CUANDO DONALD TRUMP se convirtió en el cuadragesimoquinto presidente de Estados Unidos, la mayoría de los alemanes parecían lamentarse. El vicecanciller de ese país, Sigmar Gabriel, advirtió sobre “el difícil camino” que estaba por delante; una semana después, la canciller Angela Merkel sermoneó a Trump acerca de las Convenciones de Ginebra, diciéndole que el combate contra los ataques militaristas no justifica prohibir la entrada a los refugiados que huyen de la guerra y de la persecución.
Pero en el amanecer de la era de Trump, un partido político que antiguamente se encontraba en los márgenes de la sociedad alemana ha resurgido: el antiinmigrante y anti-Unión Europea Alternative für Deutschland, el Alternativa por Alemania (AfD).
Cuatro días después de la toma de posesión de Trump, en enero, me reuní con Frauke Petry, la lideresa del partido AfD, que representa al distrito de Sajonia, en su oficina de Leipzig, donde comparó la victoria de Trump con el voto en el Reino Unido para abandonar a la Unión Europea. Ambos sucesos, dijo, inspiran a partidos como el de ella, que se muestran críticos a la Unión Europea porque muestran que la creciente consolidación de poder en Bruselas no es inevitable. “Nos muestra, al menos a nosotros, que el cambio es posible”, dijo.
Mientras que otros prominentes líderes de derecha, como Marine Le Pen, del Frente Nacional de Francia, y Geert Wilders, del Partido por la Libertad en los Países Bajos, han recibido más atención por su incendiario estilo de hacer política, es posible que, en cierta forma, Petry, del AfD, sea la más consecuente de todos los políticos nativistas.
El AfD ha adquirido influencia política con una extraordinaria rapidez. Apenas cuatro años después de su fundación, el que alguna vez fue un partido marginal se ha convertido en una importante fuerza que ha ganado escaños en diez de los 16 parlamentos estatales de Alemania. Tuvo éxito en algunos lugares sorprendentes derrotando a los Demócratas Cristianos (CDU), el partido de Merkel, en Mecklemburgo-Pomerania Occidental, el estado natal de la canciller, y en septiembre de 2016 obtuvo 14 por ciento de los votos en la liberal Berlín, el mayor porcentaje en esa ciudad para un partido de extrema derecha desde la Segunda Guerra Mundial.
Ahora, el AfD —atacado por sus críticos por promover la xenofobia— parece destinado a tener un buen desempeño en las elecciones federales de Alemania, a realizarse en septiembre, y en las que podría obtener escaños por primera vez en el Bundestag, que es el parlamento nacional de ese país. Las encuestas y los analistas políticos pronostican que el CDU obtendrá la mayor proporción de votos, lo que significa que, probablemente, Merkel seguirá siendo canciller, a pesar del desafío de la izquierda. Pero si el apoyo al AfD se mantiene, este partido se convertiría en el tercero más grande en el Bundestag, y en el partido de oposición más prominente en el gobierno, con lo que se volvería el partido nacionalista más exitoso desde los nazis.
Así como Merkel se ha convertido en la defensora más poderosa de la democracia occidental liberal de toda Alemania, y de todo el continente, Petry se ha convertido en el rostro del trumpismo en la nación más poderosa de Europa. Su partido ha hecho campaña para revertir las políticas migratorias de fronteras abiertas de Merkel y su firme postura contra la agresión rusa, y además busca limitar el papel de Alemania en la Unión Europea. El rápido crecimiento del AfD en un país cuya oscura historia lo ha hecho tener mucha cautela con respecto al nacionalismo, habla de la magnitud de la frustración y la xenofobia que ha incorporado Trump y otros como él en la corriente política principal de Occidente.
JUEGOS DE MANOS: Varios berlineses reaccionan mientras activistas de derecha marchan en mayo de 2016 reclamando: “Merkel debe irse”. Foto: EMMANUELE CONTINI/NURPHOTO/GETTY.
¿EL FIN DE LA CULPA NACIONAL?
A diferencia del Frente Nacional de Francia y del Partido de la Libertad de Austria, ambos fundados hace varias décadas, el AfD es relativamente nuevo. Establecido en febrero de 2013 por economistas inconformes con los costosos rescates de miembros pequeños de la Unión Europea como Grecia y España, el AfD no logró incorporarse al parlamento alemán ese año. Pero en 2015, una crisis de refugiados llevó a las costas de Europa a miles de buscadores de refugio, principalmente musulmanes, que huían de la guerra, la violencia y la persecución en Siria, Irak, Afganistán y otras partes.
Esto fomentó un sentimiento antiinmigrante y antimusulmán, especialmente en Alemania, que absorbió a un millón de buscadores de refugio en 2015, más que todas las otras naciones europeas en conjunto. Fue Merkel quien tomó la decisión de hacerlo; ese mismo año su gobierno anunció que todos los refugiados sirios eran bienvenidos para permanecer en Alemania y que el país no pondría ningún límite al número de buscadores de refugio que tenían permitido buscar resguardo. Aunque muchos alemanes consideraron esta política de fronteras abiertas como una respuesta valiente y humanitaria ante la crisis, también generó resentimientos entre algunos de sus compatriotas, que pensaban que esto era una amenaza para la seguridad y la identidad nacional.
Este resentimiento ayudó a Petry a encabezar la transformación del AfD en un partido antiinmigrante cuando asumió el cargo, en julio de 2015. Bajo su liderazgo, Bernd Lucke, el fundador del partido, renunció debido a preocupaciones de que el AfD estaba volviéndose “islamofóbico y xenófobo”. Últimamente, el AfD ha atraído a muchos votantes que solían apoyar al Partido Nacional Democrático, un partido neonazi que los 16 parlamentos estatales de todo el país trataron de prohibir recientemente (la Corte Suprema de Alemania anuló esa prohibición, argumentando que, aunque los objetivos del partido son inconstitucionales, es demasiado débil como para alcanzarlos). Sin embargo, el mensaje del AfD de reclamar el orgullo y la identidad nacional ha atraído a más que simples seguidores marginales. En las encuestas recientes, el apoyo al AfD se sitúa entre 10 y 15 por ciento de los votantes, un resultado que le podría permitir incorporarse al Bundestag en septiembre.
En comparación con la notable victoria de Trump en noviembre, estas cifras de las encuestas podrían parecer modestas. Pero la creciente popularidad del AfD alarma a muchas personas en Alemania, donde, desde hace mucho tiempo, la culpa por su pasado nazi ha desempeñado una importante función en su psique y en su política. Algunos líderes del AfD han alimentado el nerviosismo con sus comentarios. Un funcionario del partido, llamado Wolfgang Gedeon, ha calificado a quienes niegan el Holocausto como “disidentes” y se ha lamentado de que uno de los mayores monumentos del país, situado en Berlín, no esté dedicado a los héroes nacionales, sino al Holocausto, lo que ha calificado como “delito”. En enero, Bjoern Hoecke, otro funcionario del AfD, provocó la indignación nacional al calificar ese mismo monumento como “un memorial a la vergüenza”.
ESPERANZAS ATENUADAS: Una pareja de Deir ez-Zor, Siria, sube a un autobús tras registrarse como buscadores de refugio en Herford, Alemania. Foto: WOLFGANG RATTAY/REUTERS
TEMOR A UN PLANETA MUSULMÁN
Cuando me reuní con Petry en su oficina de Leipzig, el 24 de enero, me quedó claro de inmediato por qué fue elegida para dirigir el AfD y cómo, bajo su administración, un partido nacionalista ha logrado conjuntar una base de seguidores tan grande: en persona, ella parece completamente normal.
Tras llegar apenas unos cuantos minutos tarde, la madre embarazada de 41 años se disculpó profusamente, explicando que tenía que llevar a sus hijos a la escuela. “Había mucho hielo en los caminos”, dijo, y añadió que uno de sus hijos más pequeños no quería salir de la casa.
Bonita y pequeña, con un corte de pelo como de duendecillo, con pantalones vaqueros y un blazerazul marino, Petry habla con frases largas y didácticas que parecen más adecuadas para un profesor universitario que para la lideresa de un partido populista. Parece tener poco en común con los personajes más controvertidos del AfD, especialmente aquellos que se relacionan con el antisemitismo. Mientras hablábamos, Petry criticó de inmediato el llamado de Hoecke a favor de “un giro de 180 grados” en la forma en que los alemanes perciben su historia, con lo que quiere decir que Alemania debería apartarse de lo que, en su opinión, es una especie de culpa que impulsa las decisiones políticas, como la aceptación de los refugiados (ese es un sentimiento que varios miembros del partido dijeron compartir, aunque habrían deseado que Hoecke lo hubiera expresado de manera distinta).
A pesar del enfoque moderado de Petry con respecto al nacionalismo, sus creencias sobre el multiculturalismo no son distintas de las de los derechistas más extremos. La desconfianza de Petry hacia el islam enciende sus pasiones políticas: al mencionar la Sharia, o ley islámica, así como informes de ataques sexuales cometidos por refugiados en Alemania, afirma que los musulmanes son una amenaza para una sociedad occidental libre. Los inmigrantes musulmanes vienen aquí “con actitudes que están muy alejadas de nuestra clase de conducta común y de las actitudes europeas”, dijo. “La afirmación del gobierno de que estos inmigrantes se adaptarán a nuestra sociedad es simplemente una mentira”.
En las elecciones estatales de 2016, Petry hizo campaña con una plataforma contra la “islamización” de Alemania que, en su opinión, debería incluir cambios a la política familiar. Afirma que el gobierno debe ofrecer cosas como incentivos fiscales y una atención infantil más barata para alentar a los alemanes a tener más hijos para preservar la identidad nacional, en lugar de apoyarse en la inmigración para llenar los huecos dejados por la reducida tasa natal del país (ella espera a su quinto hijo, el primero con su segundo marido, Marcus Pretzell, que representa al partido en el Parlamento Europeo en Bruselas). Cuando le pregunto si espera convertirse en canciller de Alemania, Petry desestima el comentario, pero afirma rápidamente que Alemania debe ser dirigida por alguien con hijos (Merkel no tienen ninguno) porque, observa, “te hace ver más allá de tu propio tiempo de vida”.
También critica a Alemania por aplicar diferentes reglas a las personas que buscan refugio que a sus propios ciudadanos. “El gobierno básicamente les permite vivir en un mundo distinto”, dice, y afirma que las estadísticas (“si eres capaz de leerlas”) muestran que los crímenes violentos se han incrementado en Alemania debido a los refugiados. (No es así. Las estadísticas federales muestran que los refugiados no han incrementado el índice de crímenes y que no tienen mayores posibilidades de cometer delitos que los alemanes nativos.)
Y si esto no suena ya suficientemente trumpiano, Petry también parece hacer eco del multimillonario neoyorquino con respecto a Rusia. Ella busca establecer lazos más estrechos con Moscú y espera hablar pronto con el presidente Vladimir Putin (añade que varios miembros de su partido ya se han reunido con funcionarios del Kremlin). “Toda Europa necesita tener buenas relaciones con Rusia”, manifiesta. “Esto no significa de ninguna manera que estemos a favor de la hegemonía de Rusia sobre Europa. Es decir, al provenir de… [Alemania del Este], hemos tenido bastante dominación rusa. Pero sí, con Trump muchas nuevas perspectivas parecen posibles”.
Mientras muchos líderes han expresado su preocupación por las declaraciones de Trump sobre disminuir la intervención de Estados Unidos en otros países, Petry da la bienvenida a esa posibilidad. “La intervención estadounidense en asuntos europeos desde la Primera Guerra Mundial ha llevado a una situación en la que muchos estados europeos se apoyaron en Estados Unidos en lugar de asumir su propia responsabilidad”, dice. Al referirse a los soldados estadounidenses que han estado emplazados en Alemania desde la Segunda Guerra Mundial, añade que “así como los rusos tuvieron que salir de Alemania en la década de 1990, creo que es tiempo de que también los estadounidenses se vayan”.
EL DERECHO A MARCHAR: En una protesta contra la política de los refugiados en Berlín, realizada en 2015, Petry sostiene una pancarta que dice: “La concesión de refugio debe tener límites”. Foto: JOHN MACDOUGALL/AFP/GETTY IMAGES
“NO PODEMOS PERMITIR QUE ESTO OCURRA”
Antes de contribuir a la creación del AfD, Petry era una química que fundó Purinvent, una empresa que produce productos de poliuretano con bajo impacto ambiental (actualmente, el sitio web de la empresa deslinda explícitamente a Purinvent del AfD). Ella solía votar por el CDU, el partido más conservador de Alemania, hasta que Merkel le dio una tendencia más centrista, e incluso consideró la posibilidad de convertirse en miembro del partido a principios de la década de 2000. “El CDU solía defender los valores familiares, la política conservadora y una política económica racional, y ahora han renunciado a muchas de esas ideas”, comenta. “Solía ser un partido que garantizaba la seguridad para sus ciudadanos, pero vemos con Merkel que ya no puede salvaguardar las fronteras. Ella no desea hacerlo”.
Al igual que Petry, la mayoría de las personas que han votado por el AfD solían apoyar al CDU, mientras que otras pensaban que no había ningún lugar político para sus puntos de vista conservadores, de acuerdo con Kai Arzheimer, catedrático de ciencia política de la Universidad de Mainz y experto en patrones de votación por la extrema derecha. El análisis de Arzheimer muestra que la mayoría de las personas que han votado por el AfD tienen menos de 65 años, y muchas de ellas son jóvenes con distintos bagajes educativos y socioeconómicos. Quienes votan por el AfD también son principalmente varones, y el apoyo para el partido es mucho más alto en la antigua Alemania del Este que en lo que era antiguamente Alemania Occidental, lo cual se debe en parte a la marca contraria al orden establecido del AfD, señala Werner Patzelt, experto en ciencia política de la Universidad Técnica de Dresden.
En Alemania, las actitudes del AfD hacia el islam también parecen sorprendentemente comunes: en una encuesta publicada el año pasado por la empresa alemana Infratest Dimap se muestra que 60 por ciento de los alemanes encuestados piensan que el islam no pertenece a la cultura alemana; en otra encuesta, realizada en 2016 por la Fundación Friedrich Ebert, se encontró que 25 por ciento piensan que los judíos “se aprovechan del pasado del Tercer Reich”. Estos puntos de vista podrían explicar por qué el apoyo al AfD crece entre la población alemana en general. “Las personas observan atentamente cuando se trata de la derecha radical en Alemania”, dice Arzheimer. “Pienso que es engañoso etiquetar al AfD como un partido de neonazis”.
Para la mayoría liberal, el surgimiento de este nuevo movimiento ha resultado alarmante. Hajo Funke, catedrático de la Universidad Libre de Berlín y autor de un libro acerca del AfD, titulado On Angry Citizens and Arsonists (De ciudadanos furiosos e incendiarios), señala que Petry no es más que el rostro aceptable de un partido por lo demás desagradable, y afirma que ella no ha hecho lo suficiente para distanciar el AfD del antisemitismo y la islamofobia. “Se trata del clásico concepto populista de la derecha de ‘nosotros representamos a la gente, nosotros tenemos las soluciones’, utilizando al chivo expiatorio del islam, afirma Funke. “Es una especie de segunda ola de antisemitismo que ha resurgido”.
Richard Weiss, miembro del Partido Verde en Múnich, concuerda y dice que los alemanes, de entre todos los pueblos, deben oponerse a la retórica antimusulmana. “Debemos despertar porque se trata de una situación verdaderamente peligrosa si asignamos a los musulmanes la misma etiqueta que asignamos en el pasado a los judíos. No es distinto”, dice a Newsweek. “Sabemos mejor que cualquiera en el mundo que no podemos permitir que esto ocurra”.