HAY UNA LECCIÓN sobre Hamlet en el pizarrón, quizá de hace uno o dos días, a juzgar por las líneas que borran parcialmente los nombres de Claudio y Ofelia. En una mesa, varios estudiantes juegan un juego sobre conocimientos financieros. En otra, hojean los diarios. En el corredor, hay filas de estudiantes sentados en silencio resolviendo exámenes de colocación, y sus espaldas encorvadas forman una falange de sudaderas idénticas de color naranja.
El naranja no es una elección de moda, sino el uniforme de la Cárcel número 5 del Condado de San Francisco, donde unos 700 delincuentes esperan mientras recorren el sistema de justicia penal. Mientras lo hacen, muchos de ellos participan en un experimento potencialmente transformador: la primera y más grande escuela subvencionada por el Estado totalmente acreditada en Estados Unidos dentro de una institución correccional. En lugar de limitarse a ofrecer un certificado de desarrollo de educación general (GED, por sus siglas en inglés), Five Keys, bautizada así en honor a la organización que fundó la escuela en 2003, otorga el mismo tipo de diploma que uno obtendría en cualquier otra escuela secundaria, además de ofrecer servicios de asesoría que incluyen sesiones de meditación y asesoramiento de mentores, junto con la colocación en el nivel escolar (los examinados a los que vi realizaban exámenes de colocación para el Colegio de la Ciudad de San Francisco). Los delincuentes en libertad condicional pueden seguir tomando cursos de Five Keys en el exterior.
“Yo contribuí a destruir mi comunidad”, señala Charles Ryan, de 47 años y nativo de la ruda sección de Hunters Point en San Francisco. Ahora trata de restaurar esa comunidad como gestor de casos de Five Points, trabajando en la misma cárcel en la que alguna vez estuvo preso e inculcando a sus alumnos nuevas formas de pensar acerca de quiénes son y de dónde vinieron mientras responden preguntas de comprensión de lectura acerca de un pasaje de La subasta del lote 49, de Thomas Pynchon, y aprenden sobre las diferencias entre la glucosa, el glucógeno y el glucagón.
“Es la ola del futuro”, afirma el comandante progresista de la cárcel, el capitán Kevin Fisher-Paulson. Su antiguo jefe, el excomisario de San Francisco Ross Mirkarimi, está de acuerdo. “Five Keys hace algo —dijo en un video de 2014— que, francamente, debió haberse puesto en marcha hace muchos años y debe aplicarse en todo el estado y en todo el país”.
LOS HOMBRES MADUROS LLORAN
Five Keys es uno de los 15 proyectos de todo el mundo que aparecen en un informe reciente del Centro para un Futuro Urbano, un grupo de analistas de Nueva York que promueve ideas para ayudar a las ciudades a prosperar. El objetivo del informe, titulado “Innovación y la ciudad”, era el de promover soluciones a problemas comunes, las cuales fueran fáciles de reproducir y que no requirieran inversiones millonarias por parte de los gobiernos citadinos. Una de ellas, por ejemplo, consiste simplemente en un conjunto de lineamientos que los organismos municipales de Seattle utilizan para obtener retroalimentación de las comunidades de color.
Es fácil que los urbanistas queden embelesados con ideas sexis que beneficien a los pocos privilegiados; el parque lineal High Line de Nueva York, por ejemplo, o las incontables aplicaciones móviles de Uber-para-lo-que-sea provenientes de San Francisco: ¡nunca tendrás que volver a ver el interior de una lavandería! Por otra parte, el informe “Innovación y la ciudad” tiene como objetivo mejorar la experiencia urbana para aquellas personas que no viven en antiguas bodegas remozadas ni dependen completamente de productos de Apple. Es posible que los planificadores vanguardistas amen el uso de bicicletas compartidas, pero esto no salvará a las masas empobrecidas de Detroit o Mumbái. Algo más intrigante, y posiblemente más beneficioso, es algo como Garbage Clinical Insurance de Malang, Indonesia, que trabaja con los recolectores y recicladores de basura, permitiéndoles adquirir un seguro médico por tan solo un dólar al mes.
Una especie de convicción moral, según la cual una ciudad justa es una mejor ciudad, es la base de la misión de Five Keys, que busca devolver a los delincuentes a su comunidad como ciudadanos productivos. La tasa de reincidencia de sus miembros es de 26 por ciento, significativamente menor que la tasa promedio en todo el país. Muchos de sus estudiantes provienen de algunos de los barrios más duros de San Francisco, como los distritos de Mission y Bayview, donde el racismo institucional y el descuido municipal han impedido que los residentes tengan acceso al auge económico de la región. Steve Good, director de Five Keys, señala que “hemos logrado que hombres maduros literalmente lloren la primera vez que leen un párrafo”.
EN EL MAPA: Los organismos de servicios sociales utilizan un tipo innovador de cartografía para ayudar a llevar ayuda a los necesitados en Kibera, un barrio pobre con 170 000 residentes, en Nairobi. Foto: THOMAS MUKOYA/REUTERS
SITIOS DE CITAS PARA PEQUEÑAS EMPRESAS
El informe “Innovación y la ciudad” fue publicado pocos días después de que Donald Trump fuera electo presidente de Estados Unidos. Trump se proclama a sí mismo orgullosamente neoyorquino, pero es una criatura del Queens suburbano. Cuando no está cómodamente instalado en su lujoso penthouse, en las alturas de Manhattan, parece preferir su retiro en el sur de Florida en lugar de caminar por las calles con los demás neoyorquinos y abordar en masa el tren J.
Asimismo, existen razones más importantes para preocuparse de sus políticas sobre el cambio climático, la aplicación de la ley y la vivienda, todas las cuales podrían tener un impacto desproporcionado en las ciudades estadounidenses. Jonathan Bowles, director del Centro para un Futuro Urbano, afirma que, aunque el presidente Barack Obama ha supervisado ocho años de “innovación” en cuestiones urbanas, esto podría terminar durante el gobierno de su sucesor, quien podría dejar las ciudades “aún más a la deriva que antes”. Michael Bloomberg, el multimillonario que pasó 12 años como el capaz alcalde tecnócrata de Nueva York, ha decidido que, en lo que respecta al cambio climático, las ciudades deben valerse por sí mismas, no sea que Miami se convierta en una atracción submarina para la época en que Barron Trump tenga la edad suficiente para ocupar la Oficina Oval. “Bloomberg dice que las ciudades combatirán el cambio climático con Trump o sin él”, decía un reciente encabezado de The New York Times.
El cambio climático se aborda en dos de las 15 propuestas, que fueron seleccionadas por los autores, Neil Kleiman y Tom Hillard, de alrededor de 125 recomendaciones. El programa para ahorrar agua de Valencia, España, por ejemplo, puede ser reproducido fácilmente en el árido Oeste de Estados Unidos. El Grupo Aguas de Valencia ha instalado medidores inteligentes del consumo de agua que, según el informe, “ahorraron más de 5200 millones de metros cúbicos de agua en 2015, alrededor de cinco por ciento del suministro total de la ciudad”. Mientras tanto, en Gwangju, Corea del Sur, se alienta a los ciudadanos a utilizar una “tarjeta ecológica de carbono”, con la que 280 000 usuarios dan seguimiento a su uso de energéticos, y que recompensa las conductas ecológicas, en forma parecida al sistema de puntos de las tarjetas de crédito, con la diferencia de que los beneficios los recibe nuestro planeta común y no algún conglomerado corporativo.
Las ciudades son el futuro, y algunos cálculos indican que, para 2050, alrededor de 70 por ciento de la población mundial estará urbanizada. Esto significa que los problemas de las ciudades son los problemas de la humanidad. Esto podría ser una carga muy pesada para los Springfields del mundo, pero las ciudades también pueden ser más inteligentes y más hábiles que otras ramas del gobierno en cuanto a la resolución de estos problemas. Como escriben Kleiman y Hillard en la introducción del informe, “las ciudades se han convertido en los motores de la innovación gubernamental”.
Entre las iniciativas más ambiciosas que se incluyen en “Innovación y la ciudad” se encuentra Map Kibera, que toma su nombre de un barrio pobre de Nairobi, Kenia, o, como lo llama rotundamente Google Maps, “el barrio bajo de Kibera”. Se calcula que 170 000 personas atraviesan sus callejones sin pavimentar y viven en sus construcciones improvisadas. Al igual que las favelas de Río de Janeiro, Kibera necesita desesperadamente servicios sociales, pero los organismos municipales han encontrado frecuentemente que el lugar es impenetrable.
Map Kibera trata de lograr la justicia social mediante una herramienta inverosímil: la cartografía. El esfuerzo comenzó con 13 jóvenes “embajadores” que portaban tecnología GPS. Los residentes sentían cada vez más curiosidad y el mapeo de Kibera se convirtió en una empresa colectiva. Más que una simple representación de calles e intersecciones, Map Kibera ha llamado la atención hacia las necesidades de esta comunidad marginada. “Cuando se hacen mapas de áreas no documentadas es mucho más fácil que el gobierno, las ONG y las organizaciones de beneficencia dirijan intervenciones y asistencia”, señala el Centro para un Futuro Urbano.
El informe “Innovación y la ciudad” destaca a varias empresas que hacen uso de la tecnología como un bien social sin requerir un despliegue de ingenieros y diseñadores de la magnitud de Google. En Chicago, por ejemplo, el Grupo de Pruebas del Usuario Cívico (CUT, por sus siglas en inglés), fundado en 2013, forma grupos de enfoque con residentes de la ciudad para que utilicen aplicaciones móviles y sitios web del gobierno. En un ejemplo, 27 usuarios ayudaron a mejorar una nueva aplicación móvil de la Autoridad de Tránsito de Chicago. La participación total en el Grupo CUT se recompensa con tarjetas de regalo con un valor de 25 dólares.
Mientras tanto, la ciudad española de Barcelona utiliza la tecnología para evitar que los negocios pequeños y medianos tengan que cerrar, evitando así que su famoso paisaje urbano, a ratos barroco y a ratos caprichoso, se convierta en una interminable procesión de tiendas de cadenas corporativas. Reempresa conecta los negocios que están a punto de cerrar con empresarios que desean mantenerlos vivos, una especie de sitio de citas en el que un buen movimiento, por decirlo así, podría convertirte en dueño de una mercería con 75 años de antigüedad. Reempresa calcula que, en los últimos cinco años, ha supervisado mil “transferencias de negocios exitosos” y ha salvado 3200 empleos. Lo que es igualmente importante es que muestra que las ciudades pueden utilizar herramientas digitales relativamente sencillas para mantener vivos a negocios antiguos sin tener que ofrecer subsidios o treguas fiscales.
Un programa similar implementado en Albuquerque, Nuevo México, pone en contacto a buscadores de empleo con empleadores haciendo énfasis en las habilidades de los solicitantes y no en su educación. Los participantes de TalentABQ asisten a uno de los 31 Centros de Mejora de Habilidades, donde se les hace una evaluación de sus habilidades, las cuales se convierten en el elemento central de su búsqueda de empleo en línea. Alrededor de 150 empleadores han estado de acuerdo con este enfoque de contratación basado en las habilidades, y unas 800 personas han encontrado trabajo gracias al programa. “En muchas ciudades, la contratación basada en habilidades podría abrir varios puestos de nivel inicial para personas jóvenes que carecen de educación formal para ser contratadas”, concluye el Centro para un Futuro Urbano.
LIMPIEZA: Los recolectores de basura que batallan para contener el grave problema de la basura en Indonesia ahora pueden adquirir un seguro de salud por un dólar al mes. Foto: BEAWIHARTA/REUTERS
NO HAY QUE IR A FLORIDA
Han pasado más de 14 años desde que Richard Florida publicó The Rise of the Creative Class (El surgimiento de la clase creativa), en el que prometía que las ciudades serían revitalizadas por trabajadores del conocimiento con computadoras portátiles, sentados en cafeterías y bares, haciendo que Phoenix recuperara su grandeza gracias a los videos publicados en sus blogs. Y aunque los distritos de bodegas de ciudades como Cleveland y San Diego han vuelto a la vida, también se ha vuelto cada vez más claro que una gran ciudad debe funcionar para todos y no solo para unos cuantos elegidos.
Ese podría ser el aspecto más valioso de “Innovación y la ciudad”: la innovación no como un objeto centellante y enrarecido, sino como una herramienta democratizadora. Un programa de empoderamiento financiero en Lansing, Michigan, para exreos; una iniciativa en San Francisco para reportar el robo de salarios en las comunidades migrantes; la construcción obligatoria de viviendas accesibles en nuevos edificios residenciales en Nueva York, una ciudad enloquecida por los condominios. Ninguna de estas acciones podría, por sí sola, salvar una ciudad; sin embargo, juntas representan el tipo de red de seguridad que las ciudades pueden construir para ellas mismas, sin ayuda del gobierno federal.
Incluso Florida reconoce que sus ideas, si se llevan al extremo, darán como resultado una especie de parodia de Portlandia, la ciudad ficticia de la serie de televisión del mismo nombre, con tiendas de animales disecados, salones para el arreglo del bigote, edificios completos de condominios en los que todos sus habitantes asistieron a la Universidad Wesleyan o a Brown. Su nuevo libro, a publicarse en la próxima primavera, se titula The New Urban Crisis: How Our Cities Are Increasing Inequality, Deepening Segregation, and Failing the Middle Class—and What We Can Do About It (La nueva crisis urbana: cómo nuestras ciudades incrementan la desigualdad, profundizan la segregación y le fallan a la clase media, y lo que podemos hacer al respecto). “De manera lenta, pero segura, mi comprensión de las ciudades comenzó a evolucionar”, escribió acerca de su conversión paulina de un optimista urbano a un pesimista urbano. “Me di cuenta de que había sido demasiado optimista para creer que las ciudades y la clase creativa, por sí mismas, podrían generar un tipo de organismo mejor y más incluyente”.
Florida podría haber considerado esto como una profunda reflexión, pero habría sido evidente para cualquiera que caminara a través de la sección de Bedford—Stuyvesant en Brooklyn, donde elegantes restaurantes con nombres en francés escritos todos en minúsculas marcan el camino hacia sombrías bodegas y proyectos de vivienda con antiguos y sucios patios de juegos.
Bowles, director del Centro para un Futuro Urbano, me dijo que, en general, San Francisco, Chicago, Boston y Nueva York parecen ansiosos por adoptar nuevas soluciones. “Chicago y Boston realmente han estado a la vanguardia en cuanto al aprovechamiento de las nuevas tecnologías y el uso de distintas aplicaciones de la tecnología para producir un gobierno más inteligente”, dice. Cuando lo presiono para que me diga cuál es su programa favorito de entre los que aparecen en el informe, me dice la acostumbrada frase de “yo amo igual a todos mis hijos” antes de admitir que se trata de la escuela Five Points de la cárcel de San Francisco.
En realidad, la cárcel se ubica en San Bruno, una boscosa zona suburbana fronteriza entre Silicon Valley y San Francisco. La cárcel se encuentra en una curva, en un valle cubierto de pasto rodeado por colinas. Desde el exterior, sus edificios bajos y encristalados podrían pasar fácilmente por el campus de una empresa de tecnología bien financiada. Por supuesto, es poco probable que los hombres que se encuentran en el interior se hayan beneficiado de la revolución digital que comenzó camino abajo en Cupertino y Mountain View. La población carcelaria es un cruel contraste con el mundo de la tecnología: la primera se compone en gran medida de personas negras y latinas, mientras que la segunda es preponderantemente asiática y blanca. Algunos lugares, como la Academia Telegraph del Área de la Bahía, tratan de diversificar la economía, separándola de la tecnología. Mientras tanto, depende de Five Keys evitar que los jóvenes de color vuelvan a prisión afirmando de forma convincente que la sociedad en general tiene un lugar para ellos.
“Realmente queremos que vuelvan a casa y hagan las cosas bien”, señala Ryan, facilitador del programa. Después de todo, él lo ha hecho, confirmando así no nuestras peores sospechas, sino nuestras mejores intenciones.
Un educador dijo en el video de 2014 acerca de Five Keys, hecho para celebrar que la escuela recibió un premio nacional por su trabajo, “esta escuela me ha hecho recuperar mi fe en la humanidad”.
Uber puede hacer mucho, excepto eso.
Publicado en cooperación con Newsweek/ Published in cooperation with Newsweek