Todo niño crece con un vecino malo. Para Feuchtwanger, aquel vecino terminaría siendo responsable del genocidio de seis millones de judíos. Y la prominente familia literaria de Feuchtwanger era judía.
En 1929, Hitler iba en ascenso, y su poder crecía rápidamente. Se había instalado en Prinzregentenplatz 16, en un lujoso apartamento de nueve habitaciones, visible desde la ventana del dormitorio infantil de Feuchtwanger. “Sabía que no era una buena persona”, afirma. Sus padres eran activos políticamente; leían los periódicos y prestaban mucha atención al ponzoñoso antisemitismo de sus vecinos. “Lo que nadie imaginaba era que iba a poner de cabeza al mundo”.
Hoy Feuchtwanger tiene 93 años, y tal vez sea uno de los últimos humanos vivos que haya residido cerca de Hitler y que lo haya visto en carne y hueso. Con el tiempo, se hizo escritor e historiador y, durante tres décadas, fue profesor en la Universidad de Southampton, Inglaterra. Gran parte de su investigación académica se ha centrado en los imperios europeos del siglo XIX, pero su último libro, Hitler, My Neighbor: Memories of a Jewish Childhood, 1929-1939”,habla de unos diez años de convivencia con un hombre que se convertiría en la definición moderna del mal.
Compuesto de viñetas de diario personal, Hitler, My Neighbor hace un retrato singular de Alemania en la década de 1930, único tanto por sus atisbos íntimos de Hitler en momentos semiprivados como por su punto de vista. La narrativa se desarrolla desde la perspectiva de un niño, pero se beneficia de la perspectiva del historiador adulto.
El libro se inicia con descripciones de días de campo, fantasías infantiles: una Alemania idílica de preguerra. Pero, a principios de la década de 1930, Feuchtwanger ha llegado a temer al hombre del bigote oscuro. Su padre consideraba que Hitler era un tipo “perturbado, amargado, paranoico, violento y, sobre todo, peligroso”. Su tío insistía en que el partido Nazi nunca ganaría. Feuchtwanger observaba las idas y venidas de los asociados nazis del líder, mientras manifestantes y nazis se enfrentaban violentamente en la calle. Y todos los días, temía que Hitler descubriera que su familia era judía.
Hitler fue electo canciller en 1933, y las cosas cambiaron rápidamente. Entraron en vigor las Leyes de Núremberg: los progenitores de Feuchtwanger fueron despojados de sus derechos; su padre perdió el trabajo; y en la escuela lo atiborraban de propaganda nazi como si fuera aritmética. Por último, desapareció su amada Rosie, pues las leyes nazis prohibían que los judíos emplearan niñeras de “sangre alemana”. Muy pronto, el niño comenzó a encontrar letreros que advertían: “No se admiten perros ni judíos”.
En 1938, el padre de Feuchtwanger fue arrestado y encarcelado en Dachau, y confiscaron las pertenencias de la familia. Su padre sobrevivió milagrosamente y fue liberado. Al año siguiente, el joven Feuchtwanger (quien, para entonces, tenía 14 años) viajó solo a Inglaterra en tren. Poco después, sus progenitores obtuvieron los documentos de inmigración necesarios y lo siguieron, iniciando una nueva vida juntos.
El creciente espectro de la demagogia en Alemania tal vez evoque en algunos lectores los Estados Unidos de 2015 y 2016, incluyendo a los adultos Feuchtwanger burlándose de las posibilidades de Hitler de llegar al poder. (“Pero ¡eso es imposible!”, exclama el tío del autor, acerca del surgimiento de los nazis al poder. “El país es demasiado republicano para votar por ellos”). No obstante, los espeluznantes paralelismos no son intencionales: Feuchtwanger escribió sus memorias mucho antes de la elección del presidente Donald Trump.
Feuchtwanger no cree que los supremacistas blancos tengan el mismo poder en Estados Unidos que los nazis en Alemania. Los considera grupos marginales, ajenos al gobierno. Por otra parte, igual que su tío con los nazis, nunca imaginó que Trump ganaría. “¿Por qué demonios fue seleccionado como candidato republicano?”, protesta. “Trump me desconcierta por completo. Nunca sabes cuáles son sus intenciones, si tiene un plan o alguna lógica”.
Se sintió aún más perturbado por los sentimientos xenófobos que provocó el voto brexit de Inglaterra, donde vive actualmente. “Aquí culpan de todo a los inmigrantes. Ese voto no me gustó en absoluto, para nada”.
Feuchtwanger dice que ha dejado de escribir, pero sigue viajando y contando sus experiencias. Ochenta y ocho años después de convertirse en vecino de Hitler, se alegra de haber tenido esas experiencias. “De cierta manera, soy un testigo, ¿verdad? Soy una persona que ha tenido conocimiento directo de todo este maldito asunto. Me siento muy orgulloso de eso. Sobreviví”.
Espera que, como mínimo, su libro fomente la vigilancia. “Debes ser muy cauteloso con los prejuicios y el antisemitismo”, sentencia. “Siempre están al acecho”.
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