De acuerdo con la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación, por sus siglas en inglés):“Los cultivos genéticamente
modificados, actualmente disponibles, y los alimentos derivados de ellos, han
sido considerados seguros para su consumo y los métodos utilizados para probar
su inocuidad se han considerado apropiados”.
Cuando se habla de un alimento con buena reputación,
que es en sí mismo una modificación de otro –no un derivado, no cierto tipo–,
todo mundo sabe que se trata del brócoli. En realidad el brócoli no existe; es un
cultivo selectivo que, a través de los años, se logró modificar a partir de la
col silvestre. Las hojas más carnosas de la flor son las que los campesinos
decidieron que deberían sobrevivir y así, con el paso del tiempo y gracias a la
biotecnología agrícola, lograron algo similar a una mutación que cambió durante
cientos de años.
Ya no es necesario esperar tanto tiempo, ni seguir el
ritmo –tranquilo– de la selección natural; con la selección artificial es
posible acelerar el proceso. Un alimento modificado genéticamente es el que
cuenta con características de otra especie vegetal, al recibir una bacteria o
vitamina, para crear un ser vivo completamente nuevo.
Y resulta que ya no hay necesidad de la
añeja selección natural para tener alimentos más fuertes y tampoco se requieren
toneladas de granos para alimentar a la humanidad. Los alimentos pueden ser
menos pero más eficientes. Así se pronuncian quienes apoyan los alimentos
genéticamente modificados.
Por cada información a favor hay una contraparte que
desestima lo dicho, siembra la duda, cosecha seguidores y arman manifestaciones
y programas en contra.
En México la biotecnología se aplica en sectores
agropecuarios de exportación. No existe seguridad alguna de qué es 100 por
ciento natural o cuáles alimentos están modificados genéticamente. Ni siquiera
en las tiendas y supermercados se puede saber cuáles de los alimentos tienen
alteraciones genéticas.
Así las cosas, las presentaciones, empaques y
etiquetas de los productos no suelen afanarse en dar detalles respecto a cuáles
han sido modificados y cuáles no, y lo hacen –o no lo hacen– para evitar el
rechazo de la gente, bien sea por miedo, por informados o por ignorantes.
Aún sin querer entrar en militancias, qué se piensa al
ver jitomates de tamaño, forma, color iguales, que aguantan más tiempo en los
anaqueles de las tiendas, o las manzanas, naranjas, etcétera.
Los defensores aseguran que la biotecnología busca
resolver diferentes problemas, tales como la agricultura, la alimentación y la
salud.
Los detractores arguyen que aún no se
sabe cuáles serán las consecuencias en la gente, en la tierra, en los animales
que se alimentan de productos genéticamente modificados, del agua que riega los
cultivos, del suelo en el que se siembran.
Ahí quedan las dos posturas, y los
consumidores en medio.