El candidato de la oposición uruguaya, Yamandú Orsi, ganó la presidencia el 24 de noviembre tras derrotar a la coalición conservadora. A diferencia de los cambios radicales ocurridos en otros países, la plataforma moderada de Orsi combina políticas orientadas al mercado con programas de bienestar haciéndose eco de anteriores líderes del Frente Amplio como José Mujica.
El panorama político de América Latina está polarizado. Por un lado, se encuentran los regímenes autoritarios —Cuba, Nicaragua, Bolivia y Venezuela—, caracterizados por dictaduras respaldadas por militares, colapso económico y vínculos con los cárteles de la droga.
El nicaragüense Daniel Ortega centralizó recientemente el poder mediante reformas constitucionales con el objetivo de establecer una dinastía familiar similar a la de Corea del Norte. En Venezuela, Nicolás Maduro se aferra al poder a pesar de las victorias de la oposición, mientras que figuras prodemocráticas como el presidente electo Edmundo González y su vicepresidenta electa, María Corina Machado, continúan su lucha en el exilio o en la clandestinidad.
El “efecto Bukele”
Por el contrario, líderes como el salvadoreño Nayib Bukele y el argentino Javier Milei representan una nueva ola de populismo de derecha.
Bukele, con un índice de aprobación de 95 por ciento, ha transformado El Salvador de epicentro de la violencia de las pandillas en uno de los países más seguros de América Latina.
De hecho, ningún gobierno militar de la historia ha logrado resultados similares a los de Bukele ni ha conservado un índice de popularidad superior a 90 por ciento.
Milei, en menos de un año, ha atajado la crisis inflacionista de Argentina, aunque con un importante costo social. Ambos líderes mantienen relaciones favorables con la próxima administración de Trump, que se espera que dé prioridad a la gestión gubernamental basada en resultados frente a la ideología o a las formalidades democráticas.
La derecha tradicional latinoamericana ha perdido tracción ideológica en un mundo en el que ya no es necesario luchar contra el comunismo o la influencia soviética.
El reto permanente para América Latina sigue siendo claro: lograr una gestión gubernamental que equilibre los resultados a corto plazo con la estabilidad a largo plazo.
La influencia de Estados Unidos se cierne sobre la región. Es probable que la administración entrante de Trump reformule las alianzas regionales, aprovechando a líderes como Bukele y Milei como socios en materia de seguridad.
Mientras el éxito de Bukele cautiva a la región, muchos se preguntan si su enfoque podría redefinir la gobernabilidad democrática para un continente desesperado por el cambio.
Esta dinámica cambiante plantea cuestiones críticas: ¿Pueden estos líderes establecer modelos de administración sostenibles, o serán víctimas de la inestabilidad cíclica de la región? Mientras tanto, las democracias liberales de América Latina, como en el caso de Uruguay, se enfrentan al hartazgo de los electores y a unas perspectivas de reelección limitadas.
Los informes sugieren que Maduro en Venezuela podría buscar negociaciones para una salida segura, mientras que México ya está ajustando las políticas comerciales en previsión de las demandas de Estados Unidos. Las intervenciones militares para desmantelar estas dictaduras, apoyadas por aliados como Argentina y El Salvador, no se pueden descartar.
Lo que solía pasar por la izquierda en Latinoamérica está hoy atrapado en la nostalgia del discurso político de los años 1960. Su relevancia es mínima, y sus seguidores parecen ser lo que el escritor peruano Álvaro Vargas Llosa llamó alguna vez “los perfectos idiotas latinoamericanos”.
Con información de Newsweek en Español
Articulo de opinión de Eduardo del Buey, diplomático canadiense jubilado, autor, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones estratégicas.