Decía Salvador Allende que ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica. Sin embargo, este ímpetu no se traduce en una mayor participación política, como sucedió con la presidencia de Donald Trump y el Brexit.
En México existe una relación tirante entre los partidos políticos y los jóvenes. Éstos no confían en los instrumentos formales del sistema político y los líderes partidarios se quejan de que los jóvenes no quieren involucrarse.
Los menores de veinticinco años votan menos y eso refuerza estereotipos que tratan a la gente joven como desinteresada en política, lo que se traduce en que las políticas se centren en que la juventud vote y en impedir que los grupos de jóvenes recurran a la violencia política.
Estas visiones omiten integrar a jóvenes en propuestas y por eso es necesario entenderlos como parte de la solución, y no como el problema a solucionar.
Los jóvenes prefieren participar de maneras menos burocráticas, más directamente y donde sientan que su incidencia cuente: prefieren el activismo, protestas y campañas, en vez que a los partidos políticos.
Los jóvenes creen que su voto no tiene impacto y la promoción de la participación juvenil no siempre les genera voz e influencia.
El adulto cree que la participación juvenil no es importante, aunado a que, en ocasiones, los jóvenes no tienen las capacidades técnicas, recursos económicos, conocimientos, y el escenario normativo no les favorece.
Una razón por la cual los jóvenes no gustan de la política es que es difícil comprenderla.
Existe una imperante necesidad de retomar la educación cívica en los planes de estudio, pero también crear mecanismos para involucrarlos en la toma de decisiones.
Casos de éxito se sitúan en Europa: en Suecia y Alemania las autoridades académicas consultan estudiantes para la toma de decisiones de sus instituciones, incluso hasta integrarlos a sus comités directivos con el mismo derecho a voto que padres y maestros.
Por otro lado, los jóvenes kosovares pueden recibir apoyo técnico y económico para proyectos que constituyan ‘una idea innovadora para el bien social’. Esto les permite crear grupos ad hoc y vivenciar los resultados directos del compromiso cívico.
Algunos países han optado por bajar la edad mínima para votar —incluso hasta los dieciséis años—. Alemania, Austria y Egipto bajaron la edad de elegibilidad para cargos públicos y la armonizaron con la edad mínima para votar como medida para reducir la discriminación política de los jóvenes.
Para incentivar al grupo juvenil en elecciones se debe aumentar su participación real en la toma de decisiones de la vida política de nuestro país.
Se podría considerar la introducción de cuotas de jóvenes en las leyes electorales: en más de cien países las acciones afirmativas en pro de mujeres han disminuido la desigualdad en su representación legislativa.
Una medida similar para los jóvenes podría contribuir en un mayor involucramiento para los temas de su interés e incrementaría su participación formal en el sistema político.
Los jóvenes creen que su voto no tiene impacto y la promoción de la participación juvenil no siempre les genera voz e influencia.
Abel Muñoz es consejero Electoral y presidente de la Comisión de Participación Ciudadana y Educación Cívica del IEEBC y Jesús Eduardo Talamantes trabaja en la misma Comisión.
—
El Instituto Electoral del Estado de Baja California colabora con este artículo de opinión sobre el proceso local electoral, como parte de un convenio de colaboración con Newsweek Baja California, con el objetivo de promover la cultura democrática.