Una línea de ataque particularmente descabellada es que Mueller está armando tramposamente un gran jurado contra Trump. “El presidente Trump obtuvo 68.63 por ciento en Virginia Occidental y 4.8 por ciento en Washington”, escribió en Twitter el exvocero de la Cámara Newt Gingrich a principios de la primavera. “Adivinen dónde tiene Mueller un gran jurado”. Incluso Alan Dershowitz, catedrático de leyes de Harvard y famoso abogado de apelaciones, expresó preocupaciones similares. “La población de ciudadanos elegibles para formar parte de un jurado en el Distrito de Columbia —escribió en The Hill— será abrumadoramente demócrata, en una proporción de cerca de 10 a 1”.
Tales críticas muestran escasos conocimientos, o una ignorancia deliberada, sobre la manera en que funcionan los grandes jurados, y yo lo sé porque fui testigo, hace 12 años, en otro caso de alto perfil relacionado con un fiscal especial. Dicho caso se relacionaba con la cuestión de quién había revelado la identidad de una exagente encubierta de la CIA. Pude ver la sala del gran jurado desde su interior, y puedo garantizar que no se trata del conciliábulo políticamente prejuiciado de Gingrich, sino de un engrane meramente formal de nuestra maquinaria de justicia penal. Los grandes jurados son creados, o conformados, por los fiscales para que presenten acusaciones y como una herramienta de investigación para emitir citatorios y órdenes judiciales. Irónicamente, el sistema fue establecido para que fuera un baluarte contra los fiscales gubernamentales demasiado diligentes, pero se ha convertido fundamentalmente en poco más que un sello de aprobación, independientemente de si se forma en Washington o en Virginia Occidental.
La idea del gran jurado ha formado parte de las leyes angloestadounidenses durante alrededor de 800 años. La Quinta Enmienda de la Constitución de Estados Unidos exige el uso de un gran jurado para aprobar una acusación de delito antes de que un caso se presente ante un tribunal. El objetivo principal del Proyecto de Ley de Derechos fue garantizar las libertades individuales contra los abusos del gobierno. Y a los fundadores de Estados Unidos les preocupaba que los fiscales fueran capaces de juzgar a cualquier persona sin un buen motivo, por lo que debían crear primero un gran jurado.
Si vemos unos cuantos episodios del programa Law & Order comprenderemos rápidamente que un gran jurado no determina la culpabilidad o la inocencia del acusado. Es un grupo de juristas, usualmente, entre 16 y 23, más suplentes, el que decide si hay una “causa probable” por la que un acusado pudo haber cometido un crimen. Este es un estándar mucho más bajo que el que existe para los juicios penales. El acusado no llega a presentar los hechos; ni siquiera hay una defensa. Solo el fiscal y los testigos hablan antes de que el jurado decida, y ese desequilibrio de poder es lo que ha provocado una de las frases célebres del derecho penal, que dice que un gran jurado “condenaría hasta a un emparedado de jamón” (en este caso, con guarnición de ensalada rusa).
Tuve mi encuentro con la cámara estelar del emparedado de jamón en 2005. Tras varios meses de discutir en la corte, fui obligado a testificar ante el gran jurado conformado por un fiscal especial en el caso de la filtración de la CIA. Junto con Time Inc., la empresa en la que trabajaba en aquel entonces, había argumentado que, como periodista, no debería tener que hablar sobre mis conversaciones con mi contacto, Karl Rove, el principal asesor político del entonces presidente George W. Bush.
Dos años antes, había hablado por teléfono con Rove acerca de Joseph Wilson, un exdiplomático estadounidense al que la CIA había enviado para investigar las afirmaciones de que Saddam Hussein buscaba adquirir uranio en África. Wilson concluyó que el dictador iraquí no había hecho nada de eso. Más tarde se sorprendió mucho cuando Bush utilizó esa afirmación como una de sus razones para emprender la guerra contra Irak. En respuesta, el exembajador atacó públicamente a la Casa Blanca, y en un torpe ataque contra Wilson, el columnista Robert Novak reveló la identidad de la esposa de aquel, Valerie Plame, una antigua agente de la CIA. Esto podría constituir un delito grave, y tras los clamores de los demócratas, el Departamento de Justicia nombró a un fiscal especial, Patrick Fitzgerald, para descubrir quién había filtrado la identidad de Plame a la prensa. Yo no sabía lo que había detrás de la revelación de su identidad por parte de Novak, pero dicha identidad también me había sido revelada a mí, por lo que pasé los siguientes dos años luchando en la corte, tratando de evitar tener que testificar sobre una fuente.
En 2005, la Suprema Corte rehusó escuchar mi argumento de que, como periodista, yo tenía derecho a no testificar con respecto a una fuente. Pude haber ido a la cárcel. Por fortuna, Rove, cuya identidad como mi fuente había salido a la luz (mediante otras filtraciones) me concedió el permiso de testificar. Y así, me presenté ante el gran jurado del fiscal especial en Washington. Estos procesos son muy secretos. Para las personas involucradas, desde los miembros del gran jurado hasta el estenógrafo, está prohibido hablar de los procesos mientras están en curso.
¿OTRA VEZ FLYNN? Mueller tomó el control de un gran jurado
que investiga al exasesor de seguridad nacional Flynn. El proceso tendrá lugar
en Virginia debido a que la empresa del general retirado fue establecida en ese
estado. FOTO: DREW ANGERER/GETTY
Percibí el hecho de testificar como algo surrealista y anticlimático. Tras una batalla legal que atrajo la atención de todo Estados Unidos y en la que participaron algunos de los mejores abogados de ese país, la sala del gran jurado lucía como un aula venida a menos, y sus miembros fueron embutidos en pupitres escolares, mientras que el fiscal utilizaba un proyector de la década de 1960 para presentar sus pruebas. Después de todas esas luchas me sentí como si estuviera en una clase de matemáticas en un empobrecido colegio comunitario.
Los miembros del jurado, principalmente hombres y mujeres maduros de raza negra, se mostraron reflexivos e interesados, y expresaron su compasión por mis dificultades legales. Sin embargo, tuve que reírme cuando uno de ellos presentó un correo electrónico que yo había enviado a mis editores. Mi conversación con Rove, escribí en ese momento, estaba en un “doble trasfondo supersecreto”.
¿Se trata de un verdadero término periodístico?, preguntaron.
No, respondí. Era mi homenaje a la película Animal House (Colegio de animales, que trata sobre los adorables inadaptados de una fraternidad estudiantil que son puestos en “libertad condicional doblemente secreta” por el malvado decano de la escuela).
Finalmente, el gran jurado acusó a I. Lewis Libby, jefe de gabinete del vicepresidente Dick Cheney, no de filtrar la identidad de Plame a Novak, sino de mentir al FBI y a los fiscales acerca de su conversación con la prensa acerca de Plame. Fue condenado por obstrucción de la justicia y otras acusaciones, pero Bush conmutó su sentencia.
Es demasiado temprano para saber si alguien será condenado, por no mencionar si será indultado, en la investigación sobre Trump y Rusia, pero al igual que Fitzgerald antes que él, Mueller no ha hecho nada malo al reunir a un gran jurado en Washington. Lo ha hecho porque el Departamento de Justicia exige que estos procedimientos se lleven a cabo en el lugar donde ocurrieron los presuntos crímenes. Reunir a un gran jurado en Virginia Occidental, una zona favorable a Trump, no solo sería estúpido, sino también ilegal.
Mueller también ha sido atacado por tomar el control del gran jurado que investiga a Mike Flynn, el exasesor de seguridad nacional de Trump (un fiscal puede tomar el control del gran jurado de otro). El proceso de Flynn se realiza en Virginia, pero tiene sentido que Mueller trabaje allí. La empresa de consultoría privada de Flynn fue establecida en ese estado, y el hecho de que el general jubilado no haya revelado pagos provenientes de gobiernos extranjeros es un elemento central de la investigación.
Si las personas realmente desconfían de los fiscales extremadamente diligentes, el Congreso y el Departamento de Justicia podrían revisar el sistema de gran jurado para crear una mayor supervisión o permitir que la defensa presente pruebas. Se podría permitir que los testigos lleven a sus abogados a las audiencias (al igual que todos los testigos ante un gran jurado, tuve que ir solo y no se me permitió tomar notas).
El difunto representante Henry Hyde, republicano conservador que dirigió la batalla de juicio político contra Bill Clinton en la Cámara en 1998 y fue defensor del entonces fiscal independiente Kenneth Starr, era, no obstante, un gran creyente de la reforma de los grandes jurados. “El gran jurado es el prisionero total del fiscal, quien, si es sincero, admitirá que puede acusar a cualquier persona, en cualquier momento, de prácticamente cualquier cosa ante un gran jurado”, dijo en 1997. A diferencia de Gingrich, Hyde fue lo suficientemente honesto para saber que el problema no lo constituyen los fiscales independientes, sino el sistema mismo.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek