Durante algunos siglos la capital de la moda mundial estuvo situada en París, pero el nacimiento, durante la segunda mitad del siglo XIX, de Rosa Genoni, la primogénita de una familia numerosa, haría temblar los cimientos parisinos y convertiría a Milán en la nueva meca de la moda.
Recorramos de manera breve el camino que la ha llevado a posicionarse como un gigante en este rubro, y a conocer la manera en cómo se está preparando de cara al futuro.
Desde los tiempos de Luis XVI, todas las miradas de Europa estaban puestas en París como la gran capital de la moda. La corte francesa era creadora de novedades que se difundían en las principales capitales. Los periódicos y revistas de París plasmaban los modelos en boga que inmediatamente copiaban las hábiles modistas del continente, incluyendo a los italianos. Un claro ejemplo fue Elena Bestini, renombrada costurera de Lecce quien ostentaba orgullosa que sus modelos eran confeccionados a partir de la “moda de Francia”.
Pero el cabo del hilo del cual hay que tirar para conocer los inicios de la auténtica moda italiana está ligado a Rosa Genoni, nacida en 1867 en Tirano, provincia de Sondrio.
Rosa era la primogénita de una familia numerosa. A los diez años fue enviada a Milán con una de sus tías a trabajar como piccinina o ayudante de sastrería. Su origen humilde no fue obstáculo para que a los 18 años destacara como “maestra” en la sastrería milanesa Dall’Oro. Desde ese momento mantuvo una vida activa como pionera de una moda desligada de la influencia francesa, además de convertirse en activista de movimientos socialistas a favor de los derechos de las mujeres obreras.
En 1906 Rosa Genoni obtuvo el gran premio otorgado por el jurado de la Feria Internacional de Milán. Los impactantes modelos que presentó, inspirados en las obras de pintores renacentistas como Pisanello, Boticelli y Raffaello, causaron admiración entre el público y la prensa asistente.
Genoni aprovechó así la oportunidad para empezar a promover la idea de “mirar hacia adentro” y crear una moda italiana. Comprendió que al revolucionar la moda, la vida de las mujeres cambiaría, pues no sólo obtendrían mayores oportunidades laborales sino también acceso al placer de vestir de manera bella y digna.
Después de la Segunda Guerra Mundial los estudios de grabación de Cinecittá en Roma fueron escenarios de importantes producciones cinematográficas. Con sus incontables ruinas y monumentos, su clima envidiable y su atmósfera festiva, la Ciudad Eterna resultó irresistible para estrellas como Audrey Hepburn, Elizabeth Taylor y Ava Gardner. Deambulaban por sus calles y se encontraban con las casas de moda italianas a las que ordenaban vestidos que posteriormente lucirían en sus presentaciones.
Si ya nombres como los de Salvatore Ferragamo, Gabriella de Bosdari, Guido Ravasi, Elsa Schiaparelli y Emilio Pucci eran relevantes en diferentes sectores relacionados con el diseño y la indumentaria italiana, no fue sino hasta la década de 1950 que Italia se convirtió en seria rival de la moda parisina. La mente maestra detrás de ese empeño fue el marqués Giovanni Battista Giorgini.
Después de pasar décadas promoviendo artículos artesanales italianos de lujo en las tiendas departamentales de Nueva York, Battista Giorgini logró que el mercado estadounidense empezara a reconocer la calidad de los productos Made in Italy. Italia era un hervidero de talento, solo faltaba darlo a conocer al mundo.
Convenció a la prensa y a los compradores estadounidenses que asistían a las presentaciones en París, de que pasaran algunos días en Florencia. Reunió 180 modelos de algunas de las más selectas casas de moda como Simonetta Visconti, Sorelle Fontana, Fabiani, Germana Marucelli y Emilio Pucci, e invitó a las damas de la alta sociedad florentina a que portaran vestidos de confección nacional.
Battista Giorgini comprendió que relacionar el buen gusto y la calidad de los creadores de moda del momento con la identidad nacional, ligada a la indiscutible tradición artística renacentista, les otorgaría una inimitable ventaja competitiva.
Fue en ese contexto que el 12 de febrero de 1951 organizó un desfile en su residencia de Villa Torrigiani en Florencia. El éxito fue rotundo. La frescura de los diseños, amén de los precios –mucho más accesibles que los franceses–, dejaron perplejos a los asistentes, quienes compraron todo.
Nadie podía contener ya la avalancha de protagonistas de la moda que Italia habría de ofrecer al mundo. Surgieron creadores que sorprendieron con sus formas exquisitas de manipular los lujosos materiales, todos con estilos propios: Armani con sus líneas sobrias fue el preferido de las mujeres de negocios de éxito. Versace con su obsesión por la opulencia atrajo a los más osados. Missoni creó tejidos multicolores altamente apreciados por las celebridades sofisticadas. Valentino lanzó sus exquisitas prendas femeninas. Moschino ofreció un estilo irreverente, y Dolce & Gabbana se inspiró en la mujer siciliana.
Pero a medida que la globalización avanza, la moda Italiana también sufre sus efectos. La mano de obra china ha arrebatado miles de trabajos a los artesanos y productores italianos con la polémica autenticidad de lo Made in Italy. Muchos piensan que si no se lleva a cabo todo el proceso de producción en Italia, la marca no puede tener la misma validez. Y a esto hay que agregar que los jóvenes herederos de las tradiciones artesanales han preferido abandonar el oficio de sus padres, e incluso emigrar a otros países debido a la crisis económica. Además, aunque existen organizaciones que buscan proteger e impulsar la moda italiana, algunas marcas dan prioridad a la promoción de sus propias regiones con el fin de hacer crecer sus negocios.
¿Qué se puede esperar del futuro de la moda italiana? No hay certeza. Felizmente el talento y la pasión por el estilo siguen latiendo en los corazones italianos y éstos harán todo lo necesario para no dejarlos morir, porque para ellos el buen vestir es más que vanidad: una cuestión de dignidad.
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Vestir “a la italiana”
En primer lugar, cabe mencionar que para los italianos, la ropa es una “segunda piel” con la que lo primordial es sentirse cómodo y confiado. Si no se lleva con naturalidad, no sirve. El punto de partida para lucir esa “aura” de estilo es la seguridad y con ella, la capacidad de olvidarse de uno mismo.
Con este primer punto en mente, recordemos que la mayoría de los italianos sabe que para lucir bien, es muy importante usar lo que les favorece tomando muy en cuenta el ajuste de las prendas. Ni muy apretadas, ni demasiado holgadas. La idea es lucir la figura pero con decoro y con la suficiente soltura para estar a gusto.
Si bien es cierto que al estar rodeados de moda resulta casi imposible no seguirla hasta cierto punto, una buena parte de los italianos no se obsesiona con ella – o en pocas palabras, no son “víctimas de la moda”. Más bien, procuran desarrollar un estilo propio, integrando las tendencias con sentido común. De hecho, quienes tienen un presupuesto limitado, prefieren adquirir prendas básicas y de la mejor calidad posible, para complementarlas con algunos artículos de moda para mantenerse al día con mayor facilidad.
Otro gran secreto es el de saber mantener el equilibrio. ¿Cómo se logra? Si una prenda o accesorio tiene mucho mérito, todo lo demás debe servir como complemento de la misma. De esa forma, se obtiene un punto focal dominante y una cierta armonía en toda la composición.
Finalmente – y este no es ningún secreto – los italianos son fanáticos de los accesorios. Tanto hombres como mujeres, entienden que cualquier traje o vestido lucen mucho más con el calzado, el bolso o el cinturón adecuados. No se trata de exagerar en cantidad pero si de prestar atención al detalle, dándole el acabado necesario a todo el “look”.