La primera operaciónantiterrorista autorizada por el presidente Donald Trump no tardó en salir mal. A finales de enero, el Equipo 9 de los SEAL de la Infantería de Marina y las fuerzas especiales de los Emiratos Árabes Unidos atacaron a insurgentes de Al Qaeda en Yemen, pero los militantes lograron ver que los estadounidenses se acercaban, a lo que siguió un tiroteo de una hora de duración. Un SEAL murió y tres más resultaron heridos; asimismo, funcionarios yemeníes afirman que entre 13 y 16 civiles murieron, entre ellos, al menos ocho mujeres y niños.
Estas cifras aún están por verificarse, pero según informes, entre los muertos estaba la hija de ocho años de edad de Anwar al-Awlaki, el antiguo operario de alto rango de Al Qaeda en la Península Árabe (AQAP, por sus siglas en inglés), que nació en Estados Unidos. (Al-Awlaki, y posteriormente, su hijo adolescente, murieron en ataques estadounidenses realizados con aviones no tripulados en 2011). La foto de la niña circuló rápidamente en internet y desató la indignación por algo que muchas personas, excepto el gobierno de Trump, consideran como una incursión estadounidense precipitada y mal organizada.
Las muertes de civiles fueron un enorme y escandaloso error de relaciones públicas, pero parte de la razón por la que muchas mujeres murieron es que algunas de ellas se enfrentaron realmente a los SEAL. Un vocero del Departamento de Defensa dijo más tarde que esas mujeres parecían combatientes entrenadas de AQAP, la filial de Al Qaeda en Yemen y Arabia Saudita, y una de las ramas más peligrosas de ese grupo. El destino de las combatientes femeninas de Al Qaeda me llevó a preguntarme por qué se unieron a un grupo tan brutal. Desde luego, no hay ninguna excusa para los ataques de militantes, pero es importante comprender sus causas fundamentales. Entre ellas se incluiría la ideología, pero también la desesperación: los recursos en Yemen se agotan rápidamente. Cuando las personas tienen hambre y necesitan alimentar a sus hijos, recurren prácticamente a cualquier cosa.
No todas las militantes femeninas están impulsadas por la pobreza; tomemos como ejemplo las Brigadas Rojas de Italia, pero en Yemen hay pocas opciones para sobrevivir, y generalmente, los yihadistas proporcionan comida y seguridad. “Somos árabes, musulmanas y tribales, pero muy distintas de otras mujeres de Oriente Medio, Afganistán y Pakistán”, me dice Suha Bashren, especialista en género de la organización no gubernamental Oxfam. En Yemen, dice, la ley tiene pocas disposiciones para las mujeres fuera de la estructura familiar. “Debemos estar apegadas a los hombres. No podemos valernos por nosotras mismas”.
También hay hambre. La desnutrición en Yemen se encuentra en niveles marca y va en aumento. En un informe publicado en diciembre, la Unicef declaró que al menos un niño muere cada diez minutos por desnutrición, diarrea e infecciones respiratorias. “Si las bombas no te matan, una lenta y dolorosa muerte por hambre es ahora una creciente amenaza, señala Jan Egeland, secretario general del Consejo Noruego para los Refugiados. A Egeland y otras personas les preocupa que el conflicto en Yemen, que ha alcanzado su segundo año de duración, vaya en aumento, y de acuerdo con el Consejo para los Refugiados, “más de 17 millones de yemeníes no saben si podrán poner comida en la mesa para alimentar a sus familias”. Las cifras son escalofriantes. La ONU calcula que 80 por ciento de la población necesita ayuda.
La razón por la que el país se encuentra en tan mal estado se remonta a finales de 2011, cuando se desató la lucha entre el gobierno, reconocido internacionalmente, del presidente Abed Rabbo Mansour Hadi y las fuerzas rebeldes houthis que representan a los zaidistas, una minoría chiita. El conflicto ha durado casi tanto como la guerra civil en Siria, pero ha recibido mucha menos cobertura mediática. Yemen es uno de los países con más problemas de la región y, ciertamente, será un punto álgido durante 2017.
El conflicto no solo ha dejado el país en ruinas; se ha convertido en otra desastrosa guerra subsidiaria. Se ha acusado a Irán de ayudar a los rebeldes houthis y Arabia Saudita, respaldada por Estados Unidos y el Reino Unido, entre otros, ha llevado a cabo ataques con el objetivo de reinstaurar a Hadi en el poder. Y los analistas señalan que esos ataques aéreos han producido la mayoría de las muertes de civiles en Yemen.
Sin embargo, incluso antes del conflicto, las mujeres yemeníes pasaban por grandes dificultades. Las niñas tienen oportunidades económicas muy limitadas y, por ello, son consideradas como cargas financieras por sus padres. En 2012, yo fui testigo de ello cuando fui con Oxfam a una región remota del país. Viajamos durante días por pueblos abrasados por el sol, levantándonos al amanecer para evitar el calor del día y a los bandidos en el camino. Condujimos a través de planicies costeras hacia la ciudad occidental de Hodeida en la región de Hays.
En un pueblo de chozas de barro en las afueras de Hodeida, conocí a Aisha, una niña de 12 años a la que acababan de casar con un hombre de más de treinta. Ella era encantadora, tímida, triste y recién casada. Cuando tratamos de hablar con Aisha y su madre sobre enviarla a la escuela, dijeron categóricamente que el matrimonio era la única manera en que ella podía sobrevivir. “No tenemos forma de alimentarla”, dijo su madre. “Su esposo podrá cuidarla ahora”. La niña lloró un poco y me dijo que su noche de bodas “había dolido mucho”, pero parecía resignada a su nueva vida.
Cualquier persona que estudia la radicalización sabe que la educación y la disminución de la pobreza mitigan sus efectos. No es difícil imaginar a alguien como Aisha siendo atraída hacia una célula yihadista porque necesita comer, o porque debe acatar órdenes. Si aceptó un matrimonio forzado para sobrevivir no es difícil imaginarla tomando un arma por la misma razón.
Existen muchas Aishas en Yemen. Y el intento de Trump de implementar una prohibición temporal de viaje contra refugiados yemeníes (y de aquellos provenientes de otros países con mayoría musulmana) podría empeorar las cosas. A principios de febrero, Hadil Mansoor al-Mowafak, estudiante yemení de Stanford, escribió en The New York Times sobre su temor de que la prohibición de entrada a los refugiados pudiera “empeorar el terrorismo” en su país. “La educación es difícil de obtener en Yemen”, escribió. “Algunas universidades han sido destruidas, y otras cerraron tras los bombardeos”.
Muchas personas han señalado la ironía de que el intento de prohibición de Trump haya coincidido con la desastrosa operación en Yemen. “¿Cómo puede Estados Unidos asesinar yemeníes al tiempo que, simultáneamente, prohíbe que los civiles busquen refugio en ese país?”, escribió al-Mowafak. Al igual que muchas otras personas, a ella le preocupa que la prohibición de viajar y la presencia militar estadounidense en Oriente Medio favorezcan los esfuerzos de reclutamiento de Al Qaeda. Esto, combinado con la pobreza persistente y la sangrienta guerra civil en Yemen, es una mala señal para el futuro del país y de sus habitantes, especialmente las mujeres, que han estado sujetas a años de violencia extrema y que no ven una salida en el futuro inmediato.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek