En el 2008 se difundió la película del director y co-productor Bryan Singer, escrita por Christopher McQuarrie, con el popular actor Tom Cruise en el papel del coronel Claus von Stauffenberg , desde los poderosísimos estudios judíos de la industria hollywoodense, con un presupuesto que rayó en los 90 millones de dólares, recrearon el atentado fallido al líder alemán Adolf Hitler, durante el suceso histórico del 20 de julio de 1944, realizado por un reducido grupo de oficiales traidores de la Wehrmacht, organizados por el coronel conde Claus von Stauffenberg, como parte de un golpe de estado en la llamada Operación Valkiria. Este suceso histórico, evoca lo que pasa con el equipo económico de la ya muy desgastada “Cuarta Transformación”, claro, guardando las debidas proporciones, ya que se presentan ambos casos como los extremos, uno del intento de asesinato y por el otro, un atentado inexistente y supuesto intento de bloqueo o sabotaje de la multicitada Cuarta Trasformación.
El contexto en el que coincide esta película, por una parte con la economía mexicana en el ojo del huracán dadas las torpes maniobras de gestión directiva gubernamental y por la otra el momento donde se confluye con la desaceleración de la economía mundial. Hoy, quienes son los capitanes de la economía, corazón y cerebro del gabinete económico, se parecen a ese pequeño grupo de insurgentes, conformado por un supuesto grupo de conservadores neoliberales, traidores de la Cuarta Transformación, o sea, los ortodoxos de la congruencia de los hechos, datos duros, con sólida formación académica, económica y de resultados manifiestos en su currícula de vida profesional. Aquellos irredentos de la discordancia ideológica, de método y las supuestas o susodichas traiciones a la cuarta transformación.
Son los principales alfiles y cardenales del gabinete económico, a saber: Arturo Herrera Secretario de Hacienda, Carlos Urzúa el primer caído; Gerardo Esquivel, flamante académico e investigador mediático subgobernador del Banco de México; Jonathan Heath, de sólido prestigio en ámbitos técnicos, financieros y económicos, también subgobernador de nuestro banco central; y Alfonso Romo, polémico millonario, neoliberal exitoso, de fuerte raigambre salinista, poderosísimo redimido de AMLO para liderar asuntos económico-empresariales y quien estuvo detrás de la renuncia del sensato, prudente y sereno exsecretario de Hacienda Carlos Urzúa, hoy Romo es el jefe de la Oficina de la Presidencia, más visible y mediático de los últimos sexenios, desde el tenebroso Córdoba Montoya.
Muchas preguntas se agolpan en relación a la cohesión y duración del ya mermado equipo económico, que como mayores méritos tiene, haber mantenido un arranque terso del sexenio, darle confianza a los mercados financieros y de inversionistas empresariales tanto extranjeros, como nacionales; mantener por casi un año la estabilidad cambiaria, inflacionaria y dentro de lo que cabe, generar certidumbre y expectativas positivas, respecto de que el país no perdería su disciplina fiscal, ni dejaría la senda del modelo económico imperante, evitando el pensamiento y expectativa de convertirnos en otra nación socialista bananera en ruta a la quiebra en todos los órdenes.
¿Podrán los sobrevivientes de esta compacta cofradía, seguir aguantando las humillaciones e insidias contra sus comentarios, expresiones y contra sus personas por parte del presidente?
¿Renunciarán a su conciencia, respecto a temas doctrinales y de valores académicos y profesionales que les caracterizan? ¿Seguirán siendo juzgados y atacados como enemigos de la 4T, por pensar diferente al presidente? ¿Pisotearán su dignidad, al aceptar el error, la corrupción y las malas decisiones de su jefe directo o indirecto? ¿Hasta cuándo resistirán en sus puestos? Al menos los del gabinete, ya que los del BANXICO, están inmunes a ser despedidos, cuentan con blindaje laboral, claro, si no disuelve, como ha sido la intención del presidente con cualquier institución contraria a su pensamiento y acción, como pretende con la SCJN, recuerden que es propuesta de campaña, armar una especie de Tribunal Supremo de Justicia de la República Bolivariana de Venezuela en México, vamos, un Tribunal Constitucional, semejante a los tribunales constitucionales europeos, situando a la tremenda corte en un closet judicial como última instancia de legalidad (corte de casación).
A quienes nos toca andar más directamente en el ámbito económico, nos preocupan estas cuestiones, pero deberían ocuparnos a todos los mexicanos, ya que son estos personajes, de los muy pocos y contados contrapesos de nivel, dentro del maltrecho circo, zoológico o Frankenstein gubernamental federal y pueden hacer la diferencia entre quebrar al país o mantenerlo a flote.