Lanzar acusaciones de enfermedad mental a los opositores no es nada nuevo en la política. Pero el viernes, la representante Zoe Lofgren fue un paso más allá, presentando una resolución para que el presidente Donald Trump se sometiera a una evaluación médica y psiquiátrica para determinar si está en condiciones de ocupar el cargo.
La demócrata de San José, California, dijo en el Congreso que los resultados de la prueba podrían ser utilizados por el vicepresidente Mike Pence y miembros del gabinete para determinar si Trump debería ser removido del cargo bajo una restricción poco conocida en la constitución, informó Mercury News.
“El presidente Donald J. Trump ha exhibido un patrón alarmante de conducta y de discurso lo cual causa la preocupación de que un desorden mental pudiera hacerlo inepto e incapaz de cumplir sus deberes constitucionales,” escribió Lofgren en su resolución.
La resolución cita la 25ª enmienda de la constitución, que establece que el vicepresidente y el gabinete tienen el poder de retirar temporalmente al presidente de su cargo si él o ella “no puede cumplir con los poderes y deberes de su cargo”.
No es la primera vez que se hacen preguntas sobre la estabilidad psicológica del presidente.
La Regla Goldwater de 1973 prohíbe a los psiquiatras comentar públicamente sobre la salud mental de los presidentes sin haber participado en una evaluación individual personal.
Pero varios expertos han desafiado la convención para hablar contra Trump. En noviembre, dos psiquiatras de Harvard declararon que “la grandiosidad, la impulsividad, la hipersensibilidad a la crítica y la incapacidad de distinguir entre fantasía y realidad” del 45 presidente los llevaron a cuestionar su aptitud para el cargo.
A pesar de que se quedaron cortos de hacer un diagnóstico, implicaron que Trump sufría de trastorno de la personalidad narcisista, con una de las dos variantes del trastorno definido por el American Journal of Psychiatry mientras refirieron que su comportamiento es “socialmente encantador a pesar de ser ajeno a las necesidades de los demás”.
En febrero, docenas de profesionales de la salud mental firmaron una carta en la que decía que “el discurso y las acciones de Trump demostraban una incapacidad para tolerar puntos de vista diferentes a los suyos, lo que provocaba reacciones de rabia” y mostraba una “incapacidad profunda de empatizar”.
La división se ha abierto entre los dos principales órganos profesionales de los profesionales de la salud mental en los EE.UU., con la American Psychoanalytic Association resolviendo en julio que los miembros son “libres de comentar sobre las figuras políticas como individuos”, mientras que la American Psychiatric Association refouerza la regla de Goldwater..
Algunos expertos han dado a Trump un diagnóstico favorable de salud mental. Allen Frances, profesor de la Universidad de Dukes, quien definió por primera vez los criterios para el trastorno narcisista de la personalidad dijo que aunque Trump puede ser un narcisista, “Él es malo, no está loco”.
Otros sostienen que hablar de la salud mental del presidente representa una mordacidad partidista bajo otro nombre.
Los diagnósticos como golpes contra figuras públicas como Trump son “esencialmente llamativos y no constructivos”, dijo Susan Molchan, una psiquiatra que pasó gran parte de su carrera en los Institutos Nacionales de Salud al sitio web de noticias FiveThirtyEight la semana pasada. “Es hacer una suposición y tratar de unir un estigma, y no es justo para las personas que son claramente enfermos mentales y no son malos”, dijo.
Pero por ahora es muy improbable que Trump se enfrente a un psiquiatra, ya que la resolución de Lofgren requiere la aprobación de la Casa controlada por los republicanos, además que es, a diferencia de un proyecto de ley, no vinculante.
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Publicado en cooperación con Newsweek /Published in cooperation with Newsweek