Después de la gran decisión colectiva de las urnas 2018, la esperanza de un cambio, el anuncio de una transformación, es necesario un nuevo discurso, el comprometido, el que el pueblo espera. Las campañas y sus pasiones desenfrenadas, las nuevas tecnologías que de manera no comprendida se esquivan o mal usan; la inteligencia artificial sustituta de conocimiento e imaginación; la falta de conocimiento del ser y deber ser de los pueblos; la “inocencia” de los políticos que ponen en manos de vivillos el mercado político, incluido el diseño de imagen. Una paradoja es que las universidades, en plural, están ausentes, son refractarias del posicionamiento político. En Aguascalientes existe una honrosa excepción, la Universidad Cuauhtémoc.
En este clima crispado el gran olvidado es el discurso. De manera destacada una nueva visión de la historia. Las hazañas épicas con vientos del siglo XX se confunden con ambiciones y cantos de honor a vencedores y mitos apasionados con la idea de manipular al colectivo. El cambio anunciado ha consumido incontables palabras y mucha tinta en los medios de comunicación. No hemos visto el discurso-maná capaz de construir nuevas pautas de identidad e integración de las comunidades, rostro del pueblo. Discurso que llame al diálogo capaz de resistir y educar la diversidad, la pluralidad, donde la tolerancia sea garante de disentir, pero no ser excluido, esta es la clave del discurso nuevo que sea crisol del desarrollo de la vida compartida, donde se desenvuelva la persona, el ciudadano, las mujeres y los hombres dentro de su sociedad. El mandato constitucional de la elección de gobernantes acota seis y tres años y demarcaciones político electorales definidas, tiempo, modo y lugar para cultivar el discurso de la esperanza; apoyado por las tecnologías de comunicación e información y sus nichos, redes sociales que permiten el trabajo de nodos de relaciones, a lo que se les llama redes, permiten, decía, redes de causas y calidad requerida que simbolice al pueblo, que exprese sus esperanzas, que su voz sea eje de la discusión entre pares.
El discurso esperado deberá contener consenso de los hechos, permitir que se muestren en su realidad, dispersado como hechos; capacitado para crear una pedagogía que confronte sin mentiras la creatividad de las soluciones y efectos solidarios. No perdamos de vista la termodinámica a toda acción corresponde una reacción igual y en sentido contrario. Esa reacción en política es devastadora, no tiene contenciones, es difícil para la convivencia.
Es conocido que en el ámbito social las variables son a veces incontables, de suerte que la causalidad horizontal y vertical se dificulta al extremo, pues la estratificación social permite una pluralidad ardua. La forja del discurso de la esperanza, que no solo sea promesa, pues el cambio lo requiere necesariamente, exige no ser autoritario, demanda una viabilidad llena de contenido humano, visión de desarrollo y crecimiento, convocar a la cordialidad como carácter de la relación de gobernante y gobernados.
Las construcciones colectivas que den carácter al país deben tener como fundamento el Estado de Derecho, la verdad como garantía de regla de juego, la exigencia como casulla de participación y deliberación, además, mantener óptimos niveles de validez. No son necesarias las encuestas de “rating”, sino las cualitativas de voces demandantes, el discurso no es un motor de tendencias de conocimiento, ni de apoyos graciosos.
La realidad económico-política contiene los misterios del desarrollo y el crecimiento, necesita que el discurso tenga la creatividad de políticas públicas que tengan como objetivo la necesidad para que los hombres y mujeres laboriosas de nuestra patria se vean beneficiados de lo necesario. Los errores de antecesores no muestran sentido ni rumbo, son didáctica de lo que no se debe hacer, la pedagogía política enseña a proponer las soluciones que no se han dado y corregir los errores del pretérito.
Economía, política, cultura, ideología, son un equipo teórico que estratégicamente puede ser arquitecto del nuevo discurso de la esperanza. No temerle a lo simbólico, el lenguaje es el corazón del pueblo, en el están las voces individuales y colectivas que determina la manera de entender el mundo. México demanda equilibrio, su pueblo hace suya la bandera del Estado Democrático Constitucional de Derecho, el diálogo ciudadano solicita con urgencia la cordialidad como eje del conversatorio, el pueblo que manda y que es sabio aporta su parte para el nuevo orden dialógico. El nuevo discurso no puede liquidar ni personas, ni culturas, más bien deberá articular las relaciones de poder en las que ninguno invada al otro. ¡La corrupción es un cáncer, sí! Pero, ¿cuál es el discurso que la desmantelará? Una sociedad revolucionaria y modernizada habla con la verdad, “la mentira es reaccionaria”, se destaca por un discurso nacional que proponga una forma de vida en la que los valores cultiven virtudes.