Concluida la jornada
electoraldel 7 de junio y
realizados los cómputos distritales, los saldos de la elección intermedia en
nuestro país son múltiples. Políticos, analistas, académicos y periodistas han
evaluado los resultados y en todos ellos prevalecen tres constantes: 1) el
Partido Revolucionario Institucional (PRI) y sus aliados en el Congreso de la
Unión (el Partido Verde Ecologista y el Partido Nueva Alianza), tendrán mayoría
absoluta en la Cámara de Diputados; 2) las derrotas de los dos grandes partidos
opositores (el Partido Acción Nacional y el Partido de la Revolución
Democrática); y 3) la irrupción en el escenario político de nuevos actores como
las candidatos independientes y los partidos políticos Morena y Encuentro
Social.
A comienzos de este 2015
parecía imposible que tras la profunda crisis de legitimidad desatada a partir
de los trágicos sucesos de Ayotzinapa, en septiembre de 2014, el partido del
presidente Enrique Peña pudiera mantener el control de la Cámara de Diputados.
El tamaño de la protesta social, las movilizaciones y los constantes escándalos
hacían prever un escenario catastrófico para el PRI en la elección federal y en
la mayoría de las gubernaturas que se disputaron. No ocurrió así, y no sucedió
por varias razones que vale la pena reflexionar aquí.
El PRI, en alianza con el
Partido Verde, obtuvo 186 de los trescientos distritos electorales del país; es
decir, seis de cada diez diputaciones de mayoría relativa en disputa fueron
conseguidas por esta coalición. Un número sorprendente para la diversidad
política de México y en especial bajo las condiciones de cuestionamiento y
críticas de un amplio sector social. Son esas victorias las que le permitirán
al partido en el gobierno y a sus aliados convertirse en mayoría a partir del 1
de septiembre y, con ello, transitar las reformas a leyes secundarias y los
presupuestos de egresos de los próximos tres años. ¿Cómo fue posible esto?
Las elecciones intermedias siempre
han sido llamadas las elecciones del “voto duro”. Esto se refiere a que se
trata de comicios donde los partidos ganan con el peso de sus estructuras y con
la movilización de sus votantes más leales. Son las maquinarias de los partidos
las que ganan esas elecciones porque, a diferencia de las presidenciales, que
concentran en torno a la figura de un candidato las simpatías, en este caso las
preferencias se diluyen en un mar de nombres, personajes, discursos y ataques.
De ahí que toda elección intermedia es una prueba sobre el reconocimiento y el
poder de una marca: la marca de un partido político.
En un artículo publicado en
el diario El País,
días antes de la jornada electoral, el coordinador de Estrategia Política del
PRI nacional, Arturo Huicochea, develó el secreto que para esta elección tenía
preparado el partido en el gobierno. Utilizando las herramientas tecnológicas
más modernas, el “viejo” partido había llegado hasta la mínima expresión al
momento de segmentar a sus votantes para así identificarlos y hacer el trabajo
correspondiente. Se trata de un modelo de marketing político que se volvió popular en
Estados Unidos a partir de las elecciones presidenciales de 2004 y que se
conoce como microtargeting.
En términos muy generales, este método empleado en las campañas políticas
utiliza de manera simultánea múltiples bases de datos buscando obtener la mayor
cantidad de información sobre sus votantes potenciales para 1) identificarlos,
2) georreferenciarlos y 3) construir el mensaje político preciso, no para un
conglomerado de electores como se hacía antes (obreros, campesinos, etcétera),
sino para un segmento tan fino y específico que prácticamente personaliza la
búsqueda del voto. Para decirlo en pocas palabras, se trata del “tocar las
puertas” de los electores en la era digital.
El microtargeting fue la principal herramienta del PRI
para esta elección, la cual, a lo largo de los meses de campaña, le permitió
hablarle directamente a sus votantes a través de la radio y la televisión y que
junto con el resto de las fuerzas políticas lanzaron veinticuatro millones de spots en
cuarenta y cinco días. Una avalancha de información política que la mayoría de
las personas desdeñó pero que, en el caso del tricolor y, a luz de los resultados,
llegó a los ojos y oídos para quien estaba destinada.
Quizá con la única excepción
de Morena, el partido de Andrés Manuel López Obrador, que convirtió su campaña
en un referendo sobre la emblemática figura del político tabasqueño, ningún
otro partido pudo identificar de mejor manera dónde estaban sus electores y
cuál era el mensaje que querían escuchar para salir a las urnas en estas
elecciones.
Morena tomó la decisión de
centrar su campaña aérea en López Obrador, dos spots y
un mensaje básico: Morena es AMLO y AMLO es Morena. El resultado fue la
conquista de la mayoría parlamentaria en la Asamblea Legislativa del Distrito
Federal y de cinco delegaciones en la Ciudad de México. Además obtuvo el 8.3
por ciento de la votación enel país,
que le significará una primera bancada en San Lázaro de unos treinta y cinco
diputados. ¿Esto le dará para ser competitivo en 2018? Es posible, pero si
descontamos las votaciones en el DF y Tabasco, Morena es aún un partido con una
larga tarea territorial por delante.
El balance en los estados lo
acaparó el triunfo del “independiente”, Jaime Rodríguez Calderón. Todos los
medios nacionales e internacionales destacaron el triunfo del Bronco en la elección de Nuevo León. Un
candidato “independiente”, pero con claros patrocinadores e intereses detrás,
casi todos empresarios, medios y políticos enemistados con el gobierno de
Rodrigo Medina. Rodríguez Calderón es el mejor ejemplo del cambio en la manera
de hacer campañas que ha experimentado la política nacional.
Una anticipada, intensa y muy
bien articulada estrategia de redes sociales no sólo logró capturar el
descontento de los neoloneses, de “la raza”, en favor del Bronco. También mostró las grietas de
las reglas del juego, las debilidades de los partidos tradicionales y las
nuevas variables que pueden modificar el escenario de la elección presidencial
de 2018. Frente a un acontecimiento inédito y una votación abrumadora, el
gobierno federal reaccionó rápido mostrándolo como signo de madurez democrática
y producto de la reforma política del año pasado.
En el resto de las entidades
donde se renovaron los poderes ejecutivos locales, el PRI recuperó Sonora y
Guerrero. El primero, un estado clave por su peso económico y su relevancia
política, y el segundo, por los acontecimientos de Ayotzinapa, que habían sido
la principal hemorragia en la legitimidad presidencial. El PRI retuvo para su
causa Campeche, San Luis Potosí y Colima —esta última una elección muy cerrada
que seguramente habrá de definirse en los tribunales—. Obtuvo la mayoría de los
ayuntamientos en disputa y capturó tres delegaciones en el Distrito Federal,
hecho que no sucedía desde hace dieciocho años.
Paradójicamente, el escenario
de un gobierno en crisis y debilitado, que parecía una gran oportunidad para los
opositores al PRI, principalmente el PAN y PRD, resultó un fiasco en las urnas
para ambos. Si bien Acción Nacional recuperó Querétaro y retuvo la gubernatura
de Baja California Sur, sus resultados en el Congreso hablan de un claro
retroceso. Este ya ha propiciado una cacería de brujas encabezada por el propio
expresidente de la república Felipe Calderón. El “peor resultado electoral del
PAN en veinticinco años” ha dicho en un video la ex primera dama Margarita
Zavala.
Para el PRD el descalabro fue
mayor. La sangría que produjo la salida de Andrés Manuel López Obrador,
Cuauhtémoc Cárdenas y Marcelo Ebrard, los escándalos de corrupción y, en
especial, el caso de Guerrero, lo llevaron a ver reducida su bancada en la
Cámara de Diputados a la mitad y a perder buena parte de su poder en la Ciudad
de México. Apenas rescataron la gubernatura de Michoacán, por lo que enfrentan
la necesidad de reconstruirse.
Las causas de la derrota del
PRD están desde luego en la división interna, pero también en una equivocada
lectura del papel que le corresponde jugar del lado izquierdo del espectro político.
Si son una opción socialdemócrata y no una izquierda radical deberán renovar
sus cuadros y su discurso y evitar que Morena continúe creciendo a costa de
ellos.