Los habitantes de la localidad de Tonacatepeque, ubicada 25 km al norte de San Salvador, se preparan para paricipar en una festividad que se contrapone al Halloween, en la noche de todos los santos, 1 de noviembre.
Con piel ceniza para simular la esquelética muerte en transición al más allá, jóvenes con gritos despavoridos dan vida a la Calabiuza (calavera), en el pequeño pueblo de El Salvador.
La jornada llena de colorido y razgos culturales comieza frente al cementerio, donde además de la muerte y de almas en pena se hacen presentes personajes de la mitología local como el Cipitío, el Gritón de Medianoche, la Llorona, Padres sin cabeza, la Siguanaba, el Diablo negro y rojo, así como otros personajes que empujan la “carreta chillona” que transporta un ataúd y va adornada de antorchas, lámparas y calaveras.
“Se vivirá una noche de espanto en nuestro municipio ya que festejamos el día de la Calabiuza” que rinde culto al “señor de la muerte” Mictlantecuhtli, anticipó Roberto Herrera, uno de los promotores de la actividad.
Las llamas de las antorchas iluminarán el pintoresco pueblo, mientras cientos de visitantes son testigos de una festividad en la que los personajes de las leyendas salvadoreñas danzan, hacen travesuras y espantan a los más débiles.
Además, los turistas no se escaparán de escuchar el erizante sonido de la carreta chillona y el crujido de los huesos de las calaveras.
¿Qué es “La Calabiuza”?
“Es un morro seco, perforado que simula los ojos, nariz y boca, al que también se le introduce una vela encendida y se coloca en las calle, para mostrarles a los santos difuntos el camino por donde deben pasar para llegar a su casa”, relata la página oficial de esta tradición.
El morro es un recipientes elaborados a partir del fruto seco del Morro (Crescentia alata, C. cujete) y han sido usados por siglos en la región.
Desde un mes antes los jóvenes preparan sus atuendos y hacen una colecta de fondos casa por casa para adquirir los materiales que adornan las carretas, porque la competencia es por generar mayor terror.
“Las carretas se adornan de materiales lo más naturales posible y eso nos llevó durante la última semana a no dormir, fue un trabajo intenso, pero todo lo hacemos para mostrar al mundo un festival de curiosidades y alegría”, comentó a la AFP Karla Arévalo, una estudiante de comunicaciones de 24 años que colaboró con el grupo de jóvenes denominado “Súper Canchita”.
“Ángeles somos”
Los participantes hacen dinámicas de danza a ritmo de tambor que repita el estribillo de siempre: “Ángeles somos, del cielo venimos pidiendo ayote (calabaza) para nuestro camino, mino, mino”.
Como es tradición, la alcaldía de Tonacatepeque entrega más de 34.000 porciones de ayote en miel a los asistentes que se agolpaban frente a gigantescos recipientes donde se cocinaban a la leña.
En diferentes puntos del desfile aparecen con traje blanco los ángeles y las lloronas o plañideras que gritan preguntado dónde está su hijo muerto.
“El papel de la llorona es generar conmoción y escándalo dentro del desfile. En lo personal participo con mis amigos para que no se vaya a perder la tradición”, cuenta a la AFP René García, quien a sus 27 años ha emulado ese personaje durante 13 años.
La Calabiuza es un “espacio de comunidad, de hermandad que nos da la esperanza y alegría que tanto necesitamos”, comentó a la AFP un empresario.
“En este tipo de prácticas hay un sincretismo entre tradiciones prehispánicas de pueblos indígenas y tradiciones cristianas”, explica el escritor y experto en temas culturales, Erick Doradea.
La Calabiuza, según Doradea, está “contrapuesta” al tema de Halloween que es una tradición que fue impulsada por los celtas y de gran vigencia en Estados Unidos.