Stephen Bannon, el estratega en jefe del Presidente Donald Trump, ha dejado en claro que la administración de Trump quiere ver la “deconstrucción del estado administrativo”.
Aun cuando esta filosofía alarmante tiene consecuencias obvias localmente, es menos claro lo que significa para la política exterior de EE UU.
Sin embargo, con base en lo que hemos visto hasta ahora, tenemos que empezar a considerar la posibilidad de que una política exterior de “EE UU primero” es la extensión natural del enfoque deconstructivo que Bannon delineó.
Hay cada vez más evidencia de que Trump está preparándose para un asalto proactivo y sin cuartel en las mismísimas estructuras de influencia y poder global que EE UU construyó en el siglo XX.
En vez de empezar con discursos que resuman una visión de política exterior o poner la mira en grandes victorias de política exterior que podrían lograrse, la administración de Trump parece estar viendo hacia dentro —dentro de las agencias federales, instituciones y compromisos internacionales— en busca de formas de romper el tejido que sostiene el liderazgo, la seguridad y prosperidad estadounidenses.
Uno de los aspectos que más asustan de este enfoque es que podríamos no saber la magnitud de la empresa hasta que sea demasiado tarde.
El liderazgo estadounidense en el extranjero es en cierta forma la mano invisible del orden mundial: evitar el estallido de guerras entre las grandes potencias mediante la conservación de alianzas, instituciones y diplomacia constante. Pero una actitud hostil hacia las instituciones multilaterales y una política exterior que socave la confianza de los aliados, y recorte presupuestos al grado en que los diplomáticos sean retirados de todo el mundo y la asistencia extranjera se seque, puede suceder rápidamente y fuera de los reflectores.
El pueblo estadounidense rara vez ve el trabajo diario de la diplomacia de EE UU. Esto significa que el mundo solo notará la ausencia del liderazgo de EE UU cuando se haya ido y se de la catástrofe.
Es difícil exagerar las consecuencias desastrosas de este enfoque. Si es exitoso, desarmará unilateralmente a EE UU en el extranjero al ceder nuestros activos más eficientes en costos y efectivos para hacer avanzar los intereses de EE UU: el alcance diplomático y el apoyo para desarrollo. Debilitaría la influencia de EE UU en los terrenos de seguridad y economía precisamente en el momento en que los intereses de EE UU están siendo amenazados desde Asia hasta Europa y Oriente Medio.
Deconstruir los pilares del liderazgo estadounidense ayudaría a disparar un regreso a un mundo hobbesiano donde ningún país se siente seguro y cada uno se vale enteramente por sí mismo. Ésta bien podría ser la meta de la administración de Trump.
Aún así, todavía no sabemos si ésta es la verdadera intención de Trump. Pero si la meta fuera destruir el papel de EE UU como líder mundial, posiblemente se haría mediante desmantelar estos cinco pilares del liderazgo estadounidense: el alcance de la diplomacia estadounidense y la asistencia extranjera, la fuerza de las alianzas de EE UU, el liderazgo de EE UU en las instituciones internacionales, el sistema internacional de comercio y el apoyo de EE UU a los derechos humanos.
Revisemos lo que sabemos hasta ahora.
La diplomacia queda en segundo plano
El Departamento de Estado se ha quedado en las sombras en el primer par de meses de la administración de Trump, y parece posible que el equipo de Trump quiere mantener las luces apagadas permanentemente.
Rex Tillerson, secretario de estado, se ha convertido en el “fantasma de Foggy Bottom”, al que difícilmente se lo ve u oye. Lo que solían ser sesiones informativas diarias del Departamento de Estado —ahora reanudadas después de seis semanas de silencio— se han convertido en una oportunidad esporádica para que a los reporteros no les respondan sus preguntas porque no está claro si ya se desarrolló una directriz de política para un gama amplia de asuntos.
Tillerson no llevó al grupo usual de reporteros en su viaje a Asia, como desde hace mucho es la norma. Esto significa que el público estadounidense tuvo que depender de reportes de medios coreanos, los cuales citan a funcionarios anónimos de Seúl, para descubrir que el viaje se acortó debido a la “fatiga” de Tillerson.
Mientras tanto, altos puestos siguen sin llenarse, con preguntas respecto a si algunos serán eliminados de plano. Y la Casa Blanca busca más o menos deshacer partes vastas del Departamento de Estado y USAID con recortes presupuestales que llegan al 28 por ciento y principalmente afectan funciones centrales.
El enfoque dual de Trump en diplomacia hasta ahora —mantener un bajo perfil combinado con reducciones enormes al presupuesto— posiblemente paralice la política exterior de EE UU en el futuro inmediato.
Junto con los militares de EE UU, sus diplomáticos y profesionales del desarrollo son el rostro de EE UU ante el mundo, asegurando que EE UU pueda hace avanzar sus intereses donde se necesita. Los recursos del Departamento de Estado y USAID son multiplicadores de fuerza para EE UU, previniendo crisis antes de que empiecen mediante programas para detener pandemias de salud y la proliferación de armas de destrucción masiva, por ejemplo.
Pero un Departamento de Estado que no sea proactivo para moldear políticas o la narrativa pública dejará un hueco grande en muchos países cuando los diplomáticos de EE UU trastabillen sin una directriz de Washington. Los recortes presupuestales que la Casa Blanca ha propuesto no solo significan un golpe a la salud mundial y a los programas de prevención de armas de destrucción masiva, sino que literalmente obligan a EE UU a retirarse de partes del mundo.
Si hay alguna duda sobre las intenciones detrás de estas medidas, los recortes presupuestales propuestos dicen muchísimo. Como dice el ex vicepresidente Joe Biden: “Muéstrame tu presupuesto y te diré lo que valoras”.
Tratar a los aliados como a todos los demás
Durante la campaña, la retórica de Trump fue abiertamente hostil con los mejores amigos de EE UU, como Japón y México. Como lo dice el analista de política exterior Tom Wright: “El punto de partida de Trump y la emoción que define la política exterior es la ira, no contra los enemigos de EE UU, sino con sus amigos”.
Desde que asumió el cargo, el tono de Trump se ha moderado, pero se avecinan preguntas sobre cómo Trump va a tratar a los aliados de EE UU. Mientras que el vicepresidente Mike Pence, el secretario de defensa Jim Mattis y Tillerson han viajado para reunirse con aliados claves y dar una confortación muy necesaria, las primeras acciones de Trump han confirmado las sospechas de que no planea tratar a los aliados de EE UU de manera diferente que a cualquier otro país.
En sus primeros días en el cargo, Trump explotó con el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, en el teléfono. El 16 de marzo, Sean Spicer, secretario de prensa de la Casa Blanca, sugirió que el Presidente Barack Obama usó a la inteligencia británica para espiar a Trump, suscitando una rara refutación pública de parte de la Oficina Central de Comunicaciones del Gobierno y una disculpa de la Casa Blanca.
Mientras tanto, Bannon le dejó en claro al embajador alemán que no es un fan de la Unión Europea. El socio europeo favorito de Trump parece ser Nigel Farage, quien fue un arquitecto del Brexit y recientemente visitó la embajada ecuatoriana en Londres donde vive Julian Assange, fundador de WikiLeaks.
Finalmente, están los elogios constantes de Trump al presidente ruso, Vladimir Putin.
Aun cuando sería difícil que Trump se aleje formalmente de los compromisos adquiridos mediante tratados entre EE UU y sus aliados, no se requiere mucho para degradar significativamente el valor de esas alianzas. De hecho, la historia de EE UU está plagada de compromisos por alianzas inactivos desde hace mucho (¿alguna vez oyó hablar del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca —el Tratado de Río— que compromete a las naciones de Norte y Sudamérica a defenderse unas a otras? ¿No? Bueno, así es, aun cuando no se lo ha invocado desde el conflicto de las Malvinas).
Todo lo que se requiere para que una alianza se deteriore es unos pocos momentos de ira, que un bando no acuda en ayuda del otro en un momento de necesidad, y un flujo constante de negligencia (antes de la época de la OTAN, las alianzas formales en Europa solían cambiar frecuentemente con base en la conveniencia; un ejemplo más modernos e puede ver en la alianza de EE UU con Tailandia, la cual a pesar de la cooperación en marcha por años ha sufrido de visiones divergentes de intereses).
Hostilidad con las instituciones internacionales
Desde hace mucho ha sido un elemento básico en los círculos conservadores de seguridad nacional que las instituciones internacionales violan la soberanía de EE UU, y por lo tanto la noticia de que el equipo de Trump busca disminuir la participación de EE UU en organismos internacionales como la ONU no debería sorprender a nadie. Y aun así, lo hondo del desdén del equipo de Trump por el organismo mundial parece extremo incluso en este contexto.
En la primera semana de la nueva administración hubo reportes de que Trump consideraba firmar decretos presidenciales destinados a reducir drásticamente la participación de EE UU en y el financiamiento para la ONU, junto con revisar tratados multilaterales actuales para la posible retirada de EE UU. Aun cuando ese decreto presidencial no se ha firmado todavía, la noticia de otras acciones posibles para retirarse de varios tratados e instituciones internacionales ha continuado.
Por ejemplo, Trump busca recortar miles de millones a las contribuciones de EE UU a la ONU. Un recorte enorme e indiscriminado tendría consecuencias terribles en el mundo real. Estas incluyen menos dinero para combatir pandemias de salud como el ébola hasta ayudar a los refugiados y otras poblaciones vulnerables durante la más grande crisis humanitaria desde 1945.
También significa menos dólares para la Agencia Internacional de Energía Atómica para que monitoree el acuerdo nuclear con Irán y las operaciones de paz de la ONU que trabajan en la prevención de conflictos en numerosos países.
Supuestamente, la administración está considerando sacar a EE UU del Consejo de Derechos Humanos de la ONU, señalando que la administración de Trump preferiría permitir que el organismo se marchite en vez de hacer el trabajo para mejorar cómo funciona. Trump pasó mucho tiempo en su campaña criticando el tratado de la ONU sobre el cambio climático, y los reportes más recientes dicen que hay un debate en marcha dentro de la administración con respecto a si retirarse por completo o no de él.
Socavar el comercio
Para Trump, los peores acuerdos internacionales son los de comercio. Y así, la acción de Trump de retirar a EE UU del acuerdo comercial multilateral Tratado Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés) en Asia no sorprendió a nadie. Pero el grado en que Trump aparentemente busca revisar y renegociar las políticas comerciales de EE UU podría socavar el sistema mundial de comercio y suscitar guerras comerciales.
La Casa Blanca de Trump ya ha dejado en claro que está dispuesta a ignorar a la Organización Mundial de Comercio con el fin de perseguir su propia agenda comercial, señalando que el mismo país que ayudó a crear la OMC y su sistema de reglas y normas para regular el comercio internacional ya no se siente atado a esas reglas.
Al mismo tiempo, la retirada del TPP y la determinación de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, manda una señal de preocupación a los socios de todo el mundo de que no se puede confiar en que EE UU sostenga su palabra y que EE UU revisará acuerdos previos a voluntad.
La cantidad de trabajo duro que la administración de Trump parece lista a deshacer es pasmosa. EE UU pasó décadas tratando de establecer las reglas básicas e instituciones que ayudarían a prevenir catástrofes económicas mundiales, y lo hizo una vez más después de la crisis financiera de 2008. Las inclinaciones políticas de Trump podrían promover activamente el desenredo de este sistema.
Ya no más una ciudad brillante en una colina
Ninguna de estas acciones es tan perjudicial como el cambio que Trump parece estar listo para hacer hacia un EE UU que no solo no defienda los derechos humanos en el extranjero, sino que ya no se asemeje al EE UU que Ronald Reagan una vez llamó una “ciudad brillante en una colina”.
Ya hay dudas serias sobre si EE UU todavía defenderá los derechos humanos en el extranjero. Trump ha dejado en claro su preferencia por líderes fuertes como Putin, mientras critica a líderes democráticos (y aliados de EE UU) como Angela Merkel de Alemania.
Tillerson rompió el precedente al saltarse la publicación del reporte anual del Departamento de Estado sobre los derechos humanos. Y Trump tuvo palabras agradables para el Presidente Rodrigo Duterte de Filipinas y su campaña violenta contra supuestos criminales de drogas, la cual ha matado a más de 7,000 personas.
Pero mucho más perturbadores son los cambios que Trump parece estar buscando promulgar en casa. El futuro de orientación nacionalista blanca que Trump y su equipo delinearon a través de su campaña y desde que asumió el cargo no es una visión de EE UU que Reagan —ya no digamos cualquier otro líder estadounidense— reconocería.
Trump está buscando maneras de detener la inmigración legal. Después de que las cortes anularon su primer decreto presidencial inmigratorio, Trump ahora está en el segundo round en su intento de restringir las admisiones de refugiados en EE UU, así como la inmigración de un puñado de países que están envueltos en conflictos.
Además, Trump ha indicado que quiere restringir la inmigración legal de otras maneras, incluido el dar preponderancia a los ricos, una idea fundamentalmente opuesta a la noción del sueño americano.
Aun cuando fue pensado como una ficción distópica, el artículo de David Frum sobre “Cómo construir una autocracia” dio buenos argumentos de cómo las tendencias de Trump podrían socavar el mismísimo tejido de la democracia estadounidense.
¿Por qué?
Toda esta destrucción intencional, de ser cierta, exigiría una pregunta fundamental: ¿por qué? ¿Por qué Trump y su equipo quieren desmantelar el poder y la influencia de EE UU?
Hay pocas razones predominantes.
Primero, la deconstrucción del liderazgo mundial de EE UU es el matrimonio de dos impulsos en círculos conservadores: la creencia de tiempo atrás de que la participación de EE UU en las instituciones multilaterales viola la soberanía de EE UU, en combinación con la visión que supuestamente tienen Bannon, el asesor de la Casa Blanca Stephen Miller y el fiscal general Jeff Sessions de “remodelar a Estados Unidos mediante atarlo a sus orígenes europeos y cristianos”.
Así es como se termina no solo removiendo a Estados Unidos de los acuerdos y organizaciones internacionales, sino también haciendo de EE UU un lugar menos acogedor; una estrategia de no solo construir muros, sino de colocar alambre de púas arriba del muro para que parezca especialmente poco atrayente.
Segundo, la camarilla de Trump ve al “sistema internacional” y la participación de EE UU en el mundo como parte del problema. Así como el golpeteo constante de Trump a Washington es parte de su intento de rehacer al gobierno de EE UU, tiene sentido que Trump y su equipo busquen de manera similar cambiar totalmente el papel de EE UU en el mundo, tratando de reestructurar el comercio y otros acuerdos internacionales que Trump ha usado como chivos expiatorios de la pérdida de empleos fabriles estadounidenses y su prestigio.
Tercero, ellos creen cándidamente que Estados Unidos es lo bastante poderoso para lograr lo que necesita n el mundo completamente solo. Esa visión infunde a las políticas económicas agresivas —incluido el dar prioridad a acuerdos comerciales bilaterales en los que Estados Unidos supuestamente pueda torcer brazos más eficazmente— un peligroso complejo de superioridad que podría iniciar guerras comerciales. Y es esa visión la que busca meter dinero al Departamento de Defensa mientras se lo saca al Departamento de Estado.
Y cuarto, el presidente y sus asesores creen fundamentalmente que EE UU se ha vuelto débil. Uno de los principales temas de campaña de Trump era la debilidad de EE UU —supuestamente, infraestructura derruida, violencia en las ciudades, incapacidad de ganar guerras, etc.— y este enfoque deconstruccionista es una extensión natural de esa perspectiva.
Según este pensamiento, Estados Unidos debería dejar de gastar recursos en el extranjero cuando hay tanto que se necesita —incluso “matanzas”— en casa.
Tiempos oscuros por venir
Tal vez esta teoría esté equivocada. Trump ha seguido a sus predecesores al mandar un enviado para se reúna con israelíes y palestinos en la búsqueda de resolver uno de los más viejos desafíos diplomáticos de EE UU. Él dijo las cosas correctas sobre la importancia de la alianza de EE UU con Japón mientras recibía al primer ministro japonés Abe.
Pero las palabras de Trump son huecas. Hasta ahora, sus acciones dicen mucho más sobre sus intenciones verdaderas.
Si el equipo de Trump de hecho buscara el efecto antes mencionado de deconstruir el liderazgo mundial estadounidense, las consecuencias serían demasiado vastas para examinarlas aquí. Los efectos inmediatos de las políticas individuales serían devastadores: EE UU sería menos tolerante en casa; las instituciones internacionales se paralizarían en su ayuda a víctimas de conflictos o prevenir la proliferación de armas; las economías podrían chisporrotear como resultado de un regreso a las guerras comerciales, y los conflictos serían más posibles conforme se tambaleen las alianzas.
En cuanto estos resultados lleguen a pasar, los estadounidenses estarán conscientes de ellos de maneras reales y horripilantes: una epidemia de ébola que no pueda detenerse antes de propagarse a EE UU, o una serie de ataques terroristas que no podrían prevenirse mediante sociedades fuertes en el extranjero forjadas a través de la buena y anticuada diplomacia.
Hasta entonces, el desenredo del liderazgo mundial de EE UU y los beneficios que éste provee para todos los estadounidenses se intentará principal y tranquilamente mediante el cambio de adjudicaciones presupuestales, desprecios diplomáticos en reuniones a puertas cerradas y el asiento vacío de EE UU en mesas internacionales claves.
Las instituciones democráticas de EE UU —el Congreso, el poder judicial, la prensa, los servidores públicos y la sociedad civil— deberían estar atentas: “La vigilancia eterna es el precio de la libertad”.