El año pasado, durante su asombrosa competencia por la Casa Blanca, Donald Trump habló mucho de “ganar”. Sin embargo, al analizar las primeras interacciones de su presidencia con China, parece que Beijing se anotó la victoria más grande cuando el secretario de Estado, Rex Tillerson, reiteró un punto de negociación que los orientales han proclamado desde hace mucho tiempo. El mes pasado, durante su visita inaugural a China, el flamante secretario describió los cimientos de la relación Estados Unidos-China como una “cooperación en la que todos ganan”. Más de tres semanas después que Tillerson pronunciara esas palabras, la expresión sigue haciendo eco en debates de alto nivel sobre política exterior, tanto en Estados Unidos como en el exterior, mientras que los analistas se esfuerzan por esclarecer la dirección de una relación que, razonablemente, podría calificarse como la más importante del mundo.
Numerosos reporteros siguieron acribillando a la presidencia sobre la expresión de Tillerson el miércoles, durante una llamada del Departamento de Estado previendo el primer encuentro entre el presidente chino, Xi Jinping y el mandatario estadounidense, la cual dio inicio la tarde del jueves en la “Casa Blanca de invierno” de Trump en su resort de Mar-a-Lago. Hacia la tercera reiteración de la pregunta, Susan Thornton, subsecretaria interina para asuntos de Asia Oriental y Pacífico, comenzó a impacientarse. “Creo que tanta atención en esta fraseología específica es un poco inapropiada”, acusó Thornton. “Nosotros usamos términos para describir nuestra relación con los chinos y ellos usan sus términos”.
No obstante, en este caso, Tillerson usó los términos de China. Para Beijing, “todos ganan” y “respeto mutuo” –otro eslogan que utilizó el secretario de Estado en su conferencia de prensa de marzo 18 con el ministro del Exterior chino- son palabras código para afirmar que China es una potencia sin rival en la región Asia Pacífico. Y si bien Trump y sus principales asesores, como Tillerson (todos, neófitos en las relaciones Estados Unidos-China) pueden lanzar al aire declaraciones y amenazas sin mucho propósito, los chinos toman muy en serio el lenguaje. Es por eso que Beijing se regodeaba tras la visita de Tillerson, mientras que los aliados tradicionales de Estados Unidos se estremecían.
El episodio instigó una mayor incertidumbre en cuanto hacia dónde se encaminaba la política china de Trump en preparación para la cumbre con Xi. “No se me ocurre un encuentro que haya creado tanta angustia entre aliados y observadores asiáticos por igual, debido a la confusión”, dice el embajador Derek Mitchell, quien supervisó la política de seguridad en Asia para el Departamento de la Defensa durante el primer periodo del presidente Barack Obama. La creciente inquietud entre observadores y diplomáticos es que, a pesar de las duras palabras del presidente y su reciente advertencia de una conversación “muy difícil” con China, la ingenuidad de su administración en cuanto a la forma como opera Beijing y el abrumador impulso del neoyorquino para pactar acuerdos podrían debilitar a Estados Unidos en Asia. Aun cuando se esperan pocos anuncios sobre políticas durante la reunión floridana, las declaraciones y la imaginería que emerjan de Mar-a-Lago serán un marcador importante sobre el aspecto que tendrán las relaciones Estados Unidos-China durante los próximos cuatro años.
Beijing tuvo un papel estelar en la retórica de campaña de Trump, como el principal villano en la crítica de la globalización que lanzó el magnate de bienes raíces. Según el relato de Trump, China ha sido más astuta que los políticos ineptos de Estados Unidos desde hace décadas y al mismo tiempo, ha robado empleos a los trabajadores estadounidenses recurriendo a prácticas comerciales engañosas. Prometió que todo eso se acabaría durante su presidencia, diciendo que etiquetaría al país asiático como manipulador de moneda desde el Día 1, y que aplicar aranceles de 45 por ciento a las importaciones chinas. Sin embargo, como presidente, Trump todavía no ha dado seguimiento a alguna de esas promesas. Y a principios de esta semana, importantes asistentes de la Casa Blanca señalaron que ninguno de esos temas tendría alta prioridad durante la cumbre con Xi. “Vamos a dejar cualquier conversación sobre manipulación monetaria al Departamento del Tesoro”, explicó uno de los asistentes, durante una llamada de antecedentes con la prensa.
Trump también se ha retractado en el asunto de Taiwán después que, a principios de diciembre, rompió el protocolo comunicándose con la mandataria insular,Tsai Ing-wen. Aquel intercambio telefónico atizó especulaciones de que la nueva presidencia estadounidense apoyaría la independencia taiwanesa, violando un antiguo acuerdo con Beijing, que considera Taiwán parte del territorio chino. No obstante, poco después de su investidura, Trump reconoció la política conocida como “Una sola China” durante una conversación telefónica, en febrero, con Xi.
Aunque casi todos los análisis iniciales de la política china de Trump se han centrado en la postura beligerante que favorecen asesores como Steve Bannon y Peter Navarro –director del Consejo Nacional de Comercio-, son Jared Kushner (yerno de Trump), y Tillerson quienes han sido instrumentales para concertar las primeras conversaciones entre ambos gobiernos, y aliviar las tensiones iniciales. Los chinos han pugnado agresivamente por un encuentro personal con la nueva presidencia. “Por toda suerte de motivos, [los chinos] quieren entrar en el juego”, dice Evan Medeiros, importante asesor de Obama para la región de Asia en el Consejo Nacional de Seguridad (NSC, por sus silgas en inglés). “Quieren saber quién es [Trump], y tratar de utilizar la relación personal entre los líderes para aliviar las incertidumbres”. Hasta ahora, Kushner, quien también ayudó a concertar la reunión de Trump con el primer ministro japonés, Shinzo Abe, ha sido el contacto primario para el embajador chino, según diversas fuentes y otros informes noticiosos.
Matthew Pottinger, el principal asistente para políticas asiáticas del Consejo de Seguridad Nacional de Trump, ha sido otro interlocutor importante, uno que tranquiliza mucho a los políticos asiáticos veteranos. Un diplomático de la región, quien habló de manera anónima por tratarse de conversaciones intergubernamentales privadas, describió a Pottinger como un hombre “muy sensible”. No se sabe cuánta influencia tiene el miembro del NSC dentro de la Casa Blanca, pero es uno de los simpatizantes más vocales de la postura cooperadora y menos antagonista hacia China que proponen Kushner y Tillerson. Medeiros dice que sería excesivamente simplista describir la política emergente de Trump frente a China como una competencia de poder entre los pragmáticos y la línea dura de su presidencia. Mas el vacío en la política actual ha permitido que dicha narrativa arraigue. “Nadie parece saber nada” sobre objetivos políticos específicos, concluye el diplomático regional.
La Casa Blanca afirmó que el comercio y el avance del programa nuclear de Corea del Norte fueron los dos temas principales en la agenda de Mar-a-Lago. Y por sí solos, ninguno de ellos es controversial. Existe un amplio acuerdo entre analistas de política exterior y aliados tradicionales de Estados Unidos en el sentido de que China, el principal sostén económico de Corea del Norte, tiene que endurecerse con su vecino, dado el creciente ritmo con que Pyongyang está lanzando misiles. Por otro lado, las violaciones comerciales de China han sido tema de contención para Estados Unidos desde hace tiempo, y según el diplomático, hay un amplio margen para que Trump “se ponga afirme en el espacio del comercio internacional” sin llegar al extremo de provocar una guerra comercial, como han propuesto Navarro y otros asesores de Trump. “Creo que lo que Trump está diciendo sobre las violaciones comerciales chinas, debe decirse”, comentó Lindsey Graham, senador republicano y frecuente crítico de Trump. “Me alegra que se reúna con los chinos”.
Con todo, los asistentes han sido esquivos, específicamente, en cuanto a la manera como Trump pretende abordar esos temas, o con cuánta fuerza presionará a Xi en dichos asuntos. “No puedo decirte si abordarán temas específicos a resolver en esta ocasión”, dijo uno de ellos en la llamada de esta semana a la prensa. “Los temas no fueron desarrollados con antelación”. Esto contrasta mucho con los presidentes anteriores. Según veteranos en política exterior, las cumbres diplomáticas de este nivel suelen ser extremadamente detalladas, y los resultados de las reuniones se determinan, incluso, mucho antes que los líderes se encuentren en el mismo salón. El objetivo estadounidense más definido para la primera sesión entre Trump y Xi es desarrollar un marco para conversaciones futuras.
La estrategia improvisada es asegurarse de que China siga en la incertidumbre y poner nervioso al gobierno de Beijing, amante del protocolo. No obstante, algunos observadores temen que, en última instancia, esa informalidad pueda ser perjudicial para Estados Unidos. “La incertidumbre y la ambigüedad en las relaciones internacionales… son un arma de doble filo”, advierte Medeiros quien, al concluir su servicio en la Casa Blanca, se convirtió en director general de la consultoría de riesgo global, Eurasia Group. Un poco de imprecisión hace que los socios de una negociación “sientan la necesidad de esforzarse para tener logros, pero no quieres que se sientan tan inseguros que tus compromisos carezcan de credibilidad”, explica.
El temor es que la nueva presidencia esté enfrentándose contra una delegación china altamente instruida y unificada. Y sin la preparación debida, Trump podría hacer promesas que no pueda cumplir, o acepte promesas de Beijing sin entender todas las consecuencias. Impera la sensación de que “estos tipos no están al tanto de lo que desconocen”, dice Mitchell, actual asesor de alto nivel en el Programa Asia del Instituto Estadounidense de la Paz, en Washington. Mitchell previene que asistentes como Kushner y Tillerson, inexpertos en las sutilezas de las relaciones Estados Unidos-China, podrían creer que son astutos y revolver las cosas, pero en su búsqueda decidida de un acuerdo comercial o una inversión, podrían “caer en una concesión que sería muy difícil de revertir”.
La postura cambiante de Trump frente a Taiwán es prueba de esa mentalidad negociadora. Al principio, el presidente enmarcó la política estadounidense hacia la isla como algo abierto a negociación con Beijing, una especie de baza que podría usar para promover su mayor prioridad: las concesiones comerciales. Pero retiró su oferta después que los dos países retrocedieron. Sin embargo, aquello bastó para poner nerviosos a otros países en la vecindad de China; sobre todo, luego que Tillerson habló de una relación “todos ganan”, como señalando que Estados Unidos podría dar a Beijing el control de la región. “La región no quiere ser vista, simplemente, como una herramienta de la política Estados Unidos-China”, afirma Mitchell.
Así pues, muchas capitales extranjeras estarán pendientes de los muy esperados comentarios públicos de Trump y Xi, así como de las declaraciones preparadas que emitirán ambos gobiernos desde Florida; y hasta de las imágenes del lenguaje corporal de los dos hombres. La esencia tal vez sea limitada, pero el simbolismo sigue importando mucho a los políticos asiáticos que intentan encontrar sentido al papel futuro de Estados Unidos en la región.
Y como bien saben, a veces un presunto “todos ganan” es, de hecho, una pérdida.
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