De antemano declaro que no quiero escribir esto. Evito el melodrama y la política en la misma medida, pues prefiero dedicar mi estrecho enfoque al desarrollo de las mejores prácticas para contraterrorismo, con énfasis en la colaboración con intermediarios locales. Sin embargo, diversas corrientes de melodrama, política, contraterrorismo y colaboración eficaz con intermediarios locales se han cruzado durante un fin de semana infortunado e inevitable, dejándome sin más alternativa que manifestarme o guardar silencio. He aquí mi decisión:
Trato de expresar con palabras cuán complejamente estúpida es esta orden ejecutiva, como quien se esfuerza en encontrar una buena política revisando un calidoscopio descompuesto de eslóganes simples para resolver un problema complejo. La razón de que las políticas de contraterrorismo tiendan a pasar de una presidencia a otra casi sin cambios es que no hay respuestas ni planes secretos; para Estados Unidos, como en todas partes, el contraterrorismo es un desafío profundamente local al cual aplicamos soluciones de campaña-eslogan y remedios internacionales bien financiados. Si el dinero y los eslóganes fueran la respuesta, Estados Unidos y Hollywood habrían terminado con el terrorismo hace años. La respuesta, vista en la reacción provocada por la orden ejecutiva, es compleja, rápida y luego lenta, y se basa en juicios individuales: la antítesis de una política indiscriminada y mal concebida.
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Antes que podamos entender cuán destructiva es y será la orden ejecutiva contra el terrorismo y la inmigración, del 27 de enero, es importante que entendamos cuán local es, de hecho, la llamada “Guerra global contra el terror”. Como es de esperar, los miles de millones de dólares que Estados Unidos gasta en sus esfuerzos globales de contraterrorismo crean la impresión de un esfuerzo global que surge de Washington, D.C. y que se impone a voluntad a objetivos respectivos. Esto es cierto solo en un sentido presupuestal, porque en el extremo de casi cada gatillo y casi cada decisión política contraterrorista hay información obtenida de un intermediario local. La lucha contra el extremismo, o el término que sea, siempre se libra primero y sobre todo por el personal intermediario que desarrolla contactos personales. Gracias a la mayor disponibilidad de imágenes satelitales y drones armados disponemos de información óptica, pero seguimos careciendo de conocimientos. Y esta orden ejecutiva reciente nos ciega aún más. No es más que un insulto simple a un problema complejo. Porque el contraterrorismo de la vida real siempre es complejo.
El primer ataque contraterrorista de la nueva presidencia fue una redada de fuerzas de operaciones especiales en Yemen, anunciada el 29 de enero, en la cual perdió la vida un militar estadounidense. Su muerte fue parte de una redada unilateral que incluyó el aterrizaje forzoso de una aeronave; y la redada con toda seguridad derivó de la inteligencia local. Si la operación hubiera salido mal en un sentido más amplio, cualquier intento de rescate habría dependido, en muy gran medida, del apoyo local, a cargo de lugareños que, gracias al plumazo del presidente estadounidense, ahora han están calificados, mundialmente, como terroristas que ni siquiera merecen una consideración superficial en el proceso de visado. Este proceso, de sí exhaustivo y prolongado en áreas susceptibles de vetado (como Yemen y otros estados en crisis), se agrava con la nueva orden ejecutiva, la cual simplemente reestructura los procedimientos anteriores en una insultante orden de escala planetaria.
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Es muy raro que un gobierno dañe su reputación y su prestigio, simultáneamente, y con tanta deliberación: eso suele ser consecuencia de malas decisiones accidentales. No obstante, la orden ejecutiva del 27 de enero, firmada de una manera tan publicitada por el presidente Trump durante su primera semana en el cargo, es un error craso de su parte. Llegado el sábado, los esfuerzos de intermediarios y militares en siete países se volvieron innecesariamente difíciles. El proceso de visado para quienes ayudaron a Estados Unidos cuando el país más necesitó de ayuda, se ha convertido en una farsa y una vergüenza; la espera de los ciudadanos afganos e iraquíes que auxiliaron a Estados Unidos con grave peligro personal, ha demorado años; y esta reciente orden solo vuelve oficial lo que para ellos y otros ha sido un cortejo doloroso y no correspondido.
La restrictiva orden de visado titulada “Proteger a la nación del ingreso de terroristas extranjeros en Estados Unidos” coincide con la orden ejecutiva propuesta para tortura y la Bahía de Guantánamo; ambas tan útiles políticamente como dañinas internacionalmente. Y las dos se sustentan en la misma falacia: que un estereotipo o la excepción de una regla bastan para hacer una buena regla. La estrategia inmediata y a largo plazo para el contraterrorismo global requiere de una estrategia intensamente local, una estrategia que la orden ejecutiva indiscriminada, malamente concebida, redactada y ejecutada no solo no promueve, sino que obstaculiza.