Adriana Ramírez Avilés, de la Jurisdicción Sanitaria de Morelos, porta su credencial en el cuello y un chaleco con la insignia de la secretaría que representa. Habla con orgullo.
“Yo sé que no estamos en las mejores condiciones, pero les puedo recomendar la planificación familiar”, dice a las seis personas que encuentra en una de las 11 tiendas que conforman el refugio militar de la Unidad Deportiva La Perseverancia.
Una señora acalorada extiende su mano para recibir la bolsa cerrada con el sello del gobierno local, y con desdén la pone en su colchoneta. Después les da un repelente y tres bolsas de vida suero oral para “utilizar en caso de presentar vómito o diarrea”.
Pero lo que los damnificados realmente requieren es algo tan urgente como ropa interior limpia.
“Salimos de la casa y no pudimos regresar por nuestras cosas; llevo usando la misma ropa interior desde hace tres días”, dice sin pudor María Luisa Astilleros, quien vivía en el centro de Jojutla antes de que su casa quedara hecha una ruina. Ahora duerme en este refugio con 30 miembros de su familia igualmente desamparados.
Además de amplias tiendas de campaña, este refugio cuenta con dos plantas potabilizadoras de agua y una máquina de tortillas de Gruma, que produce hasta 120 kilos diarios para los 950 soldados y los 550 damnificados que comen diariamente ahí.
Para todos ellos solo hay ocho baños disponibles, cuatro para mujeres y cuatro para hombres, ubicados detrás de las gradas del deportivo.
Codo a codo
Voluntarios de todas partes del país son los que avivan las labores en el centro de acopio anexo al albergue militar. Diariamente reciben toneladas de donaciones de comida, agua y productos de limpieza, las cuales deben acomodar y empaquetar para repartirlos entre los 14 municipios que resultaron severamente dañados por el sismo en Morelos.
Enrique Hernández es uno de los principales organizadores en la recolección de víveres; es oriundo de Hidalgo, pero vive en Estados Unidos, en donde estudia la carrera de ingeniero aeroespacial.
“Esto no se ve todos los días”, asegura el joven estudiante. “Lo que estamos acostumbrados a ver todos los días son robos y violencia, pero una vez que vienes y ves esto es muy motivador, cambia tu perspectiva de vida”.
Los voluntarios no se distraen, no pierden el tiempo. Codo a codo con militares forman cadenas humanas para agilizar el paso de vivieres. Sin importar quién seas o de dónde vengas, si permaneces en este centro recibirás el ofrecimiento de comida y agua.
Aunque el espacio es reducido, la organización permite que cada cosa tenga su lugar. Miles de botellas de agua se concentran en la esquina de la cancha de basquetbol, las resguardan cuatro policías federales quienes, con amabilidad sorprendente, las reparten a quien lo requiera.
En la Unidad Deportiva La Perseverancia hay una gran manta blanca colgada con todas las firmas de las personas que están ahí para apoyar.
“Unidos somos más” y “No están solos” son algunos de los mensajes que se leen en esta manta.
La Perseverancia mueve a miles para rescatar a las víctimas, que el pasado 21 de septiembre sumaban 73 mortales en la entidad, de las cuales 44 cuerpos ya han sido identificados, de acuerdo con el gobernador, Graco Ramírez.
El six Alameda, de Pablo Ochoa, llevaba cinco años en el
poblado. La tienda se hundió al estar a un costado de Río Apatlaco. FOTOS:
DANIEL VILLA
Una virgen degollada
Aún no se cumplían 24 horas del terremoto y el presidente de la república, Enrique Peña Nieto, ya estaba en Jojutla ofreciendo servicios de helicópteros para trasladar a los heridos.
Tal presencia y despliegue humanitario no alcanzaron la casa de Guadalupe Barrios, que no ha sido visitada por ningún funcionario a pesar de que media propiedad yace en el suelo de la banqueta del Bulevar Lázaro Cárdenas, con inminentemente riesgo de colapso total.
La señora de 74 años no murió porque salió rumbo al mercado durante el terremoto. Pero su empleada doméstica de 27 años no corrió con la misma suerte. Se encontraba planchando cuando el sismo sucedió. En menos de un minuto el segundo y tercer piso de esta casa se vinieron abajo y la joven quedó sepultada por los escombros.
“Estos ojos están cansados de llorar, las lágrimas se me salen solas”, se duele Guadalupe.
Ella es la única de los cinco hermanos que no se casó ni tuvo hijos, es jubilada y la casa que colapsó le fue heredada por su padre, quien era ejidatario y con lo que obtenía de la siembra construyó la propiedad.
Entre los escombros hay una almohada con una gran mancha negra, una palmera con rasgaduras en el tronco y una escultura de una virgen degollada. Guadalupe insiste en que este es su único patrimonio. Pide algo que debiera ser rutina, una valoración de daños para saber si puede habitar el primer piso de esta casa que la vio nacer.
Su sobrino Raúl Ocampo Barrios era el habitante del tercer piso. El joven permanece en el Sanatorio Henry, de Cuernavaca, debido a una fractura en la pierna que ocurrió cuando la casa se vino abajo.
Los que ahora ayudan a la señora Guadalupe son los amigos de Raúl, quienes la mañana del jueves se dedicaron a retirar escombros del techo y a sacar las pocas cosas que quedaron servibles en el interior de su hogar.
“Aquí no ha venido nadie, ni gobierno federal, ni gobierno municipal, ni gobierno estatal”, afirma Guadalupe.
De acuerdo con el alcalde de este municipio, Jesús Sotelo, 1,500 inmuebles resultaron dañados y 300 viviendas y comercios quedaron reducidos a escombro.
Dar a luz
A punto de cumplir las 40 semanas de embarazo, Sugeiri Sotelo García, de 22 años, está por dar a luz a su segundo hijo en el refugio militar de Jojutla.
En la última visita al ginecólogo, el domingo 17 de septiembre, le confirmaron que su hijo ya pesaba tres kilos y medio.
“No me imaginaba que esto pasaría”, dice la joven. “Hoy tenía la última cita antes del parto en el hospital, pero el edifico colapsó”.
El Hospital General de Jojutla y el IMSS de Zacatepec fueron evacuados. Algunos pacientes son atendidos en el patio.
Las contracciones llegan cada 30 minutos y ella teme que no habrá ambulancias disponibles para cuando sea el momento del parto. Aunque la unidad médica del albergue ya está al tanto de la situación, no se sabe cuál será la dinámica para atender el alumbramiento.
Su pareja, Pedro Amaro, se acerca al centro de acopio para buscar leche y mamilas, mientras Sugeiri se recarga en la colchoneta para descansar. Aún no sabe qué nombre le pondrá a su hijo, tampoco sabe si tendrá una cesárea o será un parto natural.
Sugeiri duerme en la tienda de campaña con la familia de su pareja y su otra hija, entre las colchonetas y los condones de la Secretaría de Salud.
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