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En términos de asesinos globales, la hepatitis iguala a la tuberculosis y ya supera al VIH. Según un nuevo informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en 2015 murieron alrededor de 1.34 millones de personas a causa de las hepatitis B y C, y unos 325 millones viven con estas infecciones. Las cifras son aún más desconcertantes debido a que estas enfermedades virales son prevenibles y tratables. No obstante, hay motivos para creer que esta marea infecciosa y mortal podría retroceder.
La hepatitis B (VHB) y C (VHC) son dos virus diferentes que colonizan el hígado. Los bebés que nacen en países con tasas elevadas de VHB tienen un riesgo particularmente alto de contraer la enfermedad, ya que las madres infectadas pueden transmitir el patógeno durante el parto. Otras vías comunes para diseminar el virus son el contacto sexual y las agujas compartidas. El VHB puede vivir fuera del cuerpo hasta por siete días, de suerte que tocar sangre seca contaminada con el virus –situación común en los hospitales- puede resultar en una infección.
En el caso de la hepatitis C, las agujas contaminadas son especialmente propicias para que el virus pase de un huésped a otro. Durante el siglo XVIII, el VHC conquistó el planeta circulando por las rutas del comercio de esclavos, pero en tiempos más recientes se ha diseminado en agujas no esterilizadas utilizadas con fines médicos y para inyectar drogas ilegales.
El VHB y el VHC comparten la frustrante característica del silencio: las personas infectadas a menudo no saben que son portadoras de una enfermedad contagiosa, a veces durante décadas. Y cuando el virus se manifiesta –bien como un daño hepático llamado cirrosis o como cáncer de hígado-, la enfermedad ha avanzado demasiado para que el tratamiento sirva de algo.
En mayo de 2016, la OMS llamó a erradicar la hepatitis viral para 2030. A fin de alcanzar esa meta, hace falta recortar las nuevas infecciones en 90 por ciento, amén de reducir en 65 por ciento la mortalidad por estas enfermedades respecto a los niveles actuales. La manera de erradicar la hepatitis es clara; lo que no queda claro es si la hepatitis será erradicada.
Desde 1982 ha existido una vacuna contra el VHB; y desde 1991, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos han recomendado la inmunización infantil universal. Desde principios de la década de 1980, algunos países han incluido la vacuna contra el VHB en su esquema básico de inmunizaciones; otros empezaron a hacerlo apenas a partir de los años 2000. Según el nuevo informe de la OMS, 84 por ciento de los niños nacidos en 2015 recibió las tres dosis recomendadas de la vacuna contra VHB. Y desde que se introdujo la vacuna (la fecha varía según el país), la proporción de niños menores de cinco años que se ha infectado cayó de 4.7 por ciento a 1.3 por ciento. No obstante, solo alrededor de un tercio de los niños de todo el mundo recibe la primera dosis de la vacuna al nacer, lo cual abre una ventana de riesgo para nuevas infecciones.
Para combatir el VHB no solo hay que prevenir nuevas infecciones, sino tratar las existentes. La mayoría de los 257 millones de personas que viven con la enfermedad son adultos que se infectaron antes de que la vacuna estuviera disponible. Casi la mitad de la población con VHB vive en una región del mundo que la OMS denomina “el Pacífico Occidental”, la cual incluye a Australia y China. Y sesenta millones de personas en África están infectadas con este virus.
Hasta el momento, las tasas de tratamiento de VHB son demasiado bajas para erradicar la enfermedad. Parte del problema es que la mayoría de los enfermos no sabe que tiene la infección. Apenas 22 millones de portadores –9 por ciento de la población con VHB- han sido diagnosticados médicamente. Sin diagnóstico no hay tratamiento. Y sin tratamiento no hay manera de detener la propagación de la enfermedad. El acceso a la atención es igualmente problemático. La hepatitis B puede controlarse con tenofovir, un medicamento que también se utiliza en la terapia para VIH. Pero en 2015, solo 8 por ciento de los diagnosticados con VHB estaba en tratamiento.
En cambio, no existe vacuna para la hepatitis C. La enfermedad se debe a un virus que muta extremadamente rápido. Hasta ahora ha sido imposible inmunizar el cuerpo contra una infección futura, porque la parte del genoma viral que dirige la replicación dentro de un nuevo huésped es como un blanco en movimiento constante. Con todo, el VHC ya es curable. Décadas de investigaciones condujeron al desarrollo de medicamentos que expulsan el virus del cuerpo, los cuales han estado disponibles desde 2013. Unos tres meses de tratamiento diario con alguno de esos “antivirales de acción directa” deja al individuo completamente libre del virus. Son fármacos muy costosos, pero después de protestas públicas, los fabricantes accedieron a reducir los precios en países de bajos ingresos. Según el informe de la OMS, en algunos de esos países el tratamiento completo cuesta actualmente unos 200 dólares (contra cerca de 80,000 dólares en Estados Unidos). Pese a ello, en 2015 la OMS halló que solo 7 por ciento de las personas diagnosticadas con VHC habían iniciado el tratamiento.
En otras palabras, estas enfermedades son prevenibles, pero no prevenidas: curables, pero no curadas. ¿Por qué?
Un problema es que los trabajadores de la salud utilizan agujas no esterilizadas. Esto es sorprendente porque ese método de diseminación se ha reconocido desde hace mucho tiempo. Egipto se convirtió en el país con la mayor incidencia mundial de hepatitis C debido a un esfuerzo de salud pública para tratar la esquistosomiasis, enfermedad que causa un parásito que vive en el Nilo, por lo cual se utilizó un medicamento inyectado que terminó propagando la hepatitis C en las aldeas de toda la ribera. Sin embargo, a sabiendas de los riesgos reconocidos de reutilizar agujas, esa práctica persiste. En 2010, las agujas no esterilizadas provocaron 315,000 casos nuevos de VHC y 1.6 millones de infecciones nuevas por VHB. Katherine Gibney, especialista en enfermedades infecciosas del Instituto Doherty, en Royal Melbourne Hospital, asegura que los trabajadores de la salud no están recibiendo la capacitación adecuada.
Laith Abu Raddad, profesor de políticas e investigación sanitaria, y epidemiólogo de enfermedades infecciosas en el Colegio de Medicina Weill Cornell de Catar, agrega que los gobiernos deben mejorar esfuerzos para detener estas enfermedades, tanto en Egipto como en Paquistán, donde las tasas de VHC también son elevadas. “Tenemos las herramientas para casi eliminar esta infección en el lapso de una década o poco más”, afirma Abu Raddad, pero “la respuesta de salud pública sigue a la zaga”. A partir de 2014, el tratamiento curativo para la hepatitis C se ha proporcionado de manera gratuita a personas de 18 a 70 años. Sin embargo, de persistir el uso de agujas no esterilizadas, continuarán las infecciones nuevas. Abu Raddad espera que los trabajadores de salud de Egipto y Pakistán empiecen a usar Smart Syringes (jeringas inteligentes), las agujas de uso único que la OMS requiere que utilicen los trabajadores de salud de todo el mundo. Semejante prevención es necesaria en el mundo entero. África y el Mediterráneo oriental tienen la mayor carga de casos de VHB, pero Europa está infestada de hepatitis C. Y la actual epidemia de opiáceos está contagiando con VHC a los estadounidenses.
Pero aun cuando todas las instalaciones médicas del mundo estuviesen impecables y solo usaran agujas esterilizadas, el virus persistiría. Esto se debe a que el uso de drogas inyectables es un factor de riesgo muy importante, y los usuarios de drogas no suelen tener libre acceso a agujas limpias. Proporcionar equipos estériles a los consumidores de drogas sería de mucha ayuda, comenta Gibney. “Hay que alentar a las autoridades para que tomen decisiones de salud pública basadas en evidencias, no en ideologías”, señala. En otras palabras, impedir que los usuarios de drogas tengan acceso a agujas limpias argumentando la oposición a las drogas, obstaculiza la erradicación de la hepatitis.
Y lo mismo hacen las actitudes culturales hacia los usuarios de drogas, apunta Suzanne Wait, directora del grupo de consultoría Health Policy Partnership. “El estigma y la discriminación relacionados con la hepatitis son una preocupación especial”, añade. Debido a que estas enfermedades son comunes entre los usuarios de drogas inyectables, hacerse la prueba para diagnosticar la enfermedad equivale a confesar el abuso de drogas. Y muchos con dependencia a las drogas podrían tener dificultades para adherirse a la atención médica. Los pacientes no solo necesitan pruebas, dice Wait, también requieren de seguimientos para asegurar que están recibiendo la atención adecuada.
A pesar de estas barreras, el informe de la OMS se muestra optimista en cuanto a alcanzar la meta de erradicación en 2030, pues, en promedio, los servicios de vacunación y tratamiento están mejorando. Y esa mejoría se debe, en parte, al muy postergado reconocimiento de estas enfermedades. “Solo hasta hace poco el mundo ha expresado su alarma ante la carga de la hepatitis viral”, escribe en el nuevo informe Margaret Chan, directora general de la OMS. Con todo, otros se muestran menos seguros. “Las muertes por hepatitis B y C seguirán aumentando hasta que el tratamiento esté disponible para los millones de personas que lo necesitan”, sentencia Gibney.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek