El 10 de marzo, la noche anterior a la fecha límite para la renovación, Comey conducía hacia su casa cuando el jefe de personal de Ashcroft le llamó y le dijo que dos asesores del presidente George W. Bush iban en camino para hablar con Ashcroft. Comey condujo rápidamente hacia el hospital y “subí corriendo las escaleras con mi equipo de seguridad”, testificó después ante el Comité Judicial del Senado. Mientras esperaba con Ashcroft, que estaba postrado en cama, los asesores de Bush entraron y dijeron que querían que el programa fuera aprobado. De acuerdo con el testimonio de Comey, Ashcroft señaló a Comey y dijo: “Yo no soy el procurador general. Aquí lo tienen”. Los asesores se marcharon.
Al día siguiente, Bush volvió a autorizar el programa sin la firma de Comey, lo cual hizo que este redactara una carta de renuncia, como lo hizo Robert Mueller, que era el director del FBI en esa época. Ambos funcionarios terminaron convenciendo a Bush de implementar el programa en una forma que ellos pensaban que era legal, y el incidente se convirtió en uno de los momentos estelares en las carreras de Comey y Mueller.
Sin embargo, había otro funcionario del Departamento de Justicia que ofreció su renuncia junto con Comey y Mueller. Mientras ellos dos redactaban sus cartas, Christopher Wray, que en ese entonces era asistente del procurador general a cargo de la división penal del Departamento de Justicia, llevó a Comey a un lado en un corredor de las oficinas generales del organismo y le dijo: “Mira, no sé lo que ocurre, pero antes de que ustedes hagan cualquier cosa, por favor avísenme para que pueda unírmeles”, de acuerdo con The Threat Matrix (La matriz de la amenaza), un libro publicado en 2011 acerca del FBI de Mueller.
Comey fue el sucesor de Mueller como director del organismo y se desempeñó en el cargo hasta que el presidente Donald Trump lo despidió, en mayo. Entonces, el Departamento de Justicia instaló a Mueller, que había sido abogado privado, para desempeñarse como consejero especial que supervisaría la investigación del FBI sobre la intervención rusa en la elección presidencial de 2016 y su posible coordinación con la campaña de Trump.
Wray es ahora el elegido de Trump para ser el sucesor de Comey como director del FBI. El 12 de julio se presentó ante el Comité Judicial del Senado para su audiencia de confirmación. Independientemente de su ofrecimiento de renunciar, ocurrido hace años, Wray y Comey son muy diferentes, de acuerdo con quienes los conocen. A diferencia de Comey, a quien Trump ha llamado “fanfarrón”, Wray es conocido por su introversión y por evitar los reflectores. “Chris es una persona muy tranquila”, dice Monique Roth, quien fungió como su asesora de alto nivel en el Departamento de Justicia. “No es una de esas personas grandilocuentes o motivadas por el ego. Es muy retraído y reflexivo… Es simplemente una persona común con un gran corazón”.
¿Acaso ese es el tipo de persona adecuada para asumir el cargo con mayor tensión en Washington? Si es confirmado en el puesto, Wray se convertiría en director en un momento muy difícil para el organismo. Trump ha dicho que la investigación sobre la posible colusión entre su equipo de campaña y Rusia es una “noticia falsa” y una “cacería de brujas”. Los críticos señalan que es todo menos eso, mientras que los agentes de menor nivel del FBI se sienten frustrados debido a que su trabajo ahora se percibe como envuelto en la política, no solo debido a la investigación sobre Rusia, sino también por la investigación del FBI sobre el uso de un servidor privado de correo electrónico por parte de Hillary Clinton. También están las tensiones usuales de desempeñarse como el funcionario de más alto nivel en la aplicación de la ley, quien supervisa alrededor de 35,000 empleados y 50,000 investigaciones cada año, la mayoría de las cuales no tienen nada que ver con la elección de 2016.
A pesar de su inmaculada reputación, Wray se arriesga a verse envuelto en la lucha política más inextricable que ha habido en décadas. “Hay un elemento de, ¡guau!, ¿en qué se está metiendo?”, dice Jim Franco, antiguo amigo y compañero de habitación en la universidad.
O, como dice Roth: “¿Lo haría yo [convertirse en directora del FBI]? De ninguna manera. ¿Le recomendaría a alguien que lo hiciera? Tampoco”.
EN EL OJO DEL HURACÁN: Si es confirmado en el puesto, Wray
se arriesga a involucrarse en la lucha política más inescrutable en varias
décadas: la investigación de las relaciones entre Trump y Rusia. FOTO: TOM
WILLIAMS/CQ ROLL CALL/AP
EL SR. IMPERTURBABLE
Christopher Asher Wray nació en Nueva York en 1966, ocho días antes de Navidad. Su padre, Cecil, originario de Nashville, Tennessee, es socio jubilado del prestigioso bufete de abogados Debevoise & Plimpton y es miembro del Consejo de Relaciones Exteriores, un grupo de analistas entre cuyos miembros se encuentran ejecutivos corporativos y líderes mundiales. Su madre, Gilda, cuya familia divide su tiempo entre el Upper East Side de Manhattan y la “Costa de Oro” de Long Island, fue presidenta de la Fundación Charles Hayden, una organización sin fines de lucro enfocada en el desarrollo infantil. Wray estudió la secundaria en la Academia Phillips de Andover, Massachusetts, un internado que data de 1778 y entre cuyos alumnos se encuentran los dos presidentes Bush. Estudió música, filosofía y religión, y les decía a sus amigos que quería ser abogado, como su padre.
De Andover, Wray pasó a Yale, junto con muchos de sus compañeros de la secundaria. Llevó con él su bajo eléctrico e improvisaba con frecuencia con sus compañeros de habitación, tocando generalmente piezas conocidas de jazz. Cuando no tocaban su propia música, Wray y sus amigos escuchaban cintas de casete que llenaban maletas enteras. El joven graduado de Andover introdujo a sus nuevos amigos en la música de Pat Metheny, Yellowjackets y Jaco Pastorius. También comían emparedados de carne con queso o veían los deportes, Wray era aficionado a los Mets y a los Gigantes de Nueva York. El remo ocupaba su tiempo libre (Anderson Cooper, presentador de CNN, era su compañero en esa actividad), lo mismo que las citas con una exdebutante de Georgia llamada Helen Howell, que vivía en la casa de arriba cuando él era estudiante de primer año.
“Ya desde el principio era posible reconocer que tenía más enfoque y más impulso que el típico estudiante universitario, e incluso que el típico estudiante de Yale”, dice Franco, su antiguo compañero de habitación. Jake Poinier, un amigo de la secundaria y de la universidad (y su padrino de bodas) dice que ambos caminaban juntos por las montañas de Adirondack durante las vacaciones escolares de verano, y Wray llevaba siempre un rompevientos extra porque sabía que Poinier olvidaría el suyo.
Tras graduarse en filosofía en 1989, Wray se quedó en Yale para estudiar leyes, como su padre (en ese verano se casó con Helen, y ahora tienen dos hijos). Más tarde, Wray se convirtió en director ejecutivo de la publicación The Yale Law Journal, y Nora Demleitner, una antigua compañera de escuela que escribía para la revista, recuerda a Wray como “una persona de pocas palabras, pero cuando hablaba, los demás escuchaban”.
En 1992, tras concluir sus estudios en la Facultad de Leyes, Wray trabajó como empleado administrativo del juez J. Michael Luttig, de la Corte de Apelaciones de Estados Unidos. “Era constante. Era ecuánime, equilibrado, reflexivo, deliberativo”, recuerda Luttig, quien actualmente es asesor general de Boeing. “Tiene una calma y una compostura que comienzan a mostrarse desde el momento en que escucha el tema… Simplemente es imperturbable”. Cuando Wray concluyó su trabajo administrativo, Griffin Bell, exprocurador general de Estados Unidos, lo reclutó para trabajar en King & Spalding, un bufete de abogados fundado en la década de 1880 y que cuenta ahora con más de 1,000 juristas.
Cinco años después, volvió al sector público como asistente del procurador para el Distrito Norte de Georgia. Enjuició a ladrones de bancos, traficantes de armas, un secuestrador de niños, un complot de asesinos a sueldo, un incendiario en serie de iglesias y a un antiguo lanzador de los Bravos de Atlanta que había cometido fraude postal, entre otros casos. “Yo juzgo a las personas cuando se encuentran bajo presión”, dice Joe Robuck, agente jubilado del FBI que trabajó con Wray en un caso de corrupción. “Nunca he encontrado a otra persona, sea un fiscal o un agente del FBI, que me haya impresionado más”.
Cuatro meses antes de los ataques del 11/9, Wray asumió el cargo de subprocurador general adjunto de Estados Unidos en Washington, D. C. Y no pasó mucho tiempo antes de que Bush lo nominara para convertirse en asistente del procurador general para supervisar la división penal del Departamento de Justicia, un puesto alguna vez ocupado por Mueller, el exdirector del FBI y ahora asesor especial. “A sus 36 años, el señor Wray ha logrado más en la profesión legal que muchos de nosotros, como abogados, hemos logrado en toda una vida”, dijo el entonces senador Saxby Chambliss en la audiencia de confirmación. El Senado aprobó su nominación de manera unánime.
Como director de la división penal, Wray era responsable de los más de noventa procuradores de Estados Unidos y sus esfuerzos antiterroristas posteriores al 11/9. Rápidamente se hizo conocido por su ética de trabajo, luciendo despeinado en ocasiones debido a que había trabajado toda la noche. También adquirió una reputación de evitar los reflectores y de deliberar en lugar de tomar decisiones rápidas. “No es una persona que actúe de manera impulsiva”, dice Bill Mateja, antiguo colega del Departamento de Justicia. Pero su conducta tranquila no significa que no pueda ser enérgico. “Funciona como un tipo que permanece calmado y actúa con mucha fuerza”, dice John Richter, un amigo que se desempeñó como jefe de personal de Wray en la división penal y trabajó con él King & Spalding.
Roth, la antigua consejera de alto nivel de Wray, añade: “Él comprendió que lo que estaba haciendo era más grande que él y más grande que cualquiera que lo hubiera colocado en ese puesto”.
ENTREGA: Trump desea que el introvertido Wray reemplace a
James Comey, izquierda, quien dirigía la investigación sobre Rusia antes de que
el presidente lo despidiera, calificando al exdirector como “un fanfarrón”. FOTO:
DAVID SCULL/BLOOMBERG/GETTY
“WRAY NO PASÓ LA PRUEBA”
A pesar de todas las aclamaciones, los críticos se preguntan a quién es leal Wray. ¿Al FBI? ¿O al presidente, que lo nombró para investigar a sus socios? (Wray no respondió a nuestras solicitudes de entrevista para la realización de este artículo).
Una parte de la preocupación se debe a su afiliación partidista. El nominado para dirigir el FBI es republicano, y los registros de la Comisión Federal Electoral muestran que hizo donaciones a las campañas presidenciales de Mitt Romney y John McCain. Desde 2007, también ha donado a siete republicanos postulados para el Congreso, entre ellos, cuatro senadores que votarán en su confirmación. Los registros de la elección muestran que ha solicitado papeletas de votación del Partido Republicano para cada elección primaria desde 2008. Votó en noviembre pasado, pero los registros no indican por quién. También es miembro de la Sociedad Federalista, una organización conservadora y libertaria cuyo vicepresidente ejecutivo, Leonard Leo, supuestamente asesoró a Trump en sus nominaciones del poder judicial. Sin embargo, Wray ha enviado cartas de apoyo al Senado para nominados presidenciales de ambos partidos, entre ellos, el antiguo procurador general Eric Holder y la antigua procuradora general interina Sally Yates, ambos demócratas.
El problema más amplio se relaciona con los conflictos de intereses. Tras volver a King & Spalding en 2005, representó a Chris Christie, gobernador de Nueva Jersey y aliado de Trump, en el escándalo “Bridgegate” (el gobierno de Christie fue acusado de cerrar varios carriles del Puente George Washington en 2013 como un acto de venganza política). King & Spalding también tiene lazos con Trump y Rusia. Por ejemplo, Bobby Burchfield, un socio del bufete, es asesor de ética del conglomerado de negocios de Trump. Y según informes, la empresa también representa a Rosneft y Gazprom, dos empresas de energía propiedad del Estado ruso, las cuales enfrentan sanciones por parte de Estados Unidos.
Estas relaciones preocupan a algunos demócratas y defensores de las libertades civiles. “El trabajo legal del bufete jurídico de Christopher Wray para la familia Trump, sus antecedentes de actividades partidistas, así como el hecho de haber defendido al director de transición de Trump durante un escándalo penal, nos hace cuestionar su capacidad de dirigir el FBI con la independencia, el juicio imparcial y el compromiso con el imperio de la ley que merece ese organismo”, dijo en una declaración Faiz Shakir, director nacional de política de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles. El senador Jeff Merkley, demócrata de Oregón, escribió en un tuit: “Dada la investigación #TrumpRusia, el director del FBI debe estar muy por encima de la política partidista y de los #ConflictosDeIntereses. Debe ser incuestionablemente independiente”. Añadió que “Wray no pasó la prueba”.
En una presentación ante el Comité Judicial del Senado antes de su audiencia de confirmación en el FBI, Wray dijo que había consultado a la oficina de ética del Departamento de Justicia y que no tenía conocimiento de ningún conflicto de intereses. “No me resulta nada sorprendente que, cuando un gobernador en funciones enfrenta una investigación realizada por la oficina de un procurador de Estados Unidos, dicho gobernador pueda pensar en contratar a uno de los abogados más prestigiados del país”, señala Richter, el amigo y exjefe de personal de Wray, al hablar acerca de la labor que este hizo al representar al gobernador Christie. Añade que Wray no ha tenido ninguna conexión con el trabajo de sus colegas con el conglomerado empresarial de Trump, y una vocera de su bufete afirma en una declaración que, si es confirmado, el elegido de Trump “consultará estrechamente con el personal de ética del Departamento de Justicia para evitar conflictos de intereses”. El nominado le ha dicho al Comité Judicial que se retiraría del bufete una vez que fuera confirmado en el cargo.
El mayor problema de Wray podría ser la forma en que se relacione con los agentes comunes del FBI quienes, según personas familiarizadas con el caso, siguen sintiéndose afectadas por el despido de Comey. “Quienquiera que ocupe el puesto —dice Frank Montoya Jr., oficial retirado del FBI— tendrá una cantidad tremenda de trabajo que hacer solamente para generar confianza” con los agentes de menor nivel. “El tipo será visto como un partidario de Trump en el cargo, y tendrá que disuadir a las personas de esta idea”.
Wray parece compartir esta preocupación. Robuck, el exagente del FBI que trabajó con Wray en un caso, señala que el nominado lo llamó en junio “para preguntarme cómo creía que él sería aceptado por los agentes”. Robuck le dijo a Wray: “No creo que ningún miembro de ese organismo que opine como yo deje de sentirse emocionado por tenerte como director”.
En cuanto a la lealtad, Gary Bald, oficial jubilado del FBI que estuvo bajo las órdenes de cinco directores distintos y trabajó con Wray, dice: “No me importa lo bueno que seas ni cuáles son tus acreditaciones, si te incorporas al organismo con alguna clase de parcialidad, esta será detectada rápidamente y tendrás mucha resistencia por parte de los hombres y mujeres del FBI”.
Esa es la razón por la que es probable que Wray, si es confirmado en el cargo, no será capaz de mantenerse lejos de los reflectores. A pesar de su naturaleza introvertida, personas cercanas a él dicen que podrá manejar la presión, como lo hizo cuando se unió para apoyar a Comey y Mueller en 2004.
“El país clama por alguien que tenga la mayor integridad”, afirma Luttig, el exjuez. “Alguien en quien tengan una gran confianza para poner al FBI en el lugar en el que siempre ha estado”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek