NO SE SUPONÍA que sería de esta manera.
Por siete años, los republicanos prometieron “revocar y remplazar” el Obamacare
en cuanto tuvieran a uno de los suyos en la Casa Blanca. Pero en vez de firmar
un plan republicano de salud “que fuera mucho mejor” que el de Barack Obama
—otra frase favorita de Trump—, el presidente y los republicanos en el Congreso
han batallado para pasar su legislación.
Apenas a finales de junio, una versión
del proyecto republicano de ley de salud fue aprobada por la Cámara de
Representantes, controlada por los republicanos, aun cuando el partido tiene la
mayoría más grande en la cámara desde 1928. En el Senado, Mitch McConnell,
líder de la mayoría de Kentucky conocido por sus tretas legislativas, fue
obligado a retrasar la votación de salud porque sus colegas republicanos
estaban en franca rebelión contra el plan, que él y una camarilla de senadores
selectos habían redactado rápidamente y en secreto sin las usuales audiencias
abiertas y votaciones por comité.
Al público no lo impresionó lo que Trump,
McConnell o Paul Ryan, portavoz de la Cámara de Representantes, elaboraron. Una
encuesta mostró que el apoyo al plan republicano de salud estaba en 12 por
ciento, lo cual tal vez no sorprenda dado que los proyectos tanto de la Cámara
como del Senado incluyen recortes enormes al Medicaid, el programa de
beneficios de salud para los pobres y discapacitados. Además, la Oficina
Presupuestal del Congreso había declarado que veinte millones de
estadounidenses menos tendrían seguro de salud bajo cualquiera de los proyectos
de los que habría si el país se quedara con el Obamacare.
Tales cifras parecerían maná para los
demócratas, quienes han visto diezmadas sus filas congresistas, tienen menos de
veinte gubernaturas y han perdido poco menos de mil escaños legislativos
estatales durante la última década. Pero los demócratas han tenido problemas
para convertir el descontento por los planes republicanos de salud en victorias
en las urnas. Los republicanos ganaron los cuatro distritos congresistas que
tuvieron elecciones especiales este año después de que Trump designó a sus
miembros del Congreso a su gabinete.
Aun cuando a los demócratas que
compitieron por esos escaños les fue mejor que a aquellos en el pasado,
perdieron contiendas que parecían ganables, en especial el escaño de la Atlanta
suburbana que otrora tenía Tom Price, médico y ahora secretario de Salud y
Servicios Sociales, y un arquitecto de la revocación de Obamacare. El sexto
distrito de Georgia parecía promisorio porque Hillary Clinton perdió allí por
solo 1 por ciento en noviembre, y estaba lleno del tipo de votantes con
educación universitaria con quienes los demócratas han tenido su mayoría de
avances recientes. La gran esperanza azul que competía por el escaño, Jon
Ossoff, terminó perdiendo por 5 por ciento.
Entonces, ¿qué contiene a la izquierda?
Extrañamente, un factor podría ser la investigación sobre las acciones rusas
para afectar la elección presidencial de 2016. Lejos de ser fake news (noticias
falsas), como el presidente a menudo lo ha llamado, el hackeo, dirigido por
Moscú, de las computadoras en el Comité Nacional Demócrata y la campaña de
Clinton fue verificado por la comunidad de inteligencia estadounidense desde
octubre. Un grupo de varias agencias concluyó en enero, en los últimos días de
la administración de Obama, que las acciones rusas fueron aprobadas por el
presidente Vladimir Putin y estaban destinadas a afectar la campaña de Clinton.
Ahora que Trump es presidente, sus
acciones con respecto a Rusia —y las indagaciones sobre la participación de
Moscú en la elección— no han sido en absoluto noticias falsas. Como lo admitió
él mismo, Trump despidió al exdirector del FBI, James Comey, en parte por su
dirigencia enérgica de la investigación rusa de esa agencia. Y según numerosos
reportes, Trump está siendo examinado por posible obstrucción de la justicia
por el consejero especial Robert Mueller, quien fue traído para dirigir la
investigación después del despido escandaloso de Comey.
Pero la historia de Rusia no es la
panacea que los demócratas podrían haber deseado, aunque no se podría saber al
ver el canal MSNBC. El reparto en horario estelar de la cadena de noticias por
cable todavía es dominado por veteranos presentadores progresistas, a pesar de
los esfuerzos de Andrew Lack, presidente de NBC y MSNBC News, por contratar
voces más conservadoras como Bret Stephens, columnista de The New York Times,
quien se unió a la cadena a finales de junio. La cobertura de MSNBC en
cualquier noche está dominada por la cobertura de Rusia.
Y desde una perspectiva de público,
parece estar funcionando. Los índices de audiencia del canal se han disparado,
y el programa de Rachel Maddow, a las 21 horas, a veces ha derrotado incluso a
sus archirrivales CNN y Fox News en su horario, en gran medida por la fuerza de
su reporteo amplio y a menudo exclusivo de la investigación rusa. Por ejemplo,
el 28 de junio, ella publicitó la noticia de que la Red de Ejecución contra
Crímenes Financieros del Departamento del Tesoro había entregado más de mil
documentos al comité de inteligencia del Senado, el cual encabeza la indagación
de esa cámara sobre el hackeo ruso. Rolling Stone la puso en la portada con sus
característicos lentes de marco oscuro estilo Buddy Holly, y la llamó “el
nombre más confiable en las noticias”.
DISENTIMIENTO SANO: Camareras se
reunieron fuera del Capitolio de Estados Unidos a fines de junio para protestar
por el proyecto republicano de ley de salud, e incluso una gran porción de la
base de Trump parece estar en contra. FOTOS: DANIEL ACKER/BLOOMBERG/GETTY; SAUL
LOEB/AFP/GETTY
Muchos podrán no estar de acuerdo, pero
Maddow sí habla de las preocupaciones estadounidenses por el hackeo ruso. Igual
lo hace Frank Rich, el columnista de la revista New York y autor de un muy
discutido artículo de portada que compara el Rusiagate con el Watergate, el
cual señala que la crisis de la década de 1970 que derribó al presidente
Richard Nixon tomó más de dos años para llevarlo a su renuncia. “El auto de fe
del Watergate no se construyó en un día”, escribe Rich, refiriéndose a la
ceremonia de sentencia de la Inquisición española.
A pesar de su seriedad, la popularidad de
la historia de Rusia en las noticias por cable —donde un millón de espectadores
es la gran cosa— no significa que pegue con el resto del país, un público que
rebasa los 330 millones. Una encuesta reciente de Harvard-Harris explica el
dilema para los demócratas, quienes ven las indagaciones sobre Rusia como su
boleto para recuperar la Cámara de Representantes en 2018. El sondeo halló que,
aun cuando 58 por ciento de los votantes está preocupado por los tratos
comerciales de Trump con Rusia, una mayoría sustancial, 73 por ciento, dijo
estar preocupada porque las investigaciones en marcha impidan que el Congreso
aborde problemas más vitales para ellos. En vez de que las indagaciones sean
vistas como un detrimento para la Casa Blanca y los republicanos, los
demócratas están en peligro de ser visto como demasiado consumidos por Rusia.
No es del todo análogo, pero el exceso es
lo que les pasó a los republicanos en la década de 1990 durante la presidencia
de Bill Clinton. Sus supuestos crímenes, como mentir en un testimonio civil
sobre adulterio con la interna Monica Lewinsky, fueron perseguidos con un
exceso similar al del inspector Javert por el consejero entonces independiente
Kenneth Star y un Congreso, demasiado jubiloso, controlado por los
republicanos, el cual impugnó a Clinton en la Cámara de Representantes y estuvo
a un puñado de votos en el Senado de retirarlo del cargo. En las elecciones a
mitad de la legislatura, en 1998, el público se opuso a la impugnación y los
demócratas terminaron ganando escaños, algo que no había sucedido desde la
época de la Reconstrucción, en el sexto año en el cargo de un presidente.
El hackeo ruso del proceso democrático
estadounidense es una preocupación nacional mucho más seria que el adulterio. Y
hay muchísimo humo: Trump despidiendo a Comey, su intimidad general con Putin,
la falta total de curiosidad que él y sus altos lugartenientes han mostrado en
llegar al fondo de la interferencia rusa, y los contactos cuestionables y no
reportados que el exasesor de seguridad nacional Michael Flynn y su yerno,
Jared Kushner, tuvieron con los rusos. En algún momento durante la campaña,
Trump incluso pidió que Rusia “hallara” los correos electrónicos de Hillary
Clinton, y sugirió que Moscú debería filtrarlos a la prensa.
Todo el comportamiento de Trump tiene
olor a escándalo, pero no es lo bastante delatador para mejorar la suerte de
los demócratas. Algunos activistas y políticos empiezan a reconocer eso. “Si me
ves tratando a Rusia y las críticas al presidente y cosas como esas como un
asunto secundario, es porque así es como mis votantes las sienten”, dijo
recientemente Matt Cartwright, un congresista demócrata por Pensilvania, al
periódico The Hill. “No pienso que alguien quiera darle una aprobación a una
actividad ilegal o poco ética. Pero en la vida todos tenemos prioridades, y la
primera prioridad de mis votantes son sus familias, como debe ser”. Otros
miembros del Congreso presionan a sus líderes para que se enfoquen menos en
Rusia.
Los demócratas necesitan prepararse para
luchar ante la posibilidad de que Mueller pudiera no llamar el comportamiento
de Trump como ilegal o impugnable o que él tal vez no halle evidencia de
colusión o coordinación entre los hackers rusos y ejecutivos de la campaña de
Trump. En un foro sobre asuntos de inteligencia, Michael Morell, exdirector
interino de la CIA con Barack Obama y patrocinador de Hillary Clinton para
presidenta, puso en duda la posibilidad de revelaciones enormes al final de las
indagaciones. “Hay humo, pero no hay fuego en absoluto”, dijo, y añadió: “No
hay una fogata pequeña, no hay una pequeña vela, no hay una chispa. Y hay mucha
gente buscándolo”. Si un crítico de Trump que sabe de lo que habla dice eso, es
menester que los demócratas escuchen.
La lucha por la salud no se ha traducido
en resultados para los demócratas en las encuestas, pero sigue siendo la mayor
esperanza para el partido al entrar en 2018. Con los sondeos que muestran que
el plan republicano es ampliamente impopular y la principal preocupación de los
votantes, los demócratas tienen una oportunidad rara de galvanizar a los
estadounidenses, tanto como los republicanos la tuvieron en las elecciones de
media legislatura de 1994, cuando recuperaron el Congreso por el fallido plan
de salud de Hillary Clinton, y en 2010 por el Obamacare.
No se necesita ser un espía ruso para ver
eso.
—
Publicado en cooperación con Newsweek /
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