A SUS 73 AÑOS, Kanta Patel tiene que lidiar con varios trastornos crónicos. En 2004 fue a una revisión médica y se enteró de que tenía el colesterol elevado. Dos años después, su médico diagnosticó hipertensión, y también prediabetes tipo 2.
Jamás pensarías que Patel, quien emigró de India hace cincuenta años, sufriría de problemas tan graves. Parece estar en estupenda condición: mide 1.52 metros, pesa 46 kilos, y su índice de masa corporal (IMC) es de apenas 19. Siempre ha sido una mujer activa, y lleva una dieta vegetariana. Pero el aspecto (y un IMC estupendo) puede ser engañoso.
Un creciente cuerpo de investigaciones demuestra que el IMC y peso no son, necesariamente, los principales indicadores de la salud del individuo. Además, lo que se considera un IMC normal —una cifra que puede predecir la presentación de enfermedades crónicas— no es igual para todas las razas y etnicidades. Muchos de los que cuestionan el uso de IMC en ambientes clínicos señalan que es una métrica de salud que resultó de décadas de investigaciones hechas, eminentemente, con personas blancas (caucásicos).
IMC y peso suelen ser las primeras cifras que los médicos toman en cuenta no obstante la ascendencia familiar, y si se encuentran en los límites normales, a veces ni siquiera hacen pruebas para detección de enfermedad cardiaca y diabetes tipo 2. Un amplio estudio, con más de 40,000 individuos, publicado en International Journal of Obesity, sugiere que casi la mitad de las personas categorizadas con sobrepeso eran sanas cardiometabólicamente, mientras que 30 por ciento de los individuos situados dentro del rango IMC normal no estaban en perfectas condiciones.
Los Centros para Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos y otras autoridades de salud pública afirman que el IMC saludable para los adultos oscila de 18.5 a 24.9 (un adulto con IMC de 25 a 29.9 se considera con sobrepeso, mientras que alguien con IMC de 30 o más se clasifica como obeso).
La doctora Alka Kanaya, profesora de medicina, epidemiología y bioestadística en la división de medicina interna de la Universidad de California, San Francisco, es una de los muchos expertos que afirman que las pruebas para determinación de glucosa y colesterol deben hacerse anticipadamente en pacientes que se encuentran dentro del rango IMC saludable, a fin de mejorar la detección temprana. “No pasarías por alto a muchos caucásicos si esperas a que lleguen al IMC de 25, pero omitirías a otras razas y grupos étnicos si aguardas hasta entonces”, comenta Kanaya.
Un estudio reciente, con coautoría de Kanaya, indica que los estadounidenses de ascendencia surasiática, con IMC dentro del rango saludable, tienen el doble de probabilidad de desarrollar enfermedad cardiaca, accidente cerebrovascular y diabetes tipo 2 que los caucásicos con IMC similar. En 2014, la Asociación Estadounidense de la Diabetes revisó sus lineamientos para detección en asiáticos-estadounidenses y, ahora, la organización recomienda que los médicos inicien la detección de diabetes cuando los individuos de este grupo alcancen un IMC de 23 o más, en vez de la práctica clínica estándar de comenzar la detección en el rango IMC de 25 o más.
Es el primer estudio en su tipo que se basa en pacientes de cinco grupos raciales o étnicos. Publicada en Annals of Internal Medicine, la investigación incluyó 803 surasiáticos de Chicago y el Área de la Bahía de San Francisco con ascendencia india, paquistaní, bangladesí o esrilanquesa. Además, los investigadores revisaron los datos de un estudio en el que participaron unos 6000 individuos de Nueva York, Baltimore, Chicago, Los Ángeles, Minneapolis-St. Paul y Winston-Salem, Carolina del Norte; el fondo heterogéneo incluyó chinos, hispanos, afroestadounidenses y caucásicos.
Los investigadores descubrieron que el factor de riesgo cardiometabólico de un individuo caucásico con IMC 25 aparecía en los otros grupos en rangos de IMC mucho más bajos: 22.9 para afroestadounidenses; 21.5 para hispanos; 20.9 para chinos; y 19.6 para surasiáticos. Luego de controlar los factores de estilo de vida —como tabaquismo, ingesta alcohólica, ejercicio y dieta—, hallaron que solo 21 por ciento de los caucásicos tenía factores de riesgo cardiometabólicos con IMC normal, en tanto que 39 por ciento de los hispanoestadounidenses y 44 por ciento de los surasiáticos tenían peso normal, pero mayor riesgo de las enfermedades crónicas que suelen asociarse con el sobrepeso.
El diagnóstico temprano de diabetes tipo 2 y enfermedad cardiovascular son críticos para salvar la vida del paciente. Sin embargo, expertos en salud no concuerdan en el momento en que debe iniciar la detección. Por ejemplo, el Grupo de Trabajo en Servicios Preventivos de Estados Unidos insiste en hacer la detección de diabetes tipo 2 en adultos de cuarenta a setenta años, con sobrepeso u obesidad. En cambio, la Asociación Estadounidense de la Diabetes recomienda que todos los adultos —no obstante el peso— se hagan una prueba de azúcar sanguínea cada tres años, a partir de los 45 años. Ambos paneles de expertos reconocen que ciertas poblaciones raciales y étnicas tienen mayor riesgo de esta enfermedad, por ello aconsejan que los médicos tomen en cuenta este factor al determinar cuándo comenzarán la detección en pacientes que no presenten sobrepeso.
Kanaya señala que el otro problema es que el IMC no contempla la distribución de la grasa en el cuerpo. Su estudio halló que “la grasa en los lugares menos indicados” —el vientre, alrededor de los órganos abdominales, el hígado y alrededor del corazón— era el principal indicador de síndrome metabólico, el cual aumenta, enormemente, el riesgo de diabetes tipo 2 y de enfermedad cardiaca.
Está bien demostrado que la obesidad es la causa principal de enfermedad cardiovascular y de diabetes tipo 2. Pero el problema va mucho más allá, y los científicos apenas empiezan a entenderlo. Existen variaciones genéticas que hacen que los individuos esbeltos tengan mayor riesgo de desarrollar enfermedades relacionadas con la obesidad, y esas mutaciones suelen agruparse en ciertas poblaciones raciales y étnicas. Pero también interviene algo mucho más complejo: la epigenética, la modificación externa de los genes.
Algunos estudios han encontrado que, cuando las influencias externas alteran los genes, las mutaciones pueden heredarse de padres a hijos. Esto podría ser causa de que algunas enfermedades se vuelvan endémicas en ciertos grupos raciales o étnicos. Un estudio con ratones, publicado en Nature Genetics en 2016, sugiere que la dieta de los progenitores —sobre todo si es rica en grasas— puede influir en la tolerancia de los hijos a la glucosa y en su riesgo de obesidad. Para el estudio, los investigadores hicieron fecundaciones in vitro, usando óvulos y espermatozoides tomados de ratones adultos distribuidos en tres grupos dietéticos: alto contenido graso, bajo contenido graso y normal (control). Implantaron los óvulos fecundados en madres sustitutas y descubrieron que los ratones engendrados por los progenitores del grupo de alto contenido graso tenían una mayor intolerancia a la glucosa que los ratones de los otros grupos. Las crías también mostraron una mayor tendencia al sobrepeso.
Kanaya sospecha que factores como altos niveles de estrés, y exposición a toxinas y a la contaminación también conducen a cierta modificación de los genes. Por ejemplo, en su estudio, 98 por ciento de los surasiáticos y 96 por ciento de los chinos eran inmigrantes estadounidenses, una experiencia que suele ser traumática y conduce a cambios importantes en las condiciones de vida. “Es una combinación de factores ambientales, ya sean factores del estilo de vida, o quizás otros factores a los que las personas han estado expuestas a lo largo de sus vidas”, explica Kanaya. “Con el tiempo, eso puede conducir a enfermedades más agresivas o precoces, incluso con pesos corporales más bajos”.
La ecuación IMC se originó en el siglo XIX, cuando fue concebida por Adolphe Quetelet, un matemático, astrónomo y estadista belga. Quetelet hizo un cálculo matemático simple —dividió el peso entre la estatura elevada al cuadrado— para definir las características de un “hombre normal” y, a la larga, como un método para detectar tendencias epidemiológicas. La fórmula matemática epónima —el índice Quetelet— recibió el nombre de índice de masa corporal en 1972, cuando Ancel Keys, un fisiólogo estadounidense, escribió un artículo sobre el tema.
Quetelet no tenía la intención de que el IMC se utilizara para dirigir la atención médica de un individuo. Sin embargo, las aseguradoras siguen dando relevancia a esta medición, justificando primas más costosas para personas con el IMC más alto, y menor cobertura (con desembolsos directos más elevados) para pacientes con el IMC dentro del rango normal.
Parte del problema es que el IMC no toma en cuenta factores como el peso de los huesos y la masa muscular respecto de la grasa. Las personas muy activas tienden a tener huesos más densos y músculos más pesados, lo cual —en teoría— podría hacer que un aficionado al gimnasio resulte con sobrepeso o hasta obesidad.
En abril, la estrella pop Pink lanzó una publicación en Instagram para burlarse de la paradoja del IMC. Es indiscutible que Pink, famosa por cantar mientras hace acrobacias circenses, dista mucho de ser obesa. Para acompañar una selfie que se hizo en el gimnasio, vestida con spandex poco después de tener su segundo bebé, escribió: “¿Podrían creer que peso 72.57 kilogramos y mido 1.60 metros? Según los ‘estándares normales’, soy obesa”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek