“Aquí lo que traigan de trabajo nosotros lo recibimos”, dice el preso Raúl López en el taller de confecciones de una cárcel de El Salvador, donde están recluidos miles de excolaboradores de pandillas.
Como López, más de 29.000 reclusos reciben capacitación en diferentes oficios en el Centro Penal La Esperanza, situado en la periferia de San Salvador, en un programa reservado a presos comunes y colaboradores de pandillas, pero no a pandilleros.
“Para nosotros es bienvenido [cualquier pedido de costura], porque nos da una oportunidad para poder estar entretenidos y evitar el ocio”, indica López, de 32 años, quien con su trabajo en el taller ha logrado reducir ocho años de su condena a 40 años de prisión.
La mayoría de los 256 internos del centro de confección visten un chaleco celeste mientras trabajan en sus máquinas de coser. Según López, la mayoría que mostraba la prenda azul corresponde a colaboradores de pandillas, menos él.
Los 29.073 reclusos de La Esperanza participan en el plan “Cero Ocio”, entre los que hay unos 6.000 presos por delitos comunes.
Los restantes 23.000 presos eran colaboradores de pandillas detenidos en el marco de la “guerra” contra esas bandas criminales que el presidente Nayib Bukele lanzó en marzo de 2022 al amparo de un régimen de excepción.
“Los [presos] que tenemos aquí, muchos de ellos han sido colaboradores de las pandillas, pero aquí en nuestros cantones y caseríos era un medio de supervivencia”, explica el director del presidio, Juan José Montano, durante una visita de periodistas, entre ellos un equipo de la AFP.
El funcionario aclaró que a diferencia de los colaboradores, los pandilleros “no se pueden reinsertar” porque forman parte del crimen organizado y “la única forma de salir [de la banda] es muerto”.
“Mucha de esta gente se vio involucrada en crímenes por temor [a los pandilleros], por instinto de supervivencia. Esa es la gente que estamos tratando de recuperar y se le está dando como una oportunidad”, subraya Montano.
Uno de los talleres que más actividad muestra es el centro de formación industrial textil, donde los internos confeccionan uniformes para el ejército, deportistas o para la misma población reclusa.
De la prisión a diario salen unos 2.000 internos en “fase de confianza” a trabajar en apoyo a comunidades, en la construcción de dos hospitales o en un plan de fumigación para prevenir el dengue.
En La Esperanza también hay diversión, pues disponen de una orquesta integrada por 25 internos que actúa en actos culturales.
En la periferia de la ciudad de Santa Ana, unos 70 km al oeste de San Salvador, funciona además una extensa granja y un gigantesco taller de estructuras metálicas donde trabajan 5.000 presos comunes.
El Salvador tiene 81.900 presuntos pandilleros detenidos bajo el régimen de excepción, que sumados a los recluidos por delitos comunes suman más de 100.000 reclusos.