El 4 de junio de 2013, en la herbosa posada tipo plantación de Palmetto Bluff, en Bluffton, Carolina del Sur, Hillary Clinton se reunió con un público privado del banco de inversiones globales Goldman Sachs, al que dirigió un discurso en el que describió, en términos sorprendentemente ambiciosos, sus planes para el boom energético de Estados Unidos. “La revolución energética de Estados Unidos es apenas un regalo”, dijo, en uno de los tres discursos que pronunció aquel año, por los cuales el banco le pagó 675,000 dólares. “Podemos tener un sistema energético estadounidense que sería increíblemente poderoso. Si tenemos suficiente, podremos exportar y apoyar a muchos de nuestros amigos y aliados”.
Clinton se refería a exportar petróleo y gas a los aliados que dependen mucho de las importaciones rusas. Como indican los discursos divulgados en octubre por WikiLeaks, las posturas personales de la nominada demócrata en cuanto a la energía sugieren cómo podría utilizar la industria de crudo y gas de Estados Unidos para aporrear a Moscú. Si bien su campaña se abstuvo de comentar para este artículo, sus discursos también dejaron claro que Clinton desea que Estados Unidos encabece una revolución energética ambientalmente amigable que combata el cambio climático.
“He promovido el fracking en otras partes del mundo, porque al ver el control que la energía ejerce en tantos países y las decisiones que toman, beneficiaría a los intereses de Estados Unidos que más países se vuelvan autosuficientes en términos energéticos”, apuntó, en un discurso privado ante Deutsche Bank, en abril de 2013. “Por ello creo que debemos proceder en esto de una manera inteligente, ambientalmente consciente, persiguiendo una agenda alternativa de energía limpia y al mismo tiempo, promoviendo las ventajas que deriven de ello y nos beneficien”.
Clinton pronunció muchos de los discursos filtrados mientras Estados Unidos se convertía en el principal productor mundial de petróleo, superando incluso a Arabia Saudita. Unos meses después que Estados Unidos alcanzara ese hito, en abril de 2014, Clinton citó el nexo directo entre la fortuna energética de Estados Unidos y combatir a Moscú. “Ahora tenemos independencia energética, algo que hemos estado esperando y por lo que trabajamos durante muchos, muchos años”, declaró en un discurso de julio de 2014. “Eso nos da herramientas que antes no teníamos. Y también nos da la oportunidad no solo de invertir esos recursos en más fabricación y otras actividades que nos benefician directamente aquí, en casa, sino de usar nuestros suministros para alzarnos como un bastión contra el tipo de intimidación que vemos ocurrir en Rusia”.
No de balde los analistas opinan que una presidencia Clinton daría lugar a relaciones más frías con el presidente ruso, Vladimir Putin. Justo antes de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, el banco de inversión parisino, Société Générale, predijo: “La relación entre Estados Unidos y Rusia tal vez no mejore si Clinton resulta electa”, señalando que es muy dudoso que Clinton relaje las sanciones económicas contra Rusia. “De hecho”, añadió el banco, “es probable que se deterioren aún más”.
Hay muchos indicios de que Moscú está inconforme con la perspectiva de una presidencia Clinton. En los últimos meses, Rusia emprendió una serie de acciones audaces que recordaron la década de 1980: ofreció recorridos por refugios antibombas de la Guerra Fría; escenificó pruebas de misiles balísticos intercontinentales en la televisión estatal; y anunció racionamientos de guerra en caso de un conflicto con Estados Unidos.
Luego llegó WikiLeaks con su descarga de correos electrónicos de campaña y los discursos privados de Clinton durante la temporada electoral, cosa que los representantes de Clinton y expertos en inteligencia estadounidenses afirman que es obra de hackers relacionados con el Kremlin. WikiLeaks, una organización internacional sin fines de lucro, dedicada a divulgar información secreta y clasificada obtenida de fuentes anónimas, no ha revelado el origen de los materiales filtrados.
La inquietud de Rusia también se debe a que Estados Unidos ya ha emprendido su guerra energética. En enero, Estados Unidos comenzó a exportar crudo por primera vez en cuatro décadas; y en marzo, también por primera vez, empezó a exportar más gas natural licuado del que había importado desde la presidencia de Dwight Eisenhower, informó Timothy Hess, representante de la Administración de Información de Energía de Estados Unidos, en entrevista con Newsweek. Hess espera que las exportaciones sigan aumentando conforme las empresas del sector de energía se den prisa en construir más instalaciones en la costa del Golfo de México. Ya que Estados Unidos apenas comienza a enviar gas natural a otros países, Hess dice que la cantidad aún es “bastante pequeña”, aunque espera que la tasa actual se duplique para diciembre de 2017. Como señaló Clinton, esto es el equivalente a un cóctel Molotov dirigido “directamente a la fuente de la riqueza de Rusia”.
Según el Ministerio de Finanzas ruso, Moscú depende de sus ingresos de petróleo y gas para cubrir más de la mitad de su presupuesto federal. Eso, combinado con los bajos precios energéticos de los últimos años, y una Rusia estancada en su recesión más prolongada de dos décadas, ha puesto al país y a Putin en una posición muy precaria. Gran parte del ingreso de la exportación petrolera procede de los países de la Unión Europea, muchos de los cuales son aliados de Estados Unidos. Consciente de esto, en octubre de 2014, Clinton dijo a Deutsche Bank: “Quiero exportar gas, sobre todo a nuestros amigos y así, en el caso de Europa, debilitar la presión de Rusia”.
Moscú es muy consciente de esta vulnerabilidad. Como señaló Clinton, a mediados de 2014, la empresa estatal rusa, Gazprom, estaba apoderándose de la infraestructura energética estratégica de toda Europa, incluida la mayor instalación subterránea para almacenamiento de gas en Alemania, lo que le permitía ejercer lo que ella describió como una “política de poder puro”.
“Por esa razón, como secretaria de Estado, a partir de marzo de 2009 insté a los europeos a tomar en serio la búsqueda de fuentes energéticas alternativas y a invertir en recursos reales de infraestructura, para que no estuvieran a merced de Putin”, dijo en el discurso de julio de 2014. También en marzo de 2009, Clinton entregó a su homólogo ruso un botón de “reinicio” simbólico en lo que resultó ser un intento malogrado para reparar las relaciones.
¿Por qué buscaba Clinton restablecer las relaciones con Rusia al tiempo que emprendía una guerra energética? Un discurso de abril de 2014 ofrece una explicación posible: mientras fue secretaria de Estado, constató que los abusos de poder de Putin eran tan graves que resultaban en muertes de civiles. “No puedo decir que me tomó por sorpresa, pero lo que vi en enero de 2006 fue que cortó el gas en Europa Oriental. Me parece que una docena de personas murió congelada en Polonia”, explicó. “Volvió a hacerlo en 2009, sobre todo en Ucrania. Ha utilizado su energía como un arma para intimidar a Europa”.
Los discursos de Clinton incluso han indicado hasta dónde tendrían que construirse las tuberías para liberar a Europa de su dependencia del crudo y el gas rusos, incluyendo sitios dentro de la ex Rusia soviética. “Creo que depende de nosotros hasta qué punto llegue esta agresividad”, dijo, en marzo de 2014. “Quisiera ver que se acelere el desarrollo de oleoductos que se extiendan de Azerbaiyán a Europa. Me gustaría que buscáramos los medios para acelerar la producción interna nacional”.
Socavar el dominio energético de Rusia es una estrategia de resolución mucho más astuta que un conflicto directo o incluso, la guerra cibernética, comenta Michael Hayden, general retirado de la Fuerza Aérea, ex director tanto de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) como de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) durante la administración de George W. Bush (y también uno de los expertos en inteligencia que opina que Rusia es responsable del hackeo de los discursos y correos electrónicos de la campaña de Clinton). “¿Qué tal si adoptamos una política estadounidense de destetar a nuestros aliados europeos del petróleo y el gas ruso?”, propone Hayden. “Por supuesto, se necesitarán cinco o 10 años para construir la infraestructura que hace falta para llevar suministros energéticos a nuestros aliados, pero deberíamos hacerlo y esforzarnos en conseguirlo”.
Hayden también opina que Estados Unidos debe trascender a la reciente andanada de filtraciones cuando evalúe la manera como enfrentará a Putin, de quien dice que lidera un país revanchista, más que resurgente. “Mi impresión es que tenemos que responder de manera más consistente, más audaz y fuerte”, dice, “Pero no metamos esto en el expediente ‘Tenemos un problema cibernético’. Hagamos de esto un caso de ‘Tenemos un problema con Rusia’. Tal vez la respuesta deba ser en el terreno energético, no en el terreno cibernético”.
Entre tanto, el oponente de Clinton, Donald Trump, parece estar cortejando a Moscú. En la ruta de campaña, elogió el “control muy fuerte” de Putin sobre Rusia y declaró que de buena gana se asociaría con cualquier país dispuesto a ayudar a Estados Unidos a derrotar al terrorismo islámico, incluido Rusia. “Si quieren unirse a nosotros para derrotar a [ISIS], estaría perfecto, en lo que a mí respecta”, declaró mientras hacía campaña, en septiembre. “Es un mundo muy imperfecto, y no siempre puedes elegir a tus amigos”.
Después del discurso de Clinton en Carolina del Sur, un miembro del público repitió las palabras de Trump y preguntó a la candidata por qué Estados Unidos no trabaja con Putin. “Muchos de nuestros problemas [se] deben a que tenemos una competencia con los rusos”, dijo el hombre
En ese momento, Clinton parecía moderadamente esperanzada. “Escuche”, respondió, “me encantaría que pudiéramos seguir construyendo una relación más positiva con Rusia… Solo hay que regresar y seguir intentándolo”.
Tal vez pronto tenga la oportunidad.
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek