LEO CON REGULARIDAD las quejas y admito las propias cuando equivocadamente le llamamos pausa de vida a este bólido pandémico cuya fragmentación aún no termina y que, por el contrario, en lugar de reflejar una realidad paralizante, nos ha llevado a cambios dramáticos que han impactado los hábitos personales, la salud mental, las actividades productivas, los esquemas de consumo, pero sobre todo, un nuevo entendimiento social para reinventarnos con urgencia y así salir lo mejor librados posible del entorno convulso.
Habría que entender que no fue pausa, sino cambio; uno de raíz que cada uno de nosotros experimentó en forma distinta y que, como águilas en solitario en su propia cima de la montaña, tuvimos que arrancarnos las garras y las plumas con las que nos construimos toda la vida para dejar nacer otras con las que emprenderemos el vuelo que de ahora en adelante ayude a canalizar mejor el dolor o la transformación que cada uno tuvimos.
A diferencia de la repentina transformación de Gregorio Samsa en La metamorfosis, de Kafka, que fue repudiado por su propia familia al no poder seguir siendo el proveedor económico luego de que se convirtió en insecto y prefirió el aislamiento, la nueva piel de esta era podría estar marcada por la ayuda mutua, la empatía, la consolidación de la ciencia y la importancia de un sistema sanitario que funcione desde la ética para evitar enormes y perniciosas especulaciones que podrían afectar por décadas y de forma irreversible la percepción de la medicina mundial, producto de la infodemia y la mala gestión de la crisis que desembocaron en el terreno político durante la pandemia.
La alegoría de la obra de Kafka es que la transformación del personaje reveló el entorno hostil y el abandono, producto del individualismo que el autor percibió durante su época. En esta otra piel que nos deja la pandemia podemos situar una muy diferente comprensión social basada desde la libertad, en la que podemos ayudarnos unos a otros sin perder nuestro individualismo y, más aún, hacerlo flexible.
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Crear esas otras posibilidades de construcción social a partir de un virus parecía impensable en medio del caos mundial: vulnerabilidad sanitaria, pérdidas humanas, incertidumbre generalizada, aumento de la inseguridad y una crisis económica sin precedentes en la era reciente que nos tomó desprevenidos a todos y que nunca imaginamos que una de las necesidades más apremiantes era reinventarnos para intentar sobrevivir; particularmente en lo económico y, sobre todo, en los países más vulnerables donde no hubo un adecuado manejo de la pandemia.
El destino de cada uno de nosotros no está marcado por lo que nos hemos dicho a nosotros mismos de quiénes somos y de lo que creemos que son nuestras habilidades y hasta preferencias. La crisis sanitaria nos enseñó que podemos descubrirnos en otros ámbitos y ganarnos la vida de distintas formas y que tenemos la posibilidad de ser más flexibles ante las circunstancias.
Todavía no sabemos con exactitud las implicaciones sociales, económicas y políticas que ha significado reinventarnos en medio de una pandemia y la desconstrucción social emergida del entorno; lo que sí sabemos es que el autodescubrimiento tiene resistencias, pero también puede florecer en medio del caos. N
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Adriana García es escritora y periodista. Sus ensayos y novelas se han publicado en México y Estados Unidos. Ha dirigido diversas oficinas de comunicación y es asesora en comunicación política de organizaciones públicas y privadas. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad de la autora.