I. LÁGRIMAS Y LLUVIA
La noticia de la muerte de Juan Gabriel empieza a recorrer las redes sociales y las televisoras interrumpen su programación habitual para dar detalles sobre un acontecimiento que cimbra a millones de personas. De inmediato, la gente se vuelca a sitios que identifica con su historia, con su música. En la Ciudad de México, es la mítica Plaza Garibaldi, el corazón de la música vernácula mexicana, que desde hace mucho el cantautor había conquistado, aliado de Queta Jiménez, Lola Beltrán y Lucha Villa, mujeronas de la canción ranchera que le ayudaron al principio de su carrera; en Los Ángeles, es el Paseo de las Estrellas donde sus seguidores se congregan; en Juárez, la casa de Juan Gabriel es el lugar que sus paisanos de manera espontánea eligen para esperarlo porque están seguros de que regresará a la ciudad que siempre ha sido su hogar: vivió en esa ciudad fronteriza entre los tres y los 20 años, una parte del tiempo en un orfanato.
Las personas se congregan, cantan sus canciones y empiezan a colocar ofrendas en la verja de la antigua mansión con remates de cantera que, en cuanto la fortuna le sonrió, el cantante adquirió para reivindicar a su madre que había sido trabajadora doméstica, y con ese gesto se ganó para siempre el melodramático corazón de los mexicanos.
ALTAR CON FLORES
a Juan Gabriel en un mural de la
popular cantina El
Tenampa, en Plaza
Garibaldi, en donde
se han realizado
varios actos en su
memoria.
De pronto, en una ciudad donde la lluvia es escasa, el cielo
truena y cae un aguacero. La gente se mantiene a media calle frente
al naciente santuario. Lloviendo está, cantan algunos, y por eso tú
no puedes ver mis lágrimas. Empieza a anochecer y entonces se
encienden las luces en el interior de la casona, ubicada en el centro,
a unas cuadras de la catedral. Empieza la procesión, algunos traen
aparatos de sonido y organizan un baile de varias pistas, cada quien
su playlist, pero hay cabida para todos. La morada musical de Juan
Gabriel es grande y tiene una habitación para cada sentimiento.
Los vecinos colaboran con la corriente eléctrica. Llegan también
los cantantes callejeros, los espontáneos y los imitadores. El más
sobresaliente es Ricardo Juárez, un joven talentoso que se mantiene cantando hasta la madrugada, hasta perder
la voz, tal como solía hacerlo su ídolo en sus mejores tiempos. La gente corea sus
canciones, rompe en llanto, se rehace, se
contonea al ritmo de la música; el Noa-Noa
renace de sus cenizas en la hora justa. En un
momento iluminado, el imitador apunta al
cielo y declara en tono reverencial: “Gracias,
señor Juan Gabriel, gracias por todas sus
canciones, por todas sus palabras. Demos
un aplauso a nuestro señor Juan Gabriel”.
La expresión del artista no pretende connotaciones religiosas, y sin embargo las tiene.
Por esos días el clero local ha convocado a
la realización de una marcha para protestar contra los matrimonios igualitarios que terminaría en El Punto, la
plaza donde el papa Francisco ofició misa cuando visitó Juárez hace
unos meses. Ahora se empieza a rumorar que Juan Gabriel será velado ahí y que el mismísimo obispo oficiará la misa.
EL DIVO DE JUÁREZ
en Lima, Perú, en
agosto de 2014. Este
concierto duró casi
cuatro horas.
II. EN EL NOA-NOA
La mañana siguiente aparecen flores y veladoras en la acera del
Noa-Noa, uno de los centros nocturnos en los que actuó cuando
era un jovencito que buscaba abrirse camino en la década de
1960. El bar ha sido inmortalizado en varias de sus canciones,
pero sobre todo en la epónima “El Noa-Noa”, un estándar en el repertorio más conocido de Juan Gabriel.
Hace unos años el edificio fue consumido
por el fuego, pero más que un sitio concreto, el Noa-Noa es un estado de ánimo,
un lugar imaginario que no pertenece al
presente, sino a un tiempo mítico. Es un
himno continental a un lugar “de ambiente, porque todo es diferente”, como reza la bandera del orgullo lésbico-gay que
alguien colgó de la verja de la casa del idolatrado y ahora llorado compositor.
REUNIÓN de
seguidores del
cantautor en su
monumento en la
Plaza Garibaldi, en la
Ciudad de México, tras conocerse la
noticia de su muerte.
En su disco Recuerdos I, de 1980, Juan Gabriel también menciona el Noa-Noa, pero ahí confiesa que ya no es el mismo bar de
ayer, sino una discoteca, y hace una crónica autobiográfica de sus
primeros años como intérprete. Es un ajuste de cuentas con sus
orígenes musicales. Durante los años 60 y principios de los 70 había
en Juárez una gran efervescencia musical. En esa época, con apenas
16 años, Alberto Aguilera Valadez adoptó su primer nom de guerre,
Adán Luna, a sugerencia del Raúl Loya, el conductor de Noches rancheras, el programa de televisión local donde hizo su debut el joven
aspirante al estrellato. Ese primer nombre artístico llegó a brillar en
las marquesinas del Palacio Chino, el Hawaiian, pero sobre todo, en la del Noa-Noa. A los 18 años decidió probar suerte en la capital
del país. Cuando a principios de la década de 1970, ya convertido en Juan Gabriel, aparecía en Siempre en domingo, uno de los programas de la televisión nacional con mayor rating,en los barrios se
corría la voz y la gente se apresuraba al televisor más cercano para
escuchar al “chavo de Juárez”. Las muchachas opinaban que era
guapo, algunas gritaban. Empezaron a comprar sus discos, a tararear
sus canciones y a comprar las revistas donde aparecían fotos suyas.
Pronto hubo pósteres colgados en las recámaras, y Juan Gabriel se
empezó a convertir en un ídolo indiscutible, pero controvertido. La
prensa amarillista pronto se ocupó de él.
A “No tengo dinero”, su primer hit, le siguieron, uno tras otro,
una constelación de éxitos que lo colocaron entre los baladistas más
populares, solo que a diferencia de otros, Juan Gabriel componía sus
propias canciones. Escribía, además, para otros cantantes de moda
y en varios géneros musicales. Entre los compositores jóvenes de su
generación fue el más prolífico e influyente.
Su lugar de nacimiento fue Parácuaro,
Michoacán, donde quedó huérfano de padre, donde su madre y su hermano quisieron “enmendar su camino a golpes”, pero
fue en Ciudad Juárez donde se forjó como
cantante y compositor; sobre todo, fue
donde encontró una familia. Juan Gabriel
siempre regresaba a Juárez y se apoyaba en
sus amigos para sus proyectos. Mientras en
otros lugares luchaba por ser aceptado, en
Juárez la gente lo quería tal como era, sin
preguntas. En retribución, él le cantaba a
una ciudad fronteriza, en un tiempo político
en que los fronterizos eran considerados
personas con un déficit de mexicanidad, y los migrantes de plano eran vistos como
traidores a la patria. No pasó mucho tiempo
antes de que se empezara a homenajear
como hijo predilecto. Se decía agradecido:
“No tienen que darme nada”, dijo hace poco
durante la develación de su mural. “Lo único que yo quiero es me quieran y que me
dejen vivir entre ustedes”.
El Juan de su nombre artístico es un
homenaje a Juan Contreras, su mentor durante aquellos primeros años en un orfanato
de Ciudad Juárez. En su álbum Recuerdos I hizo un ajuste de cuentas con sus años formativos en los bares y las calles de la frontera. La letra de “Dulces
momentos de ayer” menciona dos grupos de rock a través de los
cuales reconoce sus orígenes musicales: aquel tiempo era el Noa-Noa sensación. Los Prisioneros del Ritmo, Los Reyes del Rock, tocaban sin parar, cantaban sin cesar.
MURAL dedicado a Juan Gabriel en
Ciudad Juárez,
Chihuahua. La obra
es del pintor Arturo
Damasco.
Recientemente fue transmitida Hasta que te conocí, una serie televisiva sobre la vida de Juan Gabriel. El último capítulo se
transmitió justamente el día en que murió y, según la prensa, fue
vista por 12.7 millones de televidentes. Sin embargo, no fue esta la primera vez que su vida fue objeto de una producción de ese tipo.
Juan Gabriel se interpretó a sí mismo en dos películas autobiográficas, dirigidas por Gonzalo Martínez, El Noa-Noa (1981) y Es mi vida
(1982). Estos largometrajes relatan los aspectos más importantes de
su vida. En esas películas aparecen las personas con las que convivió
durante su infancia y adolescencia. Es un homenaje a los lugares de
su memoria. Y los amigos que lo ayudaron. Uno de esos personajes
es Meche Álvarez, la mujer que lo metía de contrabando a cantar en el Noa-Noa cuando era menor de edad, y a quien Juan Gabriel
dedicó una canción incluida también en Recuerdos I. En la cinta fue
interpretada por Meche Carreño, uno de los símbolos sexuales de los
años 70 mexicanos, que recrea con sus movimientos la exuberante sensualidad de las bailarinas fronterizas. La
filmación en Juárez fue todo un acontecimiento. En ella actuó Raúl Loya, el conductor que le dio su primera oportunidad en la
XEJ y dos bandas locales: Tequila Soul Band
y Los Prisioneros del Ritmo.
III. ¿JUANGA CHIC O NACIÓN JUAN
GABRIEL?
Pronto empiezan los comentaristas a escribir
sobre el fenómeno Juan Gabriel. Esencializar
lo mexicano es uno de los ejercicios predilectos de los intelectuales de este país. El
historiador Enrique Krauze habla del sentido
patriótico de su última gira, cuyo nombre es
Esto es MéXXIco,realizada en el contexto de
las elecciones norteamericanas por varias
decenas de ciudades de Estados Unidos. El
crítico literario televisivo Nicolás Alvarado,
hasta hace unos días director de TV UNAM,
encendió los ánimos de los cibernautas
porque aceptó que su propio clasismo le
impedía apreciar a Juanga. Confesó que en
su casa sí hay un disco del cantante, pero que
es de su mujer y se trata del disco doble del
concierto en el Palacio de Bellas Artes.
OFRENDA en su honor en la plaza principal de
Parácuaro, su tierra
natal.
Nada nuevo, Juan Gabriel siempre ha
estado en medio de la polémica: en sus inicios no querían pasar sus actuaciones por televisión debido a su
amaneramiento en el escenario. Su éxito de ventas y el arraigo popular venció esas resistencias. Cuando cantó en el Palacio de Bellas
Artes, los representantes de la música culta pusieron el grito en el
cielo, más aun porque el concierto fue a beneficio de la Sinfónica
Nacional. En la crónica que escribió sobre el suceso, Carlos Monsiváis definió esa reacción de la siguiente manera: “A la ira de los
defensores de la buena música se unió la explosión de homofobia,
ese escudo de fe machista, ese sello de intolerancia como aureola
de integridad”.
Juan Gabriel no solamente actuaría en el recinto más prestigioso
de la cultura legítima del país, sino que además lo haría a beneficio
de quienes no lo consideraban digno de estar ahí. Poco tiempo después, Elena Poniatowska lo entrevistó. Relató que esperaba encontrar “una horripilancia suntuosa y cascada de horrores como suelen
ser las casas de los artistas”. Pero no fue así, lo que encontró fue una
casa amueblada con buen gusto, donde, según Poniatowska, todos
los objetos eran hermosos.
El Palacio de Bellas Artes no fue la única institución que
trastocó. Cambió para siempre al mariachi; algunos opinan que
simplemente lo sacó del clóset. Durante sus presentaciones en los
palenques los hombres rudos se movían al cadencioso y delicado
ritmo del cantante. Alguna gente recuerda ahora que sus papás les
regalaban long plays a sus mamás para que ellas los pusieran en el
tocadiscos, y cuando el cantante aparecía en las pantallas de televisión se preguntaban si, parafraseando al Juan Gabriel de 40 años
más tarde, podían juzgar lo que estaba a la vista. Los hombres de
Ciudad Juárez encontraron la manera de enfrentar las risitas burlonas cuando la gente les decía, “¡Ah! eres
de la tierra de Juanga”. Nadie lo negaba. En
Juárez, el evangelio de Juan Gabriel nunca
tuvo un Judas o un Pedro.
A finales de la década de 1980 empezó
la era del Juanga Chic. Estar en uno de los
conciertos del Divo de Juárez era un signo
de estatus. Los políticos, sus esposas, sus
amantes, las vedetes, las actrices y galanes
de telenovela, los empresarios, los narcos y
el ciudadano de a pie, todo el mundo quería
estar ahí, inmerso en el despecho compasivo, coreando “Así fue”, “Te pareces tanto a mí” o “Inocente pobre amigo”. El país se
movía al ritmo del mariachi loco, al cual
Juanga nombró con tono indiscutible Mariachi Arriba Juárez.
Juan Gabriel había instalado en el imaginario de la cultura mexicana nuevas señas de
identidad para la monolítica masculinidad
mexicana, otras posibilidades de ser hombre,
de sentir desde lo masculino. No era, como lo
sugieren algunos, que detrás de sus palabras
se escondiera la voz de una mujer hablándole
secretamente a un hombre, sino las voces de
una sensibilidad distinta.
En alguna ocasión, el arreglista y ejecutivo de RCA Eduardo Magallanes comentó que la situación de Alberto Aguilera había sido tan precaria y su
éxito tan intempestivo, que cuando hubo necesidad de tramitarle
pasaporte para hacer un viaje a Venezuela, tuvieron que sacarle un
acta de nacimiento. “Alberto no existía para la nación”, dijo Magallanes. La manera de verbalizar este recuerdo resulta sugerente en
un momento en que el Estado rehúsa reconocer los matrimonios
igualitarios. La cultura y la vida social suelen ir unos pasos adelante
del sistema político. El México de los legisladores y los obispos rehúsa ponerse al corriente con el siglo XXI. Huérfano de patria, a su
manera el cantautor luchó contra el amarillismo y la homofobia. Su
renuencia a definir su orientación sexual generó un clima de ambivalencia que le dio mayor fuerza. Construyó una comunidad, un lugar digno para los excluidos, que muy bien podría autoproclamarse
como Nación Juanga.
HACE JUSTAMENTE
un año, en
septiembre de 2015,
durante una de sus
presentaciones más
memorables en el
Auditorio Nacional.
IV. EN EL MISMO LUGAR
Desde siempre, en Juárez la gente imagina a Juan Gabriel haciendo
cosas, como ir a una panadería situada frente al parque de los Hermanos Escobar. Si alguien le pregunta a la dependienta nocturna si ha visto al mítico Juanga recientemente, ella responderá que sí,
que dos semanas antes entró por esa misma puerta y compró unas
magdalenas para llevar. Pueden haber pasado dos semanas, dos años
o dos décadas desde su última aparición. No importa. La fuerza de
esta creencia es tal, que nadie dudaría que el juarense número uno
haya estado allí.
Juan Gabriel está en la vida cotidiana de sus habitantes, no solo
a través de la letra de sus canciones; también porque su nombre es
parte del vocabulario urbano. ¿Quién en Juárez no ha transitado por el eje vial que lleva su nombre y que es una de las vialidades más importantes de la ciudad? ¿Quién no fue alguna vez al
Poliforo Juan Gabriel? El hijo predilecto de
Juárez también tiene un busto y un mural
en su honor. Pero sin duda, los referentes
urbanos más importantes asociados a su
nombre son sus casas. Aunque la madre
murió poco tiempo después de que su hijo
le regalara aquella donde había sido trabajadora doméstica, Juan Gabriel conservó las
propiedades. La que habitaba su madre se
convirtió en un orfanato en el que los niños
aprendían música. Era un hombre generoso,
pero además había vivido la orfandad en
carne propia. Al lado de una buena amiga
crió a cuatro hijos y, aunque a la beatería le
cueste aceptarlo, formó una familia.
Juan Gabriel luchó por vivir y trabajar
en sus propios términos. Cuando su disquera no quiso renegociar los derechos de sus
canciones, dejó de grabar discos. Denunció
el sistema de exclusividad de Televisa en
perfecto dialecto juarense: “Los maltratan,
que no se hagan. A mí no porque me aventé
el tiro de decir que tenía vetada a Televisa”.
IMAGEN CAPTADA
en el palenque de Villahermosa,
Tabasco, en mayo
de 2010. El público
coreó todas sus
canciones.
Juan Gabriel es el autor de la banda
sonora del corazón de una época. Escribió canciones en las que reivindicó la vida en la frontera y expresó de
manera clara su apego incondicional a los submundos que habitan
los abandonados del país. Cuando los juarenses escuchan sus canciones, imaginan que todas sus tramas suceden en esa ciudad. Tienen razón, Juan Gabriel construyó un discurso aspiracional, donde
todos los temas —el amor, la pérdida, la traición— están tocados por
un extraño optimismo, y en algunos casos por el humor. Otros compositores se sorprenden ante la capacidad para escribir canciones
sencillas con letras que en otros intérpretes podrían haber parecido
bobas y prescindibles. El mundo de Juan Gabriel está tocado por una
trágica y magistral ingenuidad con la que la gente de la frontera no
solamente se identifica, sino con la que suele vivir. Por eso en los
años 70 Juanga fue el rey absoluto del maquilú, como era conocido
popularmente el Malibú, salón de baile a donde iban las obreras de
la maquiladoras los fines de semana.
En el tercer día ha llegado un conjunto norteño que interpreta
“Así fue” frente a la puerta de la casa donde hay una gran manta
hecha a mano que reza “Te esperamos”. En una de las esquinas,
otro grupo de personas rodea a un mariachi de cinco miembros que
acompaña a los espontáneos en un palomazo que ya lleva dos horas.
Son las tres de la tarde y el sol cae a plomo. La gente sostiene al intérprete en turno. Alguien le pasa un pañuelo para que se limpie el
sudor y las lágrimas. Morirá, morirá, morirá. Morirá el palomo porque así es la muerte cuando hay soledad. Termina sollozando y dos
mujeres lo abrazan y lo consuelan.
No solamente están la prensa y los medios electrónicos locales,
sino los enviados de medios extranjeros. A pesar de los momentos
tan sentidos —la gente sigue llegando a dejar flores y mensajes—, lo que prima es un ambiente festivo. Pero hay
confusión debido a los reportes contradic-
torios sobre el destino final del artista. Se
ha sabido ya que el cuerpo fue cremado en
Los Ángeles y que no habrá misa de cuerpo
presente. Se habla de un homenaje en el
Palacio de Bellas Artes. La gente que se ha
congregado no renuncia a su esperanza de que regrese. Lo mismo ha sucedido en
Parácuaro, Michoacán, el lugar de nacimiento. De pronto un reportero, tablet en
mano, anuncia que ya se dio a conocer el itinerario oficial. Las cenizas de Juan
Gabriel llegarán a Juárez el fin de semana
para una misa. Después irán a la Ciudad de
México para un homenaje nacional en el
Palacio de Bellas Artes. La semana siguiente regresará a Juárez para que la urna con
sus restos sea colocada en la chimenea de
su casa. La gente aplaude y vitorea. Juan
Gabriel regresará por fin para permanecer,
de manera definitiva, “en el mismo lugar, y
con la misma gente”.