además de cubrir las cuestiones educativas, un poco de recursos para los propios gastos del alumno”.
¿Y cuál es la obligación gubernamental ante este dilema? —pregunta por último Newsweek en Español a la especialista.
“La educación tiene que convertirse en una prioridad. Desafortunadamente no ha ocurrido de esa manera, pero a futuro, si queremos una sociedad mejor, con oportunidades laborales y para todos, debe de aumentarse el presupuesto y mejorar las políticas y reformas en la educación”.