“Llegaron con ametralladoras. Mis nietas, que estaban en la
playa, comenzaron a gritar. Nos quitaron nuestros teléfonos para que no
pudiéramos pedir auxilio. Después, nos quitaron nuestras tierras”.
Era una cálida mañana de domingo en septiembre, y yo hablaba
con María Isabel Caro en Tulum, México. Tulum, un pequeño pueblo en la costa
del Caribe, se ha convertido en un popular destino turístico en el que los
viajeros “eco-chic” pueden practicar yoga, disfrutar alimentos gourmet tipo
vegano y hacer compras en boutiques de moda mientras se hospedan en cualquiera
de los muchos hoteles de lujo que bordean la prístina playa tropical de la
ciudad.
Sin embargo, cuando Caro llegó aquí, hace 30 años, no había
ni un solo hotel a la vista: era solo una extensión de tierra desocupada a unos
64 km de la ciudad más cercana. Ella construyó una casa en un pequeño terreno
frente a la playa y vivió allí con su familia hasta hace tres años. Entonces,
la tarde del 19 de julio de 2013, varios policías tomaron por asalto su casa.
“Mi nuera estaba embarazada y ellos simplemente la hicieron a un lado a
empujones”, señala Caro. “Nos dijeron que saliéramos, que estaban embargando
nuestra casa”.
La policía declaró que su casa había sido construida
ilegalmente y que el estado estaba recuperando su posesión. La casa de Caro fue
una de las 14 propiedades que las autoridades embargaron aquel día, entre
ellas, varios hoteles, cuyos ocupantes fueron echados a la calle con todo y su
equipaje. Desde entonces, ha habido tres desalojos forzados más, el último de
los cuales ocurrió en junio pasado cuando cientos de hombres armados
irrumpieron en 17 propiedades más. “Se trata de dinero”, afirma Caro. “De
hacerse ricos echando a las personas de sus tierras”.
Durante los últimos cinco años, mientras Tulum se vuelve
cada vez más popular y los precios de los bienes raíces suben como la espuma,
ambientalistas y residentes como Caro se han enfrentado a magnates de los
negocios y a poderosos políticos coludidos para realizar construcciones en las
tierras tan pronto como sea posible. Mientras tanto, la infraestructura de la ciudad
lucha por mantenerse a flote, pues las aguas negras se filtran hacia uno de los
mayores sistemas de aguas subterráneas del mundo. Pronto, el daño podría ser
mucho mayor: un nuevo y enorme proyecto de bienes raíces con un oscuro pasado
podría hacer que la población de Tulum aumente más de 10 veces en menos de una
década. Como declaró a Newsweek Olmo Torres-Talamante, un biólogo local, “este
es el lado oscuro del paraíso”.
UN CLIMA DE TERROR
El día que hablamos, Caro y otros hoteleros y propietarios
desalojados se reunieron con Luz María Beristain, senadora estatal que exigía
al gobierno federal que interviniera en Tulum para detener los desalojos
forzados. Mientras los turistas descansaban en la playa o nadaban en el agua
azul turquesa, Beristain le dijo al grupo reunido en el Hemingway Romantic Eco
Resort: “Me avergüenza que esto ocurra en mi país”.
La propietaria del centro turístico, Paola Sbrizzi, una
bulliciosa italiana que ha vivido en Tulum durante 17 años, había invitado a la
senadora a su hotel. “Vine aquí de vacaciones”, dice Sbrizzi. “Me enamoré y
nunca me fui”. Aunque ahora es ciudadana mexicana, muchos de los hoteles y
restaurantes de Tulum son propiedad de extranjeros, y a eso se debe que las
embajadas de Francia, Italia, Portugal y los Países Bajos hayan enviado una
carta este verano a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México exigiendo
“una profunda y seria investigación” en relación con los desalojos forzados.
“Vivimos en un clima de terror”, señala Sbrizzi. “No estoy recibiendo depósitos
para reservaciones porque no sé si todavía estaré aquí en diciembre”.
Otras personas se sienten frustradas debido a que el
exuberante desarrollo de Tulum haya conducido a esto. En junio, Larissa Juárez
fue desalojada de la cabaña que su familia construyó en 1999, cuando no había
más que un puñado de hoteles. “Era un lugar para estar cerca de la naturaleza.
Ni siquiera tuvimos electricidad durante años”, dice. “Solo usábamos velas”.
Pero hace cinco años, los desarrolladores comenzaron a construir más y más
hoteles en la franja. “Todo cambió cuando llegaron los neoyorquinos”, dice.
Tulum se ha vuelto tan popular entre los jóvenes turistas estadounidenses que
se le ha calificado como “el Williamsburg de México”, en honor al vecindario
hipster de Brooklyn.
“Hemos hospedado a directores ejecutivos y millonarios de
Berlín, París y Nueva York”, afirma Henning Schaub de Design Hotels, que dirige
el hotel Papaya Playa Project. René Redzepi, el chef que está detrás del famoso
restaurante Noma de Copenhague, anunció recientemente que el próximo año
abriría un restaurante “pop-up” en la ciudad, en el que se servirían comidas
con un costo de 600 dólares por persona. Este tipo de costosa atención ha hecho
que los bienes raíces de Tulum sean algo por lo que vale la pena luchar y,
quizás, también matar.
Tras una reunión de dos horas con los hoteleros, Beristain
nos guía por la playa para examinar las propiedades desalojadas. Muchas de
ellas siguen vacías, pero están muy vigiladas, y mientras nos acercábamos a uno
de los hoteles, fuimos rodeados por media docena de hombres armados, algunos de
los cuales llevaban palos y pesadas cadenas. Exigían saber qué es lo que
hacíamos ahí y por qué estábamos filmando. La atmósfera era tensa, pero
supusimos que el hecho de que una funcionaria electa estuviera con nosotros nos
daría algo de protección. “Estamos aquí para ver el gran trabajo que ustedes
están haciendo”, dijo Beristain. “Soy senadora, así que por favor no me
lastimen. Si lo hacen, acabarán directamente en la cárcel”.
“¿De dónde crees que vengo?”, respondió un hombre
malencarado y bigotudo. “No te tengo miedo”.
Mientras nos retirárbamos, uno de los hombres se levantó la
playera para asegurarse de que veíamos la pistola que traía al cinto. Beristain
guió al grupo por la playa. “Ellos son los nuevos piratas del Caribe”, dijo.
SOL Y SOLDADOS: Conforme Tulum ha crecido, ambientalistas y
residentes se han enfurecido debido a varios desalojos forzados. Ahora luchan
contra magnates de los negocios y poderosos políticos coludidos para construir
en las tierras tan pronto como sea posible. FOTO: ISRAEL LEAL/AP
‘UNA OSCURA LAGUNA LEGAL’
La complicada historia detrás de los desalojos comenzó en
1973, cuando el entonces presidente Luis Echeverría designó alrededor de 25 000
acres en Tulum como tierras ejidales. Desde entonces, los campesinos originales
han dividido el lugar en muchos terrenos más pequeños y los han vendido por
partes. Tras 30 años de compraventa, frecuentemente con contratos poco claros,
es difícil saber quién es el dueño de qué. Casi todos los campesinos originales
se han ido y gran parte de la tierra ahora es propiedad de magnates de los
bienes raíces. “Es una oscura laguna legal”, señala Mario Cruz Rodríguez,
director general de turismo de Tulum. “Y perjudica gravemente nuestra
reputación”.
El conflicto en Tulum también ha provocado muertes. En 2009,
José Velázquez López, un periodista local que había acusado a las autoridades
locales de corrupción y malos manejos fue muerto a tiros mientras conducía por
Tulum. Tres años después, Álvaro López Joers, un abogado que representaba a
algunos de los hoteleros desalojados, también fue muerto a tiros en su oficina.
Ninguno de los dos crímenes ha sido resuelto.
En numerosos reportajes de investigación realizados por
periodistas mexicanos, entre ellos, un reportaje publicado en 2015 por Newsweek
en Español, se ha revelado una compleja red de acuerdos falsos relacionados con
las tierras, demandas legales dudosas y contratos fraudulentos impulsados por
jueces y funcionarios gubernamentales corruptos, entre ellos, el ex gobernador
Roberto Borge. (Borge no respondió a las numerosas solicitudes hechas por
Newsweek para una entrevista. Al ser contactado por teléfono e
informársele que hablaba con un
periodista, dijo, “Número equivocado”, y colgó). “Para realizar desalojos de
esta magnitud, es necesario que todo funcione a la perfección”, afirma Pedro
Hernández, que era propietario de un hotel desalojado en 2014. “Nadie más que
un gobernador tiene esa clase de poder”.
La familia Schiavon, originaria del norte de México, ha
reclamado gran parte de las tierras frente a la playa durante años y, según se
informa, ha inspirado los desalojos más recientes: en los letreros afuera de
muchos de los hoteles desalojados se afirma que son de su propiedad. (Un
abogado de la familia no respondió a una solicitud para hacer comentarios).
Roberto Palazuelos, propietario de varios hoteles en Tulum, afirma que el
reclamo de la familia Schiavon es legítimo. Apodado “Diamante Negro” por su
profundo bronceado y sus penetrantes ojos azules, Palazuelos es un actor
conocido por interpretar a villanos en las telenovelas mexicanas. Afirma que
compró esa propiedad a la familia un año antes de los últimos desalojos y que
los otros hoteleros deberían hacer lo mismo. “Solo están siendo obstinados”,
dice.
Pero los hoteleros no piensan que el asunto deba resolverse
al comprar propiedades que, en su opinión, ya les pertenecen. “La propiedad de
la tierra debe respetarse”, dice Fernando Jiménez, propietario de Naay Beach
Club, que fue desalojado en junio. “Si hay una disputa, debe resolverse a
través de un proceso legal. Si perdemos, ni hablar; empacamos y nos vamos. Pero
eso no es lo que está ocurriendo aquí”.
En cuanto a las propiedades embargadas, muchas personas en
Tulum temen a lo que pueda pasarles y a cuán radicalmente puede cambiar la
ciudad. “Desean construir enormes hoteles”, dice Sbrizzi, y señala que varios
de los terrenos arrebatados están uno al lado del otro, formando una enorme
superficie de tierra. “Imagina este lugar cubierto por enormes centros
vacacionales con todo incluido”.
EL LADO OSCURO DE TULUM: La familia Schiavon, del norte de
México, ha reclamado gran parte de los terrenos de playa durante años y, según
se informa, ha instigado los más recientes desalojos. FOTO: VICTOR RUIZ
GARCIA/REUTERS
‘¡NO HAGAN NEGOCIOS CON MÉXICO!’
Al conducir por Tulum, el dramático contraste entre la
cultura antigua y los excesos modernos golpea directo a la cara. A la
izquierda, hay letreros que guían hacia las ruinas de una antigua ciudad maya
con vista al océano. A la derecha, señalan a la Aldea Zama, el más grande
desarrollo inmobiliario de Tulum. Conforme uno se acerca a la ciudad, los
anuncios de dicho lugar se multiplican, todos ellos mostrando paisajes
tropicales, piscinas infinitas y modelos en bikini posando frente a condominios
totalmente nuevos.
El proyecto fue puesto en marcha por MayaZamá, una empresa
de bienes raíces que, de acuerdo con su sitio web, es “famosa por las
comunidades sostenibles y equilibradas que crea en la península de Yucatán”.
Los socios de la empresa “han estado en el negocio durante los últimos 30 años…
su respeto por su tierra exige que amplias zonas permanezcan como ellos las
heredaron: prístinas y conservadas”.
Entre los socios de MayaZamá está el magnate de los bienes
raíces Emilio Díaz Castellanos quien, junto con otras personas relacionadas con
la empresa, ha estado involucrado en casos de fraudes de propiedad y corrupción
en toda la península. Otro socio prominente es Rodolfo Rosas Moya, un
empresario al que se le ha conocido como “el hombre que hizo que Donald Trump
odiara a México” debido a que un acuerdo relacionado con bienes raíces
propiedad de Moya terminó en litigio. “Presenté una demanda en el corrupto
sistema legal de México, la cual gané pero no he podido cobrar hasta ahora”,
tuiteó Trump el año pasado. “¡No hagan negocios con México!” (Ni Rosas Moya ni
Castellanos respondieron a las diversas solicitudes de Newsweek para hacer
comentarios).
El grupo MayaZamá ha estado adquiriendo propiedades en Tulum
al menos desde 2006. En septiembre de ese año, la empresa compró cerca de 800
acres al Instituto del Patrimonio Estatal (IPAE), que gestiona los activos
propiedad del gobierno. Una semana después de la venta, el director del IPAE,
Francisco Garibay Osorio, renunció tras ser acusado de corrupción.
Durante los siguientes 10 años, MayaZamá compró miles de
acres al IPAE, la mayoría de ellos, por debajo del precio de mercado. Esto
incluye cerca de 50 acres que habían sido donados a la Universidad del Estado
para un campus de investigación y desarrollo sustentable. Diversos documentos
muestran que la propiedad fue valorada en 5.4 millones de dólares en 2008; un
año después, MayaZamá pago solo 1.3 millones. En 2014, los socios de MayaZamá
adquirieron otra propiedad más pequeña que también estaba destinada a la
Universidad. Entre los beneficiarios del acuerdo está una compañía registrada a
nombre de Garibay Osorio. (No fue posible contactar a Garibay Osorio para pedir
sus comentarios).
Para los residentes de Tulum, los acuerdos inmobiliarios
dudosos como este son parte de una larga historia de corrupción y nepotismo. De
acuerdo con Fabiola Cortes, periodista de investigación y abogada, Borge vendió
al menos 44 propiedades que eran tierras estatales a precios por debajo de su
valor real para beneficiar a sus amigos y socios.
Borge dejó el cargo en septiembre. Desde entonces, varias
investigaciones han revelado casos de corrupción en bienes raíces que
involucran al gobernador, entre ellos, propiedades en la isla de Cozumel que la
familia Trump había considerado como una posible inversión. En noviembre, la
administración del gobernador Carlos Joaquín presentó una acusación legal
contra Borge por vender más de 23 000 acres para beneficiar a sus familiares,
empleados y socios de negocios. “No ha habido ni una sola área en la que no
hayamos encontrado importantes irregularidades en el manejo de recursos [del
gobierno anterior]”, afirma Rafael Antonio del Pozo Dergal, secretario de la
Gestión Pública. “Las pérdidas son enormes”.
¿PARAÍSO PERDIDO? Aunque Tulum luce prístino, la
infraestructura de la ciudad apenas se sostiene, y las aguas negras se filtran
hacia uno de los sistemas de ríos subterráneos más grandes del mundo. FOTO: OSCAR
LOPEZ PARA NEWSWEEK
PLAYAS PRÍSTINAS Y AGUAS NEGRAS
MayaZamá posee más de 1000 acres en Tulum, entre ellos, una
prístina franja de playa. Esto convierte a la empresa en uno de los mayores
propietarios de bienes raíces en un mercado cuyo valor ha crecido
exponencialmente. Para los analistas que han estudiado el enorme crecimiento de
los bienes raíces en Yucatán, este proceso es demasiado común. Luis Alberto
Salinas, del área de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México,
dedicó un año a investigar a MayaZamá en 2012: “Están generando enormes
cantidades de riqueza mediante el despojo de tierra pública”, dice. Ha sido
testigo de procesos similares en toda América Latina. “Es un instrumento de la
globalización, crear espacios exclusivos para los ricos, para los extranjeros”.
Nuri Paulina Arias Muñoz, consultora de bienes raíces a
cargo del área de ventas de Aldea Zama, afirma que la exclusividad es lo que
distingue a Tulum de otros sitios turísticos de gran tamaño como Playa del
Carmen y Cancún: “Las personas que viven aquí son artistas y modelos, gente con
un alto poder adquisitivo”. Sin embargo, afirma que el desarrollo también
beneficia a los habitantes de la localidad al actuar como una “fuerza
económica” para las personas de todo el Estado y más allá.
Elidea López Menez, que ha vivido en Tulum durante cerca de
30 años, afirma que Aldea Zama “genera un poco más de trabajo para que las
personas puedan prosperar”. Ella era camarera en un condominio del área, y
trabajaba 12 horas al día, seis días a la semana. Menez vive en la parte sur de
Tulum, y aunque está a menos de un kilómetro y medio de Aldea Zama, el
contraste no podría ser más evidente. En lugar de amplias avenidas
pavimentadas, las calles de su vecindario están resquebrajadas, rotas y
salpicadas por montones de basura. Mientras los condominios de Aldea Zama
resplandecen bajo el sol caribeño, el hogar de Menez es una estrecha casa de
concreto que comparte con ocho miembros de su familia. El olor de las aguas
negras es insoportable: la ciudad tiene una instalación de tratamiento de aguas
residuales, pero solo alrededor de 30 por ciento de las casas están conectadas
a él. “Las cosas no están muy bien aquí”, admite. “No hay un sistema de
alcantarillado en el centro de la ciudad”.
Menez dice que los miembros de su familia se enferman con
frecuencia. “Cada vez que el clima cambia, afecta a mi nieta. Le da dolor de
estómago y diarrea”. José Gabriel López, gastroenterólogo y director de la Cruz
Roja de Tulum, señala que los problemas de salud que enfrenta Menez y su
familia se han vuelto comunes entre los residentes, en parte debido al problema
del alcantarillado. “He visto un aumento de 30 por ciento en las enfermedades
gastrointestinales únicamente en el último año”, afirma. “El sistema de salud
de aquí sigue siendo muy deficiente. La ciudad carece de infraestructura”.
En la playa, las cosas no son mucho mejores. Juan Antonio
Acosta Giraldo es microbiólogo y biotecnólogo que dirige una empresa local de
fontanería e ingeniería. Calcula que alrededor de 80 por ciento de los hoteles
de Tulum no cuentan con un tratamiento adecuado de aguas residuales. “Los
hoteles se anuncian como ‘eco-chic’”, dice Juárez, desalojado recientemente.
“Pero no les importa nada el ecosistema. Arrojan sus aguas residuales
directamente al océano”.
En un estudio realizado en 2013 acerca del sistema de aguas
subterráneas de Tulum y publicado en la revista Journal of Environmental
Protection se encontró que muchos hoteles “arrojan sus aguas negras
directamente en los manglares o inyectan el agua residual incorrectamente
tratada justo por debajo del agua potable”. Como consecuencia, “la
contaminación con heces fecales está muy extendida”.
La fauna local también está en problemas. De mayo a octubre,
las tortugas caguamas y verdes, ambas en peligro de extinción, llegan por miles
para desovar en las playas de Tulum. Las tortugas hembra ponen hasta 300
huevos, pero el índice de supervivencia de sus crías es extremadamente bajo:
“De cada 1000 tortugas que ayudo a liberar en el océano, solo una volverá a la
playa”, dice Cuauhtémoc Sayago, que dirige el programa de protección a las
tortugas de Tulum. En una playa cada vez más atestada y contaminada, este
ínfimo índice de supervivencia podría caer en picada. Desarrollos como MayaZamá
y otros también cercan rápidamente al Parque Nacional de Tulum, hogar de
especies en peligro de extinción como jaguares y ocelotes.
La basura también se ha convertido en un grave problema. “No
existe un sistema de recolección de basura”, dice Xavier Peralta, activista
ambiental. “Toda ella simplemente se arroja a la jungla”. A unos 9 kilómetros
al oeste de la ciudad, el basurero municipal es una enorme masa de desperdicios
que crece y se acumula sin control. “Imagínate lo que ocurre cuando llueve y todo
ese caldo podrido se filtra bajo tierra”.
Añade, “Tulum es una bomba de tiempo a punto de explotar”.
AUGE Y CAÍDA: Los problemas de Tulum podrían empeorar muy
pronto. Un enorme y nuevo proyecto de bienes raíces con un oscuro pasado podría
hacer que la población de la ciudad aumente diez veces en menos de una década.
FOTO: OSCAR LOPEZ PARA NEWSWEEK
‘UN GRAN PEDAZO DE QUESO SUIZO’
Tulum se encuentra en la costa oriental de la península de
Yucatán, una exuberante flecha de tierra compuesta de rocas solubles como la
piedra caliza y la dolomita. Esto significa que el agua de lluvia no se queda
en la superficie para crear ríos o lagos; en lugar de ello, se filtra bajo
tierra, formando una intrincada red de cuevas y ríos. Con el paso del tiempo,
algunas cuevas de agua dulce colapsan, produciendo pozos: los famosos cenotes
que proliferan en la península.
“Es un gran pedazo de queso suizo”, dice Sam Meacham,
conductor de taxi y director del Centro Investigador del Sistema Acuífero de
Quintana Roo. Ha dedicado dos décadas a explorar la península de Yucatán.
“Tenemos dos de los mayores sistemas de cuevas de todo el planeta”, afirma.
“Uno de ellos se encuentra justo aquí, en Tulum”. Para Meacham, la importancia
de estos sistemas de cuevas no radica solo en sus características geológicas,
sino también en la visión que proporcionan de la historia humana, ya que muchas
de ellas están llenas de restos arqueológicos: en 2007, buzos mexicanos
encontraron el esqueleto de una adolescente de 12 000 años de antigüedad, uno
de los esqueletos más antiguos encontrados en el continente americano. “Estos
sistemas de cuevas son máquinas del tiempo”, afirma Meacham.
Torres-Talamante, el biólogo local, señala que no es posible
subestimar la importancia del sistema de cuevas subterráneas: “es como el
Amazonas”. Para mostrarme exactamente lo que quería decir, me llevó a bucear en
el cenote más profundo del Estado, llamado apropiadamente el Pozo.
Siendo apenas un estrecho tajo en medio de la jungla, El
pozo desciende a más de 90 metros bajo tierra. Repleta de agua dulce y
transparente, la cueva se abre hasta formar una enorme caverna. Algunos rayos
de luz penetran la oscuridad, iluminando enormes estalactitas que apuntan hacia
las profundidades. Torres-Talamante señala que las paredes de la caverna están
repletas de fósiles de ostras y otros crustáceos con millones de años de
antigüedad. A 27 metros de profundidad, el agua dulce de la caverna se
encuentra con el agua salada, que es más pesada, y forma una fantasmagórica
nube verde de sulfato de hidrógeno. Árboles en descomposición que han caído de
la selva se elevan a través de la nube, como un bosque encantado. “Es una
catedral de la naturaleza”, dice nostálgicamente Torres-Talamante cuando
volvemos a tierra firme.
Por desgracia, es posible que los cenotes como el Pozo
pierdan su transparencia muy pronto. En un estudio publicado en 2010 en
Environmental Pollution se encontraron restos de aguas negras domésticas e
incluso de cocaína en los sistemas de cuevas bajo Tulum, y se llegó a la conclusión
de que “la gestión de la tierra y del agua en la región está fragmentada y con
frecuencia es ineficaz de cara a la presión para desarrollar el turismo y la
industria recreativa”.
Debido a que estos ríos subterráneos están interconectados,
la contaminación de un cenote afecta a todo el sistema, pero Torres-Talamante
afirma que la contaminación es fácil de pasar por alto porque ocurre bajo
tierra: “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Sin embargo, el agua acaba
fluyendo hacia el océano, donde el efecto de la contaminación es más evidente.
“Todas las personas que hemos trabajado en esta área hemos sido testigos de la
destrucción [de los arrecifes]”, dice Roberto Iglesias-Prieto, catedrático de
biología de la Universidad Estatal de Pensilvania, que ha estudiado los
arrecifes de las costas mexicanas durante 20 años.
En entrevista telefónica, explicó que las aguas residuales,
aun cuando reciban tratamiento para eliminar los contaminantes sólidos,
aumentan la concentración de nitrógeno y fósforo en el océano, lo cual produce
algas. Las algas compiten con los corales por los nutrientes y provocan
enfermedades y decoloración en los arrecifes. “Cuando se combinan con el cambio
climático”, dice, “el resultado es desastroso”.
El problema está muy extendido. Los arrecifes de la costa de
Tulum forman parte de la Barrera de Arrecifes de Mesoamérica, que es la más
grande del hemisferio occidental y que abarca una parte de México, Belice,
Guatemala y Honduras. De acuerdo con el estudio publicado en 2010 en Environmental
Pollution, el sistema ha sufrido la pérdida de 50 por ciento de la cubierta de
coral en los últimos 20 años. “Se trata de un ecocidio”, dice Gustavo Marín
Guardado, antropólogo del Centro de Investigación y Estudios Superiores en
Antropología Social de México. “Todo se arroja a los ríos subterráneos como si
fueran agujeros negros”.
EL SORPRENDENTE MISTICISMO
Aunque el panorama a largo plazo es desalentador, la
situación ambiental de Tulum aún se puede manejar: la ciudad recibe apenas una
fracción de los millones de turistas que visitan el cercano Cancún y aloja a
menos de 30 000 personas. Sin embargo, MayaZamá atraerá a miles de nuevos
habitantes, no solo los residentes del desarrollo, sino también a personas como
Menez que se mudarán al lugar para trabajar como sirvientas, limpiadores,
cocineros, jardineros y demás.
Próspero Espinosa es un abogado ambiental que evaluó la
propuesta de desarrollo de MayaZamá en representación del Centro Mexicano de
Legislación Ambiental. De acuerdo con su informe, si los planes actuales del
grupo siguen adelante, la población de la ciudad podría incrementarse 10 veces
en menos de 10 años. “El proyecto no es sustentable”, afirma Espinosa. “No es
responsable. No es viable”.
En una ciudad con problemas para el manejo de la basura, el
tratamiento de las aguas negras y la conservación ambiental, el resultado
podría ser desastroso. En el informe, se concluye que “El impacto de este
crecimiento sería brutal, devastador e incontrolable”.
Y aunque MayaZamá es, por mucho, el proyecto de bienes
raíces más grande y más controvertido de Tulum, existen muchos más en
desarrollo por toda la ciudad, y todos ellos ofrecen la misma experiencia
eco-chic de lujo. Una cálida noche de viernes en septiembre, una empresa de
bienes raíces llamada Los Amigos llevó a cabo un evento para celebrar la puesta
en marcha de su próximo proyecto: Central Park, un nuevo proyecto de
condominios de lujo promocionado como “el nuevo icono de Tulum”.
El lanzamiento ocurrió en la parte sur de la ciudad, muy cerca
de donde vive Menez. Iluminado con reflectores como una premier de Hollywood,
el evento convocó a muchas celebridades que bebían cocteles y mordisqueaba
entremeses. Una mujer en zancos se deslizó entre la multitud, seguida por un
hombre vestido como un guerrero maya pero cubierto de lentejuelas. Un grupo de
acróbatas hacía girar ruedas de fuego por encima de sus cabezas, hacía
malabares con antorchas y lanzaba fuego.
“El misticismo es tan sorprendente en Tulum; uno casi puede
saborearlo”, dijo un posible inversionista parado cerca de mí, antes de que
otro de los agentes de bienes raíces se lo llevara para ver las lujosas salas
de exposición. Mientras los desarrolladores develaban su plato fuerte, un panel
solar gigante en forma de flor, otros posibles inversionistas corrían a hacer
depósitos para adquirir condominios de lujo. “Hemos recibido 60 permisos de
construcción solo en este año”, dijo una agente de bienes raíces mientras
cortejaba a otro cliente. “Este es el boom de Tulum”.
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Este reportaje fue patrocinado por el Fondo para el
Periodismo de Investigación.
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Publicado
en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek