“Y durante mucho tiempo no tenían plan alguno y todo el día se dejaban llevar sin rumbo…” Apolonio de Rodas, Argonáuticas
Entre las declaraciones que ha hecho el virtual presidente electo, Andrés Manuel
López Obrador, destaca la relativa a que México va a recuperar los principios
constitucionales relativos a la política exterior, fundamentalmente los principios de
“no intervención” y de respeto a la libre autodeterminación de los pueblos.
El tema es trascendente, porque obliga a revisar el papel que México ha tenido en
los últimos años en las Naciones Unidas, así como decisiones polémicas
impulsadas inicialmente por el controvertido excanciller Jorge Castañeda. Por
ejemplo, la participación de nuestro país en el Consejo de Seguridad, o incluso la
posibilidad abierta de participar en misiones internacionales con efectivos de las
fuerzas armadas.
Por otro lado, retomar una visión apegada a principios de política exterior, implica
retomar el papel de México en la diplomacia internacional, más aún en el contexto
de turbulencia e incertidumbre impuesto por la administración Trump. Eso significa
revisar el papel de nuestras embajadas y consulados como meros representantes
de negocios y comercio exterior, al que las terminó de reducir José Antonio Meade
cuando fue canciller (así lo escribí desde el 2 de diciembre de 2012 en este diario:
https://goo.gl/wkp6Yg).
En este escenario general, López Obrador y su probable canciller, Héctor
Vasconcelos, tienen una oportunidad de oro para reposicionar a nuestro país en el
liderazgo que nunca debió perder en América Latina y, desde esa perspectiva,
avanzar muy rápidamente en la construcción de iniciativas de gran calado. Por
ejemplo, ¿por qué no convocar el mismo 1º de diciembre, a la construcción de una
gran alianza latinoamericana contra la pobreza y la desigualdad?
La Cepal cuenta con diagnósticos precisos sobre el tema, y el propio López
Obrador ya ha considerado a Alicia Bárcena como posible integrante de su
proyecto de país: ¿por qué no aprovechar su experiencia y convocar a la región a
un nuevo proceso de integración que tenga como objetivo la equidad y la
prosperidad?
Asimismo, en la recuperación de los principios constitucionales de política exterior
debe entenderse que “no intervención” no significa omisión. En esa lógica,
estamos obligados a tender la mano a las víctimas de gobiernos autoritarios: tanto
en Venezuela, como marcadamente Nicaragua, recuperando lo mejor de la
tradición solidaria con los países hermanos de América Latina, y, con las
proporciones guardadas, a recuperar la política de “puertas abiertas” respecto de
los perseguidos políticos que se tuvo con Chile, Uruguay, Brasil y Argentina en los
oscuros tiempos de las dictaduras militares.
Voltear al sur permitiría también vincularse con decisiones de política interna,
como desarrollar al sur-sureste como lo ha planteado reiteradamente Mario Luis
Fuentes: construyendo una nueva política de desarrollo regional que ubique a
Chiapas, Tabasco, Yucatán, Campeche y Quintana Roo como un nuevo enclave
de crecimiento equitativo y como ejemplo global de cumplimiento de los Objetivos
del Desarrollo Sostenible.
Una nueva política exterior volcada hacia América Latina permitiría una autentica
diversificación, no sólo productiva, sino también de “mercados-destino”. Ante la
fisura que se vive en otros bloques, como el mercado común europeo, América
Latina en bloque requiere un replanteamiento de sus estrategias, sobre todo ante
las lógicas de China y Rusia y el empoderamiento de otras “economías-
continente”, como el caso de la India.
México será en cinco años el 10º país mas poblado del mundo, tenemos la 14ª
economía planetaria y, si logramos crecer al menos a ritmos sostenidos de al
menos 4% anual, podríamos pasar quizá al 10º sitio.
Es un hecho que nuestra política exterior ha sido hecha pedazos en las últimas
administraciones, y es claro también que frente a un energúmeno como Trump,
México literalmente no puede seguir dándose el penoso lujo de ser simplemente
“el payaso de las cachetadas”.
Voltear al sur nos permitiría recobrar muchos de los espacios, pero, sobre todo, de
la dignidad nacional perdida por quienes debieron defenderla.