EN LOS DÍAS Y SEMANAS antes de que Donald John Trump presentara juramento como el cuadragesimoquinto presidente de Estados Unidos, se prestó mucha atención a una película de hace 55 años, The Manchurian Candidate (El mensajero del miedo). Dada la interferencia rusa en la elección de Estados Unidos, muchas personas recordaron esta película de 1962, protagonizada por Frank Sinatra, acerca de una conspiración soviético-china para instalar a un títere en la Sala Oval (todo el mundo pasó por alto la vilipendiada nueva versión de 2004, dirigida por Jonathan Demme). El diario The New York Times se preguntó si Trump era un moderno mensajero del miedo. En diciembre, Saturday Night Live parodió a un Vladimir Putin sin camisa diciéndole a Trump: “Pensamos que tú eres el mejor candidato, el candidato más inteligente, el mensajero del miedo”. (“No sé lo que significa, pero suena tremendo”, respondió Alec Baldwin, en una imitación perfecta de Trump.)
La película es un ejemplo perfecto de lo que los historiadores denominan el liberalismo de la Guerra Fría, la creencia posterior a la Segunda Guerra Mundial en las políticas liberales dentro de Estados Unidos (igualdad de derechos para los negros, un gobierno federal activista al estilo del New Deal) y un agresivo desafío al comunismo en el extranjero. El discurso inaugural de John F. Kennedy en 1961 fue un resumen de este punto de vista. En sus palabras, Estados Unidos “pagaría cualquier precio, se echaría al hombro cualquier carga, enfrentaría cualquier dificultad, ayudaría a cualquier amigo, se opondría a cualquier enemigo” para fomentar la libertad.
A JFK le encantaba El mensajero del miedo, pero la película fue un fracaso comercial y quedó fuera de circulación tras el asesinato del presidente, en 1963 (en el filme, un candidato presidencial es asesinado por un francotirador como parte de la conspiración comunista, en una escalofriante prefiguración del asesinato de Kennedy). En la cinta se aplauden las costumbres liberales de la época; uno de los héroes del filme es un orgulloso miembro de la Unión Estadounidense de las Libertades Civiles, e incluso existe una atracción sexual al estilo de Mad Men. Janet Leigh, una mujer soltera en un tren, se liga a Sinatra con un descaro que hubiera sido imposible ver en la era de Eisenhower. De la misma forma, el psiquiatra intelectual que ayuda a Sinatra a descubrir la conspiración comunista es un hombre de raza negra.
Actualmente, el liberalismo de la Guerra Fría parece estar de regreso. Cuando Hillary Clinton calificó a Trump como “la mascota” de Putin durante el tercer debate presidencial, es posible que muchos espectadores ya mayores hayan tenido una retrospectiva a 1960, cuando Kennedy se colocó a la derecha de Richard Nixon asumiendo una línea muy dura en la “diferencia de los misiles” con Moscú (lo cual resultó ser un mito) y contra las amenazas de China contra dos pequeñas islas en el estrecho de Taiwán. De forma semejante, los demócratas han encabezado el ataque para probar el hackeo ruso contra el Comité Nacional del partido y los correos electrónicos privados de John Podesta, presidente de campaña de Hillary Clinton, así como algunas llamadas muy sospechosas entre los funcionarios de campaña de Trump y Moscú, las cuales están siendo investigadas por un grupo especial formado por elementos de distintos organismos.
Infografía: Newsweek en Español
También resulta revelador que John Lewis, la famosa figura de los derechos civiles y congresista de Georgia, haya boicoteado la toma de posesión de Trump debido a la interferencia rusa en la elección y no por el llamado del multimillonario a una prohibición temporal de la inmigración musulmana. Si un pacifista como Lewis ataca a Moscú, algo está cambiando entre los demócratas.
Si hubieras crecido en la década de 1970 o 1980, te resultaría fácil pensar en los demócratas como el partido pacífico, pero durante la mayor parte del siglo XX ellos fueron los halcones. Woodrow Wilson llevó a Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial. Franklin Roosevelt estaba ansioso por ayudar a los aliados de Estados Unidos contra Adolfo Hitler en un momento en que el Partido Republicano se identificaba con aislacionistas como el aviador Charles Lindbergh y el comunicador religioso padre Charles Coughlin. En 1944, FDR cambió a su vicepresidente pacifista Henry Wallace por un belicoso senador de Missouri llamado Harry Truman. Cuatro años después, Wallace se postuló como candidato presidencial independiente, mostrándose a favor de una línea menos dura contra los soviéticos, y Truman le dio una paliza. Truman creó la OTAN y construyó las alianzas que Trump amenaza ahora con debilitar o incluso desmantelar. Sin embargo, no fueron solo políticos los que estuvieron a favor del anticomunismo liberal. Entre los liberales de la Guerra Fría se encontraban dirigentes sindicales como Walter Reuther, de Trabajadores Automotrices Unidos, intelectuales como el historiador Arthur Schlesinger Jr., el teólogo Reinhold Niebuhr y el diplomático George Kennan.
La mayoría de los liberales de la Guerra Fría hacían énfasis en la forma en que Jim Crow dañaba los esfuerzos de Estados Unidos para persuadir a las naciones poscoloniales recién formadas, especialmente en África, para aliarse con Estados Unidos en lugar de hacerlo con la Unión Soviética. Para este grupo belicoso y liberal, la derrota del segregacionista George Wallace en la década de 1960, debido a que el racismo perjudicaba la política exterior de Estados Unidos, fue tan importante como la derrota del no intervencionista Henry Wallace alrededor de dos décadas después.
DESFIGURANDO EL FUTURO: La hostilidad de Trump hacia la OTAN y su antipatía por las alianzas europeas tradicionales de Estados Unidos preocupa a los líderes mundiales. Foto:DARKO VOJINOVIC/AP
Vietnam fue el punto de quiebre del liberalismo de la Guerra Fría. Después de todo, JFK había metido a Estados Unidos en ese atolladero y su sucesor, Lyndon B. Johnson, expandió notablemente la participación de Estados Unidos. La guerra produjo enormes protestas liberales contra LBJ, su secretario de defensa Robert McNamara, y otros halcones liberales. La transformación de Robert Kennedy, elegido por el Senado estadounidense desde Nueva York en 1964, de ser partidario de la Guerra Fría al lado de su hermano a convertirse en líder del movimiento contra la guerra de Vietnam constituyó un cambio radical. Para cuando George McGovern fue nominado como candidato presidencial demócrata en 1972, con una plataforma pacifista y el eslogan “Vuelve a casa, Estados Unidos”, el partido había cambiado profundamente.
Sin embargo, conforme se borraban los acuerdos de Vietnam, los demócratas recuperaron sus impulsos más belicistas. En 1990, los liberales (y algunos conservadores) presionaron al presidente Bill Clinton para intervenir en los Balcanes para detener la agresión serbia contra los musulmanes. Después del 11/9 solo un demócrata del Congreso se opuso al uso de la fuerza en Afganistán. Los liberales estaban divididos con respecto a la guerra de Irak, pero los entonces senadores Hillary Clinton, John Kerry (quienes posteriormente se convirtieron en secretarios de Estado del régimen de Barack Obama), así como Joe Biden (antiguo vicepresidente) votaron todos a favor del uso de la fuerza.
No obstante, existen grandes diferencias entre los liberales de la Guerra Fría de ayer y los demócratas anti-Putin de la actualidad. En primer lugar, el desafío ruso es muy limitado. El comunismo fue una ideología que resultaba atractiva desde Hanoi hasta La Habana, y Moscú era el patrono de los autodenominados revolucionarios de todo el mundo. El putinismo, si es que existe tal cosa, no tiene ningún atractivo internacional. Es la expresión del nacionalismo ruso, una carta blanca para los oligarcas, con una buena dosis de matonismo antigay. Posee similitudes con partidos nacionalistas y antiinmigrantes como el Partido Independencia del Reino Unido o el Frente Nacional de Francia, pero no es nada como el comunismo. El putinismo no será tan popular como aquellas camisetas del Che Guevara. En segundo lugar, ni siquiera los demócratas que hablan pestes de Putin tienden a ser más intervencionistas. Por ejemplo, no presionan para dar una respuesta militar a Pekín, que construye islas artificiales en el Mar del Sur de China, atentando contra Japón, Vietnam, Filipinas y Estados Unidos. En temas como la confrontación del ardiente respaldo de Putin hacia Siria, los demócratas están divididos. Algunos de ellos, como Hillary Clinton, estuvieron a favor de una línea más dura contra el brutal régimen de Bashar al-Assad, mientras que otros, como Biden, se opusieron a respaldar a los insurgentes.
Sin embargo, esa cepa más agresiva del liberalismo de la Guerra Fría simplemente podría estar dormida, no muerta. Así como los republicanos han retrocedido dando bandazos hacia sus días más aislacionistas con un presidente que promovió la idea de “Estados Unidos primero” en su discurso de toma de posesión, el impulso belicista está profundamente arraigado en el ADN demócrata. Y algunos de los posibles candidatos presidenciales demócratas para 2020, como la senadora Elizabeth Warren, han migrado al Comité de Servicios Armados del Senado, al que Clinton perteneció durante ocho años. Esa es una posición que una persona puede utilizar para mostrar sus credenciales belicistas. Si un candidato presidencial basa sus propuestas de campaña solo en halagos y ausencia de armas, se ceñirá a tareas como la agricultura.
Uno de los rasgos de los liberales de la Guerra Fría que podría aplicarse en la era de Trump es una profunda creencia en las alianzas con Europa, y no en Estados Unidos actuando por su cuenta, y en tener humildad en el extranjero, un instinto nacido, en parte, de la creencia de que Estados Unidos necesita una drástica reforma social. Los conservadores de la Guerra Fría fueron más chovinistas: el teórico político James Burnham declaró una vez que “la realidad es que la única alternativa al imperio mundial comunista es un imperio estadounidense, que será, si no mundial en fronteras formales, sí capaz de ejercer un control mundial decisivo”. Truman estableció un tono diferente: “Todos debemos reconocer, sin importar lo grande que sea nuestra fuerza, que debemos negarnos a nosotros mismos la licencia de hacer siempre lo que queramos”.
Esa parece ser una buena lección para Trump, que piensa que Estados Unidos debe apoderarse del petróleo de Irak y pasar por alto el consenso mundial en temas como el cambio climático, lo cual se comprometió a hacer al descartar los acuerdos de París. Estados Unidos al actuar como un matón imperioso e imperialista, no es parte de El mensajero del miedo, pero no deja de ser una vuelta de tuerca aterrorizante para el mundo.
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Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek