SABRINA —una veterinaria que trabaja como residente en un hospital veterinario de la Ciudad de Nueva York— regresó a casa una noche a las 10:30, nada raro para ella. Había sido otra semana de más de 100 horas de trabajo. Estaba exhausta y lista para meterse en la cama, pero justo cuando soltaba sus cosas, sonó el teléfono. Era el hospital, ordenando que volviera para cubrir otro turno nocturno.
Para Sabrina (como otros residentes citados aquí, ha pedido que no se utilice su nombre real por temor a represalias) aquel turno nocturno terminó como tantos otros de aquel año: con ella tendida en el suelo del hospital, durmiendo tres a cuatro horas (el único catre estaba reservado para el personal de mayor nivel). Despertaría para iniciar otra jornada de 14 horas, soportando no solo el cansancio, sino una andanada ininterrumpida de ofensas. “Cada semana, los clientes me insultan porque no les gusta lo que digo sobre sus animales, o porque no quieren pagar”, dice.
Pero aún más perturbador era que sus compañeros de trabajo no eran mucho mejores. Las enfermeras la humillaban, mientras que los médicos más experimentados la trataban como a una secretaria, forzándola a ocuparse del papeleo en vez de enseñarla. “Es frustrante, porque somos médicos, pero no nos respetan como tales”, se lamenta.
Sabrina es una de más de 2000 veterinarios que, cada año, solicitan una residencia: periodo de un año en una universidad o clínica privada durante el cual los recién egresados perfeccionan sus destrezas. Si bien es cierto que esas residencias no son obligatorias, 36 por ciento de los veterinarios graduados en 2014 solicitaron las plazas. Para muchos, dichos programas son una preparación para especialidades en campos como cardiología, dermatología y especies exóticas. Algunos toman la alternativa pensando que la experiencia les dará una ventaja sobre quienes inician la práctica, directamente, al terminar la carrera.
Sin embargo, las residencias en veterinaria son tristemente célebres por sus horarios brutales y los salarios míseros. Y a diferencia de la medicina humana, no hay una autoridad independiente que supervise las residencias en veterinaria para asegurar su calidad y proporcionar ayuda en caso de algún problema.
Aunque muchos veterinarios jóvenes desean que cambie el sistema, la mayoría de los entrevistados por Newsweek se mostraron aterrados de manifestarse. Pidieron el anonimato por temor de ser identificados y rechazados posteriormente. “En el mundo de la veterinaria nadie quiere hablar de esto, ni siquiera negociar”, dice un veterinario de Kentucky. “Si tocas el tema, te repudian y te etiquetan de quejica; y no les gustan los quejumbrosos”.
NINGUNA REGULACIÓN
“Obreros esclavos”. Así se describieron varios de los 13 residentes activos o retirados que Newsweek entrevistó. “Nadie cuida a estos muchachos y nadie veta esas residencias”, afirma Bradford Smith, profesor emérito de la Escuela de Medicina Veterinaria en la Universidad de California, Davis. En 2006, Smith publicó un artículo detallando cómo seleccionar una residencia, con la intención de ayudar a que los estudiantes evitaran la explotación.
La situación es muy distinta para los estudiantes de medicina. Sus residencias son supervisadas, rigurosamente, por un cuerpo llamado Consejo de Acreditación para la Educación Médica de Posgrado, el cual vigila la calidad de vida y la educación de los residentes en el sitio de enseñanza. En consecuencia, los residentes médicos reciben niveles estandarizados de capacitación de alta calidad, no obstante donde terminen inscritos. El consejo también limita el tiempo que trabajan los residentes a un máximo de 80 horas semanales, promediadas a lo largo de cuatro semanas, y fija un máximo de horas y días continuos que pueden laborar los residentes.
Un estudio reveló que limitar los turnos de los residentes a no más de 16 horas de trabajo continuas reducía la cantidad de errores médicos que cometían. Sin embargo, no existen semejantes límites para los residentes de veterinaria, y sus empleadores se aprovechan de eso.
Las dificultades monetarias agravan el estrés. Los salarios absurdamente bajos son la regla: los residentes veterinarios reciben apenas 30 100 dólares anuales en promedio, cifra que contrasta con los 70 100 que perciben los graduados que omiten la residencia y ejercen como veterinarios generales.
Y los ex residentes no disfrutan de ventajas salariales cuando ingresan en el mercado laboral. De hecho, un análisis descubrió una correlación significativa entre la residencia y el desempleo posterior. Esto es particularmente problemático si se considera que el veterinario promedio se gradúa con una deuda de 142 000 dólares en becas. Como dice Michael Dicks, director de la División de Economía Veterinaria en la Asociación Estadounidense de Medicina Veterinaria: “No hemos podido medir algún beneficio tangible de hacer una residencia”.
Los residentes suelen ganar o perder cantidades de peso significativas debido al trastorno en los patrones de sueño y alimentación, y a que es imposible ejercitarse con regularidad. Por ejemplo, Sabrina perdió 7 kilogramos y estaba triste todo el tiempo. Los veterinarios más experimentados con los que trabajaba aseguraron que era normal: le dijeron que tuvieron que tomar antidepresivos durante su año de residencia, y la alentaron a que hiciera lo mismo. Ella optó por la psicoterapia, pero no pudo asistir a las citas debido al horario. “Ni siquiera se me ocurrió pedir permiso en el trabajo para eso”, dice.
Jon Geller, veterinario de Fort Collins, Colorado, dice que no hay un interés serio en implementar algún tipo de supervisión universal para la residencia, “porque implicaría grandes costos”. En 2014, Geller dirigió una fuerza de trabajo para desarrollar estándares de residencia con la Asociación Estadounidense de Hospitales Animales (AAHA, por sus siglas en inglés), mas el resultado no fue el ideal: la acreditación de la residencia es opcional, y solo puede emitirse para las prácticas que ya han sido certificadas por AAHA. Por otra parte, tampoco resuelve, directamente, el problema de la calidad de vida, y a diferencia de la medicina humana, los estándares no son de dominio público. A la fecha, solo 37 hospitales veterinarios han suscrito los estándares de residencia.
Cuando Sabrina terminó la residencia consiguió fácilmente un empleo a tiempo completo: en una clínica localizada a más de una hora de distancia de su apartamento, y en una especialidad distinta de la que pretendía seguir. Pero está deseosa de recibir un salario de doctora y de tener “un poco de libertad para disfrutar de mi vida”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek