LA HABANA, CUBA.— “¡La fosforera! ¡La fosforera!”, grita con entonación de rumba un hombre que vende encendedores. Otro ofrece cocos con un tono imposible de ignorar y más adelante está el de “¡Maní-maní!”. Muchachas se pasean perfectamente arregladas y los turistas toman fotos a cada paso. Frenético es el ritmo en la calle Obispo, la más turística de La Habana, en unas pocas cuadras que van del malecón al Floridita, donde anuncian que se inventó el daiquirí.
Piso de mármol tiene el elegante hotel Florida. Una escultura de piedra, patio colonial con arcos de medio punto y antiguos candiles de bronce que dan racimos de luces. Brilla, destaca en medio de edificios derruidos que son el sello de La Habana vieja. Las puertas abiertas, a la vista queda su lujo, pero también destacan una bandera cubana junto a una foto de Fidel Castro, a colores.
“Esa es nueva, de ahora”, explica el botones moreno de elegante traje oscuro que escolta la entrada. “Pero aquí siempre hay fotos de Fidel como en todos los hoteles. También hay del Che, la que más se ve es la del Che, pero creo que eso pasa en todo el mundo”. Hace una breve pausa y sigue reflexionando, platicador como buen cubano: “A lo mejor ahora la cosa cambia”.
Apenas días después de su muerte, Fidel se multiplica. El cariño que muchos le han profesado aquí durante décadas muta ahora en adoración. Su rostro, parece, podría convertirse en el más difundido de la Revolución Cubana.
Lo cuelgan en las ventanas y balcones de casas de familia en barrios populares. Aparece en las tiendas de mercados, en ventas de jugo, en boutiques de ropa y en los bufetes de comida donde se alimentan muchos trabajadores. Cuelgan carteles en depósitos de la zona del puerto y para él montan altares dentro de la intimidad del hogar, pero también en empresas, sean públicas como privadas.
“Tómele, tómele foto a lo que puse… pero que salga yo también”, pide un muchacho, guardia dentro de una caseta de seguridad. En su espacio de un metro por un metro, donde ya tenía una fotografía del expresidente venezolano Hugo Chávez, agregó ahora una de Fidel Castro con traje de fajina. En hoja blanca, con letra cursiva, dice: “Ha muerto Fidel. ¡¡¡Viva Fidel!!! Por siempre, para siempre. 19 agosto 1926-25 noviembre 2016”.
Caminando el centro y barrios, no aparece ningún mensaje de opositores al régimen. Sea por control del gobierno o porque no cuentan con respaldo interno suficiente, no hay señales de la “alegría” que grupos como Las Damas de Blanco declararon a la prensa internacional en las primeras horas después de fallecer el líder de la Revolución Cubana.
Llegan familias con hijos, niños y adolescentes. Las nuevas generaciones que vienen a despedir a Fidel visten playeras ajustadas y jeans. Foto: Ajolote producciones
DOS DÍAS DE FILA
Hacer fila parece ser inevitable en Cuba: hay que formarse para cambiar dinero, tomar un helado o comprar tarjetas de internet, sea en los negocios autorizados como en la reventa. “¿Quién es el último?”, la pregunta obligada que antecede a la espera. Se abren entonces mil conversaciones con quien está parado junto, sea conocido o no, porque el cubano —o la cubana— no tiene pudor de empezar la plática: hace comentarios sin preámbulo y pregunta, dirige siempre la conversación.
La antítesis de esas filas ruidosas fue la que por dos días tomó la Plaza de la Revolución. En silencio solo interrumpido por breves pláticas en voz baja, miles de personas nutrieron la serpenteante fila para subir al mausoleo instalado en el Memorial José Martí, donde se instaló una fotografía de Fidel joven con mochila al hombro, mirando al horizonte. Alrededor, arreglos florales, las medallas que él obtuvo en vida y una guardia de honor de militares con atuendo de gala.
La pasarela avanza rápido, con tiempo apenas para registrar alguna fotografía o video porque la disciplina es férrea. Afuera del recinto crece una montaña de cartulinas, tarjetas y flores que dejan adultos y jóvenes por igual.
Llegan señores de cabello cano, guayaberas desgastadas por uso y zapatos añosos; son los más callados tal vez por dolor, tal vez por preocupación del futuro después de morir el último líder de sus tiempos.
Hay también médicos con batas blancas, solos y en grupo. Contingentes de muchachas jóvenes con uniformes del Estado: camisas verde olivo tan entalladas como sus faldas y otras en azul policial y marrones. Avanzan silenciosas al igual que otros jóvenes con uniformes beige y sombrero haciendo juego, los integrantes del Ejército Juvenil del Trabajo (EJT), es decir, quienes cumplen con el servicio militar optativo y perciben sueldo a cambio.
Llegan matrimonios y familias con hijos, niños y adolescentes. Las nuevas generaciones que vienen a despedir a Fidel visten playeras ajustadas y jeans pitillo; usan aretes, relojes y cadenas doradas; zapatillas modernas en colores neón, lentes de sol y cabello cuidado a detalle con figuras dibujadas en la nuca a medio rapar. Lejos del estereotipo del cubano politizado o el asistente típico de manifestaciones, más cerca del perfil estético reguetonero, y casi todos llevan celulares o tabletas que usan para registrar el momento y tomar selfies.
Cientos de miles de personas se sumaron a estas filas en La Habana durante 15 horas del lunes 28 y mediodía del martes 29 de noviembre. Se formaron por igual bajo el sol ardiente del Caribe que en la noche húmeda, cuando los gigantescos rostros del Che Guevara y Camilo Cienfuegos, se iluminaban en luz amarilla sobre las fachadas de dos edificios que marcan límites de la plaza.
En otras ciudades importantes del país se replicó el mausoleo y en dependencias oficiales se instalaron libros para dejar firmas y mensajes.
Muchos están conmovidos y sorprende la pasión que despierta un personaje demonizado en el extranjero. ¿Cuántos presidentes despertarían tal pasión entre su pueblo? Foto: Ajolote producciones
ACTO DE MASAS
Algunos llegan en camiones dispuestos por el Estado, otros en taxi, guagua o a pie. En tres horas se congrega una multitud hasta colmar la Plaza de la Revolución, incluso las avenidas aledañas como Paseo. Potentes lámparas led que instalaron en meses recientes permiten ver a lo lejos, pero no aparece el fin del río humano que acude al “acto de masas” convocado por el gobierno, la noche del martes 29.
Gladys Hoquendo tiene 42 años y agita una pequeña bandera de Cuba, hecha de papel. Se mantiene seria y solemne, como miles aquí. Habla con voz quebrada, pero trata de contener las lágrimas, no quiere exhibir sus sentimientos que, sin embargo, brotan evidentes. Los cubanos vivimos “días tristes”, dice. Porque “Fidel nos formó, nos educó, nos dio herramientas para seguir los avatares de la vida y del destino. Nos enseñó a ser libres y nos enseñó a ser solidarios. Yo soy médico y he tenido la oportunidad de estar en otros países del mundo. He visto el dolor de quienes sufren por cosas que nosotros ya no sufrimos. He visto niños que carecen de salud y educación pública, que nosotros tenemos”.
Muchos están conmovidos y sorprende la pasión que despierta un personaje demonizado en el extranjero. Más todavía cuando se intenta pensar en comparaciones, ¿cuántos presidentes o políticos del mundo despertarían tal pasión entre su pueblo? “¡Esto se ha llenado espontáneamente porque este pueblo es fidelista, revolucionario y patriota!”, remarca María Rosa Giralt, emocionada y al borde del llanto.
Se escucha el himno nacional, unas pocas palabras de introducción y después empieza una extensa lista de oradores: cuatro horas de discursos de despedida en castellano, francés, inglés, chino, griego y palestino. Es que 25 presidentes, primeros ministros y enviados de varios continentes llegan hasta aquí para rendir tributo a Fidel Castro.
Le reconocen la entrega personal al proyecto político que encabezó, los resultados palpables de la Revolución Cubana y la ayuda internacional que dispuso como presidente, pese a los recursos limitados de su país. Enumeran huracanes, epidemias y emergencias en las cuales hubo rescatistas y médicos enviados por Castro, dispuestos a colaborar con profesionalismo. Coinciden los invitados en destacar el protagonismo de Castro en la historia moderna: “Fidel no puede morir. Está por encima de su propia vida, es parte de la historia de la humanidad. América Latina y el mundo no se pueden comprender en el siglo XX sin Fidel”, resume Evo Morales, presidente de Bolivia y uno de los más cercanos al líder fallecido, uno de sus hijos políticos. Habla con voz temblorosa y emoción desbordada.
La multitud sigue firme en la plaza durante las cuatro horas, nadie se va, aunque algunos discursos aburren y se hacen largas las traducciones simultáneas. Los de más años lloran y los más jóvenes ocupan las primeras filas: estudiantes universitarios que prestan atención y comentan los discursos; secundarios y otros de preparatoria más alborotados que usan labiales para pintarse en el rostro la palabra “Fidel”.
Con el paso de las horas los más pequeños se distraen noviando y se tiran en el piso a platicar, jugar con sus celulares. Parecen indiferentes a lo que ocurre en el templete, pero aplauden con efusividad cuando escuchan algo que les atrae y se reincorporan al acto durante los discursos de Rafael Correa, Evo Morales y Nicolás Maduro, presidentes de Ecuador, Bolivia y Venezuela, respectivamente, es decir, los más jóvenes y carismáticos.
El último en hablar es Raúl Castro, actual presidente y hermano del fallecido. Lo ovaciona la concurrencia, pero advierte que hablará poco, su discurso principal será más adelante en el cementerio. Se le nota emocionado y evade los sentimientos con un discurso de 15 minutos en el cual repasa la historia reciente del país, lo conseguido, y reitera la acusación a Estados Unidos de ser un gobierno “criminal” por el bloqueo económico que ha impulsado contra Cuba durante décadas.
Realza a su hermano porque dice “encabezó una revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes”. Se despide con el grito de “¡Hasta la victoria siempre!” y ahí termina el acto de masas.
Ordenado es el desalojo, en pocos minutos la plaza queda vacía. Entran máquinas barredoras y un escuadrón de personas con escobas, hay pocas horas para limpiar porque a las seis de la mañana desde aquí mismo partirá un convoy de vehículos militares con las cenizas de Fidel. Una caravana que en cuatro días recorrerá 13 de las 15 provincias de Cuba, cerca de mil kilómetros, para terminar en Santiago, extremo oriente del país. Hará el camino inverso que hicieron los rebeldes que derrotaron a la dictadura de Fulgencio Batista: las cenizas de Fidel Castro serán enterradas en el puerto donde él desembarcó con el buque Granmaen 1956.
“Tómele, tómele foto a lo que puse…”, pide un guardia dentro de una caseta. En su espacio, donde ya tenía una foto de Chávez, agregó una de Fidel. Foto: Ajolote producciones
TRANQUILOS
En La Habana son días de duelo, con comercios cerrados y veda de alcohol. No despacha la tradicional heladería Coppelia ni abren los cines; algunas dependencias públicas bajan la cortina y en las escuelas hay pocas clases.
Son días raros. Este pueblo bullicioso parece ensimismado, reflexivo, y casi no se escucha música. “¿Cómo hemos vivido estos días? Más o menos, por la pérdida del comandante. No es fácil la vida”, dice un taxista a bordo de su carro ruso destartalado, de color negro y con varias décadas de traqueteo.
No se habla de otra cosa más que de la muerte de Fidel. La prensa reproduce detalles de los funerales y por todas partes aparecen anécdotas de quienes lo conocieron o compartieron momentos con él.
La Habana parece un gran velorio de esos que son tranquilos, donde no hay llanto desgarrado, sino lugar de pláticas y convivencia para compartir el mal momento. Los cubanos se ven serenos, actitud que destantea a cientos de periodistas extranjeros que deambulamos por la ciudad en busca de historias, imágenes, opiniones. Muchos llegaron con la expectativa de encontrar festejos o manifestaciones, el mundo entero expectante por “el día después de Fidel” y en realidad aquí la vida continúa con su devenir cotidiano.
Yeniel Pedroso González, aborda directo para expresar su opinión, a media caminata por el barrio Centro Habana. Tiene 38 años, es enfermero en un hospital y refiere a Castro como “el hombre grande”. Dice que “ya se fue, pero nos dejó preparados”.
“Nos dejó preparados —insiste—. Todos los cubanos sabemos lo que tenemos que hacer. La mayoría de nosotros nació con la Revolución —es cierto, el 70 por ciento de los 11 millones que pueblan el país tienen menos de 60 años— y las ideas de Fidel siempre van a estar bien puestas como las de José Martí”.
Más que la muerte del líder revolucionario le preocupa la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. “No sé qué tiene ese Trump que odia a todos”, dice, y enseguida remata: “¡Pero los cubanos estamos fuertes!”.
En esta tranquilidad de rutina apenas interrumpida, cuesta imaginar cambios de fondo. Surgen muchas preguntas sobre el rumbo que tendrá esta isla de 110 000 kilómetros cuadrados que fue colonia española y estadounidense, pero en las últimas seis décadas ha elegido el camino de ser República Socialista y, sobre todo, antagonista de Estados Unidos, una de las principales potencias del mundo.
“La historia me absolverá”, dijo Fidel en una de sus más célebres frases. La historia también develará el acertijo del futuro.