Tiempo lunar, una obra que con base en las fases de la luna mezcla el suspenso con lo fantástico en torno a un extraño lago que aparece y desaparece matando gente en cada eclosión, justamente es la inspiración de su nueva novela, Planetario. Según explica Molina, la diferencia es que, mientras la primera se concentra en la luna, la segunda recae sobre los planetas del sistema solar, a lo largo de los cuales un asesino serial mata a nueve de sus amantes.
“Cada planeta encarna una mujer”, explica el escritor mexicano. “Se parte de la premisa de Oscar Wilde de que todos matamos lo que amamos, el valiente con una espada y el cobarde con un beso. Y, también, de la idea del psicoanálisis de que la separación de los amantes es una suerte de muerte: uno muere cuando se separa de alguien a quien ama. Uno se muere para todo”.
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Puesta en circulación recientemente por la casa editorial Almadía, Planetario posee elementos de novela negra, de suspenso y esotéricos por medio de los cuales pone el ojo en las complejas relaciones amorosas entre los hombres y las mujeres y sus amores: “Me gustó mucho que la novela tuviera una especie de secuenciación: Mercurio, Venus, Tierra, Marte, los asteroides, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón. La idea fundamental es que la primera parte tenga un tono más o menos realista, pero, a partir de Júpiter, la segunda parte se convierte en un relato increíble donde ya la literatura fantástica empieza a permear en la actividad esotérica y surrealista totalmente”.
Nacido hace 58 años en la Ciudad de México, Molina estudió lengua y literaturas hispánicas y actualmente es miembro del Sistema Nacional de Creadores. Entre sus obras también se cuentan Telaraña, La memoria del vacío y La geometría del caos, las cuales le han merecido reconocimientos como los premios Punto de Partida de Poesía, Nacional de Cuento San Luis Potosí y el Nacional de Ensayo Abigael Bohórquez.
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—Mauricio, ¿qué inquietud puede causar en un narrador la relación mujer-sistema solar?
—Yo utilicé la mitología grecolatina, básicamente, y algunos elementos de los sumerios. Mercurio en la novela es como una lolita, la chica que apenas empieza a florecer; la Tierra es la casa; Venus es la belleza y es muy importante porque hay una fusión con el mundo prehispánico con Quetzalcóatl, el astro de la mañana, y Xólotl, el astro de la tarde. Digamos que fusiono un mestizaje entre el simbolismo de Venus para los antiguos mexicanos y como planeta de la belleza para gente como [Alessandro] Botticelli. Marte es el conflicto, la guerra, la batalla, todo en el contexto de relaciones amorosas, eróticas. Júpiter es el poder. Y, antiguamente, cuando éramos más sabios y conocíamos menos, el sistema solar terminaba en Saturno, el planeta de la melancolía y la memoria. Después vino Urano, que se descubrió a fines del siglo XVIII, y es el cambio, la transformación, la metamorfosis. Luego viene Neptuno, que ya en mi propia mitología lo utilizo como el planeta de los sueños. Y después Plutón, la muerte, el ocaso, el acabamiento. Eso es para mí el sistema solar.
—¿De qué manera te gustaría que el lector observara tu particular planetario?
—Me gustaría que el lector pensara un poco en que acaba de entrar en un sueño o en una pesadilla. Hay momentos pesadillescos y hay momentos oníricos. Me gustaría que se llevara también una reflexión sobre lo que es el amor. Sobre cómo conseguimos el amor. Y que se llevara algunas ideas sobre el sueño y la muerte, porque finalmente la novela es eso, el sueño y la muerte.
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—Desde luego, eres un escritor que no cree en los mensajes en las novelas…
—No hay un mensaje, no creo en las novelas con mensaje. Esas novelas programáticas que traen un mensaje digamos que no me prenden. Pero sí me gustaría que el lector se quede con la satisfacción de haber entrado en una especie de poema sinfónico, de sueño controlado, de locura inspeccionada y, sobre todo, que también vea todos los elementos que componen la novela, porque la concebí también como un poema simbólico, por eso hay muchos elementos musicales que están presentes, desde cuadros de una exposición de [Modest] Músorgski hasta los preludios de [Dmitri] Shostakóvich, hay mucha música rusa. Además, he de decir que no me gustan las novelas realistas, todos mis libros, novelas y cuentos son de índole más fantástica, onírica.
—¿Cómo diagnosticas la novela en estos tiempos de lectura fácil y rápida?
—Se puede regresar a juegos de novelas por entregas, por ejemplo, vía internet. Creo que en esta época de la comunicación rápida la novela nos recuerda el arte de la lentitud, como diría Kundera. Es decir, en una época en donde hay demasiada velocidad, la novela te permite detenerte un poco y mirar en otra dirección, porque todo el tiempo estamos rodeados de Facebook, Twitter, tuiteratura, minificción, microficción, microrrelatos que son muy buenos y son géneros muy adecuados para esta época de velocidad, pero la novela nos tiene que recordar también que hay momentos de pausa, de lentitud.
“Eso es la novela, un arte pausado —concluye Molina—. Un arte que siempre está muriéndose porque todo el tiempo se habla de la muerte de la novela, pero en realidad no, continúa porque la gente sigue necesitando historias extensas que leer y aventarse en universos paralelos, en vías alternativas. El microrrelato, la minificción, incluso el cuento, no permiten tanto adentrarte en una vida alternativa. Te metes en una historia pequeña, en una anécdota, cuando la novela sí te permite meterte en una vida alternativa. La novela como género también nos recuerda a los grandes novelistas, y para mí ese es su valor: la vida alternativa por medio del lenguaje, y recordarnos que estamos hechos de lenguaje”.
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