Shirley hace tareas a deshoras. Karina llega tarde a casa por la falta de semáforos. Irma sufre migraña por el ruido de los generadores de electricidad. El día a día es un calvario en Ecuador, sumido en una crisis energética.
Mientras espera el autobús que la llevará hasta Conocoto, en la periferia de Quito, Karina Vargas describe en una palabra la situación del país golpeado por la peor sequía en las últimas seis décadas: “horrible”.
“Parece que estamos en la época de los Picapiedra“, dice con el rostro cansado, refiriéndose a la popular serie animada que cuenta las aventuras de una familia en la prehistoria.
La ciudad “es un caos total”, agrega esta corredora de seguros de 49 años, que a causa de los embotellamientos por los semáforos apagados tarda dos horas y media en llegar a su hogar. Antes el trayecto le tomaba poco más de una hora en autobús.
El gobierno ordenó cortes de energía de hasta 12 horas diarias en noviembre, pero si las lluvias no vuelven para llenar los embalses de las hidroeléctricas el racionamiento podría endurecerse. El 70% de la energía del país depende de ello.
Shirley Pilataxi, una estudiante universitaria de 21 años, adaptó sus hábitos de sueño a los apagones que empezaron en septiembre.
“Hay veces que llego y no hay luz, me toca despertar a la madrugada para hacer los deberes”, cuenta la estudiante de ingeniería de sistemas. Podría quedarse en la universidad hasta las 22H00, pero perdería el último bus de regreso a su casa en el Valle de los Chillos, en las afueras de Quito.
Precios triplicados
La penumbra aumenta el miedo, en un país sitiado por la violencia ligada al narcotráfico. En la papelería de Gloria Estrella las empleadas revolotean para salir antes de las 18H00, mientras ordenan cartulinas y carpetas alumbradas con sus teléfonos celulares.
“Han empezado a apagar todo”, incluso las luminarias de las calles, dice preocupada Estrella, de 65 años.
Para evitar peligros recortó las horas laborales, lo que derivó en pérdidas de más de 2.000 dólares mensuales y deudas con sus proveedores. Ahora busca un generador eléctrico para mantener en pie su negocio y se arrepiente de no haberlo comprado cuando empezó la crisis y era fácil encontrarlos.
En Ecuador escasean hasta los cables para compartir energía desde una batería externa a un router de internet.
“Los generadores se han triplicado en precios, al principio eran baratos”, afirma Estrella y pide que “controlen a las personas, a los importadores, porque ellos están aprovechando de la necesidad”.
A ella le ofrecieron un generador en 1.500 dólares, que meses atrás costaba unos 600 dólares.
Estas máquinas invadieron la ciudad con sus motores ruidosos y humeantes.
Cerca de la papelería, al menos cuatro generadores obligan a los transeúntes a taparse los oídos.
Según un estudio de la privada Universidad de las Américas, publicado en octubre en la revista Atmosphere, los niveles de dióxido de azufre en el ambiente de Quito aumentaron un 180%, mientras que el monóxido de carbono incrementó un 43%.
Un dolor de cabeza
El ruido de los generadores todo el día y en todas partes le produce migrañas a Irma Paz, una empleada privada de 30 años.
“Trato de cerrar la puerta, pero igual los dolores de cabeza aumentan. No solo es en el trabajo, es también cerca de mi casa, de lunes a lunes”, relata Paz agobiada.
La pesadilla se agrava en las noches: “Tienes que ver para los dos lados a dónde correr, porque no sabes si va a aparecer de repente una moto o un carro. Si sacas el celular para alumbrarte el peligro es que te vayan robando”, explica indignada Paz.
Blanca Cusicagua, de 67 años, vende el popular plato de tripa mishqui (tripas asadas) en un parque, donde antes de la crisis se instalaba desde las 15H00 hasta casi la medianoche. Ahora recoge su puesto más temprano.
“A las once (me voy) porque no hay nada, ya no hay nada de gente”, cuenta. No se aventura a lanzar cifras sobre pérdidas, pero señala que antes compraba 10 largas tripas para asar, ahora solo lleva la mitad.
De acuerdo con Mónica Heller, presidenta de la Cámara de Comercio de Quito, en dos meses de apagones Ecuador ha perdido la “brutal” suma de 7.500 millones de dólares.
La crisis eléctrica está causando “muchísimas pérdidas”, con un “impacto en varios temas como la refrigeración (de alimentos), atrasos en las entregas de la cadena de proveedores” y dificultades para los pagos de forma electrónica, dice Fabio Marotti, propietario de un restaurante italiano en el norte de la ciudad.
“Es otra pandemia la que estamos viviendo”, señala.