A una hora de la Ciudad
de México, por un corredor que serpentea entre montañas de eterno verdor y
bosques de pino, cedro y oyamel, se localiza un pueblo donde todavía se respira
un ambiente bohemio, con historias de mineros y duendes: Huasca de Ocampo.
Según
las leyendas, en estos lares viven duendes, guardianes de las minas y los bosques.
Hay quienes aseguran que son seres de luz que se hacen presentes para proteger
a las personas, o que son hombrecitos a los que les gusta jugar y hacer bromas
a los humanos. Tengan razón o no, lo cierto es que los duendes están ligados a
los bosques de este Pueblo Mágico.
Antes
del ocaso, un sol de fuego se asoma entre las montañas que conducen a Huasca de
Ocampo, donde las tradiciones alfareras todavía se mantienen vivas. Las manos de
sus artesanos moldean y crean, principalmente, figuras de duendes, de hongos y
frutas, aunque, “por pedido, se puede hacer cualquier modelo”.
Al
caer la noche, en esta época del año, la temperatura suele rondar los cinco
grados. En el bosque, en los alrededores del hotel Sierra Verde, por la noche
se organiza un recorrido dirigido a los amantes de esos seres mitológicos. A
pesar del frío la travesía es placentera. Un cielo limpio y estrellado se muestra
a través de las copas de los árboles y, de vez en cuando, tejones y mapaches se
asoman con curiosidad. Al encuentro de las lámparas, todo tipo de insectos
nocturnos salen al encuentro, mariposas, luciérnagas, palomillas. Entre la
maleza se vislumbran algunas luces pequeñas que se deslizan en zigzag o de
arriba a abajo. Dicen los guías que son duendinas, las amantes de los duendes. El
recorrido encanta, pero mucho más la experiencia de vivir y disfrutar la vida
del bosque en la oscuridad.
De
día Huasca es un pueblo distinto, ya no tiene ese aire místico, se transforma
en un poblado vivo, lleno de color y siempre repleto de gente que llega para
conocer su atractivo más famoso: los Prismas Basálticos, una maravilla de la
naturaleza que también atrapó a Pedro Romero de Terreros, Melchor Ocampo y
Humboldt, y que se formó a capricho de la naturaleza hace millones de años.
Aquí,
las aguas de la presa de San Antonio forman cuatro cascadas, al fondo se
extiende la Hacienda de Santa María Regla. Los prismas están considerados como
una de las 13 maravillas naturales de México y fueron descritos hace más de
cien años por el naturalista y explorador alemán Alexander Von Humboldt.
También
cuenta con un centro ecoturístico con cabañas, alberca, puentes colgantes, área
de camping, asadores, y pequeños
restaurantes donde se ofrece gastronomía local. Los más valientes pueden cruzar
sobre los prismas en una tirolesa.
El
pueblo esconde muchos más secretos como sus haciendas y el centro donde está la
Iglesia de San Juan Bautista que fue construida por los frailes agustinos en el
siglo XVI; en el interior protege dos retablos de madera con pinturas antiguas.
El
pueblo también tiene su propio museo dedicado a los duendes, es una pequeña
choza de madera, en medio del bosque, como la casa de un leñador, sólo que
llena de figuras de hadas, duendes y gnomos. Está basado en historias y
leyendas que les sucedieron a niños o adultos y resguarda una enorme colección
de estos seres mitológicos y una tienda de recuerdos con amuletos, hongos de
todos los tamaños, cuarzos, hadas, etc.
Pero
el tesoro mejor guardado de Huasca es el restaurante El Campesino, atendido por
Margarita Sosa, la cocinera tradicional, quien aprendió los secretos del fogón
de su abuela y su madre. El lugar abrió sus puertas en 1972 y desde entonces es
famoso por sus recetas ancestrales y creaciones culinarias, como la trucha
almendrada, el mixiote a la campesina, en nogada o al tequila; el mixiote de
carnero marinado con vino tinto y salsa de guajillo, mole verde y sopa de
tortilla, delicias de la gastronomía local.