PARA VLADIMIR PUTIN el poder siempre ha estado ligado estrechamente al terrorismo. En1999, siendo un primer ministro desconocido y aún no puesto a prueba, mostró por primera vez a los rusos su férreo carácter tras una serie de bombardeos no explicados que demolieron cuatro edificios de apartamentos y mataron a más de 300 personas. Putin, con su característica forma de hablar dura y cortante, anunció que los responsables serían “eliminados, aun si están en el excusado”, y puso en marcha una renovada guerra contra la república separatista de Chechenia. La resultante ola de aprobación, avivada por el temor al terrorismo, llevó a Putin a la presidencia meses después.
Han pasado 18 años y Putin ha cumplido su promesa al eliminar a muchos miles de extremistas, con su ejército en Chechenia y en todo el Norte del Cáucaso, a través de asesinos del Servicio Federal de Seguridad (SFS) en Turquía y Yemen, y más recientemente, desde el aire y de la mano de las fuerzas especiales en Siria. Además,ha expandido la definición de extremistas, de manera que ahora incluye no solo a militantes islamistas, sino también a cineastas ucranianos y activistas gays que comparten en las redes sociales imágenes digitalmente modificadas de Putin con un estridente maquillaje.Sin embargo, como lo demostró el sangriento bombardeo en el metro de San Petersburgo ocurrido el 2 de abril, ni la violencia ni la represión han dado fin a los ataques terroristas en Rusia.
Incluso mientras los 14 muertos y al menos 60 heridos eran desalojados en camillas de la estación del metro del Instituto de Tecnología y expertos en el desmantelamiento de bombas desactivaron un segundo dispositivo que no explotó, comenzaron a circular las teorías conspiratorias usuales. Desde luego, los jihadistas asesinos fueron la suposición más común de la mayoría de las personas. Fontanka, el sitio de noticias de San Petersburgo, mostró imágenes de circuito cerrado de televisión en las que aparecía un musulmán barbado y con un gorro, saliendo de la estación, designándolo como uno de los sospechosos principales. El hombre “lucía como si se hubiera escapado de un cartel del… Estado Islámico”, culminó el columnista Denis Korotkov. Ilyas Nikitin sí es un musulmán de Bashkortostan, pero también es capitán del ejército de reserva, respetuoso de la ley y veterano de Chechenia que combatió del lado ruso. Los patriotas radicales culparon de inmediato a los ucranianos o a los partidarios de Alexei Navalny, organizador de la campaña anticorrupción que llevó a alrededor 60,000 manifestantes a las calles de muchas ciudades rusas el fin de semana anterior para protestar contra la corrupción del gobierno. Mientras tanto, en Ucrania, las redes sociales bullían con teorías sin fundamentos de que el ataque había sido falso y organizado por el Estado ruso como pretexto para realizar un renovado ataque contra Ucrania.
La reacción del Kremlin también fue una que los rusos han visto muchas veces antes. Putin apareció en televisión luciendo sombrío, y prometió realizar una investigación completa, así como una rápida retribución para los culpables. Miembros de la Duma Estatal de Rusia clamaron contra sus enemigos dentro y fuera de Rusia. Grandes cantidades de policías con perros y detectores de metales aparecieron en las estaciones, centros comerciales y cines de todo el país en una enorme demostración de fuerza para tranquilizar al público. (Sin embargo, hubo una diferencia con respecto a la respuesta a los recientes ataques en Europa: una evidente ausencia de solidaridad internacional. Ninguna bandera rusa fue proyectada sobre el Reichstag de Berlín, como lo fue la bandera británica después del ataque contra el parlamento realizado en marzo pasado. Tel Aviv fue la única ciudad occidental en iluminar un edificio público con la bandera tricolor de Rusia).
Otra parte del cuaderno de estrategias del Kremlin posterior al ataque que resultó deprimentemente familiar fue el uso del bombardeo como excusa para una nueva ronda de medidas represivas contra los disidentes.Durante los 18 años de gobierno de Putin, hasta las peores atrocidades terroristas han estado seguidas por una ofensiva. En 2004, Putin descartó las elecciones directas de gobernadores después de que militantes chechenos masacraron a varios niños de edad escolar en Beslan; en 2010, tras los ataques suicidas en el metro de Moscú, promulgó leyes para controlar la Internet; en 2013, cuando el aeropuerto Domodedovo de Moscú fue bombardeado, expandió la definición de extremismo para incluir a los disidentes de todo tipo, desde ambientalistas hasta historiadores.
Un día después del ataque más reciente, Yury Shvytkin, vicedirector del Comité de Defensa de la Duma, propuso una moratoria a las protestas públicas. Esta acción es necesaria para la seguridad pública, dijo, debido a que los terroristas sincronizan sus ataques con “sucesos y fechas importantes… Debemos abstenernos de realizar cualesquier manifestaciones planificadas, especialmente ahora”. Al mismo tiempo, las autoridades anunciaron una serie de “marchas antiterroristas” en toda Rusia. (Shvytkin no explicó cómo estás marchas tendrían menos riesgo de convertirse en objetivos para los terroristas que las marchas de la oposición). Una fuente gubernamental declaró al diarioKommersantque los organizadores de las marchas antiterroristas apoyadas por el Kremlin darían “especial atención” a ciudades que habían tenido una gran convocatoria en las protestas anticorrupción de Navalny, realizadas el 26 de marzo, las mayores manifestaciones antigubernamentales ocurridas en Rusia desde los años 2011 y 2012. Otro legislador, Vitaly Milonov, está introduciendo leyes que criminalizarían los llamados en línea a manifestaciones no aprobadas y exigirían que los usuarios de las redes sociales registraran sus datos de pasaporte ante la policía.
“Ninguna medida puede ser calificada como excesiva si protege la vida de los ciudadanos rusos”, declaró aNewsweek un miembro de alto rango de la Guardia Nacional de Rusia, una fuerza de 250,000 elementos creada por Putin el año pasado para mantener la seguridad interna. (La fuente, un antiguo miembro de la Duma Estatal, no estaba autorizado para hablar de manera oficial). “Enfrentamos la misma amenaza ante el terrorismo que el resto del mundo civilizado, pero cuando realizamos acciones para combatirlo, nos critican… Es pura hipocresía”, dice la fuente. En marzo, la Guardia Nacional creó una ciberdivisión dedicada a supervisar los sitios de redes sociales y a peinar la Internet en busca de “contenido extremista” publicado en línea. En julio pasado, Anatoly Yakunin, el jefe de la policía de Moscú dijo a la prensa que se había registrado un aumento de 86 por ciento en el “extremismo en línea” en la capital, y que el combate al extremismo sería “la más alta prioridad” para la policía de Moscú.
REGRESO DE LUTO: Aun mientras guardaba luto por los asesinados, Putin prometió una rápida retribución contra los culpables del ataque en San Petersburgo. Foto: MIKHAIL KLIMENTYEV/TASS/GETTY
No resulta claro cómo el aumento en la vigilancia de las redes sociales pudo haber evitado que Akbarzhon Dzhalilov, el bombardero suicida de 22 años, atacara el metro de San Petersburgo. Las autoridades rusas no lo habían identificado como un riesgo de seguridad, y su página de VKontakte, la versión rusa de Facebook, no muestra ninguna relación evidente con el islamismo radical. El único tipo de violencia mostrada en su página era en vídeos sobre deportes de combate, como las peleas callejeras y el boxeo, informó el diario Moskovsky Komsomolets.
Dzhalilov, originario de Osh en el sur de Kirgizstan, era uno de los millones degastarbeiters (trabajadores invitados) que habían viajado a Rusia en busca de trabajo, provenientes desde el antiguo imperio soviético. En 2011, se le concedió la ciudadanía rusa y se mudó a San Petersburgo, donde trabajó en una barra de sushi y como mecánico automotriz junto con su padre, que también era ruso naturalizado. La fuente de la Guardia Nacional señala que Dzhalilov salió de la luz pública en 2015 y aparentemente se radicalizó, aunque los investigadores no han establecido dónde lo hizo. Una pista importante se encuentra en la bomba que detonó. Empacado en un extintor vacío, el dispositivo pudo haber utilizado explosivos hechos en casa con base en nitrato de amonio, un ingrediente usado en los fertilizantes industriales. El núcleo de la bomba tenía clavos y monedas pegados con cinta alrededor de él. Las autoridades descubrieron y desactivaron otra bomba escondida en una bolsa masculina de color negro colocada debajo de una banca en la estación del Metro de Ploshchad Vosstaniya de San Petersburgo, unas cuantas horas después de que la primera había explotado. Los dispositivos “tienen algunas similitudes con los utilizados Dagestan durante los últimos cinco o seis años”, dice la fuente.
Los rebeldes islamistas siguen combatiendo a las autoridades rusas en Chechenia y en el vecino Daguestán, a pesar de los mejores esfuerzos del hombre fuerte de Chechenia, Ramzan Kadyrov. Kadyrov ha obtenido el apoyo de Putin y un abundante financiamiento, además de que se le ha dado mano libre para imponer su propia marca de ley Sharia a favor del Kremlin al aplastar sin misericordia a los insurgentes, utilizando métodos que incluyen, de acuerdo con Human Rights Watch, la tortura y el castigo colectivo de los familiares del sospechoso. Sin embargo, en una fecha tan reciente como el 24 de marzo pasado, seis soldados de la Guardia Nacional Rusa fueron asesinados y tres de ellos resultaron heridos durante una incursión realizada por la noche por las autoridades en el poblado de Stanitsa Naurskaya, en el extremo norte de Chechenia.
El problema más profundo para Rusia es que los islamistas del Cáucaso están profundamente entrelazados con la dínamo de terrorismo más peligrosa del mundo, el grupo Estado Islámico. Los cálculos de la cantidad de rusos que combaten al lado del Estado Islámico en Siria e Irak varían de 2,500 a 7,000, pero resulta claro que los rusos son el mayor grupo no árabe de combatientes extranjeros. Muchos de ellos incluso recibieron ayuda del SFS para salir de Rusia y viajar a Siria. En un informe especial de Reuters realizado en mayo de 2016 se reveló que las autoridades alentaron a docenas de personas sospechosas de ser militantes islamistas a irse antes de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2014, realizados en Sochi. “Estaba escondiéndome. Era parte de un grupo armado ilegal. Estaba armado”, declaró a Reuters Saadu Sharapudinov, uno de seis rebeldes identificados en la investigación. Había estado escondiéndose en los bosques del norte del Cáucaso, dijo, cuando funcionarios del SFS le ofrecieron inmunidad contra procesos legales, un nuevo pasaporte con un nuevo nombre y un boleto de avión solo de ida a Estambul. Poco después de llegar a Turquía, Sharapudinov cruzó hacia Siria y se unió a un grupo islamista que posteriormente juraría lealtad al Estado Islámico.
La exportación de alborotadores funcionó a corto plazo. No hubo ataques en los Juegos Olímpicos de Sochi, a pesar de encontrarse a unas cuantas horas de camino de Chechenia. Y la violencia se ha reducido en todo el atribulado Norte del Cáucaso durante los últimos años. “La salida de radicales daguestaníes en grandes cantidades hizo que la situación en la República fuera más sana”, declaró a Reuters Magomed Abdurashidov, de la Comisión de Makhachkala, un organismo antiterrorista de Daguestán.
Sin embargo, aún estaba el problema de qué hacer con estos jihadistas si decidían volver a casa, ahora con entrenamiento y experiencia en el campo de batalla al lado del Estado Islámico. Los funcionarios de seguridad de Rusia frecuentemente mencionan la lucha contra el terrorismo como una de las principales razones para la decisión de Putin de septiembre de 2015 de comenzar a bombardear a las fuerzas en Siria que combaten al presidente Bashar al-Assad. “Hay miles de nuestros ciudadanos luchando allí”, declaró aNewsweek en enero Nikolai Kovalev, director del SFS de 1996 a 1998 y actualmente miembro del Comité de Seguridad de la Duma. “Garantizar que no traigan de regreso esa ideología Rusia es una cuestión de seguridad nacional”. Leonid Kalashnikov, presidente del Comité de la Duma sobre la Ex Unión Soviética, está de acuerdo: “Recordamos cuántos radicales vinieron a combatir en Chechenia provenientes del Medio Oriente. Ese es nuestro punto vulnerable. Tenemos que estar en [Siria] para evitar que se propague el contagio del terrorismo”.
DE CABEZA: La policía detiene a un partidario de la oposición durante una marcha en Vladivostok, realizada el 26 de marzo. Las protestas fueron las manifestaciones más concurridas en Rusia desde el período 2011-2012. Foto: YURI MALTSEV/REUTERS
La campaña de bombardeos de Putin mató a varios militantes del Estado Islámico. No resulta claro cuántos fueron. Ashton Carter, que en ese entonces era secretario de Defensa de Estados Unidos, declaró a la NBC en enero que Rusia no había hecho “prácticamente nada” contra el Estado Islámico en Siria. Pocos días después de que los bombarderos rusos comenzaron su campaña en Siria, Wilayat Sinai, un nuevo grupo afiliado al Estado Islámico en la Península del Sinaí de Egipto que había estado afiliado a Al-Qaeda, decidió atacar un objetivo ruso. Abu Muhammad al-Adnani, emir del Estado Islámico en Siria y vocero oficial del grupo, publicó un mensaje de audio el 13 de octubre, en el que instaba a los jóvenes islámicos de todo el mundo a “encender la jihad contra los rusos y los estadounidenses en su cruzada contra los musulmanes”. Wilayat Sinai estaba listo para responder al llamado. El grupo había colocado a un recluta entre los miembros del equipo de maleteros del aeropuerto de Sharm el-Sheikh. En la mañana del 31 de octubre de 2015, el infiltrado en el aeropuerto logró introducir una lata de refresco llena de explosivos en un avión chárter ruso que se dirigía a San Petersburgo, justo debajo de los asientos 31A y 30A, del lado de la ventana, ocupados por Maria Ivleva, de 15 años, y Natalia Bashakova, de 77. Veintidós minutos después del despegue del Airbus de Metrojet, la bomba hizo explosión, matando a las 224 personas a bordo. El bombardeo de Metrojet sigue siendo el ataque más mortífero del Estado Islámico hasta la fecha.
Otros grupos dentro de Rusia también escucharon el llamado de Adnani. En junio de 2015, Amir Khamzat, uno de los rebeldes islamistas más buscados del Norte del Cáucaso, desertó de un grupo previamente ligado a Al-Qaeda y juró lealtad al Estado Islámico. El día de hoy, dos principales grupos islamistas compiten para controlar a los rebeldes originarios de Rusia: el Emirato del Cáucaso, afiliado al Frente Nusra, y la Provincia del Cáucaso, un grupo afiliado a ISIS bajo el control del daguestaní Rustam Asilderov, también conocido como Abu Muhammad al-Kadarskii. A estos grupos los une un odio compartido por dos cosas: los chiitas y la Rusia de Putin.
Aún no está comprobado si el Estado Islámico, a través de sus afiliados en el Cáucaso o en otros lugares, estuvo detrás del ataque en San Petersburgo. De acuerdo con Kommersant, el SFS había arrestado e interrogado a un hombre ruso relacionado con el Estado Islámico, después de que volvió de luchar en Siria, y advirtió sobre un ataque inminente. El hombre “ocupaba un lugar bajo en la jerarquía de la organización y no tenía un panorama completo de la situación”, de acuerdo con “una fuente confiable de seguridad” de Kommersant, por lo que el SFS fue incapaz de realizar otras acciones.
La pregunta clave es si se trata de un ataque único o del comienzo de una importante campaña contra objetivos rusos. Y si, ¿una campaña terrorista sostenida perjudicará o fortalecerá al régimen de Putin?
Putin ha demostrado su capacidad de hacer frente al terrorismo. Tras el bombardeo del Metrojet, que fue un enorme ataque que habría provocado una importante crisis política para cualquier líder occidental, utilizó su bien aceitada maquinaria propagandística para obtener más apoyo público para su campaña en Siria, con el supuesto objetivo de proteger a los rusos. Putin ha maniobrado hasta colocarse en una posición en la que cualquier amenaza contra Rusia, trátese de las sanciones que resultaron de su anexión de Crimea o del bombardeo en San Petersburgo, se convierte en un argumento más para demostrar por qué Rusia necesita un líder fuerte. Además, convierte a sus críticos, como los miles de jóvenes que se manifestaron para protestar contra la corrupción en marzo, no solo en disidentes, sino en peligrosos traidores, que critican al presidente cuando el país está bajo amenaza. El vocero de la Duma Estatal Vyacheslav Volodin convocó a los legisladores a defender a los rusos contra Navalny y sus estridentes campañas anticorrupción, refiriéndose a él como “la voz de los servicios de seguridad de Occidente”.
Al mismo tiempo, los diplomáticos rusos han utilizado los ataques para lograr que la conversación internacional se aleje de Ucrania y de la supuesta intervención de Moscú en las elecciones occidentales para acercarse al problema compartido del terrorismo. El bombardeo de San Petersburgo ilustró “la importancia de incrementar los esfuerzos conjuntos para combatir este mal”, dijo a la prensa el ministro ruso de Relaciones Exteriores Sergei Lavrov.
Putin construyó su reputación al mostrarse duro contra el terrorismo. Con el paso de los años, señala Brian Whitmore, autor deThe Power Vertical (La vertical del poder), el influyente blog de Radio Europa Libre, “el poder se ha consolidado, el disenso ha sido suprimido, y el terrorismo ha continuado”. Y en medio de todo eso, los rusos siguen recurriendo al Kremlin para su protección.
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