HACE UN SIGLO, la Primera Guerra Mundial atravesaba su ecuador
mientras la vida seguía su curso en otros ámbitos. En 1916, Albert Einstein publicaba la teoría general de la relatividad, Sigmund Freud hacía
lo propio con la Introducción al psicoanálisis y la cirugía alemana acababa de diseñar la primera mano ortopédica.
La industria escribía su historia a toda prisa. El sector productivo se había transformado por completo con el carbón y ahora
descubría en el petróleo su mejor aliado.
Una metamorfosis que no fue inocua. En los cien años que han
transcurrido desde entonces, la temperatura del aire aumentó en el
equivalente a 1o Celsius.
Suena a poco. No lo es. Ha sido suficiente para que el hielo del
mar Ártico comience a derretirse; 25 por ciento de los arrecifes de
corales del mundo desaparezcan; múltiples ecosistemas se alteren
y la migración de especies se agudice. También para que las lluvias
se intensifiquen en algunas zonas del mundo, al tiempo que la sequía lo aniquila todo, en otras.
El cambio climático es tan real como la disparidad y los negocios
multimillonarios que engendrará.
EL PÁLIDO KIOTO
Este 4 de noviembre entrará en vigor el Acuerdo de París, un pacto
firmado por 195 naciones en diciembre de 2015 contra el calentamiento
global. Su existencia es colofón de un largo proceso.
El Protocolo de Kioto —su antecesor— nació enfermo. La ONU
lo impulsó desde 1997, pero fue necesario esperar ocho años para
ponerlo en marcha.
Las buenas intenciones sobraban en los gobiernos. Los hechos, no.
El objetivo de Kioto hace dos décadas era limitar (en proporciones
distintas según el país del que se tratara) la emisión de los seis principales gases de efecto invernadero.
Concretamente, del gas metano, derivado de procesos agrícolas y
fertilizantes; el temido dióxido de carbono, generado por la quema de
combustibles fósiles como el petróleo y todos sus derivados; el óxido
nitroso, emitido por los automóviles; y la triada compuesta por los
hidrofluorcarburos, perfluorcarbonos y hexafluoruros de azufre, provocados por la utilización de sistemas de refrigeración, extinguidores y
productos de limpieza de alta potencia.
Kioto fue firmado por 156 países, pero Estados Unidos —entonces el principal emisor de gases de efecto invernadero (30 por ciento del
total)— jamás lo respaldó. O lo hizo solo de palabra. Bill Clinton lo respaldaba, pero George W. Bush se retractó al asumir la presidencia. El
republicano no quería enemistades con el sector privado por la imposición de nuevas reglas anticontaminantes.
Para entrar en vigor, el Protocolo de Kioto exigía la ratificación de
un mínimo de 55 países que, además, emitieran al menos 55 por ciento
de los gases de efecto invernadero del globo.
Nadie tenía prisa. El mundo debió esperar hasta el año 2002 para
que China, Canadá, Nueva Zelanda, India y Brasil ratificaran Kioto. Y fue
solo en el ocaso de 2004, cuando Rusia lo respaldó, que se cumplió con
el porcentaje mínimo necesario de apoyos para que entrara en vigor.
Pero en 2005 el problema ya era otro: Kioto vencía en 2012.
PARÍS, UN NUEVO INICIO
El Acuerdo de París nació con mejor estrella. La negociación fue escarpada, pero recibió el compromiso de 195 naciones en diciembre
del año pasado. Y, desafiando las expectativas originales, consiguió
la ratificación de 74 gobiernos (generadores de 59 por ciento de las
emisiones nocivas) en un lapso récord de diez meses.
Esta vez Estados Unidos apoya sus contenidos y, en este universo
de cambio incesante, China se convirtió ya en el principal emisor de
los gases que se combaten. México lo ratificó en septiembre pasado.
El World Resources Institute (WRI), uno de los organismos no gubernamentales que más esfuerzos serios ha dedicado a la investigación
del desarrollo sostenible, afirma que, actualmente, el gigante asiático es
responsable de 25 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero a escala mundial, seguida por Estados Unidos (14.5 por ciento),
la Unión Europea (10.16 por ciento), India (7 por ciento), Rusia (5.4 por
ciento), Japón (3 por ciento) y Brasil (2.5 por ciento).
México, en su turno, genera 1.65 por ciento de las emisiones totales.
¿En qué consiste exactamente el acuerdo avalado durante la
Cumbre del Clima de París (COP21)? Se pactó “alcanzar un equilibrio entre las emisiones antropógenas por las fuentes y la absorción
antropógena por los sumideros en la segunda mitad del siglo”.
Sin tecnicismos, los gobiernos se comprometieron a:
1)Evitar que la temperatura del planeta aumente más de 1.5o
Celsius con respecto a los niveles que reportaba antes de la Revolución Industrial.
2)Abandonar el uso de combustibles
fósiles antes de 2050.
3)Cumplir los acuerdos de forma vinculante, esto es, asumen una obligación legal de ceñirse a ellos.
4)Evaluar cada quinquenio sus avances y reportarlos ante la ONU.
5)Movilizar entre cinco y siete billones de dólares para cumplir estas metas
en el largo plazo.
LOS ESTRAGOS DEL HOY
Pese a la magnitud del movimiento internacional que despierta, el cambio climático aún suena distante para muchos de
nosotros. Nos evoca daños irreversibles al
medioambiente, pero también nos remite a
las arengas de ecologistas radicales y políticos redentores, como Al Gore.
Pensamos que sus estragos serán un
problema de las próximas tres o cuatro generaciones. No nuestro. Pero no es así.
El calentamiento global ya gesta nuevas
formas de pobreza que golpearán, con certeza, las naciones menos desarrolladas.
Un dato concreto: las sequías derivadas
del cambio climático registradas durante la
última década ya afectan la oferta agrícola
mundial (especialmente en el caso de productos como el arroz, el maíz y el frijol). La ONU estima que el precio de estos insumos
podría duplicarse antes de 2050.
TRIBUTO GENERAL
El 2016 quedará registrado como un año
clave para la cruzada internacional contra el
calentamiento global.
El Acuerdo de París se activará apenas
unos días antes de que se celebre la Cumbre
del Clima 2016 (COP22) en Marrakech, Marruecos, en donde los gobiernos deben fijar
objetivos específicos por cumplir para los
años 2020, 2030 y 2050.
Adicionalmente, en octubre pasado, casi
200 países llegaron a otro pacto histórico en
Kigali, Ruanda, para eliminar paulatinamente
el uso de los hidrofluorocarbonos, comunes
en la refrigeración, evitando con ello que la
temperatura de la tierra aumente en el equivalente a medio grado centígrado. China y
Estados Unidos respaldan este acuerdo.
Sin embargo, cumplir metas será costoso.
Los gobiernos de países industrializados
se comprometieron en París a apoyar a las
naciones en desarrollo con alrededor de
100,000 millones de dólares anuales para la
instrumentación de medidas puntuales en
favor del medioambiente.
Se estima, además, que el sector privado
consagre fondos del orden de los siete billones de dólares para que el Acuerdo de París
se haga realidad.
Muchos ganarán con ello. Actualmente,
ya hay empresas que transportan y comercializan en California agua dulce proveniente de los glaciares que se deshielan a cientos
de kilómetros de distancia.
Bill Gates, por su parte, patentó un sis-
tema capaz de enfriar las aguas superficiales
del mar para frenar huracanes. Para que un
huracán se forme se requiere que la superficie marítima sobre la cual se desplaza sea
cálida, este sistema utiliza una sofisticada
parafernalia de tubos que mezclan las gélidas aguas de las profundidades con el agua
superficial caliente, alternando las condiciones que se requieren para la manifestación
de este tipo de desastres naturales.
E inversores a gran escala compran ya
tierras en lugares estratégicos para rentabilizarlas el día que exista una potencial escasez alimentaria.
La realidad supera frecuentemente a
la ficción.
Lo que se dice poco por ahora es que seremos nosotros —los contribuyentes que tributamos a los gobiernos y los consumidores
habituales de las empresas— quienes aportemos los fondos que requiere la tarea de atajar
los avances del cambio climático.