Tal vez Steve Bannon se haya ido, pero algunas de sus ideas podrían sobrevivir a su breve estancia en la Casa Blanca; en particular, su provocadora postura frente al comercio con China. La respuesta instantánea cuando el presidente Donald Trump despidió a su muy odiado estratega en jefe fue que Bannon y sus aliados estaban derrotados. Muchos supusieron que los vencedores eran tipos como Gary Cohn, jefe del Consejo Nacional Económico, quien no quiere alterar el statu quo con China por temor a que Pekín se niegue a colaborar con Washington para controlar el programa nuclear de Corea del Norte, entre otras cosas.
Sin embargo, los llamados “globalistas” todavía no han ganado. En agosto, en lo que sería su entrevista de salida, Bannon dijo a The American Prospect que no hay una opción militar realista para tratar con los norcoreanos, comentario que socavó la postura pública de la presidencia (“Todo está sobre lo mesa”), aunque también es muy cierto. Luego, Bannon escandalizó a todos con su postura en el comercio. “Estamos en una guerra económica con China”, dijo. “Puedes verlo en toda su literatura. No paran en mientes para decir lo que están haciendo. Uno de nosotros será un monopolio en 25 o 30 años, y serán ellos si seguimos por este camino”.
Era retórica incendiaria, aunque el “lanzabombas” Bannon —sin duda, mejor calificado para dirigir Breitbart News (otra vez) que para mandar en el Ala Occidental— no está del todo equivocado. Deja de lado la palabra “guerra” y podrás verlo claramente. En su literatura y en casi todo lo demás, los chinos afirman tener la intención de superar a Estados Unidos como la principal potencia económica mundial. Y los líderes de los niveles más altos del Partido Comunista han cavilado mucho en cómo alcanzar su objetivo.
Tomemos el programa Made in China 2025, que Pekín anunció en 2015. En menos de ocho años, el Partido Comunista quiere que el país sea un líder mundial en tecnología informática avanzada, vehículos con nuevos tipos de energía, maquinaria y herramientas automatizadas, industria aeroespacial e infinidad de sectores avanzados.
Esas industrias son vitales, pues impulsarán la innovación, crearán millones de empleos bien pagados, y los países que los dominen serán los más competitivos del mundo en términos económicos.
Solo por su población, China siempre ha parecido destinada a convertirse en la economía más grande del mundo. Tiene 1 millón 300,000 habitantes respecto a los 325 millones de estadounidenses. Mas esa cantidad de gente no hará que China se convierta en la economía dominante del mundo. Con todo, tal es el objetivo de Pekín, como demuestra su plan para 2025. China pretende que, hacia 2020, las empresas que operan en sus industrias objetivo produzcan 40 por ciento de los componentes y los materiales para la cadena manufacturera nacional; y, además, ha fijado un nivel de 70 por ciento para 2025. Muchos economistas y empresarios extranjeros consideran que dichas cifras son ridículamente ambiciosas, pero si Pekín alcanza sus metas, la economía global, y quien hace las reglas, lucirán completamente distintos a lo que son en la actualidad.
Los proyectos de China a nadie deben sorprender. Solo pregunta a Michael Pillsbury, exfuncionario del Departamento de Defensa y autor de The Hundred-Year Marathon: China’s Secret Strategy to Replace America as the Global Superpower, libro basado eminentemente en documentos publicados en chino, así como reuniones e interacciones de Pillsbury con funcionarios de Pekín.
En un fragmento, Pillsbury relata que una desertora china importante le explicó cómo percibe el gobierno chino el surgimiento económico del país. Le reveló también que los funcionarios de nivel superior deben asistir a sesiones de estrategia en la Escuela del Comité Central del partido, en Pekín, y que dicha institución utiliza seis libros para explicar cómo Estados Unidos se expandió, a lo largo de siglo y medio, hasta convertirse en la superpotencia económica del mundo.
La desertora informó a Pillsbury que China estaba imitando algunos de esos métodos y acelerando el proceso: “Las estrategias estadounidenses estudiadas incluyen protección del mercado interno, subsidios para empresas nacionales, y promoción para las exportaciones”. Muchas de las cosas que China está haciendo en la actualidad.
No se trata de una interpretación herética de la historia, afirman los analistas. “El propio Alexander Hamilton, nuestro primer secretario del Tesoro, estableció reglas básicas que presagiaron las políticas de China de las últimas dos décadas”, informa James McGregor, presidente de la filial china de APCO, una empresa de consultoría. Cuando rindió informe al Congreso, en 1791, Hamilton propuso establecer aranceles proteccionistas, prohibiciones a la importación, subsidios para industrias estimuladas, prohibiciones a la exportación de materias primas clave, recompensas y patentes para invenciones, regular los estándares para productos, y desarrollar la infraestructura para finanzas y transporte. Y ese modelo básico persistió en Estados Unidos durante los siguientes 150 años”.
Las reglas económicas globales —en cuya redacción no intervino Pekín, como bien señalan los chinos— pretenden limitar algunas de esas prácticas, con diversos grados de éxito. Sin embargo, ¿acaso Trump hará más para frenar el surgimiento de China? Fue muy duro con Pekín durante la campaña presidencial de 2016; y luego, esta primavera, fue a Mar-a-Lago para tener un “amorío” con el presidente chino, Xi Jinping, prometiéndole que bajaría el tono en el comercio si lo ayudaba a contener a Corea del Norte. Ahora bien, Trump cree que no ha recibido ayuda, así que ha vuelto a incrementar la presión en el comercio: Estados Unidos emitió sanciones contra un par de empresas chinas que hacen negocios con Pionyang. Y no conforme, el 14 de agosto, Trump anunció una “investigación” contra China por robo de propiedad intelectual.
¿Acaso esas medidas auguran una postura estadounidense más dura frente a China? Tras la expulsión de Bannon, la opinión convencional es que no, porque ahora son “globalistas” quienes tienen el control en Trumplandia. No obstante, podría ser una conclusión prematura. Robert Lighthizer, el representante comercial de Trump, ocupó un puesto similar en la presidencia de Reagan. Después de eso, se desempeñó como abogado mercantil, y a menudo ha dicho que es una tontería tratar con guantes a China porque Estados Unidos quiere ayuda en asuntos más importantes, ya que esa actitud minimiza el daño económico que Pekín ha causado con sus prácticas comerciales. Y, además, China no hace gran cosa para impedir que Corea del Norte desarrolle armas nucleares.
A Trump le gustan esos argumentos. De modo que, aunque Bannon se haya ido, la guerra de la Casa Blanca contra China apenas acaba de empezar.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek