En los primeros minutos de La forma del agua, de Guillermo del Toro, una conserje muda llamada Elisa, interpretada por Sally Hawkins, se prepara un baño y se masturba. Ella realiza este rápido ritual varias veces al principio de la película, como parte de su rutina diaria. Elisa está sola y es eficiente.
Posteriormente, conoce al hombre (o mejor dicho, al monstruo) de sus sueños: un humanoide acuático sin nombre, interpretado por Doug Jones bajo varias capas de látex pintado a mano. Del Toro es un famoso visionario de monstruos (es decir, un inventor de criaturas), pero esta es la primera vez en que el director imagina a un monstruo haciendo el amor con una mujer.
Cartel cinematográfico de ‘La forma del agua’, de Guillermo del Toro.
La historia, escrita por del Toro y Vanessa Taylor, se desarrolla en 1962, en una reprimida Baltimore de la época de la Guerra Fría. Elisa trabaja por las noches en el Centro Occam de Investigación Aeroespacial, donde un coronel estadounidense, Richard Strickland (Michael Shannon), ha capturado y encerrado al Hombre Anfibio para disecarlo y estudiarlo. La película está llena de imágenes sexuales fantásticas y desafiantes. El prepotente Strickland le exige a su esposa que guarde absoluto silencio mientras tienen una incómoda relación sexual en la postura del misionero. El vecino de Elisa, un pintor gay (Richard Jenkins), se muere por un mesero local que lo rechaza airadamente. Y la amiga de Elisa (Octavia Spencer) se queja de la distancia emocional cada vez mayor entre ella y su esposo. Nadie es feliz, y nadie sabe por qué.
Y sin embargo, insiste del Toro, La forma del agua es su película más optimista. El cineasta mexicano-estadounidense, director de películas como Pacific Rim (Titanes del pacífico) y Hellboy dice, “Todas las demás películas que he filmado, incluso las más importantes, tienen una sensación de pérdida. Una película sobre el amor, la empatía, el sexo y la política… es un gran riesgo para mí”.
“Sin embargo, me siento seguro al verla”, añade, “pues hay posibilidades en ella. No es una belleza melancólica; es casi una fuerza sanadora”.
Al igual que en El laberinto del fauno, la suntuosa fantasía de 2006 del director, los espectadores deben dejar a un lado su escepticismo. Días después de descubrir al Hombre Anfibio en su tanque cerrado, Elisa comienza a coquetearle. La criatura, no completamente humana, con su sensual cuerpo de nadador, mira anhelante a Elisa, a través de sus grandes ojos con manchas doradas que se mueven de manera reptiliana. “No es un animal, es un dios elemental del río”, dice del Toro, que se inspiró en dibujos japoneses de peces, y no en la biología. “Debía tener un rostro que dieran ganas de besarlo”.
Doug Jones como el Hombre Anfibio en ‘La forma del agua’.
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Del Toro escribió el papel de Elisa para Hawkins. La actriz británica, que durante algún tiempo fue la musa del director Mike Leigh, es conocida en Estados Unidos por su trabajo nominado para el Oscar en Blue Jasmine (Jazmín azul) de Woody Allen. “El verdadero milagro del Hombre Anfibio es la forma en que Sally lo mira”, dice del Toro. “Sus ojos vibran de emoción. Todos los personajes de la película que tienen la capacidad de hablar sufren problemas de comunicación, pero nuestros personajes no verbales se comunican perfectamente”.
En una escena de la película, la muda Elisa dice con su lenguaje de señas, “Cuando me mira en la forma en que lo hace, él nunca sabe que estoy incompleta”. Del Toro considera a esta “la mejor definición del amor que he encontrado en mi 53 años”.
Mediante pistas visuales pictóricas y colores, los personajes se revelan aún más. La casa suburbana de Strickland está iluminada en forma tan brillante que resulta opresiva. El apartamento de Elisa tiene una combinación de colores acuáticos, que refleja su deseo de vivir bajo el agua. Una vez que ella y la criatura consuman su relación, ella comienza a vestirse de rojo, un color que, para del Toro, representa “al cine y al amor”.
La forma del agua incluye una subtrama en la que se da seguimiento a espías rusos en Estados Unidos, pero la historia es claramente una alegoría de Estados Unidos en la actualidad. “Yo nunca hago fantasías escapistas”, dice del Toro. “Y la mejor manera de contar una historia sobre nuestra vida actual consiste en encontrar un paralelo en el pasado”.
Del Toro con el reparto de ‘La forma del agua’.
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El año de 1962, explica, es recordado en Estados Unidos como el fin de un cuento de hadas. John F. Kennedy, que convirtió a la presidencia de ese país en una Camelot del siglo XX, sería asesinado al año siguiente. Detrás de la riqueza de la posguerra (dos automóviles en la cochera, un televisor en cada sala, familias sonrientes con mucho tiempo libre), las cosas se caían a pedazos. “Fue una época divisiva para cualquier persona que no perteneciera al género adecuado o a la raza adecuada”, dice del Toro. “Para muchas personas, fue un periodo de disturbios y malestar”.
Por supuesto, el verdadero monstruo es Strickland, un aislacionista voluntariamente ignorante, el clásico estadounidense desagradable. Cuando Elisa se lleva a la criatura a su casa y la esconde en su bañera, un enfurecido Strickland llega a extremos brutales para recuperarlo.
Del Toro nació en México, donde, gracias a los conquistadores españoles, el paganismo y las creencias precolombinas se fundieron para siempre con el catolicismo. Un sincretismo similar ocurrió mientras crecía en Guadalajara, mirando imágenes de santos católicos mientras veía películas clásicas de horror. A los santos y a Cristo se les suelen representar “con una precisión casi forense”, dice del Toro, “con su enorme poder aplastado por la fuerza mientras son torturados o convertidos en ‘otros’ cuando están en la Tierra. No trato de hacerme el gracioso ni el listo”, añade, “pero veo un mártir en Boris Karloff cuando cruza el umbral como Frankenstein. [Los monstruos y los santos] ahora están ligados en mi mente, y ambos representan verdades y dimensiones espirituales”.
Strickland (Michael Shannon) interroga a Elisa (Sally Hawkins) y Zela (Octavia Spencer).
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Para del Toro, La forma del agua no es una película de horror, una categorización de su obra que ha puesto en tela de juicio en otras ocasiones. “La gente dice que soy un cineasta de género, y yo digo que sí, de mi propio género. No me interesa trabajar en una sola línea. Puedo escribir un cuento de hadas en un espacio fascista de posguerra, una historia de fantasmas ambientada en la Guerra Civil española (El espinazo del diablo) o la historia de un vampiro en el México clasemediero (Cronos). El novelista de ciencia-ficción y fantasía Theodore Sturgeon dijo que 90 por ciento de toda la ciencia ficción es basura porque 90 por ciento de todo es basura. Esa es la ley de Sturgeon. Bueno, la ley de del Toro es que 10 por ciento de todo es grandioso”.
Al director tampoco le interesan las tácticas clásicas del cine para provocar sustos; el horror que aborda es mucho más penetrante. “Lo que me asusta como adulto es la forma en que la ideología puede dividirnos”, dice del Toro. “Cuando alguien reduce a una persona a una sola palabra, eso hace que le resulte más fácil lastimarla o ignorarla. Somos seres polícromos, no solo una cosa. Trátese de la inmigración, del género o simplemente del poder… el odio sólo puede prosperar si no hay entendimiento”.
Doug Jones, protagonista de ‘La forma del agua’ interpretó al Hombre Pálido en ‘El laberinto del fauno’ de del Toro.
WARNER BROS.
El optimismo de su más reciente proyecto ha inspirado a del Toro a tomarse un año libre. En 2018, desea ponerse al corriente con las novelas que se perdió y “mirar atardeceres”. Por otra parte, también está coescribiendo un libro con Chuck Hogan y produciendo tres series para Netflix. ¿Cómo se traduce eso en un descanso? Del Toro ríe. Como explica, hacer malabares con tan solo cuatro proyectos constituye todo un periodo de gracia. “Al llegar a los 40 años, uno comienza a escribir su biografía y su epitafio en la mente, y mi epitafio está en grave peligro”, dice. “Un día, dirá, ‘Aquí yace Guillermo del Toro, que vivió, amó y filmó algunas cosas’. Ya he filmado algunas cosas, ¿sabes? Ahora, necesito vivir”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek