La canción clásica de Meat Loaf, “Paradise by the Dashboard Light”, pronto parecerá de plano prehistórica, una tonada de cuando la gente tenía que escabullirse para tener sexo en autos estacionados. En la era de los vehículos autónomos, a los expertos les preocupa que tengamos todo tipo de sexo en coches en movimiento. Los adolescentes pasionales podrían ordenar un deportivo utilitario Uber sin chofer con vidrios polarizados para una vuelta por la ciudad. Un oficinista podría aprovechar por completo el largo trayecto matutino con la esposa, o con la esposa del vecino. Solo podíamos esperar que Daimler-AG anticipara este acontecimiento cuando en 2014 registró una marca registrada para un servicio de coches sin chofer que se llama —no bromeamos— Car2come [auto para venirse]. (¿Tal vez debieron tener un angloparlante nativo en la sala entonces?)
El movimiento de los coches autónomos está acelerando rápido con un Tesla en modo Huevo de Pascua Ridículo. En semanas recientes, Jaguar Land Rover invirtió 25 millones de dólares en Lyft para que JLR pueda probar sus coches autónomos en el servicio de autos de alquiler de Lyft. Honda, que se ha rezagado en la tecnología sin chofer, reveló planes ambiciosos de hacer coches para 2020 que se manejen a sí mismos en autopistas. Delphi, el fabricante de refacciones para auto domiciliado en el Reino Unido, y Transdev, compañía francesa de transportes, dijeron que empezarían conjuntamente a probar “movilidad sin chofer y por encargo” en caminos de Francia.
Casi todo fabricante de autos y docenas de empresas nuevas bien financiadas compiten frenéticamente por un futuro sin chofer. Pero aun cuando próximamente podremos ver autos sin conductor, es difícil entender cuánto cambiará la vida cotidiana. Aun así, los funcionarios de gobierno ya empiezan a batallar con grandes problemas sociales relacionados con este asunto: la Liga Nacional de Ciudades acaba de publicar un estudio que aborda preocupaciones sobre privacidad (¿quién sabrá que haces viajes diarios a la licorería?), regulación, propiedad de datos,hackeo y, por supuesto, seguridad. Y todavía hay muchísimo más que considerar. Cierta investigación dice que, en veinte o treinta años, la mayoría de la gente en entornos urbanos se desplazará en coches sin chofer. En ese momento, el impacto en cascada de la transportación sin chofer será tan grande —y tan matizado— como el cambio de los caballos a los autos a principios de la década de 1900.
Por ejemplo, la mayoría de los consumidores hallará asegurar su coche menos necesario que el papel carbón. Flo, de Progressive, y el gecónido de Geico, estarían obligados a buscar trabajo como extras en películas de Disney. Los accidentes automovilísticos (supuestamente) casi nunca sucederán. Ello devastará la industria de grúas, la cual emplea alrededor de 1.6 millones de personas con un salario promedio de 41,000 dólares. Hablamos de un asesino de empleos.
En la era de los caballos, había la necesidad de tener establos en todas partes. En la era de los autos, hemos necesitado gasolineras en todas partes. Pero en la era de los coches sin chofer, la mayoría de los carros serán eléctricos y hallarán automáticamente una estación de recarga, de la manera que un Roomba regresa a su base después de aspirar el pelo del gato. Las gasolineras se convertirán en algo que les contaremos a los nietos.
Los coches automanejables no necesitan estacionarse. Pueden dejarte y darle un aventón a alguien más. Hay 2,000 millones de lugares de estacionamiento en Estados Unidos y miles de millones más en todo el mundo. ¿Qué pasa si no necesitamos estacionamientos? ¿Los convertimos en parques? ¿Tierras de cultivo urbanas?
Los semáforos podrían desaparecer. Si has usado la aplicación de tráfico Waze, sabes que la tecnología de hoy puede rastrear de cerca dónde estás, tu velocidad y riesgos. Los coches autónomos tendrán una versión muchísimo más avanzada de eso, por lo que todo tipo de señal de tránsito podría pasarse del hardware en el suelo al software en la nube, diciéndole automáticamente a cada coche dónde y cuándo detenerse, avanzar, confluir y todo eso. Visite una ciudad dentro de cincuenta años y tal vez no haya una sola señal de tránsito.
Los pronosticadores dan una imagen de coches autónomos ordenados obedeciendo los límites de velocidad y manteniendo su distancia segura de otros autos. Pero si los humanos exigen variedad, algunas compañías podrían darnos por lo menos configuraciones opcionales, permitiéndonos marcar modos que podrían ir desde “Cauto” para las familias con niños pequeños hasta “Prisa” para las multitudes fanáticas de “Mad Max” cuando ya vas veinte minutos tarde a la boda de tu hija. Es más, ¿cómo se vería una persecución en un coche sin chofer en las películas? Marque otro obituario cultural automovilístico.
Los coches autónomos también destruirán el meme de la mamá de suburbio fino que lleva sin descanso a su hijo al futbol, piano, cerámica y clases de evasión fiscal. Millones de padres más bien llamarán un auto, meterán en él a sus hijos, los rastrearán con una aplicación y se prepararán un bufet en el patio trasero. La respuesta contraria a la hipercrianza podría ser simplemente la crianza de sofá permitida-por-el-coche-autónomo.
¿Y quién va a limpiar el interior de un Lyft u otro coche autónomo compartido? ¿Los sensores sabrán si un niño vomitó su pastel de cumpleaños en el asiento trasero? Tales aspectos de la vida posterior al manejo faltan en la mayoría de las investigaciones. Un estudio nuevo de Intel y Strategy Analytics parece plantear ideas todavía más locas. Dice que los vehículos sin chofer generarán 7 billones de dólares —casi el doble del producto interno bruto de Japón— en actividad económica mundial en 2050. Parte de ello vendrá de lo que el informe llama “aplicaciones previamente no imaginadas”. Una posibilidad, dice el informe, es salones de belleza móviles. No dice si la estilista en ese salón robótico también será un robot.
Otra manera de darse una idea de cuán sorprendentes podríamos hallar los cambios traídos por los autos autónomos es volver a la transición de los caballos a los coches. Cerca del final del siglo XIX, la población de caballos se disparó en las ciudades importantes. El auto todavía no se producía en masa, y nadie podía imaginarse de qué otra manera las personas y cosas iban a moverse por la ciudad. Pero el estiércol de caballo literalmente ahogaba a las ciudades. Un observador escribió que las calles de Nueva York estaban “literalmente alfombradas con una estera caliente y marrón… oliendo como el paraíso”. A otra persona le preocupaba que el estiércol se apilara más allá de las ventanas de un tercer piso. En 1898, la primera conferencia internacional sobre planeación urbana se vio tan atascada de problemas de estiércol que los delegados terminaron la reunión una semana antes.
Para 1920, 12 años después de que Ford introdujera el Modelo T, el problema había desaparecido. Y para entonces, mucha gente había entendido que la lujuria se satisfacía muchísimo mejor en un coche que en un caballo, inspirando canciones que van desde “No Particular Place to Go”, de Chuck Berry, hasta “Backseat Freestyle”, de Kendrick Lamar, con Meat Loaf metido entre las dos.
No podemos esperar a las nuevas canciones tan pronto como el amor adolescente se convierta en algo que se experimenta en movimiento. Pero no le pregunte al gobierno. “Esa es una de varias cosas que la gente hará que inhiba su capacidad de responder con rapidez cuando la computadora le diga al humano ‘hazte cargo’”, se lamentó rígidamente Barrie Kirk, del Centro Canadiense de Excelencia de Vehículos Automóviles, con un reportero.
No es exactamente: “Nene, puedes manejar mi auto”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek