TEXAS, EE. UU.– Era casi de madrugada y no llovía. Alrededor del monumento de La Minerva, en Guadalajara, miles de personas, unas 150,000, bailaban con cerveza en mano, gritaban eufóricos desde sus autos, lloraban o cantaban porque era la gran noche del festejo: las Chivas habían triunfado en el partido de futbol más importante de la liga mexicana contra los Tigres de Monterrey. Después de 11 años por fin habían logrado ganar el Torneo de Clausura 2017. Del otro lado del país, en una casa de la gran urbe que es Houston, John Hernández salía de la casa de sus tíos, donde había llegado con su esposa María y su pequeña hija Alexandra, a seguir el partido con la familia. John, de 24 años, había nacido en California, pero su familia era del pueblito de San Isidro, Tototlán, en Jalisco, a unos noventa minutos de Guadalajara. John era un hincha fiel que estaba feliz. Había tomado más de la cuenta y estaba tan ebrio que casi se caía. Cuando salieron de casa de sus tíos, su esposa le dijo que pararan en un restaurante Denny’s, en Sheldon, al este de Houston, para que la cafeína le cortara un poco el efecto del alcohol. En esa noche de 28 de mayo, John portaba orgullosamente la típica playera de rayas blancas y rojas de las Chivas.
La mesera Melissa Trammellt les sirvió café. John le dijo a María, con la terquedad del que ha bebido de más, que quería salir un poco, que necesitaba tomar aire. María se quedó adentro con su pequeña hija. Unos segundos después corrió a la entrada del restaurante y encontró al robusto Terry Thompson encima de su marido. Thompson es un hombre de 41 años, veterano de las fuerzas armadas, practicante de artes marciales mixtas, las peleas MMA de full contact donde se vale todo. Thompson, odiador de hispanos desde su página de Facebook, dice que encontró a John orinando afuera. Así que lo encaró y lo golpeó, lo puso contra el piso, con sus probables 150 kilos de peso sobre los probables 80 kilos de John, y le aplicó una llave en el cuello. Así pasaron 5, 10, 15, 20 minutos. La esposa del atacante, Chauna Thompson, policía del condado de Harris, que ya estaba adentro del restaurante, salió y vio a su marido asfixiando a John.
Hernández pataleaba y jadeaba para poder respirar mientras Thompson alardeaba: “¿Quieres que te golpee de nuevo? ¿Quieres que te golpee de nuevo?”. Ella iba de short, camisa de tirantes desordenada, pelo dorado, sin uniforme. Era su día de descanso. En lugar de separar, se apresuró a echar el cuerpo fornido contra el piso para apretar el brazo de John, hasta que se puso más morado, hasta que ya no pudo balbucear que lo soltaran, hasta que no pudo mover la mano pegándole al piso, en señal de basta, me rindo, como hacen los luchadores, hasta que no hubo estertores, hasta que no gemía.
Estaba ahí la sangre de John en las manos de Thompson por los golpes que le propinó de primera. Uno de los tenis negros de John salió volando y quedó junto a su cabeza. La hija de John gritaba que dejaran a su papá. María estaba impactada. Algunos grabaron la escena. Melissa, la mesera, suplicaba que pararan y llamó una, dos, tres y más veces a la policía que no respondía, que contestó después de 43 minutos. “Cuarenta y tres”, repetirá después Melissa con el nudo en la garganta. Las hijas de los Thompson y un ciclista rubio querían detener la grabación que hizo con el celular uno de los testigos, y no pudieron. En el perturbador video el rostro de John no aparece, solo su cuerpo oprimido por los Thompson, solo su piel morena debajo de las blanquecinas manos, panzas y piernas que se aferran como una prensa al cuerpo de John, encima de John, hasta que llega el silencio, hasta que deja de respirar. Thompson alega que John, el que había bebido de contento, el que no podía sostenerse con equilibro, el que necesitaba aire, el que estaba tomando un café, lo había golpeado primero y que él solo había respondido violentamente en defensa propia, ese es el argumento de su abogado. En la primera cita en una corte de Harris, Thompson dijo que lo vio orinando junto a su camioneta y le reclamó, discutieron y él recibió un primer golpe de John. Pero eso no está grabado en ningún lado. Es el dicho de Thompson, porque en los hechos no tenía un solo rasguño, la sangre no era la suya, tampoco tuvo que ser llevado a un hospital.
Cuando John dejó de moverse por la opresión de los Thompson, en La Minerva lo mejor de la fiesta estaba por venir. Pasadas las 12:05 de la medianoche, el camión de doble piso llegó a la glorieta con los futbolistas. El plan era que bajaran a un pasillo metálico y celebraran con toda la afición, pero el chofer se metió por otra ruta. Había fanáticos que llevaban horas tomando y el alboroto era monumental. Las tiendas cercanas vendieron alcohol desde que comenzó el partido hasta la madrugada, de manera que cuando los jugadores llegaron a La Minerva, las cervezas y el tequilla seguían circulando. Pero John no pudo ver nada de eso. Cuando el festejo acabó, rondando las dos de la madrugada, John estaba en el cuarto de un hospital con el cuerpo vivo y el cerebro apagado.
EN TOTOTLÁN, en Jalisco, México, los Hernández han pintado
camionetas con la marcha “#Justice For John”. FOTO: FACEBOOK/JUSTICE FOR JOHN
HERNÁNDEZ
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Los Hernández son una familia gigante. John era el mayor de tres hermanos, el más pequeño tiene diez años. Para despedirse de él en el hospital, antes de ser desconectado el siguiente miércoles después del ataque de Thompson, las enfermeras permitieron que entraran a la habitación por pequeños grupos. Fueron más de cincuenta. En lenguaje especializado, Hernández murió de una encefalopatía anóxica causada por estrangulamiento. En lenguaje coloquial, el oxígeno dejó de llegarle al cerebro para poder seguir viviendo. Aunque John hubiera sobrevivido, la lesión cerebral podría haberlo dejado con problemas cognitivos o con alguna discapacidad.
John había estudiado la preparatoria y estaba empezando con su propio negocio de colocación de limpiaparabrisas en los automóviles. Vivía en el condado de Harris, uno de los 254 condados que hay en Estados Unidos, uno de los más poblados del país. Sus papás están vivos. En las protestas después de su muerte se congregan los abuelos, los padres, la esposa María, los hermanos y hermanas de John, los primos, las primas. Una de ellas es Melissa Hernández, una chica de 22 años que nació en California, al igual que John. Melissa cuenta cómo John fue para ella una persona importante, que la ayudó cuando llegó de California y no conocía a nadie, cómo iban juntos hasta la escuela y cómo trataba de que se adaptara. “Era así con todos, él daba lo que tenía por cualquiera”. Así lo recuerda Melissa. Por eso ella se ha convertido en una especie de portavoz de la familia y por eso ella encabeza la campaña de “Justice for John”, en la que han hecho conciertos, han vendido comida, han realizado kermeses o han lavado autos para recaudar fondos para solventar los días de hospitalización de John y los gastos del funeral, unos 128,000 dólares que los Hernández tienen que pagar.
Para María, la viuda de John, sus papás y sus hermanos es mejor que permanezcan en silencio mientras está vigente el juicio contra los Thompson, recomienda el abogado del caso, Randall Kallinen, un hombre alto, rubio y de ojos claros que va con ellos a casi todas las manifestaciones.
En Tototlán, en Jalisco, México, los Hernández han pintado camionetas con la marcha “#Justice For John” y se han puesto también las camisetas con la imagen de John para pedir justicia. Cristina Hernández, una tía de John en el poblado, dice que él iba cada 15 de mayo a la fiesta de Tototlán, así que acababa de verlo días antes de que lo mataran. Había jugado con sus primos adolescentes, había bailado y había cantado —que era lo que más le gustaba hacer, especialmente cantar “A mi manera”, la versión de Vicente Fernández—. “Mi sobrino había nacido en Estados Unidos, pero de corazón era mexicano”, dice Cristina.
MELISSA se ha convertido en una especie de portavoz de la
familia y por eso ella encabeza la campaña de “Justice for John”. FOTO:
FACEBOOK/JUSTICE FOR JOHN HERNÁNDEZ
Los Thompson enfrentan una demanda civil donde la familia de John pide un millón de dólares como reparación del daño y una demanda criminal, por el asesinato. En el crimen de Hernández hay un componente de racismo, pues en caso de que John estuviera orinando no era una razón para tanta agresión y, mucho menos, para matarlo. En la cuenta de Facebook de Terry Thompson hay publicaciones en contra de los hispanos que viven en Estados Unidos.
Es una batalla legal compleja, dice Cristina porque es contra las mismas autoridades: Chauna Thompson es una policía que no ha sido removida del condado, sigue trabajando en el área administrativa. “Cuando Ed González, el sheriff de Harris, dijo en una conferencia de prensa que había sido una pelea justa, yo le escribí (por Facebook) que cómo podía ser una pelea justa si el asesino no tenía ni un rasguño. Cómo puede ser, si hasta los gallos cuando pelean salen heridos”, refiere Cristina con indignación.
Los Hernández consiguieron que el caso fuera presentado ante un Gran Jurado, no confiaban en los compañeros de Chauna Thompson, que la arroparon a ella y a su marido desde la noche del 28 de mayo. Cuando John fue llevado al hospital ya sin oxígeno en el cerebro y la policía por fin llegó al Denny’s, un primo llegó por Alexandra, su hija de tres años, pero la policía no dejó que María se fuera al hospital ni con su hija: la retuvieron durante cuatro horas en uno de los automóviles de policía, en la parte trasera, donde llevan a los detenidos, con las puertas sin manijas para poder salir. Empezaba a llover cuando a María le quitaron el celular y la encerraron con la justificación de que necesitaban tomarle ahí una declaración. María dice que vio a través de los cristales del auto cómo iban llegando funcionarios y policías de Harris que cubrieron a los Thompson para que no se mojaran y charlaron con ellos. Ni Terry ni Chauna Thompson quedaron detenidos esa noche. Ellos se entregaron después y pagaron una fianza de 10,000 dólares cada uno. Tienen prohibido acercarse a cualquiera de los Hernández o hacerles llamadas. El próximo día de corte es el 14 de julio.
“CON ESTO de Trump ha
salido mucho de racismo contra los hispanos”, afirma Agustín Pinedo,
representante de derechos civiles de Texas. FOTO: NICHOLAS KAMM/AFP
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El racismo en la era Trump es el viejo fantasma del odio hacia los mexicanos en Texas. “Es el Estado más racista de Estados Unidos”, suelta sin dudar el investigador fundador y profesor emérito del Colegio de la Frontera Norte, Jorge Bustamante.
Por los mismos días que sucedió lo de John, en Waco, el lugar texano conocido por la masacre en el rancho de los Davidianos, una mujer afroamericana que iba en un colectivo apuñaló a otra mujer porque no hablaba inglés. En Houston, un padre y su hijo fueron golpeados por policías y no quieren hacer la denuncia por miedo. Un conductor hispano que iba conduciendo fue agredido por un anglo-texano en el camino, lo acorraló con su camioneta y los policías, anglos, no quisieron tomar la denuncia.
“Con esto de Trump ha salido mucho de racismo contra los hispanos”, afirma Agustín Pinedo, representante de derechos civiles de Texas de la organización LULAC para el área de Houston y sus alrededores. Y las agresiones son contra hispanos residentes y ciudadanos, contra hispanos sin permiso legal para vivir en Estados Unidos, contra todo lo que parezca diferente, a pesar de que en Texas la población hispana es de más de 51 por ciento, y 40 por ciento del total son de origen mexicano.
El racismo en Texas se remonta al siglo XIX y principios del XX, cuando centenares de mexicanos fueron linchados por turbas que los culpaban de crímenes, aunque no los hubieran cometido, dice Bustamante. Eran masacrados por grupos de blancos, de anglo-texanos. Un libro clave para entender lo que sucedió a principios de 1900 es With the pistol in his hands (“Con la pistola en sus manos”), del antropólogo texano Américo Paredes. Es una investigación sobre el corrido de Gregorio Cortez, un peón que en junio de 1901 mató en defensa propia al sheriff Brack Morris. Cuando Morris trató de arrestar a Gregorio, este rehusó y le dijo: “You can not arrest me for nothing” (“No me puede arrestar por nada”). Y añadió una frase emblemática: “No white man can arrest me” (“Ningún blanco me puede arrestar”). Morris sacó su pistola. Romaldo trató de proteger a su hermano atacando al sheriff. Morris disparó a Romaldo y luego disparó contra Gregorio, pero Gregorio disparó inmediatamente y mató al sheriff. Cortez huyó hacía Río Grande y cientos de hombres, varios de los rangers de Texas, lo persiguieron durante algunos días. Solo lo arrestaron por un hombre que lo delató, aunque pasó pocos años en la cárcel porque recibió un perdón.
A través del corrido, Paredes hace un recuento de las ejecuciones sumarias, de cómo llegaban y asesinaban a familias enteras, las sacaban de sus casas y se quedaban con sus tierras.
EL GOBERNADOR GREG ABBOTT (en silla de ruedas) hizo lo que
tuvo a su alcance para que los legisladores texanos aprobaran la ley SB4. Y lo
logró. FOTO: MANDEL NGAN/AFP
Así que el racismo contra los mexicanos, dice Bustamante, no es nuevo. “Ha tenido variaciones, de mayor a menor escala, pero nunca ha dejado de existir”. El racismo debe entenderse como una ideología que se traduce en una conducta que es la discriminación en todas sus modalidades, que son muy amplias, describe el académico. Y la modalidad más medible es la discriminación. Por eso no duda cuando dice que Texas es el estado más racista del país. Y por esa historia que no debe olvidarse es que la familia Hernández protestó y se movilizó, sorprendida, cuando el sheriff del condado de Harris dijo que pediría ayuda a los rangers de Texas para investigar el asesinato de John para que fuera un proceso “justo”.
“Los estadounidenses ignoran en gran medida que los mexicanos eran frecuentemente los blancos de las turbas de linchamiento”, exponen los investigadores William D. Carrigan, profesor de historia de la Universidad de Rowan, y Clive Webb, profesor de historia moderna de América en la Universidad de Sussex. “Solo superados por los afroamericanos en escala y alcance de los crímenes”, escribieron los autores para un artículo del diario The New York Times en 2015. Ambos son autores de varias investigaciones al respecto, pero una de las principales es Forgotten Dead: Mob Violence Against Mexicans in the United States, 1848-1928 (Muerte olvidada: violencia callejera contra mexicanos en los Estados Unidos, 1848-1928).
A finales de noviembre de 1873, siete pastores mexicanos fueron ahorcados por los vigilantes blancos cerca de Corpus Christi, Texas: los presionaban para vender sus tierras. Solamente entre los años 1848 a 1928, las turbas asesinaron a miles de mexicanos. Hay quienes señalan que pudieron ser hasta 5,000, pero los investigadores solo pudieron documentar claramente 547 casos. Otro profesor de la Universidad de Austin, John Morán, menciona en un artículo académico que entre 1915 y 1919 fueron más de 1,000 ejecuciones. Los rangers tenían una consigna cuando se trataba de mexicanos: “Primero mato y luego hago las preguntas”.
SB4, LA PEOR LEY EN ESTADOS UNIDOS
En medio de esta ola de maltratos, discriminación, heridas y muerte es que ha germinado la peor ley que ahora Estados Unidos cuenta contra la inmigración ilegal. En un guiño al presidente Donald Trump, el gobernador Greg Abbott hizo lo que tuvo a su alcance para que los legisladores texanos aprobaran la SB4. Y lo logró. A partir del 1 de septiembre próximo, en solo dos meses más, cualquier policía del estado podrá detener a una persona solo por su apariencia.
THOMPSON, de 41 años, veterano de las fuerzas armadas y
practicante de artes marciales mixtas, es odiador de hispanos desde su página
de Facebook. FOTO: ESPECIAL
La ley obliga a todas las policías del estado a cooperar con la autoridad migratoria para reportar a las personas que son indocumentadas en lo que llega el ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) y se las lleva, dice Alejandra Castañeda, coordinadora del Observatorio de Legislación y Política Migratoria de El Colegio de la Frontera Norte. “Texas toma una actitud proactiva contra las ciudades santuario y emite esta ley, que no todas las ciudades van a llevar a cabo”, expone.
San Antonio, Dallas, El Paso, Austin, Houston y Fort Worth, las localidades más importantes de Texas, firmaron una demanda colectiva contra la nueva legislación. Algunas policías donde la mayor parte de la comunidad es de origen hispano se niegan a realizar el trabajo de inmigración porque dicen que con esto perderán la confianza de los habitantes. Ir en contra de la ley contempla multas de por lo menos 25,000 dólares y la destitución de funcionarios, jefes de policía, sheriffs y todo aquel en servicio público. Las autoridades educativas ya no son un lugar santuario, es decir, no pueden ser un refugio para inmigrantes sin documentos para vivir en Estados Unidos. Solo estarán a salvo en las iglesias.
Hay otros efectos que pierden foco. Castañeda dice que con estas leyes el miedo es mayor entre los inmigrantes y que un caso que merece atención es el de la violencia intrafamiliar. Con la Ley SB4 menos mujeres hispanas que son víctimas de cualquier tipo de violencia por parte de sus parejas no se atreverán a denunciarlos por miedo a ser detenidas y deportadas a sus países, en lugar de recibir apoyo y justicia.
El caso de John Hernández toma más relevancia en estos momentos, cuando una buena parte de la comunidad hispana anda con miedo, sobre todo los inmigrantes sin documentación legal estadounidense. Los Hernández pareciera que no temen, sin embargo, viven en la misma localidad que los Thompson, los que mataron a John. Cristina, la tía de John, dice que piensa en su papá, el abuelo del chico asesinado, en que puede toparse a cualquiera de los Thompson cuando van al supermercado, cuando están cargando gasolina, cuando están en cualquier calle.
NOVIEMBRE DE 2016: partidarios de Trump lanzaban vivas mientras el entonces candidato presidencial arribaba a un acto de campaña. FOTO: AFP
El especialista en derechos civiles de LULAC, Agustín Pinedo, considera que la batalla que están dando los Hernández es relevante porque los policías tienen mucha fuerza en el país, ya que es complicado que un policía sea condenado. La Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos, o LULAC, se creó en 1929 para luchar contra el racismo arraigado desde la época.
Melissa, la prima de John, cuando pasa por su casa y ve estacionada su camioneta, le parece que no ha muerto, que pronto lo verá, que cantarán una canción, que reirán, que harán fiesta. No concibe que los Thompson no hayan escuchado los gritos de la pequeña Alexandra suplicando que soltaran a su papá, o a María implorando lo mismo; a John jalando aire de donde podía, a los testigos abogando. Para Cristina, tía de John, no es justo que los Thompson estén libres después del pago de una multa. No es justo que lleguen a las audiencias como si nada pasara, no le parece justo que los policías escolten su auto para que puedan pasar ante las protestas.
“No pedimos la pena de muerte para la familia Thompson”, dijo Wendy Maldonado, otra tía de John, ante las cámaras de televisión en una conferencia de prensa. “Ellos ya se llevaron una vida, eso es suficiente. Esta familia tiene corazón, estamos llenos de amor y también son humanos”.
A John lo sepultaron en el San Jacinto Memorial Park de Houston el sábado 10 de junio, después de una misa durante la mañana. En el obituario decía: “Señor John Anthony Hernández, 24, nació el 15 de enero, 1993, en Orange County, California. Murió el 31 de mayo de 2017 en Houston, Texas, rodeado por su amorosa familia”.