Hace 100 años, en la Universidad Johns Hopkins, en Estados
Unidos, se descubrió una molécula básica para la medicina; la heparina, que se
emplea como anticoagulante en todo tipo de tratamientos. La Organización
Mundial de la Salud (OMS) la tiene en sus listas de medicamentos esenciales y
se estima que salva la vida de decenas de millones de personas todos los años.
Un siglo después, la heparina sigue vigente para lo
que fue diseñada. Xavier Fernández Busquets, investigador del Instituto de
Salud Global de Barcelona y del Instituto de Bioingeniería de Cataluña, tiene
otros planes; ahora la emplea para luchar contra la malaria, una de las
enfermedades más mortíferas del planeta.
El Plasmodium es el nombre de la familia de parásitos
que provoca la malaria; se ha luchado contra ellos a brazo partido, y hay
épocas en que parece que se logran triunfos importantes. Lo malo es que el
patógeno ha demostrado una enorme capacidad de adaptación; como pasa con las
bacterias que crean resistencias a los antibióticos, los microbios culpables de
la malaria también han respondido con eficacia al ataque de los fármacos con
los que se ha pretendido acabarla, apunta Fernández Busquets.
La mayoría
de los enfermos demalaria
son pobres, por lo que los medicamentos para tratarlos, además de altamente
efectivos, tienen que ser baratos. Fernández Busquets compara cifras: el año
pasado se asignaron más de cinco mil millones de dólares en Estados Unidos a la
lucha contra el cáncer, mientras que para la malaria, la mitad. Lo que hace
inviable el desarrollo continuo de nuevas sustancias que respondan a las nuevas
resistencias, y lograr que sus efectos sean duraderos.
El equipo de Fernández Busquets está empleando la
nanotecnología para crear una especie de proyectiles teledirigidos que enfoquen
mejor el daño de los fármacos que se crean contra la malaria y minimicen las
posibilidades de que los parásitos salgan fortalecidos si sobreviven. Con los
medicamentos convencionales, las dosis deben ser lo bastante grandes como para matar
a los Plasmodium, sin que causen demasiado daño al enfermo. Con fármacos
nanotecnológicos, capaces de concentrar el ataque en las células de la sangre
infectadas por el parásito –dejando en paz a las sanas–, es posible emplear cantidades
muy superiores.
Es aquí donde Fernández Busquets se planteó el uso de
la heparina; desde 1968 se sabe que la heparina tiene actividad contra la
malaria, pero no se había podido utilizar porque al ser anticoagulante se ponía
en peligro al paciente al inyectarla en cantidades terapéuticas. Ahora sí se
pude, en versión nanofármaco.
Fernández Busquets cuenta que el parásito de la
malaria, además, es muy escurridizo, por lo que decide no atacarlo en la fase
en que ocupa el cuerpo humano, lo hace cuando está en el mosquito “con muchas
menos células infectadas”. El trabajo se
todavía encuentra en ensayos in vitro, pero los resultados que arrojan son
suficientes para regalar esperanzas a quienes las necesitan.