DONALD TRUMP es un espasmo.
Ahora que el nuevo presidente de Estados Unidos está en el cargo y se ha visto su gabinete de blancos viejos y multimillonarios y su discurso inaugural sobre la “carnicería estadounidense”, es obvio que él es el líder de una última acción, desesperada, para evitar que el siglo XXI se despliegue.
Pero, a pesar de sí mismo, Trump podría terminar siendo lo mejor que le haya pasado al avance tecnológico desde la Segunda Guerra Mundial, siempre y cuando él no comience la Tercera Guerra Mundial en el camino. Si el mandatario desacredita grandemente la reacción negativa contra el progreso, acelerará la llegada de un futuro que va a ser mejor que cualquiera de las imágenes sombrías que él pinta. Los tecnólogos que otrora se aliaron contra Trump incluso podrían terminar agradeciéndole perversamente.
Ya en sus primeras acciones y declaraciones como presidente (¡Acabar con los acuerdos comerciales! ¡Estados Unidos primero! ¡Traer de vuelta empleos poco rentables!), Trump está parado en el lado equivocado de la historia. Está tan equivocado sobre el futuro como cuando Frank Sinatra declaró, en 1957, que el rocanrol era una “forma de expresión brutal, fea, degenerada y violenta” que nunca duraría.
Si Trump quiere hacer retroceder el progreso, fracasará. Esto no es un argumento político. No se trata de republicanos o demócratas. Se trata de lo inevitable. El mundo se mueve hacia una era digital radicalmente nueva y está dejando atrás el orden industrial que construimos en el siglo XX. Esa economía basada en la fábrica desaparecerá tan seguramente como los periódicos impresos y los mapas en papel se han convertido en objetos de nostalgia.
Cuando Trump espectacularmente falle en detener este cambio —y, por supuesto, con él será espectacular— ese fracaso podría retirar a los conservadores y populistas que luchan contra el futuro. “Trump finalmente va a hacerle un servicio a Estados Unidos y al mundo al convertirse en el medio que finalmente desmantelará la política conservadora de derecha por una o dos generaciones”, escribe Peter Leyden, autor y director ejecutivo de la incipiente compañía mediática Reinvent. Él compara a Trump con Herbert Hoover, elegido en 1928, otra época cuando la tecnología reestructuraba todo aspecto de la vida y los negocios. De vuelta a principios del siglo XX, los autos, los aviones, el teléfono y la red eléctrica entraron en estampida en una sociedad durante un periodo de treinta años. La vida a finales del siglo XIX era inimaginablemente diferente a la de la década de 1930. Hoover, un ultraconservador con fuertes lazos con las empresas, encabezó una respuesta negativa contra este cambio rápido para ganar la presidencia, pero luego se atragantó después de que el mercado bursátil se cayó, en 1929.
“Tal vez su pifia política más grande fue apoyar y convertir en ley una propuesta tarifaria que propició guerras comerciales internacionales y empeoró aún más la Depresión”, dijo U. S. News & World Reporten un artículo sobre los diez peores presidentes de la historia. (¿Suena familiar?) Los fracasos de Hoover sacaron del poder a los conservadores que querían darle marcha atrás al reloj hasta 1952.
La magnitud de nuestro actual cambio tecnológico se asemeja a la época de Hoover. La vida hoy es profundamente diferente a la de 2007, cuando los teléfonos inteligentes, las redes sociales y la computación en la nube estaban en pañales. En otros diez años, la vida anterior a 2007 va a parecer prácticamente menonita. Estamos presenciando una explosión de tecnología de inteligencia artificial y la llegada de los coches automanejables, entregas con drones, monedas digitales como el bitcoin sin lazos a ninguna soberanía y pruebas genéticas de 200 dólares que podrían revelar los secretos de la salud de cualquier individuo. La energía solar por primera vez se volvió más barata en algunas regiones que la energía generada del carbono, un atisbo al final del dominio del petróleo.
Estas nuevas tecnologías hacen más que solo cambiar nuestra forma de vivir. Cambian la economía mundial, desmantelando una industria tras otra, lo cual destruye muchas compañías viejas, pero también crea muchas nuevas inclinadas al futuro. Una lista de las compañías más valiosas del mundo muestra cuán rápido están cambiando las cosas. En 2006, las cuatro principales eran Exxon Mobil, General Electric, Microsoft y Citigroup; todas, salvo Microsoft, tenían más de un siglo de antigüedad. En 2016, las cuatro principales eran Apple, Alphabet (Google), Microsoft y Amazon, todas compañías de la nueva economía.
Estas transformaciones han sido una tortura para grandes porciones de la población. El software está automatizando muchos tipos de empleos; hoy son los empleos repetitivos del menor nivel que tiene la gente que no fue a la universidad, pero mañana serán empleos profesionales y creativos. Una compañía nueva, Jukedeck, usa software de inteligencia artificial para reemplazar a los compositores de canciones (si los compositores son los próximos mineros de carbón, Kanye tal vez haya sido clarividente en su apoyo a Trump). La gente en el lado equivocado de la división está enojada y asustada, por lo que apoyó entendiblemente a un líder que prometió traer de vuelta sus empleos de la Vieja Economía.
Pero la nueva tecnología promete mejores tiempos. A lo largo de la historia, la automatización y el comercio han creado más empleos y mayor prosperidad, a pesar de los miedos de la gente. La inteligencia artificial nos dará una oportunidad de resolver el cáncer, aliviará el cambio climático, administrará nuestras ciudades abarrotadas y explorará otros planetas. La genómica será una clave para abaratar la atención médica al ayudarnos a prevenir enfermedades antes de que empiecen. Aun cuando la nueva tecnología no es toda buena, es casi siempre mejor de lo que hubo antes.
Aun así, una reacción negativa era probablemente inevitable. Estamos en medio de lo que la economista Carlota Perez llama un punto de inflexión en una revolución tecnológica. En tales puntos, cuando la tecnología está alejándose demasiado de nuestra capacidad para adaptarnos, la labor del gobierno es desacelerar las cosas. Cuanto más loco parezca el ritmo del cambio, más posibilidades tenemos de elegir a alguien que empuje duro en contra. El hecho de que se eligiera a alguien tan radicalmente retro como Trump muestra cuán lejos y rápido la tecnología ha corrido adelante.
El retroceso siempre es temporal. Siempre. Y puede ser benéfico, como escribió Perez en su influyente libro Technological Revolutions and Financial Capital. Fuerza a la tecnología a realinearse con la sociedad y esparce sus beneficios con mayor equidad. Silicon Valley necesita tomar nota de eso. Pero entonces el progreso se reanuda. La oposición es atrapada aferrándose demasiado fuerte al pasado y es borrada del mapa.
Las escaladas tecnológicas a menudo se alinean con aumentos de una población joven lista para abrazar lo nuevo, y en Estados Unidos la enorme generación milénica nacida en la era digital está entrando en la fuerza laboral e iniciando compañías. Como lo muestran las encuestas, en comparación con las generaciones anteriores, esta es una más educada, étnicamente mixta, globalmente orientada y motivada más por los propósitos que por el dinero. Han migrado a las ciudades en cantidades récord.
¿En qué lado de la historia está Trump? Solo vea a quienes votaron en su contra. Los graduados universitarios apoyaron a Hillary Clinton con un margen de nueve puntos; la gente sin un título universitario apoyó a Trump por ocho puntos, según el Centro de Investigación Pew. “Esta es con mucho la brecha más ancha en apoyo entre graduados universitarios y no graduados universitarios en las encuestas de salida desde 1980”, declara el Pew. Los votantes jóvenes optaron por Clinton por un margen enorme de 18 puntos, mientras que los votantes mayores de 65 años optaron tremendamente por Trump. Y como lo sabe cualquiera que vio un mapa electoral, Clinton ganó casi toda ciudad importante, mientras que Trump ganó el resto de la provincia. Así, parece que Trump está firmemente del lado del pasado, o, por lo menos, el pasado está firmemente del lado de Trump.
“Rápidamente, [Trump] alejará completa e irrevocablemente a todos los crecientes electorados políticos del siglo XXI”, predice Leyden. Esa es muchísima gravedad que jala el índice de aprobación de Trump ya por debajo del 40 por ciento.
Mira los movimientos de extrema derecha alrededor del mundo, y verás el mismo patrón. Los votantes a favor del brexit tendían a tener las características de los votantes de Trump. Entonces, realmente, el presidente está arrinconado. Lo eligieron a causa de un espasmo social, pero no será capaz de vencer las tendencias.
El comodín aquí es lo impredecible de Trump. Él podría deshacerse del populismo contrario al progreso y girar hacia políticas que miren adelante y ayuden a que florezca una sociedad nueva y resplandeciente.
O podría meternos en serios problemas. Los espasmos sociales pueden llevar a guerras y revoluciones. Esos avances de principios del siglo XX descompusieron el orden mundial y llevaron a dos guerras mundiales. Un tipo similar de conflicto mundial en este siglo podría ser nuclear y enviar a la sociedad de vuelta a resolver algoritmos mediante dibujar en la tierra con varas.
Si somos afortunados, la presidencia de Trump será solo una pausa y una recalibración en la carrera hacia la siguiente era, y no terminaremos cambiando la promesa de los coches automanejables por una carreta que tengamos que jalar a través de escombros posapocalípticos.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek