El regreso de Barack Obama al estrado el lunes fue un recordatorio de algunas de las buenas cualidades que él trajo a la vida pública —su inteligencia aguda, amplia sonrisa y carisma despreocupado— que no están asociadas con su sucesor. Él fue encantador mientras hablaba en la Universidad de Chicago sobre cómo involucrar más a los jóvenes en la vida pública. “¿Qué ha pasado mientras estuve lejos?”, bromeó él al subir al estrado. Bromeando relajadamente con los estudiantes sobre el trabajo voluntario y electoral de ellos, él compartió historias de sus tiempos como organizador comunitario. Todo el evento, con su panel variopinto de jóvenes activistas (incluido un republicano) se sintió como un regreso a, bueno, los días previos al 20 de enero.
Pero si el evento fue inspirador y Obama gracioso —evitando usar la palabraTrump—, también fue una señal de que la post-presidencia del 44º presidente de EE UU todavía es en gran medida una obra en curso. Él se dedicará a toda una variedad de actividades, incluido el ganar mucho dinero. El evento de Obama el lunes fue gratuito, pero él pronto empezará a dar discursos por $250,000 dólares o más, representado por la Agencia Harry Walker. Él también escribe un libro y recaba dinero: para construir una biblioteca y centro presidencial en la Universidad de Chicago, y un instituto en la Universidad de Columbia, su alma máter. Esto es lo que hacen los presidentes modernos. Gerald Ford inauguró el juntar billetes grandes mediante sentarse en juntas directivas, mientras que Jimmy Carter fue conocido por su filantropía ambulante y trabajo voluntario, George W. Bush por su trabajo silencioso en problemas cercanos a él —como ayudar a los veteranos y reducir el VIH en África— y Bill Clinton por su fundación de altos vuelos que aprovechó su fama para abordar todo, desde la obesidad infantil hasta la ayuda en terremotos. Obama es parte de esta continuidad.
Pero su plan de facilitarles el camino a los jóvenes para que entren en la política y el voluntariado es un énfasis diferente, y de cierta forma curioso. Él está empujando una puerta abierta: nada impide a los jóvenes participar en el activismo, algo que es evidente en los campus universitarios de todo el país. Los índices de votación entre los jóvenes son bajos, pero sí se disparan en las ocasiones en que la política es excitante, como sucedió en 2008, cuando Obama se postuló por primera vez a la presidencia y los jóvenes lo impulsaron su victoria sobre Hillary Clinton en las primarias demócratas y luego sobre John McCain, el candidato republicano, en la elección general. Si uno tratara de imaginarse a Lyndon Johnson usando su corto período de post-presidencia —murió cuatro años después de dejar el cargo en 1969— para motivar a los estudiantes a preocuparse por el mundo, sería tragicómico. El texano era odiado en los campus universitarios, escarnecido por la Guerra de Vietnam. “Oye, oye, LBJ, ¿cuántos muchachos mataste hoy?”, era un estribillo común durante su período. Los jóvenes estaban encendidos; no necesitaban que un presidente los motivara. La idea de que un ex presidente de edad madura ahora sea necesario para hacer que esos condenados muchachos dejen sus videos de gatos y se involucren es un sentimiento noble, pero tiene un error. Los jóvenes se involucran cuando sienten que la política les importa, no cuando son motivados a hacerlo.
Para ser justos, crear caminos al servicio público, ya sea mediante Americorps, el programa de voluntariado fundado por Bill Clinton y continuado por Bush y Obama, o el Cuerpo de Paz, creado por el Presidente John F. Kennedy, es algo noble. JFK no tuvo una post-presidencia, por supuesto, y así los protectores de su legado ayudaron a crear la Escuela Kennedy de Gobierno en la Universidad de Harvard, un fulcro de la vida política estadounidense. Las instituciones que dan a la gente un camino para seguir causas civiles ya sea como carrera o como voluntariado tienen sentido. Rogarles que participen parece menos inspirador. El grupo cuidadosamente seleccionado de jóvenes quienes se unieron a Obama en el estrado fue inspirador: el veterano hispano quien ahora es un investigador universitario, el indio-americano que busca ser funcionario público, la joven de un vecindario de bajos ingresos de Chicago quien ahora tiene su doctorado, y demás. Pero finalmente, la charla familiar sobre la vida pública estadounidense —no hablamos unos con otros lo suficiente, los jóvenes no votan lo suficiente, la disminución de “instituciones mediadoras” como la Asociación de Padres y Profesores y las oficinas sindicales y demás— parecía familiar y no era fácil suavizarla mediante la exhortación.
Fue en sus comentarios de apertura que Obama mencionó un problema que en verdad podría marcar una diferencia: la manipulación política de la circunscripción electoral. Volver a trazar las fronteras políticas para darle ventaja a un bando es tan antiguo como la República, pero la combinación de innovaciones tecnológicas en demografía y cartografía y un abandono de las normas tácitas ahora posibilitan que los republicanos dominen las legislaturas estatales y el Congreso de maneras que podrían haber sido inconcebibles hace 30 años. La Suprema Corte escuchará argumentos esta primavera sobre la manipulación política de la circunscripción electoral y cuáles deberían ser los límites. La corte podría negarse a emitir un fallo importante, prefiriendo más bien dejar por la paz el proceso político, pero Obama, junto con su ex fiscal general, Eric Holder, ha dejado en claro que va a mantenerse activo en este asunto. Eso es encomiable; es un tópico importante. Pero también es más partidista de lo que el tono poco beligerante de Obama sugeriría.
A sus 55 años y con una dieta rigurosa y rutina de ejercicio, Obama posiblemente sea un ex presidente por 30 o incluso 40 años, por lo que no tiene sentido juzgarlo tras una aparición tres meses después de que dejó el cargo. Pero este primer paso, aunque encantador y bien recibido, no fue especialmente inspirador.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek