LA NOCHE del domingo 23 de abril, muchos respiraron aliviados al ver que los resultados de la primera vuelta de la elección presidencial francesa daban la victoria a Emmanuel Macron, tras una cerradísima contienda a cuatro bandas (véase gráfica). Al día siguiente, los mercados festejaron con alzas bursátiles pronunciadas y una subida del euro (de 1.07 a 1.09 dólares por euro). Parte del alivio se debe a que Macron (24.01 % de los votos) había desplazado del primer lugar a Marine Le Pen (21.3 %), la candidata del Front National, un partido nacionalista y xenófobo, con intenciones de sacar a Francia del Euro. El centrismo republicano, liberal y pro-europeo, había triunfado —aunque fuera por menos de 3 % de diferencia— sobre la opción populista que últimamente viene asustando al establishment.
Otra parte del alivio se debe a que Macron es quien tiene más posibilidades de aglutinar un “Frente Republicano” que se le oponga a Le Pen en la segunda vuelta electoral, como sucedió en 2002 cuando su padre, Jean Marie Le Pen, fue derrotado por Jacques Chirac por abrumadora mayoría (18 %-82 %). Como sucediera también durante los años 1930, cuando el “Frente Popular” excluyó al fascismo del poder, nuevamente, hay que salvar a la República (y a la Unión Europea) de la extrema derecha.
Macron parecería ser el mejor preparado para vencer a Le Pen en la segunda vuelta del 7 de mayo por dos razones. Primero, es joven y relativamente nuevo en política y en la administración pública, por lo que no se le asocia tanto con los vicios de la élite gobernante. Antes de ser asesor (2012) y luego ministro de Economía (2014-2016) de François Hollande, fue banquero, y nunca ha tenido un puesto de elección popular. Macron fundó su movimiento “En Marche!” apenas hace un año, desvinculado de los dos grandes partidos (Republicanos y Socialistas) que han dominado la vida política francesa desde la fundación de la Quinta República en 1958, y que, por lo visto, se han vuelto tóxicos para una parte importante del electorado. Segundo, la indefinición de su programa centrista, muy criticada durante la campaña, es justamente la que ahora lo coloca en una mejor posición para atraer votos tanto de derecha como de izquierda en la segunda vuelta. Los otros dos candidatos no ofrecían esa perspectiva. A la derecha, François Fillon (20.01 %), candidato de Les Republicains, vio su campaña empañada por una serie de escándalos, por los que está bajo investigación, relacionados con el empleo ficticio de sus familiares como asesores parlamentarios. Esto lo volvió inaceptable para muchos electores en la segunda vuelta. A la izquierda, Jean Luc Mélenchon (19.58 %) y La France Insoumise representan una visión anticapitalista demasiado radical, como para juntar una coalición amplia contra Le Pen que incluyera el centro-derecha.
Así, inmediatamente después de conocerse los resultados preliminares, comenzaron a llover los pronunciamientos para que el electorado se decante por Macron en la segunda vuelta. Desde el partido socialista, el candidato Benoît Hamon (que solo obtuvo el 6 %) y el propio presidente, François Hollande, encabezaron el coro de apoyo a Macron para salvar la patria del peligroso Front National. Se unieron Fillon y su rival en la derecha, y antiguo primer ministro, Alain Juppé, así como líderes de asociaciones judías y musulmanas. También llegaron casi de inmediato los apoyos internacionales, sobre todo de Berlín y de Bruselas. Solo Mélenchon se abstiene de pedir a sus electores que apoyen al antiguo banquero en la segunda vuelta y lo deja a la conciencia de cada uno de sus electores.
Si bien los sondeos indican una victoria de Macron con diferencia de más de 20 puntos (63 %-37 % según el compilador de sondeos de www.huffingtonpost.fr), persiste un ambiente de nerviosismo y ansiedad, porque es mucho lo que está en juego, y cualquier cosa puede suceder: desde un abstencionismo alto hasta un atentado terrorista que la muy hábil Madame Le Pen sabría capitalizar a su favor. Y es que, en efecto, esta ha sido una elección extraña, pesadilla y fascinación de los politólogos, porque todo ha sido diferente de lo que sucedía en el pasado, de lo que cabía esperar. El sistema político francés está en plena mutación. Se trata de un cambio profundo de los temas y las variables que dividen a la sociedad, así como de las identidades y de las instituciones que las expresan.
Para empezar, es la primera vez en la Quinta República que el presidente no busca la reelección. Con una aprobación del 6 %, Hollande, el presidente más impopular desde 1968, no se arriesgó ni a proponerse como candidato de su partido, el socialista. Luego, en un intento por revivir la legitimidad de los dos grandes partidos de centro, Republicanos y Socialistas experimentaron por primera vez con elecciones primarias para seleccionar a sus candidatos. Antes de 2017, los partidos elegían a sus candidatos mediante negociaciones, no siempre transparentes, entre los líderes de las facciones que los componen. Sin embargo, lejos de acercarlos a los electores, las primarias arrojaron unos candidatos que encerraron a estos dos partidos en su “voto duro”.
Fillon, quien representa a un ala católica y conservadora (amigable con Rusia), generaba alergias a más de uno en su propio partido. Cuando los escándalos estallaron, no era fácil reemplazar a un candidato electo por las bases con uno designado a la vieja usanza. Se quedó contra viento y marea, y los resultados están a la vista: dada la baja popularidad de Hollande, se suponía que la elección era suya. Pero no. Ha sido el gran perdedor. Por su parte, Hamon, con un programa idealista que proponía un pago mínimo universal a todos los ciudadanos, desplazó al candidato que, en el pasado, hubiera sido elegido por los cuadros del partido, Manuel Valls, el primer ministro. Tras perder la primaria, Valls dijo que él votaría por Macron desde la primera vuelta, exponiendo una de las fracturas ideológicas que hoy dividen a uno de los partidos más viejos de Europa. Así, el partido en el gobierno, que normalmente tiene una cierta ventaja, se hundió en la miseria del quinto lugar.
Luego, lejos del consenso de centro que había caracterizado a la política de posguerra, los extremos se presentaron como opciones reales, aceptables, viables: Le Pen en la extrema derecha, Mélenchon en la izquierda radical, obtuvieron cifras cercanas y superiores a las de Fillon. Esto es lo más grave. El que los candidatos antisistema atraigan cerca del 40 % del electorado habla de un malestar profundo, de una grave deslegitimación del sistema político y de los valores que lo sostienen. Los electores ya no se sienten representados por los partidos políticos tradicionales. Hay quien habla del agotamiento de la Quinta República, pero no queda claro con qué reemplazarla.
La Unión Europea entra también en este paquete de desafección con lo establecido. Es cierto que el nacionalismo antieuropeo no es nuevo en Francia. Recordemos los vetos de De Gaulle y el fracaso del referéndum de la Constitución Europea de 2005. Pero las propuestas anti-Euro y por el frexit se volvieron ahora parte central de las plataformas electorales como nunca antes, normalizadas por el brexit.
Finalmente, aparece Emmanuel Macron, que sale prácticamente de la nada y gana, sin partido político establecido, sin clientelas afiliadas, sin bases organizadas, ni diputados. Lo siguen, de manera un tanto oportunista, los desafectados de los dos grandes partidos de centro, una parte importante de la tecnocracia de alto nivel, las clases altas y las medias, asqueadas de Fillon, incrédulas de Hamon.
La elección que se presenta para la segunda vuelta a los votantes revela cómo el viejo eje izquierda-derecha, heredado desde el siglo XIX, ya no articula la vida política francesa como antes. Hoy la sociedad se divide de acuerdo a otros clivajes, algunos sobrepuestos, otros entre cruzados: nacionalismo -globalización, islamofobia-cosmopolitismo, proteccionismo-liberalismo. Mucho de donde se sitúe el elector depende, como siempre del ingreso, en un contexto de creciente desigualdad: los votantes de Le Pen y de Mélenchon están en zonas y sectores desfavorecidos. Pero también, y quizá más, hoy pesa el nivel educativo, de contacto con el exterior, la percepción de oportunidad y de poder influir en las decisiones, qué información se obtiene en las redes sociales y cómo se percibe la amenaza terrorista.
Las mutaciones que esta elección revela no concluirán, aunque gane Macron en la segunda vuelta. Mucho dependerá de las elecciones legislativas, a las que acudirá con un partido nuevo, con listas llenas de inexperimentados o de tránsfugas de otros partidos. Habrá que ver con qué mayoría tendrá que gobernar: propia o de oposición. Si es propia, no están claros los mecanismos de disciplina de un partido nuevo, surgido del pragmatismo. Si es “cohabitación”, la experiencia pasada indica que habrá parálisis y polarización. Pero en estos días de mutación política, la experiencia pasada se ha vuelto un indicador pobre de lo que se puede esperar.