EL 17 DE NOVIEMBRE de 2001, la estudiante de astronomía Lena Okajima enfrentaba valientemente gélidas temperaturas en las montañas cerca de Tokio. Era la primera vez que presenciaba la lluvia de estrellas anual de las Leónidas, y lo que vio esa noche (cientos de estrellas fugaces atravesando el claro cielo invernal) la cautivó y la hizo definir su camino para la siguiente década.
En 2011 fundó Ale Co., empresa dedicada a llevar estrellas fugaces artificiales a las masas. “Hay muchas personas que disfrutan al ver las estrellas fugaces, pero con frecuencia es necesario subir a las montañas y congelarse para ver realmente algo”, dice Rie Yamamoto, director de estrategia global de Ale. “Con estrellas muestra podrás ir a un restaurante o a un bar en lo alto de un edificio y disfrutarlas con una cerveza en la mano”.
“Queremos crear una nueva cultura para disfrutar las estrellas fugaces”, dice Okajima, quien, a través de su ambicioso Proyecto Sky Canvas (Lienzo Celeste) pretende realizar el primer espectáculo de meteoros artificiales del mundo a principios de 2019. Las “estrellas” se presentarán en distintos colores, serán más brillantes y durarán hasta diez veces más (cerca de tres segundos) en comparación con las estrellas fugaces naturales.
Para crear las estrellas fugaces artificiales, Ale pondrá en órbita un microsatélite a principios del próximo año, a unos 500 kilómetros por encima de la Tierra. La empresa ha conseguido un lugar en un cohete para llevar la carga al espacio, pero no puede revelar detalles adicionales porque ha firmado un acuerdo de confidencialidad. El satélite contendrá hasta 300 esferas del tamaño de una canica, que al ser liberadas caerán a la Tierra, se quemarán al entrar en la atmósfera y producirán un asombroso despliegue de luces que serán visibles en distancias de 200 kilómetros en tierra. Las esferas están hechas con distintos elementos como litio, potasio y cobre, dice Okajima, y las variaciones en su composición producirán estrellas de diferentes colores.
Aunque el concepto nunca ha sido probado, el ingeniero aeroespacial Hugh Lewis, de la Universidad de Southampton en el Reino Unido, afirma que es una idea factible, “basada en física bastante bien comprendida. El desafío más importante será la liberación [de las esferas] a la altura correcta y en el momento adecuado, porque es muy, muy difícil pronosticar el momento en que reentrarán en la atmósfera y el momento en que comenzarán a arder”.
Se trata de una tarea que Okajima y su equipo han venido afrontando durante los últimos seis meses con cierto éxito. Ella dice que ahora son capaces de descargar esferas con la velocidad y en el ángulo correctos, factores que son cruciales para una reentrada precisa, con una exactitud de 1 por ciento de los valores objetivo.
Sin embargo, a Lewis le preocupa el hecho de introducir objetos adicionales en la ya atestada órbita terrestre. “No es una actividad sustentable que se desearía fomentar solo por diversión”.
Okajima señala que su proyecto no solo producirá diversión, sino que también ayudará a lograr un mayor conocimiento científico de cómo es la atmósfera superior de la Tierra y de qué manera objetos como los satélites desactivados pueden reingresar con seguridad en ella.
Sin embargo, el principal objetivo de Ale es “pintar el cielo nocturno con estrellas fugaces”. Su espectáculo debut está programado para principios de 2019 en Hiroshima. Si todo va bien, la empresa espera poder presentar una oferta para participar en la ceremonia de apertura o de clausura de los Juegos Olímpicos de Tokio en 2020.
“Actualmente, el desarrollo espacial es para los gobiernos, para las grandes empresas o para los multimillonarios”, dice Okajima. “Pero esperamos que nuestras estrellas fugaces puedan ser disfrutadas por todo el mundo”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek