EN UN ESCONDITE DESNUDO de una sola habitación en Dahiyeh, un suburbio chiita de Beirut, Ali, un hombre corpulento y de apariencia amigable que apenas rebasa los 50 años, se sienta en una cama de fierro. Tiene una pistola enfundada a la cadera, y un M-16 descansa en una mesa cercana. Su amigo, un hombre canoso de más o menos la misma edad, hace guardia en la puerta.
Ali, quien pidió ser llamado solo por su apodo porque no está autorizado para hablar con la prensa, saca su teléfono inteligente y reproduce un video que él grabó en Alepo, Siria. En él, está vestido con ropas de camuflaje y porta una ametralladora grande mientras se agacha detrás de un matorral con otros tres combatientes. El sonido de disparos y morteros resuena al fondo. “Ese soy yo”, dice con orgullo, señalando el video. “Mira lo que hago después”.
El video lo muestra encorvándose y corriendo hacia un claro, donde alguien ha plantado una bandera con el símbolo de Jabhat al-Nusra, un grupo rebelde islamista que lucha contra el régimen del presidente sirio, Bashar al-Assad. Ali quita la bandera y la remplaza con la de Hezbolá, una milicia chiita libanesa poderosa y apoyada por Irán además de un partido político que ha combatido junto con las fuerzas del gobierno sirio desde 2012.
Cuando se termina el video, Ali pone lejos su teléfono. “[La batalla] no ha terminado”, dice él. “Ganamos Alepo, pero no hemos terminado todavía”.
El 22 de diciembre, el régimen de Assad, con la ayuda de Hezbolá y Rusia, declaró su victoria después de una costosa batalla en la ciudad largamente sitiada. Naciones Unidas evacuó a 34,000 rebeldes y civiles de Alepo, en medio de reportes de que Hezbolá y el ejército de Assad ejecutaron a civiles desarmados, algo que niegan el régimen y el grupo libanés.
Esta victoria estuvo lejos de ser segura, y la decisión de Hezbolá de entrar a la guerra no siempre pareció inteligente. En mayo de 2013, cuando Hassan Nasrallah, secretario general del grupo, anunció que había combatido del lado de Assad, muchos libaneses estaban enojados y confundidos. La popularidad del partido se desplomó. Los musulmanes suníes de Líbano, muchos de los cuales apoyaban la revolución siria —antes de que fuera secuestrada por los radicales como el grupo miliciano Estado Islámico (ISIS)— estaban enfurecidos. El aumento en la indignación llevó a una mayor radicalización entre los suníes de Trípoli y partes de la frontera norte. Peor aún, la guerra le ha costado al autoproclamado Partido de Dios muchos combatientes y recursos militares.
Pero Hezbolá triunfó, y aun cuando la brutal guerra civil de Siria no ha terminado —y el grupo enfrenta enemigos, tanto dentro como fuera— Hezbolá ha consolidado su posición como la fuerza más poderosa de Líbano. Otrora dependiente de Assad para su supervivencia, el grupo ahora es más fuerte que él.
“QUE SE JODAN ESOS HIJOS DE PERRA”
En otra casa en Dahiyeh, un alto comandante de Hezbolá con ojos grises como el granito se sienta nerviosamente en un sofá mientras una TV retumba al fondo. Él prefiere no ser nombrado porque no tiene permiso de Hezbolá para hablar con la prensa sobre el papel de su partido en la guerra siria. “No sentimos que fuera una batalla local”, dice él a Newsweek. “Hubo mucha influencia internacional en Alepo. Los terroristas están bien armados. Ellos tienen muchísimo dinero y armas que han llegado a través de Turquía, pero tú nombra al país, ellos están ayudando [a los rebeldes]”.
El Observatorio Sirio de Derechos Humanos, una organización independiente que documenta bajas de guerra, calcula que Hezbolá perdió 1,387 combatientes. En cierto punto, estas pérdidas fueron tan malas que algunos especularon que la capacidad del grupo para combatir a Israel, su némesis principal, se había minado. “Hezbolá ha perdido comandantes altos, experimentados y confiables”, dice Randa Slim, una analista de Hezbolá en el Instituto de Oriente Medio, un grupo de expertos domiciliado en Washington, D.C. “No es fácil para el partido hallar remplazos con rapidez y facilidad”.
Pero miembros del partido sienten que sus sacrificios en siria finalmente han dado frutos, no solo mediante mantener a Assad en el poder sino porque ganar en Siria ha consolidado la posición de Hezbolá en su propio país. “¿Quién puede oponerse a Hezbolá en Líbano?”, pregunta el comandante.
Una razón de esta confianza: la política. En octubre, Líbano eligió a Michel Aoun, un aliado de Hezbolá, como su presidente, la primera vez que alguien ha tenido ese puesto en dos años. Aun cuando el involucramiento del Partido de Dios en la guerra siria al inicio afectó su popularidad, conforme los rebeldes se radicalizaron cada vez más, muchos empezaron a ver a grupos como ISIS como la mayor amenaza. Hezbolá se convirtió de agresor innecesario en el único ente de pie entre Líbano y un estado islámico fundamentalista. “En un nivel político, la guerra le ayudó a Hezbolá a asegurar su posición tan fuerte como siempre en la escena local”, dice Aurelie Daher, una investigadora en la Universidad de Oxford quien estudia al grupo. “La elección de Aoun a la presidencia y los ministros elegidos por el nuevo gobierno son buenas ilustraciones de ello”.
A pesar de su gran cantidad de muertes, el grupo también se benefició militarmente de la guerra, explica Daher. No solo Hezbolá ganó una invaluable experiencia en el campo de batalla; también preservó su canal de armamento proveniente de Irán a través de Siria, la cual posiblemente es la razón principal de que el grupo entrase a la guerra.
Pero todo eso se dio con un costo, uno que fue más allá de la pérdida de vidas. Miembros de Hezbolá dicen que ahora hay tensión entre el grupo chiita y el régimen en Damasco. En su escondite, Ali, el combatiente de Hezbolá, resopla cuando se le pregunta sobre sus sentimientos por el gobierno de Assad. “Ellos y el régimen sirio a menudo se disparan entre sí”, dice él, riéndose. “No nos importan un comino los sirios. No tenemos intención de ceder la mayoría de los territorios que controlamos en Siria. No estamos en Siria porque estemos enamorados de una persona llamada Bashar al-Assad por su linda apariencia. Si vienes y nos dices mañana que el régimen sirio está regresando a [invadir] Líbano, los combatiremos. Los mataremos a todos. Que se jodan esos hijos de perra. Solo estamos aquí por nuestro propio beneficio. Estamos defendiendo nuestros intereses”.
Slim dice que la antipatía de Hezbolá por el régimen sirio se ha acumulado por cierto tiempo. “No es un secreto que los líderes militares de Hezbolá no están impresionados con la capacidad del ejército sirio y la disciplina de las milicias a favor del régimen”, dice ella. “No pienso que Assad y su ejército tengan el interés y los medios para disputar su presencia en el futuro cercano”.
El amigo canoso de Ali parece estar de acuerdo. “Assad es solo un hombre de paja”, dice él. “No tiene un poder real. Nosotros ganamos esta guerra, no el régimen”.
ENTRAR EN EL VACÍO: Fuerzas del gobierno sirio fueron capaces de retomar Alepo solo gracias a la ayuda importante de Rusia y Hezbolá. FOTO: MUSTAFA SULTAN/ANADOLU/GETTY
“VAMOS A SORPRENDER A TODO EL MUNDO”
Para los suníes libaneses, la victoria de Assad significa que Hezbolá continuará dominando su país. Y algunos no lo están tomando bien. Mohammad, un jeque salafí quien conserva una milicia pequeña en el vecindario Bab-al-Tabbaneh en Trípoli, administra su pequeño feudo desde una tienda que posee. Mohammad, quien pidió a Newsweek no imprimir su verdadero nombre porque teme represalias del gobierno libanés y Hezbolá, está próximo a los 40 años, y tiene una característica barba salafí. Él dice que combatió en Siria con Jabhat al-Nusra y pasó algún tiempo en Alepo. “Regresaremos y lucharemos de nuevo”, dice él, “y seguiremos luchando hasta que derroquemos a este régimen brutal”.
Mohammad es apasionado con respecto al apuro de la comunidad suní libanesa, y él culpa a lo que llama su posición inferior en Hezbolá e Irán. “Los suníes en Líbano son débiles”, dice él. “No tienen mucho poder porque Hezbolá controla al gobierno. A la población suní se la deja sola en el campo de batalla, para que la masacren estas personas. Tenemos que hacer algo para defendernos, y nos defenderemos, incluso dentro de Líbano”.
Hezbolá está justificadamente preocupado por la radicalización de los suníes libaneses como Muhammad. Ha habido muchos ataques de islamistas en territorio de Hezbolá, de los cuales el más reciente mató a 43 personas, en noviembre de 2015. Y la amenaza no ha disminuido, dice el comandante de Hezbolá en Dahiyeh. “Cuando los terroristas ponen autos bomba en Dahiyeh, Hezbolá le dijo al gobierno libanés: ‘O ustedes hacen su trabajo o nosotros lo haremos por ustedes’,” dice él. “Y hemos tenido que hacer su trabajo a veces cuando han sido incapaces de hacerlo. Hemos capturado a cientos de presuntos terroristas tratando de llevar a cabo ataques en Líbano. No importa cuánto nos esforcemos o cuántos atrapemos, siempre hay la posibilidad de que uno o dos puedan escabullirse”.
Al preguntarle cómo reaccionaría él a las victorias de Hezbolá, Mohammad sonríe forzadamente y dice: “Vamos a sorprender a todo el mundo con lo que vamos a hacer en Líbano. Tenemos un plan, y vamos a tener una reaparición”.
“MIL CIEN LIBRAS DE EXPLOSIVOS”
A pesar de la amenaza de ataques en su territorio nacional, el éxito de Hezbolá en Siria significa que el grupo finalmente puede enfocarse de vuelta en su vecindario y en el sur, Israel. “Cuando se trata de Israel”, dice el comandante en Dahiyeh, “nunca dormimos. Siempre tenemos los ojos puestos en ellos”.
Ha pasado más de una década desde que los dos pelearon, y muchos piensan que un nuevo conflicto podría surgir pronto. Hezbolá dio una pelea impresionante contra Israel en 2006, y desde entonces, el grupo se ha armado mucho más. Los líderes israelíes parecen estar cada vez más preocupados por el arsenal del grupo chiita y su experiencia reciente en el campo de batalla. Se dice que Hezbolá posee misiles balísticos de corto alcance guiados por GPS que pueden alcanzar Tel Aviv con 1,100 libras de explosivos, así como misiles crucero de fabricación rusa antitanques y antibuques. En julio de 2016, el embajador israelí ante Naciones Unidas afirmó que el arsenal de misiles del grupo ahora es más grande que el de todos los estados de la OTAN en la Unión Europea combinados. “Nuestro día de navidad será cuando los israelíes vengan para una invasión por tierra”, presume el comandante en Dahiyeh. “Israel es mucho ruido y pocas nueces. Es más débil que una telaraña”.
A pesar de esta bravuconería, el grupo chiita parece no tener prisa de regresar al campo de batalla contra su némesis. En enero de 2015, Israel atacó uno de los convoyes de armamento del grupo en Siria con ataques aéreos precisos. Hezbolá respondió lanzando un misil antitanques a un convoy israelí, matando a dos soldados, pero el grupo inmediatamente anunció que no tenía deseos de intensificar la lucha. Más de un año después, en noviembre de 2016, Israel de nuevo atacó un convoy de armamento de Hezbolá, solo que esta vez el grupo no respondió. Israel tiene un ejército mucho más poderoso que Hezbolá, por lo cual parece que la estrategia de “disuasión mutua” en ambos bandos continuará, por ahora.
Sin embargo, cuando ello cambie, Ali, el combatiente de Hezbolá, dice que él y sus camaradas estarán listos. Mientras habla, él sonríe con confianza. “Los israelíes han perdido este juego desde 2006”, dice Ali. “Porque nosotros estamos con Dios, y no pensamos en nada más”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek