El conflicto en el Líbano entra en un predecible espiral de violencia con ataques, bombardeos y reacciones en cadena explosiva que pueden arrastrar a otros protagonistas regionales.
En este marco, mucho se habla de las capacidades militares de excelencia que posee Israel, incluyendo su nunca oficialmente reconocido arsenal nuclear. Además, se probó en combate la enorme capacidad tecnológica del armamento convencional israelí y la gran organización de personal en el ejército, la marina, la fuerza aérea y los comandos especiales.
Pero respecto al poder de fuego del grupo chií Hezbolá hay visiones concordantes en que se trata de la más potente maquinaria de guerra en manos de una organización no gubernamental en el mundo.
Aunque la superioridad israelí en recursos es extraordinaria, ello no impide aceptar que en el marco de las guerras modernas la potencia de fuego y destrucción de un país o grupo inferior también se mide en términos de cómo el daño que se puede causar impacta en la opinión pública del contendiente. Es la visión China en los años de Mao, cuando el líder sostenía que, aun siendo minoritario su arsenal nuclear respecto a EEUU o la Unión Soviética, un solo impacto con cientos de miles de muertos y sobrevivientes irradiados podían generar un caos total.
Israel dispone de la flor y nata del armamento norteamericano, más sus propias invenciones bélicas. Dispone de apoyo permanente de los EEUU y la historia demuestra que las guerras en la región crearon verdaderos hitos en el accionar de determinadas armas: los Mirage franceses en la guerra del ‘67 y los sistemas soviéticos SAM y antitanques en 1973.
Pero en el nuevo siglo el desarrollo armamentístico es incomparable. Mucho más cercano, veloz y pequeño que en la Guerra de las Galaxias de los tiempos de Reagan. Hoy Tel Aviv dispone del sistema de cohetes antimisiles denominado “Cúpula de Hierro”, además del famoso sistema Patriot, de defensa aérea.
Los pilotos israelíes, quizás los mejores del mundo, pilotean el avanzado caza estadounidense F-35, entre otro selecto grupo de aviones de combate. Tiene una selección de los mejores blindados, tanques, puestos de comando, comunicaciones, flotillas de drones y logística aceitada para dotar y desplegar a 170.000 soldados en activo, a los que se suman las reservas organizadas con disciplina bien entrenadas tras años de conflictos.
Frente a esa maquinaria se despliega Hezbolá. El grupo integrista logró sostener una sólida estructura de mandos que fue dañada por la destrucción del sistema de comunicaciones con beepers durante la semana pasada, pero que no alcanzó para desmembrar la red. Los milicianos tienen una gran experiencia en el combate tras la guerra del 2006 con el propio Israel y los 13 años de conflicto en Siria donde jugaron a favor del gobierno de ese país.
Hassam Masrallah, líder de Hezbolá, dice contar con 100.000 efectivos terrestres, aunque en Occidente se comenta que serían la mitad. Dispone de un amplio arsenal de armas de corto y mediano alcance. Desde los tradicionales cohetes Katyusha hasta los Fateh 110 con alcance de hasta 300 km o los conocidos Scud B-C-D que pueden destruir objetivos a casi 500 km. Pero carecen de tanques, otros blindados y aviones.
A todo ello se suman un grupo de decenas de drones con amplias capacidades para vigilar y atacar objetivos enemigos que pueden llegar hasta los 2.000km. Buena parte de estas armas, en especial las más sofisticadas y los drones, provienen del régimen iraní.
Existe una circunstancia geográfica que otorga a Líbano y al Hezbolá una perspectiva estratégica distinta. Lindantes con Siria, sobre el Mediterráneo y muy cerca de Irán e Irak, pueden generar rutas de abastecimiento sobre territorio amigo. De hecho, en las últimas horas del lunes hubo disparos desde Irak donde opera la Resistencia Islámica, de fuertes nexos con Irán. Hezbolá despliega sus misiles tácticos y cohetería cerca de Beirut, en el valle de Bekaa y el sur del Líbano.
Los dispositivos estratégicos de mayor alcance, como misiles balísticos y crucero, están dispuestos en Beirut y Bekaa. Este último valle será objetivo de la próxima e inminente campaña israelí.
La apertura del segundo frente es casi un hecho. Decenas de muertos y miles de libaneses e israelíes huyen de la zona sin saber cuándo podrán volver.
La gran escalada ya comenzó. El antecedente de la guerra de 2006 está latente. En aquel entonces, hubo cerca de 1500 muertos, cientos de miles de desplazados, daños ambientales y acusaciones mutuas de violaciones a los derechos humanos, crímenes de guerra y utilización de armas prohibida. Ese fue el doloroso saldo de la contienda.
Dieciocho años después, el fantasma no desapareció y las sirenas que anuncian los ataques siguen aterrorizando a la indefensa población civil. Nada parece haber cambiado en el sur del Líbano y se puede pensar (con razón) que las fuerzas de los contendientes nos son parejas. Ambos, Israel y Hezbolá, se preparan para una nueva guerra cargada de odio, pasión y venganza.